04/10/2021 – Cristo mismo se gozaba hablando del amor de su Padre: “Tú, Padre, me has amado antes de la creación del mundo” (Jn. 17, 24). Este Hijo tan amado del Padre, se hizo hombre, uno de nosotros, compartió nuestra vida, y era tan simple que cuando salió a predicar la gente no lo valoraba. Decían: “¿Pero cómo? ¿No es el hijo del carpintero?” Qué hermoso ver al Hijo de Dios hecho uno más entre nosotros. Y nosotros, que somos tan pequeños a su lado, muchas veces nos preocupamos por lo que digan de nosotros, por la apariencia, por el qué dirán. En Flp 2 se habla de esta paradoja del Hijo de Dios infinito que se hizo tan pequeño, como un servidor, que se abajó tanto, se anonadó. Al encarnarse, el Hijo cumplió todas las promesas que anunciaban la llegada de un Mesías, es decir, de un “Ungido”, un elegido y consagrado por Dios que venía a salvarnos.
Ese Ungido era un descendiente del rey David, que superaba a David y a todos los reyes que el pueblo había tenido. El pueblo que esperaba al Mesías, viendo a Jesús entrar a Jerusalén, entendió que era el Mesías esperado y lo alababa: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21, 9).
Es el elegido y ungido por el Padre, desde toda la eternidad, con una misión liberadora. Por eso a Jesús se aplican todas las alabanzas al Mesías y al Rey que encontramos en el Antiguo Testamento. Veamos algunos ejemplos del libro de Isaías y de los Salmos que en aquel momento se aplicaban a David, a al rey, y hoy nosotros aplicamos a Jesús: “Este es mi servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él” (Is 42, 1). “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos” (61, 1).
“Me brota del corazón un hermoso poema, yo dedico mis versos al Rey. Tú eres hermoso, el más hermoso de los hombres, la gracia se derrama en tus labios” (Sal 45, 2-3). “Que los reyes de Arabia y de Sabá le traigan regalos, que todos los reyes le rindan homenaje porque él librará al pobre que suplica y al humilde que está desamparado” (Sal 72, 10-12).
“Una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. En su hombro traerá el señorío. Grande es su señorío y la paz no tendrá fin” (Is 9, 5-6).
El Mesías ya llegó, vos no lo tenés que esperar, tenés que disfrutar de su amistad. Esperamos su regreso, cuando vendrá a plenificar y liberar totalmente este mundo, pero lo que ya tenemos es su amistad. No te la pierdas.
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