Confesión General en retiros y ejercicios de San Ignacio

domingo, 20 de marzo de 2011
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Sabiduría 9, 1-12

“Dios de los padres y Señor de misericordia, que hiciste todas las cosas con tu Palabra, y con tu sabiduría formaste al hombre para que dominara a los seres que tu creaste, para que gobernara al mundo con santidad y justicia e hiciera justicia con rectitud de espíritu, dame la sabiduría que comparte tu trono y no me excluyas del número de tus hijos, porque yo soy tu servidor, el hijo de tu servidora, un hombre débil, de vida efímera, de poca capacidad para comprender el derecho y las leyes, y aunque alguien sea perfecto entre los hombres, sin la sabiduría que proviene de ti será tenido por nada. Tú me preferiste para que fuera rey de tu pueblo y juez de tus hijos y de tus hijas. Tú me ordenaste construir un templo sobre tu santa montaña y un altar en la ciudad donde habitas, réplica del santo tabernáculo, que habías preparado desde el principio. Contigo está la sabiduría que conoce tus obras y que estaba presente cuando tú hacías el mundo. Ella sabe lo que es agradable a tus ojos y lo que es conforme a tus mandamientos. Envíala desde tus santos cielos, mándala desde tu trono glorioso para que ella trabaje a mi lado y yo conozca lo que es grato a tus ojos. Así ella, que lo sabe y lo comprende todo, me guiará atentamente en mis empresas y me protegerá con su gloria, entonces, mis obras te agradarán, yo gobernaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi Padre.”

María Reina de la Paz, ruega por nosotros.

San José, San Ignacio de Loyola, rueguen por nosotros.

 

 

Confesión General

 

Confesión general es el tema y los puntos sobre los que vamos a trabajar hoy como corolario del trabajo de la semana, pidiendo esta gracia de primera semana de ejercicios de confusión y vergüenza de sí mismo, dolor intenso y lágrimas en la confusión de sí mismo por el pecado, decíamos ayer, orando sobre esta realidad de nuestra fragilidad, de nuestro pecado, donde Ignacio va preparando el corazón y disponiéndolo ya en los ejercicios a recibir la plenitud del don del encuentro y conocimiento interno de nuestro Señor Jesucristo propio del tiempo que viene en los ejercicios.

 

1.- ¿Por qué nos confesamos frente a un sacerdote?

Lo primero que queremos decir es que es exclusivo de Dios recibir la confesión y perdonar. “Hay dos cosas, dice el beato Isaac, abad del monasterio de Stella, contemporáneo de San Bernardo, que corresponden exclusivamente a Dios, el honor de recibir la confesión, y el poder de perdonar los pecados”, por eso, manifestar a Dios nuestros pecados y esperar de él nuestro perdón, porque solo él puede perdonar los pecados, solo él puede recibir la confesión de nuestras faltas. Pero, ¿no es nuestra costumbre confesarnos ante un sacerdote? Se pregunta el beato Isaac, y San agustín, en las confesiones “no me confieso solamente delante de ti sino también delante de los hombres, mis compañeros de gozo y consortes de mi mortalidad, conciudadanos y peregrinos conmigo, anteriores y posteriores”, dice Agustín. ¿Qué hacen todos los hombres en la confesión y consiguientemente en el perdón de los pecados? El beato Isaac lo explica de la siguiente manera: “Así como el Señor, Padre todopoderoso y excelso se unió a una esposa insignificante y débil, nosotros, la comunidad eclesial formada por hombres y pueblos, haciendo de una esclava, nosotros como Iglesia, una reina, así de manera parecida, el esposo, Jesús, comunica todos sus bienes a esta esposa a la que unió consigo y también con el Padre, por ello, en la oración que hizo el Hijo a favor de su esposa en la última Cena, que dice: “Quiero Padre que así como tú estás en mí y yo estoy en ti, sean también ellos una sola cosa en nosotros”. Jesús, dice Isaac, el esposo, por tanto que es uno con el Padre, y uno con la esposa, destruyó aquello que había hallado menos santo en su esposa, y esto es el pecado, clavándolo en la cruz, llevando al leño sus faltas, destruyéndolo en el madero. De esta manera participa él en la debilidad y en el llanto de su esposa, y todo resulta común entre el esposo y la esposa incluso el honor de recibir confesión y el poder de perdonar pecados. Jesús es uno con la Iglesia y en el ministerio del Sacramento de la reconciliación se expresa esta unión de esponsalidad y alianza. Quien confiesa es Cristo en la Iglesia, a través del ministro, sacramental y visiblemente. Por eso nos confesamos frente a un sacerdote. Este es el motivo de fondo por el cuál lo hacemos con un ministro ordenado.

