01/10/2021 – Seguimos penetrando en el misterio del Hijo de Dios. Si el Padre es la Fuente, si el Espíritu Santo es fuego, el Hijo es la Luz. ¿Por qué? Porque el Hijo es la Palabra que refleja al Padre (Jn 1, 1). Recibe la gloria del Padre “como Hijo único” (Jn 1, 14) de ese Padre a quien nadie vio, pero “el Hijo único lo ha revelado” (Jn 1, 9). Nadie puede conocer al Padre sino “aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27). Por eso podemos pedirle: “¡Muéstranos al Padre!”. Y él nos responderá “quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14, 19). Porque es el reflejo y la manifestación perfecta del Padre, al Hijo se le suele llamar luz, resplandor, verdad, verbo, sabiduría, belleza. El Hijo de Dios es “luz que brilla en las tinieblas” (Jn 1, 5), la “luz verdadera” (1, 9) como el resplandor del Padre, como su reflejo. Recordá lo que dice Hebreos 1: “Él es el resplandor de su gloria y la imagen de su ser” (Heb 1, 3). San Ireneo decía que “el Hijo fue emitido a la manera del rayo del sol”. Y san Buenaventura afirmaba que “cuando vemos el esplendor de la luz, la mente debe elevarse a contemplar la generación eterna del Hijo”. Y que en todo lo que sea bello podemos reconocerlo a él, que es “la belleza que embellece a todas las cosas”.
Al encarnarse, su humanidad pasó a ser para nosotros el reflejo del amor del Padre, en todos sus gestos, en todas sus acciones. Cuando Jesús dijo “quien me ve a mí ve al Padre”, estaba expresando: “yo soy su reflejo, mi gloria es reflejarlo a él”. Por eso el Hijo, al venir a este mundo “ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9). Nosotros que conocimos a Jesús, ya no podemos mirar las cosas como antes de conocerlo o como los que no lo conocen. La luz de Jesús ahora ilumina todo. No podemos mirar a los demás con ojos meramente mundanos. Si los miramos así serían sólo un montón de piel y cabellos. Pero si los miramos bajo la luz de Jesús son personas con una enorme dignidad. Ya no podemos mirar a los demás como competidores o como seres peligrosos. Bajo la luz de Jesús los miramos como hermanos y hermanas. Y así tampoco podemos mirar superficialmente el mundo, los acontecimientos que pasan, las criaturas. Con Jesús, que es la luz que ilumina todo, cualquier cosa toma otro sentido. Dejemos que él, que es la luz, impregne todo con su claridad y así todo tendrá otro color. Amén.
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