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La gracia de la serenidad
lunes, 28 de mayo de 2007
Estos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero.
Apocalipsis 7, 14
En los tiempos complicados y difíciles, donde parece que se ciernen sombras sobre nuestra existencia, desde distintos lados, la noche va ganando el corazón y la angustia parece ser el pan que se nos convida para el alimento cotidiano.
Es bueno salir de ese lugar y permanecer sereno para alimentarnos del gozo, de la alegría y de la paz con la que Dios quiere que vivan los hijos de Dios, sus hijos, en esta tierra, mientras peregrinamos a la patria donde definitivamente la felicidad y el gozo serán para siempre,
el cielo
, que Dios quiere anticipar aquí y ahora, en lo nuestro de todos los días.
El don de la serenidad, la gracia de permanecer serenos en medio de las dificultades, nos permite justamente ir encontrando ese alimento de alegría, de felicidad, y trastocarlo o cambiarlo por el alimento que nos trae la noche, por la oscuridad que se cierne sobre el corazón que es la oscuridad de la angustia, de la tristeza y de la desesperación.
Serenos, tranquilos.
“Dame serenidad Señor, para aceptar las cosas que yo no puedo cambiar”
, serenidad para aceptar, pero también dame valor, valentía, empuje y entusiasmo para poder cambiar las que puedo cambiar, y dame la sabiduría que hace falta para discernir entre lo que puedo y lo que no puedo.
Sabiduría que me de la posibilidad de saber que debo afrontar y que debo resistir.
La gracia de discernimiento y de sabiduría, sostenida en la serenidad, es la que nos permite, en la oscuridad, estar alegres y contentos.
La noche se puede pasar feliz cuando se la comparte en un espíritu en paz y de alegría, es noche y no es día pero se lo puede vivir como Dios quiere que la vivamos, en permanente consolación, sin los aprietos y los apuros en los que nos ponen las tribulaciones cuando nos hacen dar pasos más allá de los que de verdad podemos dar.
Por eso pedimos
sabiduría en medio de la serenidad
. Este valor que se va perdiendo en el camino de todos los días, cuando golpean la puerta los
“dale, apurate, no ves que no llegas”
, es tiempo de meterle otro cambio al camino, salí de esa situación de somnolencia, que nos quiere robar lo que hemos conquistado, en esos días donde hemos recuperado la fuerza y la serenidad para iniciar una nueva jornada y una nueva semana.
Despacio, tranquilo.
Napoleón solía decir:
“Vamos despacio que estamos apurados”
cuando lo preparaban para el combate.
Nada mejor que saber encontrar un tiempo para la calma en los momentos de mayor aprieto, de mayor apuro.
El mal espíritu tiene esta característica, dice Ignacio de Loyola, es un espíritu ansioso, apurado, y claro, cuando uno se apura lo mas fácil es que se equivoque.
Nos pasa cuando hacemos la comida, cuando apuramos la comida le ponemos más fuego y se nos quema, así pasa también en la vida, lo comprobamos cuando decimos que al asado la mejor forma de llevarlo es a fuego lento, que se vaya haciendo con tiempo.
Así, las cosas, cuando las vamos llevando con tiempo, producen verdadero fruto.
Decíamos el otro día que depende como tengamos ubicada la vida, vamos a poder administrar los recursos que tenemos.
Es distinto correr una carrera de cien metros o correr una carrera de fondo, ya vida es una carrera de fondo. Es una maratón con postas de descanso, de reposo, no es una carrera de cien metros en donde tenemos que poner todo aquí y ahora porque se termina, porque ya no hay más tiempo, no, la vida es una carrera de fondo donde cada oportunidad que se nos ofrece es una posibilidad de encontrar verdaderamente alegría y felicidad.
Aún en los momentos más duros, en los más difíciles, en las tribulaciones, nos encontramos siempre, dice Ignacio de Loyola, con la gracia suficiente para salir airosos.
Aún cuando estemos en situaciones complicadas, aún cuando estemos en un estado de gracia no favorable para nosotros, Dios siempre nos da la gracia suficiente para seguir adelante.
Dios es fiel, el sí es fiel.
Tenemos todo para seguir adelante en paz, en gozo, en alegría, y encontrar en cada rincón de nuestra existencia lo que nos hace falta para degustar la vida como Dios quiere que la degusten sus hijos: anticipando el cielo, que es felicidad para siempre.
Para eso es menester contar con un espíritu sereno.
