¿En qué creen los que no creen?

viernes, 1 de abril de 2011
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Entrevista de Gabriela Lasanta, conductora del programa, al padre Alejandro Mingo. Doctor en Teología, Profesor en Ciencias Sagradas y Filosofía.

 

GL: Cristina Loza, escritora puesta en la tarea de reflexionar en qué creemos, citando a Saramago (famoso escritor no creyente), dice:

 

Puesta en la tarea de reflexionar en qué creemos, recordé una frase del escritor José Saramago que dice: "He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro".

Me gusta ese hombre, me gusta su tozuda manera de transitar el tiempo que le toca y la solitaria dignidad con que afronta la existencia sin Dios.

A lo largo de mi vida, me he cuestionado todo lo relacionado con la religión y con la fe, atosigando literalmente a mis profesores del colegio católico en el que trataban, a mi entender, de colonizarme.

Creo que tenía apenas 16 años cuando comencé a controvertir lo establecido. Aún recuerdo la expresión en el rostro del sacerdote ante mi ocurrente reflexión sobre un pasaje bíblico: "Si Abraham fuera mi padre, no estaría muy tranquila".

Era la rebeldía constante de la adolescencia; con el correr de los años, supe que nada de eso cambiaría, que era una buscadora.

Pero en momentos en que la vida nos muestra su peor cara, cuando vemos el pecho de alguien que amamos, y que agoniza, subir, bajar y no volver a subir, aunque nos llaguemos los ojos mirando y esperando, nos abruma la incertidumbre. Aparecen entonces todas las palabras aprendidas de memoria, por costumbre, por la serena familiaridad que contienen, por la engañosa paz que transmiten.

Decimos ojalá, quiera Dios, y caemos en el pensamiento mágico, como alega el filósofo francés Michel Onfray: "Cuando se derrumba un alma ante el cuerpo inerte del ser amado, la negación toma el relevo y transforma ese fin en principio y aquel desenlace en el comienzo de una aventura".

Las instituciones no nos dan respuestas, inmersas ellas mismas en el caos y las pasiones, y la descomposición de sus cuadros. ¿Y entonces? ¿Qué hacer?

En ese recodo del camino, cuando, como dice un personaje de una de mis novelas, la vida nos tira un puñado de verdades, cuando los huesos tiritan ausencias y reclamos, creo en el ser humano. Aprendí con mi sangre la palabra resiliencia, que es el arte de navegar torrentes.

Creo en la santísima dignidad del que se levanta todas las mañanas, aun sabiendo que algunas causas están perdidas.

Creo en la vida con sentido y en el sentido del humor. Creo en la mano tendida. Creo en mí, porque estoy viva, y en todos aquellos que transforman en flores sus heridas.

Creo en los que bregan por las células madre y en los que, con fortaleza, esperan el milagro. Creo en los que transidos de dolor entregan alguna parte de su ser querido, para que, en otro cuerpo, viva.

Creo en la trascendencia, el proyecto y el intento, porque en definitiva, sólo tenemos el intento.

Bailamos en el borde helado de la muerte, pero ¿es bailar menos divertido? Pues, entonces, !!bailemos!!

Creo en el entramado maravilloso de la vida, incomprensible y disparatado. Quizás por eso, mi frase favorita es: "Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes".

Bueno, he vuelto a nombrarlo. Y entonces recuerdo aquella frase… Yo no creo en Dios, pero lo extraño.

 

GL: Leyéndola en esta opinión, pensé: ¡vaya! ¡cuántas cosas en común que tenemos! ¿no? ¡cuántos credos en común entre yo, que me considero profunda creyente, y ella, que se confiesa no serlo! ¿Y si intentamos ver cuántas cosas en común tenemos con el mundo no creyente? ¿si intentamos en lugar de acentuar diferencia, tender puentes? ¿qué podría llegar a pasar en este mundo? ¿En qué creen los que no creen? Me gustaría por parte de la audiencia, testimonios de un compartir con no creyentes determinados valores, o encontrar en ellos valores más acentuadamente vividos que lo que nosotros decimos vivir. Y de pronto, a los que estén escuchando y no tengan fe, o ninguna fe religiosa, pueden arrimar su experiencia y compartirla.

            Nosotros, desde aquí, conversaremos con el Padre Alejandro Mingo, que nos ayudará.

 

            Padre , me dijeron que te gusta este tema ¿por qué te gusta?

