07/09/2021 – Como el Señor siempre está, en cualquier momento y en todo lugar, nunca podremos decir que estamos solos o abandonados. Siempre y en todo momento podemos sentirnos acogidos en los brazos del Señor: “Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá” (Sal 27, 10). Aunque todos los demás se vayan, él está, aunque todos me olviden, él me recuerda y se hace presente.
En ese sentido, podemos sentir que siempre “estamos en casa”, no importa donde vayamos. Estar en casa es estar en él, donde sea, como sea, pase lo que pase. El hogar no es un espacio físico, es una cualidad interna de la persona, que siente que está en los brazos de Dios donde vaya, y entonces allí está su casa. Así lo expresaba san Juan de la Cruz: “¡Oh pues alma, hermosísima entre todas las creaturas, que tanto deseas saber el lugar donde está tu Amado, para buscarle y unirte con él!, ya se te ha dicho que tú misma eres el aposento donde él vive y el escondrijo donde está escondido. Es cosa de gran contentamiento y alegría para ti ver que todo tu bien y esperanza está tan cerca de ti, que está en ti, o mejor dicho, no hay manera de que estés sin él… Dios nunca falta del alma, aunque esté en pecado mortal. Pero no le vayas a buscar fuera de ti, porque te distraerás y cansarás”.
Todo lo conoce. Pero no imaginemos que Dios no es consciente de todo esto, que nosotros estamos en él sin que él lo advierta. Porque Él lo conoce todo. A veces nuestros complejos nos llevan a pensar que porque somos pecadores o imperfectos, él Señor no nos presta atención, como si estuviéramos en su presencia de incógnito, usurpando un lugar. No es así, porque más allá de mis miserias, porque “yo soy pobre y miserable, pero el Señor piensa en mí” (Sal 40, 18). No olvidemos que nada escapa a su conocimiento, porque él todo lo conoce a la perfección, en todos sus detalles: “Tú lo conoces todo” (Est 4, 17). Ningún acontecimiento escapa de su conocimiento: “Su sabiduría no tiene medida” (Sal 147, 5).
Él conoce aún esos comentarios tan secretos que corren en los lugares más escondidos: “El espíritu del Señor llena la tierra, y él, que todo lo contiene, sabe todo lo que se dice” (Sab 1, 7). Nunca podremos dejar de asombrarnos por “la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios” (Rom 11, 33). Él no necesita que alguien le informe algo o que le dé a conocer algo que él no sabe: “¿Quién abarcó el espíritu del Señor y qué consejero lo instruyó? ¿Con quién se aconsejó… para que le enseñara la ciencia y le hiciera conocer el camino de la inteligencia? (Is 40, 13.14). Somos nosotros los que nunca podremos alcanzar a conocer todo lo que él sabe, porque “su inteligencia es inescrutable” (Is 40, 28).