Salmos 51

jueves, 10 de marzo de 2011

 

Del maestro de coro. Salmo. De David.
Cuando el profeta Natán lo visitó después que aquél se había unido a Betsabé.
Teneme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito,
lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame.
Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí;
contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí. Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas.
Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre.
Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser, y en lo secreto me enseñas la sabiduría.
Rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Devuélveme el son del gozo y la alegría, exulten los huesos que machacaste tú.
Retira tu faz de mis pecados, borra todas mis culpas.
Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva;
no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu.
Vuélveme la alegría de tu salvación, y en espíritu generoso afiánzame;
enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia;
abre, Señor, mis labios, y publicará mi boca tu alabanza.
Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas.
El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.
¡Favorece a Sión en tu benevolencia, reconstruye las murallas de Jerusalén!
Entonces te agradarán los sacrificios justos, – holocausto y oblación entera – se ofrecerán entonces sobre tu altar novillos.