 

AM: Me parece que porque tiene que ver con las búsquedas más profundas de muchísimas personas, también las propias, y además porque en los ambientes en los que nos toca movernos nos encontramos con mucha gente con experiencias profundas que tienen que ver con credulidades e incredulidades. Y además me parece una realidad de ‘agenda cotidiana’

 

GL: ¿qué encontrás vos en el mundo moderno de los no creyentes como posibilidades de compartir con tu vida consagrada a Dios?

 

AM: en buena medida, aún con las enormes diferencias de la biografía personal de cada uno, advierto una bandera enarbolada que registro con muchísimo respeto y valoración, que es la de la tolerancia. En mi caso personal, he comprobado que quien se encuentra conmigo como un referente religioso –mas allá del testimonio, por solo mi oficio (y a menudo me planteo que sería muy bueno ser reconocido más bien por el testimonio que por el oficio)- tiene muy frecuentemente la actitud de respeto y tolerancia por las convicciones que animan o alientan las decisiones que he tomado en mi vida y que están a la vista por el rol que desempeño en la sociedad. Y lo he tomado como un aprendizaje desde la experiencia creyente en términos religiosos. He estado en contacto con muchas personas que están lejos de haber tenido una experiencia de fe religiosa, de una vinculación personal con Dios –con el Dios de los cristianos o con el Dios de cualquiera de las confesiones religiosas- y sin embargo toleran, aceptan al otro, y en todo caso, confrontan respetuosamente las propias convicciones.

 

GL: Recuerdo ahora la escena de una película donde dos seres humanos –un sacerdote y un no creyente-, llevando los dos la misma cruz pesada de ser cuadripléjico con todas las limitaciones que eso implica, en vez de hermanarse en el dolor, discuten, se agreden y establecen una fuerte disputa ideológica por cuestiones religiosas. Entonces pensé: ¡cuántas veces las creencias son motivo de distanciamiento, incluso donde tenemos todo un escenario en común para hermanarnos! Esto pasa mucho en la sociedad

 

AM: El mismo tema de la religión, muchas veces divide, confronta a las personas, las pone en un escenario de agresividad tal que torna imposible tender puente alguno y reconocer al otro en la situación en que está más allá de sus convicciones. Como Saramago, hay muchas personas que objetan al hecho religioso ser factor de división, de enfrentamiento entre personas, motivo por el cual las personas se aprecian menos y se convierten en enemigas mutuas. Es una acusación muy contundente, difícilmente rebatible, porque hay sobrados testimonios que acreditan la acusación y de lo cual tenemos que hacernos cargo.

            Saramago, muy conocido por su militancia atea, señala en sus escritos desde la propia experiencia personal : “los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen los unos a los otros. Por el contrario, solo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en Dios. No lo necesito. Y además, soy buena persona. Hoy mismo, sin llegar a los crímenes que manchan su pasado, la Iglesia Católica continúa ejerciendo una presión abusiva sobre las conciencias. Mientras seamos incapaces de reconocer la igualdad profunda entre todos los seres humanos no saldremos de la desastrosa situación en la que nos encontramos”. Más allá del pesimismo que pueda dejar ver la expresión final, es cierto en cierta medida y más allá de las diferencias –porque no podemos englobar a todos los creyentes en la misma bolsa- que las convicciones religiosas a menudo mas frecuentemente de lo que uno se imagina, son motivo de enfrentamiento. La expresión vieja, doméstica y típica que es común en las familias “de religión y política no se puede hablar”, ha sido en más de una oportunidad motivo de agresión, y es para reflexionar. Esto es muy penoso. Habría que prestar atención si esto se sigue dando en generaciones más jóvenes, donde hay otros posicionamientos frente a estos temas.

 

GL: Es triste, y creo que esto estuvo muy lejos del proyecto de Jesús. No sé si en el hinduismo, tahoísmo, las grandes religiones bíblicas han tenido problemas en este sentido; en el sentido de la agresividad manifiesta a la hora de discriminar a creyentes de no creyentes

           

AM: sí. Y problemas inocultables, que han costado vidas de pueblos enteros, que han devastado el nombre de Dios, ese manoseo inconcebible que se ha hecho de la Palabra y de la realidad de Dios como tal. Siguiendo con expresiones de Saramago: “Quien mata en nombre de Dios, convierte a éste en un asesino”. Y en cierto modo, es verdad. Su expresión “los ateos somos las personas más tolerantes del mundo” tampoco es inobjetable: no podemos decir ‘los buenos están en una vereda, los malos, con fe religiosa, están en la otra’. Pero vuelvo a mi experiencia personal: la mayoría de la gente con la que me he encontrado y manifiesta su ateismo o su incredulidad en términos religiosos, sea de la existencia de Dios y todo lo que eso significa, sea del hecho religioso como un dador de sentido a la propia vida, o sea de las Instituciones que refieren el hecho religioso –en este caso las iglesias-, en la mayoría de las situaciones advertí para conmigo personalmente una enorme tolerancia, un respeto, una apertura, un reconocimiento de que estamos tal vez argumentando y viviendo desde otro lugar o con miradas tal vez diferentes, y sin embargo que hay posibilidades de encontrarse. Y eso es inmensamente valioso. Y creo que en la Teología contemporánea, en la reflexión teológica y en el ensayo de muchas biografías de creyentes, ha crecido este amor por la tolerancia, el respeto, la aceptación, y en todo caso la confrontación respetuosa de quien está en otro lugar.

