03/11/2021 – Dejar actuar al Espíritu Santo implica algo muy difícil: permitirme que me cambie los planes, que altere mis esquemas y proyectos. Pero para eso uno necesita confiar en que él desea el propio bien, que es incapaz de hacernos daños. Tener el corazón abierto al Espíritu Santo significa ser flexibles, permitir que él traiga novedades a la propia vida, cosas que nuestra mente no había previsto. Él es inagotable, siempre más rico de hermosura de lo que podemos llegar a aprobar. Por eso somos mendigos de su amor, de su ternura de su gracias. Y así le permitimos que nos abra nuevos caminos. A través de cada crisis y angustia él nos abre nuevos senderos. Vale la pena dejarse sorprender y dejarse transformar. De ahí que presentemos al Espíritu Santo como un viento que sorprende y que impulsa, que no se puede controlar. Así es el Espíritu Santo que no nos deja en la comodidad, siempre nos desordena algo. Pero eso es vida y esperanza.
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