11/10/2021 – Si bien el Mesías ya llegó, la verdad es que lo estamos esperando. Porque este mundo no funciona bien, porque nuestro poder humano puede terminar destruyéndonos. Necesitamos que él venga a transformar con su poder este mundo, que venga a liberarlo definitivamente del mal y a llevarlo a su plenitud. Estamos esperando al Mesías porque deseamos el regreso de Cristo, que venga a completar su obra. La esperanza es una actitud que también se necesita para sostener toda vida humana. Porque esperar es un secreto de la vida interior, de la fuerza, de la alegría. Cuando alguien espera poco, vive poco. Cuando alguien ya no espera nada, está a punto de dejarse morir, o simplemente está sobreviviendo.
Pero si espera mucho, tiene ganas de vivir y de seguir adelante. Esperar nos estimula, consuela, anima, ilumina. Pero Jesús ya está, para siempre, está inseparablemente unido a esta tierra que él ama, porque quiso fundirse con el polvo de nuestra tierra. Por eso la esperanza creyente no espera sólo la venida de Jesús, sino también un mundo nuevo, una humanidad liberada, una sociedad transformada. Eso es lo que se pide en cada Padrenuestro al decir: “Venga a nosotros tu Reino”. Es el Reino definitivo, cuando ya no habrá más llanto ni dolor. Así podemos aceptar de modo realista y sereno que ningún anticipo de ese Reino es la plenitud, y en definitiva, que somos caminantes, que disfrutamos del camino sin pretender que sea la meta.
La Iglesia es la comunidad que espera, vigilante, atenta, confiada, alimentando el deseo y la apertura al Señor que llega. Los creyentes esperamos al Mesías. Pero la Iglesia no es el Mesías. Por eso, para la Iglesia dejar de esperar es trágico. Ella no puede sentirse dueña de Jesús porque él es siempre es más de lo que podamos controlar y dominar. A Jesús lo poseemos, porque vive con nosotros, pero también lo necesitamos, lo buscamos, lo descubrimos siempre mejor, y en definitiva, lo esperamos. Somos la comunidad de los que desean. Deseamos la presencia plena de Jesús, deseamos un mundo de hermanos, deseamos una sociedad en paz y justicia, deseamos la felicidad para los pobres. Estamos movilizados por grandes deseos, y por eso esperamos que Jesús venga a transformar la tierra.
Cuando la esperanza es intensa se convierte en ganas, en fervor interior, en anhelo luchador. Y entonces uno deja de ser un muerto en vida. Por eso, cuando la auténtica esperanza abre la mente y el corazón, eso nos moviliza a un compromiso y a una entrega con Cristo y con este mundo. Porque cuando esperamos de verdad no nos evadimos, no nos aislamos, no nos escapamos. Lo que sucede es que sacamos lo mejor de nosotros mismos y nos ofrendamos a Jesús para que eso que esperamos se haga realidad, para que venga él con su Reino nuevo. ¡Ven Señor Jesús!
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