 

GL: El año pasado entrevistamos a uno de los titulares de una Campaña de Apostasía, es decir, personas que querían que sus nombres fueran borrados de las actas o registros de bautismo que pudiera haber. Este contacto tuvo un gran y positivo impacto en la audiencia. Me quedé pensando ¿qué fue lo que generó tanta empatía en la audiencia? Y también yo me quedé saboreando ese abrazo que pudimos darnos estando ‘en la vereda de enfrente’, fruto de su profunda sinceridad. Durante el diálogo, le pregunté cómo afrontaba la muerte, y me respondió: “es terrorífica”. Es decir, no quiso enmascarar en ningún momento su vivencia para que quedara bonito su ateísmo.

 

AM: Y eso es maravilloso: poder sincerarse al nivel más profundo de las convicciones por las cuales uno sostiene su propia vida y sus decisiones. En ese sentido creo que tenemos mucho por aprender.

 

GL: En ese sentido yo creo que ellos nos traen lecciones muy profundas (que yo creo, vienen de Dios. Claro: no se lo puedo decir a ellos)

 

            Hay una expresión muy linda en una de las Encíclicas del Concilio Vaticano II que habla de las “semillas del reino”: la Iglesia visualiza con claridad estas semillas, este mensaje maravilloso del Evangelio, quizá no fructificando como tales: como cristianas, como evangélicas. Y a veces pienso que nosotros los cristianos podemos llegar a hacer un uso abusivo de eso. Por ejemplo, cuando recién dije ‘creo que son mensajeros de Dios para nosotros’, creo hice un uso abusivo, porque me empecino en que todo encaje en el plan de Dios.

 

AM: admiro a las personas que , como Saramago, con tanta sinceridad y coherencia, progresando o no en su vida, han podido expresar lo que a muchos nos cuesta decir desde la situación personal de cada uno. “Yo estoy comprometido hasta el final de mis días con la vida, y me esfuerzo por transformar las cosas. Y para ello, no tengo más remedio que hacer lo que hago y decir lo que soy” Saramago1994. Una persona creyente en aquello que reconoce como propio suyo, como un aporte específico para la sociedad en que se mueve, y con una gran honestidad, apostando por la vida y la transformación de la sociedad. Saramago, aún confesándose ateo, y en algunos casos agresivo ya sea en sus novelas, ya sea en sus declaraciones particularmente con la tradición cristiana católica, sin embargo, está convencido de los valores que animan sus propias decisiones.

 

GL: En la modernidad ¿qué valores con los que poder hacer puente los cristianos encontrás vos?

 

AM: un valor muy sostenido desde siglos y que ha obtenido carta de ciudadanía es el valor de la libertad. Me parece que es un ‘no negociable’ también hoy en nuestra experiencia religiosa. Si nuestra experiencia religiosa no es un canto a la libertad, si no es un fruto maduro de una decisión en libertad, se traiciona su autenticidad. Creo que ahí hay un puente vinculante, un hilo conductor común muy rico. El propio Saramago dice en una oportunidad “Sería más cómodo creer en Dios, pero escogí el lugar de la incomodidad”. En él, la incredulidad religiosa es una decisión de libertad: ‘escogió’ serlo. Y en este sentido, tal vez nosotros debemos volver a nuestra razón de credulidad. Si es solo porque formamos parte de una tradición –que es importantísima e indiscutible- me pregunto si hoy la hemos interiorizado hasta lo más hondo de nuestras convicciones. En ese sentido advierto que no solo tenemos que aprender, sino también apropiarnos de ella y reconocerla para que en definitiva sea mas auténtica nuestra confesión religiosa.

 

GL: pienso que como consecuencia de la honestidad, de este encontrarse en la ‘incomodidad’ de la in-creencia, o en la desnudez de la solitariedad de pensar la vida o la existencia sin Dios, frecuentemente las personas que viven su in-creencia hasta el fondo son más humildes.