No es el espíritu que alienta este mundo loco, el que busca apurar todos los tiempos y hacerlo todo tan automático que nada se disfruta, ni se termina por gustar por el apuro que tenemos, hasta que nos damos cuenta de que nadie nos corre, y entonces se puede bajar un cambio, aún cuando las cosas complicadas que tenemos entre las manos nos estén exigiendo definiciones.
Las definiciones importantes hay que tomarlas justamente en momentos de serenidad, en momentos de consolaciones, porque en el apuro, en la tribulación, o en medio de la ansiedad, lo más fácil es que a las decisiones importantes las volvamos en contra de lo que debía haber elegido.
Tranquilo, sereno.
Un corazón pacífico es un corazón que ve debajo del agua, es como el agua del río o del mar, cuando está serenito se ve hasta el fondo, y así también es nuestra vida, cuando está serena, pacificada, podemos ver hasta el fondo y ahí podemos descubrir realmente que es lo que conviene hacer y que no conviene hacer.
A río revuelto ganancia del pescador, es un dicho antiguo pero sirve para darnos cuenta que en medio del revoltijo lo más fácil es que le erremos, pasa cuando vas en la ruta y te encontrás allí con la entrada a una ciudad y cuando le erraste al primer nudo vial tenés que volver kilómetros para atrás para encontrar cual era el nudo por donde debías enganchar para salir al lugar que debías. Si vas despacio, sobre el carril desde donde podés reconocer mas fácilmente los carteles que te indican por donde tenés que doblar, lo más seguro es que no te equivoques, en cambio si vas rápido, lo más seguro es que te equivoques.
Cuando no se conocen los caminos hay que ir a un paso en el que uno pueda ir aprendiendo a encontrar las señales que nos indican los comos y los por donde.
Realmente asombraba, en la figura de Juan XXIII, la serenidad, la calma y la pachorra, era sereno, pero tomaba decisiones que afectaron la vida de la Iglesia para los próximos 200 años, 150 años, 100 años, decía Juan Pablo II: “debe llevar la Iglesia hacia adelante para poder ver concretado las transformaciones hondas, profundas, que ha introducido dentro de su esquema de funcionamiento el Concilio Vaticano II”.
Juan XXIII tenía una claridad increíble sobre esto y supo descubrir que era un tiempo del Espíritu, y que por lo tanto no podría uno apurarse de cualquier modo, en octubre de 1962 parecía que el Concilio Vaticano II se venía abajo, cuando la mayoría de los Obispos del centro de Europa y del Tercer Mundo rechazaron el esquema preparado por la curia romana y los prelados más conservadores para llevarlo adelante.
Si se votaba en contra no podía seguirse adelante.
La situación era bastante desconcertante porque el número de votos contra el esquema superaba la mitad, pero no alcanzaba los dos tercios, con lo que se podría decir que se continuaba con aquél esquema un tanto conservador propuesto por la curia romana, pero sin el consenso necesario.
Juan XXIII debía aparecer en la sala conciliar para dar inauguración a esta etapa, y sólo la intervención de él podría modificar el reglamento y podía hacer salir de atasco en el que se encontraba, a este concilio ecuménico que marcaba un hito por su modo, por su estilo, por su propuesta.
Y Juan XXIII tomó una pausa, aquella tarde, el secretario del papa llamó por teléfono al colegio Pío Latino, para decir que aunque el pontífice tenía señalado el día siguiente para ir a inaugurarlo, como aquella tarde hacía un sol precioso, le apetecía darse un paseo.
Tomó estado público, había algo importante para decidir que marcaba el rumbo de la Iglesia, la cosa estaba complicada y el Papa dice que él, como el día está lindo, va a salir a pasear.
Tiene que tomar una decisión más que importante y para eso se va a dar un paseo.
Eso es sabiduría, sabe que lo están apurando y él le lleva la contra al apuro, se dedica a encontrar la forma de sosegar su espíritu, y desde ese lugar, como pastor, buscar los caminos que se abren por delante.
Dice Martín Descalzo:
“Yo estuve allí, recuerdo que el papa hizo la homilía más hermosa que jamás escuché, y que en ella nos recitó de memoria una preciosa oración a la Virgen que el podía rezar siempre como niño”
, la cosa estaba complicada y el recitaba como rezaba desde niño a la Virgen.
“El Papa estaba feliz, no dejó de sonreír ni un sólo momento”
.
A la tarde de aquella mañana tenía que abrir la sesión, y la abrió, pero a Pío Latino le avisó que no iba y que tenía que tomarse un día de sol.
