22/03/2022 – En “Pensar la fe en el cambio de época”, el padre Gerardo Ramos, de los Padres del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram habló de la piedad popular, las propuestas celebrativas y los encuentros personales que se dan en los santuarios. “Hace 11 años que sirvo pastoralmente en el santuario de la Virgen de Luján. Este santuario ofrece espacios donde se convoca a personas que llegan desde lugares diversos. Estas personas se organizan en el año para pasar por este lugar de gracia, es algo notable. Hay peregrinaciones diocesanas, personas que están atravesando por una enfermedad y han hecho alguna promesa, pero lo destacable es muy variada. Algo que es muy característico son los bautismos, que son muchísimos cada año, o la bendición de llaves de vehículos o de casas”, introdujo Ramos.
“El peregrino tiene conciencia creyente y termina haciendo propósitos de cambio de vida. Es un resumen simbólico de la peregrinación de la vida terrenal hacia el encuentro celestial con Dios. El Santuario constituye sobre todo la memoria viva de la iniciativa con que Dios nos amó primero: evoca siempre un encuentro fundante, acompaña la fe del peregrino a lo largo de su vida, y lo invita a seguir ahondando en su experiencia de vinculación agradecida con Dios que le salió al paso. El encuentro fundante que da lugar al santuario es narrado y celebrado periódica y festivamente porque remite al origen, a esa primera experiencia de fe y reconciliación que sigue posibilitando otras experiencias análogas, y que en muchos casos constituye la perspectiva última de auto comprensión colectiva de un determinado pueblo”, acotó el sacerdote y teólogo.
“En la gran ciudad, el santuario concentra posibilidades para un itinerario mistagógico, que comienza por el mismo hecho de ofrecer un espacio de silencio. El silencio recompone en cuanto posibilita una escucha profunda que unifica y eleva a lo mejor de sí misma a la persona disgregada, dispersa y como desparramada por la vida. Por eso, el silencio deja en paz y contento: los gruesos muros de templos antiguos aíslan del bullicio propio de la urbe. El silencio ofrece tiempo y espacio de oración, personal o comunitario, eucarístico y contemplativo, adecuado a las posibilidades reales de cada creyente, en medio del fárrago y el vértigo. En esta perspectiva, muchos templos del microcentro de grandes ciudades pueden revestir cierto carácter de santuarios. En Luján se estima que dos millones de personas pasan por él cada año”, sostuvo Gerardo.
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