 

AM: en el centro de la experiencia religiosa, aún de aquellos que no la confiesan como tal, el reconocimiento de la propia verdad, y en ella tal vez desde la experiencia religiosa, de la presencia de Dios. Si estamos desvinculados de ese aspecto tan constitutivo como lo es la humildad, fácilmente distorsionamos la experiencia religiosa haciéndonos mucho daño. La soberbia con que a veces afirmamos cosas es suicida y homicida.

 

Participan los oyentes:

– He podido observar que entre los creyentes y los no creyentes hay una especie de prejuicio mutuo, y en lo que nos compete, creo que muchas veces tiene que ver con la imagen de Dios que nosotros transmitimos

 

– Para mí sería mucho más cómodo dejar la Iglesia ya que me separé hace 5 años para formar una nueva pareja, y el sentimiento de pecado no me deja vivir en paz y me atormenta en cada misa

GL: No sé si se trata de dejar la Iglesia. Ceo que se trata del sentimiento de sanidad personal

AM: Son situaciones muy complejas que tienen que ver con la biografía y la manera con que se ha vinculado la institución religiosa con ella misma, con su situación y con las situaciones similares a ella. Y también la Iglesia tiene mucho que revisar y reflexionar al respecto

-¿No hay que defender la religión con uñas y dientes?

AM: Yo no creo que sea la mejor metáfora plantearlo en términos de combate, porque este escenario no predispone para el diálogo y para el encuentro. En todo caso sí la confrontación respetuosa y no recíprocamente destructiva y buscando el mejor mundo posible para las partes en cuestión, en este caso, para las personas con quienes nos encontramos. Si tiene que ver con la necesidad de auto afirmar la propia identidad, es saludable estar afirmándose en base al testimonio.

 

GL: a lo largo del programa, el Padre y yo hemos ido encontrando en los no creyentes valores que admiramos, agradecemos, de los cuales aprendemos. Hablamos de la humildad, de la cual los científicos nos han dado lecciones muy profundas: la humildad de tolerar la duda, cosa que nosotros muchas veces no hacemos. Muchas veces el pensamiento religioso quiere hallar respuestas para todo, todo, todo, y se convierte como en un totalitarismo.

 

AM: Creo que en la experiencia religiosa tendemos a buscar más respuestas y no a soportar las preguntas y las dudas que las generan. Recuerdo siempre una frase de un profesor que nos decía ”CREER ES ESTAR DISPUESTO A SOPORTAR DUDAS”. Y creo que es así: son las razones por las cuales uno sigue buscando. Es lo que San Agustín nos dice cuando afirma “mi corazón estará inquieto hasta que no descanse en Ti”. Esta inquietud, esta ‘incomodidad’ como diría Saramago, por encontrar alguna posible respuesta a esas preguntas.

 

Lo que yo comparto mucho con los no creyentes es la búsqueda del bien común

GL: Quizá el hecho de imaginar la vida sin un Dios que nos socorra, a veces hace del no creyente una persona más entrañablemente solidaria. No porque el creyente no lo sea, sino que en el no creyente la experiencia es de “solo contamos vos y yo”

 

AM: es así. Porque si hay algo que define constitutivamente, que está en la médula, en la sangre del cristianismo –como también de otras confesiones religiosas- es la solidaridad. Esto de que la solidaridad surja espontáneo en los no creyentes es también para nosotros una lección y una fuente de inspiración. En ese sentido nuestra sociedad necesita el rescate de una profunda convicción de solidaridad, en nuestro caso en razón de que creemos que en la realidad misma late el corazón de Dios, y en los no creyentes vemos que la solidaridad surge por otras razones.

 

AM: Reconozco, para terminar, que hay muchos más valores y sentimientos y convicciones con aquellos que tal vez no compartan con nosotros la propia experiencia religiosa, la inserción en una determinada tradición religiosa. Y entre esos valores, el del compromiso por el bien de los demás, el esfuerzo por mejorar el mundo inmediato y también el más distante, la actitud crítica frente a muchas cosas que suceden y que nos parece que no debieran deber sucediendo. Me parece que en eso nos unimos muy bien aún con aquellos que desde otro paradigma, desde otro punto de vista, desde otro posicionamiento, tampoco aceptan obsecuentemente las cosas como son, y por otra parte el reconocimiento de que estamos parados en hombros de gigantes. No empieza todo con nosotros. En ese sentido, he conocido algunas personas no creyentes muy convencidas de que heredan recordando a sus precedentes, valores a los que no quieren renunciar. Creo que en eso tenemos mucho para aprender también.

