El Cristo que está siempre

viernes, 15 de octubre de 2021
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15/10/2021 – El Hijo de Dios hecho hombre no era un ser extraño. Jesús iba y venía por los caminos de Galilea sin dejar de contemplar los pájaros y las flores de su tierra, e invitaba a sus discípulos a prestar atención, a contemplar la vida, a percibir el mensaje de las cosas: “Miren los pájaros. Miren los lirios del campo” (Lc 12, 24.27). “Levanten los ojos y miren los campos” (Jn 4, 35). Él comía y bebía con los pecadores (Mt 11, 19), se entretenía gustoso con los niños de su pueblo (Mc 10, 13-16). Podía detenerse a conversar con la samaritana (Jn 4), con Nicodemo (Jn 3). Se dejaba lavar los pies por las prostitutas (Lc 7, 36-50), y se detenía a tocar a los enfermos con su propia saliva (Mc 7, 33).

Cuando hablaba con alguien, no lo soportaba con desgana, sino que fijaba su mirada con una profunda atención amorosa: “Jesús fijó en él su mirada y le amó” (Mc 10, 21). Estaba atento a los más pequeños gestos de bondad de su gente y era capaz de maravillarse ante los pobres: “Vio a una viuda muy pobre, que ponía dos pequeñas monedas de cobre” (Lc 21, 2). Además, la triste situación de la ciudad amada, le arrancó lágrimas (Lc 19, 41). Jesús no era ciertamente una persona separada de los pobres y sencillos, él estaba metido hasta en fondo en medio de su pueblo.

Se unió a nuestra vida humana hasta la médula y por eso puede vivificar e iluminar toda situación vital. Porque, en la cruz, que es la culminación de la Encarnación, Dios se hace solidario con nosotros bajando hasta lo más subterráneo de la condición humana. Dios ha experimentado en su Hijo todo lo que implica ser humano: quiso conocer el cansancio, la depresión, la desilusión, la angustia, el temor, la soledad. Y así, uniéndose a las más intensas experiencias humanas, las salvó y las llenó de vida, de luz y esperanza. En la muerte se unió definitivamente a mí para que no hubiera límite humano que él no hubiera probado, para que no quedara un lamento que no fuera comprendido, compartido y acompañado, para que no existiera ningún espacio donde no se hubiera ofrecido él como agua y sangre fecunda para que allí también pueda brotar la vida. Así mostró lo que es ser hombre realmente. Nos mostró la capacidad que tiene un corazón humano de sufrir por otro, o de entregarse por otro hasta sufrir. O, como decía santa Teresa de Calcuta, de “amar hasta que duela”. Y con Cristo sabemos que el bien siempre triunfa, que la belleza nunca puede ser aniquilada, que la verdad puede más que la mentira. No murieron nuestros sueños, no se apagó nuestra esperanza, no fue vencida nuestra alegría. Porque ese que se entregó en la Cruz ha resucitado y está con vos para ayudarte a enfrentarlo todo. Él lo dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Y Él cumple con vos su promesa. Bendito sea. A partir del lunes que viene dedicaremos un ciclo al Espíritu Santo. Los espero.