Nosotros vamos ahondando sobre la posibilidad de encontrarnos con una confesión profunda, con dolor y lágrimas por los pecados que he cometido a lo largo de mi vida y fundamentalmente en estos últimos tiempos, pidiéndole al Señor la gracia de una profunda reconciliación.

 

2.- Consigna para compartir: Estoy seguro que en el concierto de oyentes que se vinculan con la radio habrá más de una experiencia de liberación, gozo, paz, alegría, luz, misericordia, esas experiencias que hacemos de hermosas reconciliaciones, donde no hemos sido juzgados ni retados, y por sobre todas las cosas hemos sido profundamente amados en Dios a través del ministro. Las podemos compartir, para que muchos que no saben como dar el paso, a través de nuestro testimonio del valor, sentido, significado e importancia de este bello sacramento, se animen a acercarse a él y pedir perdón.

Hoy te invitamos a compartir tu testimonio de los frutos que ha dejado el sacramento de la reconciliación en tu vida, libertad, paz, gozo, descanso, sanidad, luz, amor de Dios en lo más profundo de nuestras entrañas. Qué bueno poder testimoniarlo, decirlo, comentarle a otros, dejarlo por escrito, para que algunos de los que no saben qué hacer para acercarse, gracias a nuestro testimonio se anime a decir que sí al encuentro con Dios en el sacramento de la reconciliación.

 

3.- Fiesta de celebración del perdón

Siguiendo con la reflexión del beato Isaac, esta bellísima imagen de esponsalidad y pertenencia mutua con Cristo lo lleva a decir: “La Iglesia nada puede perdonar sin Cristo y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia”. El don de la reconciliación nos regala, como el don de toda la sacramentalidad eclesial, la presencia misteriosa y escondida y al mismo tiempo manifiesta, en pobres signos, pero muy eficaz, de Jesús, el único salvador. Cuando bautizo, es Cristo quien bautiza, cuando celebro la misa, es Cristo quien se hace presente en el misterio Eucarístico, cuando reconcilio, es Jesús quien reconcilia. Esta conciencia que tenemos los sacerdotes a partir de la reflexión de Agustín de Hipona, nos pone en sintonía con la reflexión honda y profunda que nos regala el beato Isaac en esta mañana. La Iglesia solamente puede perdonar al que se arrepiente, es decir a aquél a quien Cristo ha tocado con su gracia. Cristo no quiere perdonar ninguna clase de pecado a quién desprecie a la Iglesia, dice el fuertemente: “No debe separar el hombre lo que Dios ha unido”. Hace mención Isaac ahí al texto del Génesis, Jesús ha querido unirse a la Iglesia esponsalmente, en Efesios 5, 32 así nos lo deja reflejado: “No te empeñes en separar la cabeza del cuerpo, no impidas la acción de Cristo total, pues ni Cristo está entero sin la Iglesia, ni la Iglesia está entera ni íntegra sin Cristo”. Por eso es el ámbito de la vida en la comunidad donde se celebra y se goza el sacramento de la reconciliación, es en el Cuerpo de Cristo donde se le da la bienvenida al sacramento de la reconciliación. Es tan bonito, cuando era párroco y lo sé que así lo celebran en muchas comunidades parroquiales, después de la primera confesión de los niños que hacían la primera comunión, hacíamos una fiesta para reflejar el don de la misericordia celebrado en Jesús como comunidad. Se preparaban algunas cosas sencillas, simples, en la pequeña comunidad donde tocaba y había un brindis, por aquello que nos refleja también la Palabra compartida en estos días, que al regreso del hijo que había perdido en el camino todos sus bienes, el Padre arma una fiesta. Es bueno también preguntarte cómo celebras, cómo celebrar, cómo festejar el don de la reconciliación en tu vida, como se ha celebrado de hecho y como lo has festejado. Ojala puedas descubrir y compartirlo.

 

4.- ¿Qué es confesarse?