 

GL: Yo encuentro en el ámbito de la praxis dos grandes espacios donde verdaderamente nos hermanamos más allá de las diferencias de credos religiosos. Uno es el ámbito intelectual, y específicamente hablo del ámbito de la teología. Cuando escucho a los teólogos, es impresionante la marca de tolerancia, de amplitud, de humildad que deja con el mundo no creyente, con qué respeto, con qué mutua reverencia se leen. El ámbito de reflexión, que sería como un decir cómo comparten teólogos creyentes y filósofos no creyentes (como Saramago) incluso la angustia que generan algunas preguntas. El otro ámbito es el de la ayuda al desprotegido y al abandonado. Ahí ya no hay tiempo para debatir demasiado, porque verdaderamente hombro con hombro, nos tenemos que unir para cargar sobre nuestros hombros a los frágiles, a los débiles, a los excluidos, y ahí encontramos personas religiosas, ateas, en un vínculo donde hay hermandad realmente entrañable. Son dos ámbitos donde hay que mirar, porque hay que copiar, porque creo que allí Dios está dando un mensaje de unidad al mundo.

 

AM: Adhiero a lo que decís y creo que allí se hace urgente en cualquier ámbito donde nos movamos reaccionar diligentemente al clamor de la reflexión que nos permite abrir la mente y el corazón, dejarse enriquecer por tantos aún no creyentes. Y la urgencia más allá de los argumentos, es la propia realidad sobre todo de los más desprotegidos.

 

GL: Gracias Padre Alejandro.

 

Particularmente y personalmente no estoy muy de acuerdo con esto que citaba el Padre de Saramago de que “los ateos somos las personas más tolerantes del mundo” . Mi experiencia, mi vivencia no es de que el no creyente, el ateo, sea una persona de lo más tolerante. Y por momento diría yo que tiene expresiones abiertamente agresivas y persecutorias hacia el creyente y hacia las instituciones. Esto se da por ejemplo en el ámbito universitario: se dan actitudes muy persecutorias hacia los intelectuales creyentes. Es cierto que a veces uno puede encontrar razones que pasan inadvertidas para los creyentes, o comportamientos que originan este tipo de reacciones. Venimos de una época de muchos siglos de cristiandad y nos resulta muy natural, porque nuestra cultura es católica, hablar, compartir, decir, afirmar dogmáticamente expresiones religiosas que molestan en entornos que no son creyentes. Y no lo hacemos con mala intención sino con la inercia hemos vivido, imaginando que todo el mundo comparte los mismos valores y criterios. Hoy eso se acabó, y hay quienes dicen que no vuelve más. Y nos cuesta todavía adaptarnos y darnos cuenta que vivimos en un mundo plural. Eso puede ser una explicación a veces a ciertas actitudes persecutorias, agresivas. Y habría mucho más para justificar esas actitudes. Pero que están, están. Y entonces son una invitación a crecer en la tolerancia y respeto mutuo, así como somos.

 De hecho, si avanzamos en una avenida cuando el semáforo está en verde, es porque de alguna manera creemos que los que vienen por la calle lateral van a parar. Es imposible vivir sin creer. La confianza, la fe en lo que no vemos, en lo invisible, y en lo que no sabemos que va a venir, es el motor continuo, permanente que nos hace caminar hacia delante. De lo contrario viviríamos paralizados. Es mucho mas lo que desconocemos, lo que no vemos (creemos que mañana va a salir el sol ¿alguien tiene alguna evidencia de eso? Nadie. Sin embargo lo creemos). De manera que la creencia es algo casi constitutivo de la vida misma y es algo que le da importancia. ¿qué tal si empezamos a encontrar las fuentes, las cosas en común y nos ponemos de acuerdo para construir un mundo de creencias donde todos, todos, todos, tengamos un lugar?

Creo que estamos llamados a enriquecernos mutuamente sin pretender llevar a nadie a la orilla del otro

 

Sí, yo sí creo en Ti. yo sí creo en Ti. Jesús

Yo te puedo ver tocar y sentir
Cuando te busqué estabas ahí

Siempre que gocé, siempre que sufrí

Creo en ese amor del que Tú me hablas

Yo sí creo en ti porque estás aquí, porque estás en mí.

Porque cada día te puedo sentir, en la belleza te puedo sentir

En la alegría y en la tristeza, En mi familia, en mi existencia

Porque viviste para enseñarnos que solo se ama sin nada a cambio

Creo en ese amor del que Tú me hablas

Yo sí creo en Ti porque estás aquí porque estás en mi

Letra Y MÚsica. Rafa Almarcha