“No obstante de esto, médico mío, decía Agustín de Hipona, hazme ver claro con qué fruto hago yo esto, de confesarme, la confesión de mis males pretéritos que tú ya perdonaste y cubriste para hacerme feliz en ti cambiando mi alma con tu fe y tu sacramento, cuando son leídas y oídas excitan el corazón para que no se duerma en la desesperación. El que las lee y las oye también es como yo, pecador, y puede decir “no puedo”, sino que debe decir más que esto, que lo despierte el amor de tu misericordia y la dulzura de tu gracia y así como ha obrado en mí puede también obrar en él gracia, por la que eres poderoso en todo débil, es decir, en todo hombre, el que se da cuenta claro, por la misma gracia, de su debilidad. Y además deleita a los buenos oír los pasados males de aquellos que ya carecen de ellos pero no los deleitan por que aquellos de ser malos sino por lo que fueron y ya no lo son”. Esto es el valor de poder decir, como dice Agustín, delante de los hombres nuestros pecados del pasado. Justamente sobre esto versa hoy nuestro encuentro: sobre la confesión. ¿Y cómo es la confesión? ¿Y en qué consiste? Consiste sencillamente en caer en la cuenta de nuestro pecado, es decir con dolor y lágrimas intensas decía Ignacio en el día de ayer, ponerme delante del confesor, compartirle y contarle mi culpa y mi falta, mi apartamiento de Dios y los males que le he hecho a otros, cómo no me he cuidado y me he hecho mal a mí mismo sin darle gloria a Dios con todo mi ser y a partir de allí, después de un examen de conciencia que es revisar la vida en los distintos años y etapas de ella, cuando hacemos confesiones generales, intentar acusarnos en paz de lo que no queremos que esté más en nosotros y pedirle a Dios que en su infinita misericordia, a través del ministro ordenado, nos regale el don de su perdón, la gracia de su misericordia, la gracia de su arrepentimiento, el deseo de no volver a pecar, el propósito de enmienda y el compromiso de cumplirlo una vez que el sacerdote nos da la penitencia. Todo esto es confesarse, es simple, es sencillo, es bello.

 

5.- La sacramentalidad de la gracia misericordiosa de Dios en el Sacramento de la Reconciliación

“Cuando me voy a confesar, decía Agustín, manifestaré a estos tales, a quienes recibían la confesión, no quién he sido sino quién soy, ahora al presente, es decir mis adelantos en la virtud y por pura misericordia y gracia de Dios y que lo que fui lo dejo atrás y lo confieso para sepultarlo y qué es todavía lo que hay en mí, es decir, de mi pasado pecador, pero no quiero juzgarme a mí mismo. Sea pues oído así como lo expreso, tú eres Señor el que me juzga, porque aunque nadie de los hombres sabe de las cosas interiores, el hombre sí que lo sabe y en su Dios los sabe. Con todo, hay algo en el hombre que ignora, aunque el mismo espíritu que habita en él, pero tú Señor sabes todas sus cosas porque le haz hecho y le haz creado. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí y ciertamente ahora te vemos por espejo en enigma, no cara a cara, y así, mientras peregrino fuera de ti, me soy cada vez más presente a mí, a ti”. Lo que está diciendo San Agustín tiene que ver con acercarse a celebrar el sacramento en la conciencia de sí mismo y del pecado y en la conciencia del amor de Dios que del todo no es revelada para el pecador sino que se va revelando en la medida en que ese amor de Dios se manifiesta, se hace presente, y se revela y esto ocurre cada vez que nos confesamos, cada vez que nos sentamos o nos arrodillamos delante del confesor. El abrazo y el amor de Dios penetran con mayor sabiduría en los lugares más oscuros nuestros y en Cristo Jesús encontramos las respuestas a nuestras preguntas por ese gesto de presencia misericordiosa que nos revela lo más íntimo de Dios, su infinita misericordia.

 

6.- Confesamos la vida

Al final de la primera semana, San Ignacio recomienda para quien quiera y pueda, hacer confesión general. Una confesión general, cualquiera sea el tiempo que abarque, no es algo que haya que hacer siempre y necesariamente sino que es algo que es muy conveniente hacer en retiros y ejercicios por el mayor conocimiento y dolor de todos los pecados pasados. Voy a explicar un poquito sobre esto. Cuando hacemos confesión general podemos confesar pecados ya cometidos y perdonados pero lo hacemos desde una conciencia nueva del pecado y lo hacemos en el cúmulo de pecados que se han ido repitiendo y dando en nuestra vida pidiéndole a Dios una gracia nueva de conversión. No hay que hacerlo desde el lugar de donde, en la culpa, no termino yo de perdonarme a mí mismo de los pecados cometidos sino desde donde, habiendo sido perdonado, desde el reconocimiento de mi fragilidad y con los actuales pecados con los que puedo estar conviviendo en mi fragilidad, pedirle a Dios una gracia de liberación total. ¿Y cómo se hace esto? Por ejemplo repasando etapas de la vida, pecados de la niñez, adolescencia, juventud, pecados en la vida universitaria, en la profesión, pecados en la vida matrimonial, pecados en la falta de compromiso social, es decir, puede ser por etapas de la vida, por lugares por donde uno se ha movido, por la invitación que la misma realidad nos hace de estar presente allí y no poder haberlo estado con toda la testimonialidad con la que Dios nos quiere siendo luz del mundo y desde allí, en el reconocimiento de palabras, obras, gestos, omisiones, pedirle al Señor perdón. Hay que hacer como una lista de esto pero no llevarse un cuaderno delante del cura sino una lista que sea puntual, que sea bien dicho, bien definido, y que al mismo tiempo nos permita decirlo todo lo vivido bajo el signo del pecado siempre a la luz de la misericordia de Dios, que en su infinito amor nos abraza para transformarnos y para perdonarnos, para liberarnos y para iluminarnos, para sanarnos y para potenciar nuestra vida para hacernos más y mejores testigos de su misericordia y de su presencia. Esta semana la queremos terminar así, con una celebración del sacramento de la reconciliación. Si yo entiendo que la confesión general que voy a hacer es muy larga porque me tengo que tomar tiempo, entonces tengo que advertirle al sacerdote que necesito de un tiempo importante para hacer confesión general. No me puedo poner yo, por caridad claro, en la cola de la confesión del fin de semana y sentarme dos horas para confesarme de confesión general porque yo esté haciendo los ejercicios. Tengo que tener la delicadeza, si voy a hacer una confesión que me va a llevar un tiempo importante más de lo habitual, de pedir un lugar al sacerdote para que me atienda especialmente diciéndole que quiero tener confesión general y después cuando voy, voy con alguna anotación que exprese ese modo con el que yo he estado en herida profunda, ruptura con Dios, con los demás, conmigo, con lo creado, con todas las dimensiones de la vida y en cada una de las etapas y ahí pedirle a Dios que obre misericordia, que obre transformación y que obre en su perdón. No necesariamente tiene que ser atención general, puede ser una confesión que se haya despertado en estos días de ejercicio donde yo, viéndome como me he visto, como decía Ignacio, “como una herida con ponzoña”, descubrir la necesidad profunda que tengo de ser habitado por la misericordia de Dios. Desde ese lugar compartimos la gracia de la reconciliación, sea de confesión general de toda la vida hasta aquí vivida, sea en la confesión que hacemos de nuestros pecados actuales en la que decimos Dios tiene que liberarnos para que su gracia opere con mayor poder en mí, con mayor fuerza en mí. Esta confesión general, o esta confesión de la vida, o esta sencilla confesión que hacemos, nos dispone para entrar en la semana que viene de los ejercicios. Es muy importante acercarnos, en el fin de la primera semana que ya estamos terminando, al sacramento de la reconciliación.

Pasos para una buena confesión

1. Examen de Conciencia.

Ponernos ante Dios que nos ama y quiere ayudarnos. Analizar nuestra vida y abrir nuestro corazón sin engaños. Puedes ayudarte de una guía para hacerlo bien.

2. Arrepentimiento. Sentir un dolor verdadero de haber pecado porque hemos lastimado al que más nos quiere: Dios.

3. Propósito de no volver a pecar. Si verdaderamente amo, no puedo seguir lastimando al amado. De nada sirve confesarnos si no queremos mejorar. Podemos caer de nuevo por debilidad, pero lo importante es la lucha, no la caída.

4. Decir los pecados al confesor. El Sacerdote es un instrumento de Dios. Hagamos a un lado la “vergüenza” o el “orgullo” y abramos nuestra alma, seguros de que es Dios quien nos escucha.

5. Recibir la absolución y cumplir la penitencia. Es el momento más hermoso, pues recibimos el perdón de Dios. La penitencia es un acto sencillo que representa nuestra reparación por la falta que cometimos.