En realidad estaba buscando serenar el corazón, recuperar aquello que hay que recuperar cuando los pensamientos te agolpan, los espíritus te aprietan y todo se acelera para ir más rápido de lo que uno puede dar. Recuperar las cosas que como niños nos hicieron vivir en la frescura y en la confianza.
Descalzo dice que a él le dio mucha bronca aquel momento de comienzo del Concilio, sabiendo como venía la mano, de grupos enfrentados, y este hombre tomando sol por algún camino de los jardines del vaticano y sin asumir una responsabilidad o un compromiso que tenía en el Pío Latino, pero cambié rápidamente no sólo por el amor y el cariño que tenía por Juan XXIII, decía Descalzo, sino porque aquel cariño y afecto estaba justificado por esa serenidad que nunca perdía y esa sabiduría que siempre lo acompañaba.
Después de aquella homilía y después de verlo tan feliz, él decidió crear una comisión mixta que reelaborara el esquema inicial con el que se abría el Concilio Vaticano II.
Se revisó el esquema primero que no tenía consenso y se elaboró un nuevo esquema, por una comisión mixta, que buscara en el diálogo la forma de encontrar salida a lo que enfrentaba a distintos grupos dentro de la misma Iglesia.
Por eso Juan XXIII estaba contento, había encontrado una salida donde no había salida.
No es que le hizo bien la tarde de sol porque estaba más quemadito, al color lo tenía en el alma, al haber encontrado luz en medio de la oscuridad en la que había empezado a debatirse una lucha grande en medio de la Iglesia, frente a la aparición de un nuevo Pentecostés que abría caminos para ella.
Años más tarde, Juan XXIII publicó su
“Diario del Alma”
y ahí se pudieron entender muchas de las claves de su vida, descubrimos que a la serenidad la sacaba ante todo de lo más hondo de su corazón, en un contacto sobrenatural, pero también de su inteligencia humana, concretamente allí, en este libro, explicando Juan XXIII como es que iba construyendo este espíritu sereno, creó lo que después se conoció como el decálogo de la serenidad.
Estoy convencido, que en este espacio de la catequesis que compartimos nosotros, más que buenas ideas se comunica un determinado espíritu.
Te invito a que salgas de ese lugar en donde, posiblemente, el mal espíritu quiera conducirte a querer retenerlo todo, racionalizarlo, guardarlo, y más bien dejate conducir, dentro de las buenas ideas que aquí puedan ir surgiendo, y el espíritu nos pueda ir regalando, por el espíritu que nos acompaña, por la Gracia.
La Gracia es más que una idea, la Gracia es más que alguna palabra, que algún texto musical, la Gracia que Dios da hoy es la gracia de la serenidad, la calma de los tiempos que hay que tomarse para definir las cosas importantes, de hacer pie cuando hay tormenta, de saber ponerle las ancas a la tormenta, como lo hacen los caballos, y hasta que no pasa no dejan de ponerle el traste.
Démosle la espalda a la tormenta como hacen los equinos.
Nosotros queremos recibir aquí, más que buenas ideas, buenos conceptos, buenas historias, una Gracia que, si bien se reviste de algunas ideas, algunos conceptos, algunas buenas razones e historias, este don de Gracia que Dios nos comunica, a través de esta persona tan particular que es Juan XXIII, el papa bueno.
La bondad viene a veces regalada, pero como todo regalo que recibimos, hay que trabajarla en el corazón, conquistarla, y para que produzca mucho fruto hay que saberla elaborar, trabajar, dar vuelta la tierra. La bondad natural que había en el corazón de Juan XXIII, se traducía en actitudes muy trabajadas dentro suyo cuando era muy joven y que después se reflejaron cuando escribía el
“Diario del alma”
. Recibamos la Gracia de este decálogo de la serenidad para estos tiempos difíciles.
“Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente al día, sin querer resolver los problemas de mi vida todos de una vez. A cada día, dice la Palabra, le basta con su propio afán.
Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto. Cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé criticar ni disciplinar a nadie sino a mí mismo. No quieras sacar del ojo de tu hermano la paja que hay en el sino fíjate que en el tuyo puede haber una viga. No te apures en la crítica antes aprende a descubrirte y a conocerte a vos mismo, a vos misma.
Sólo por hoy seré feliz en la certeza que he sido creado en la felicidad, no sólo en el otro mundo sino en éste también. Y yo agrego, desde la Palabra, esta expresión: El Reino de los cielos ya está con ustedes. Y en qué consiste este Reino de los cielos, en alegría, paz y gozo en el Espíritu Santo.
Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos. Cuando Jesús sale al encuentro de los que debe rescatar no tiene miramientos en sentarse a comer con ellos aunque lo critiquen. Cuando uno se hace a las circunstancias para transformarlas debe aprender a dialogar con, como decía Anselm Grüm, los perros que ladran y que quieren en principio asustarnos. Debemos aprender su lenguaje. Para transformar el mundo de hoy hay que aprender el lenguaje del mundo, para hablar con ese mismo lenguaje con el sentido nuevo que el espíritu pone en nosotros.
Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias.
Sólo por hoy dedicaré diez minutos a una buena lectura, recordando que como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así, la buena lectura es necesaria para la vida del alma. El que escucha la Palabra y la pone en práctica, dice Jesús, es como uno edifica, o reconstruye su casa sobre roca, sobre tierra firme.
Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie. Que no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda. Lo que hagamos, hagámoslo en el silencio, con caridad, pero en el silencio, de corazón. El Dios en el que nosotros creemos ve en lo secreto.
Sólo por hoy, haré por los menos una cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis sentimientos procuraré que nadie se entere. Si un enemigo tuyo te pide que le des el mando, dale también la túnica, dice Jesús. Y si te golpea una mejilla muéstrale también la otra. No es que está invitando el Señor a la desvalorización de nosotros mismos, sino a que sepamos a amar también a los que no nos quieren bien. Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y nosotros somos testigos de este Padre de la bondad y de este sol que brilla en nuestro corazón. Si es así no tengamos miedo a este sacrificio de amor también para con aquellos que en principio nos agreden y hieren nuestros sentimientos.
Sólo por hoy, me haré un programa detallado, quizá no lo cumpla, pero lo redactaré y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión. Son los dos extremos que nos quieren hacer salir del presente porque hoy es el día que hizo el Señor. Hoy es el día de la salvación, ayer pasó, mañana no lo conocemos. Hoy es el día de gracia, hoy es el día de la salvación.
Sólo por hoy creeré firmemente aunque las circunstancias demuestren lo contrario. Que la buena providencia de Dios se ocupe de mí como si nadie más existiera en el mundo. Mira los pájaros del cielo, como dice la Palabra, mira las aves, mira las flores del campo. Los pájaros del cielo no tienen granero y se alimentan todos los días. Las flores del campo se revisten de un colorido que ni salomón en su esplendor fue revestido con tanta belleza, dice Jesús en su Palabra. ¿Cuánto más vales vos, valgo yo a los ojos de Dios como para andar preocupados por qué vamos a comer, con qué nos vamos a vestir? Entreguémonos a su amor providente.
Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad. Es la experiencia de los discípulos ante Jesús resucitado. Qué belleza tan particularmente cierta con la que Dios se manifestaba en medio de ellos y cómo Dios, en la persona de Jesús, los invitaba a no escapar a la belleza, al contrario, los invitaba a gozarla. “No soy yo un fantasma, soy yo mismo, soy de carne y hueso. Es una belleza concreta, no tengas miedo de disfrutarla y de gozarla, aprende a gozar, aprende a disfrutar, a gustar de la vida. Sólo por hoy.”
La serenidad nos hace mantener un estado de ánimo apacible y sosegado, que en las circunstancias más complicadas y más adversas, podemos estar sin exaltarnos, sin deprimirnos, encontrando en lo concreto de todos los días la respuesta, desde una reflexión detenida y cuidadosa, sin engrandecer y sin tampoco minimizar los problemas, sino dándoles la medida justa.
La serenidad nos permite dar en el centro. Cuando vos tenés que hacer algún movimiento de precisión, que son esos que nos invitan a dar en lo justo, en lo que tenemos que hacer, no te puede temblar el pulso, pero el pulso nos tiembla cuando las cosas que tenemos por hacer las afrontamos con un cierto grado de temor o apuro.
Cuando las dificultades nos aquejan o nos vienen una tras otra, tenemos la primera tentación de desesperarnos, de sentirnos tristes, de ponernos un poco irritables, o en todo caso desganados o de sentirnos en un callejón sin salida.
A simple vista el valor de la serenidad podría dejarse sólo para las personas que tienen pocos problemas, y en realidad arraiga en el corazón de los que tienen muchos problemas.
Cuando uno ve una persona serena, no es que no tenga problemas, es que sabe como pararse frente a los problemas. Por ahí con cierta ligereza decimos que a éste o a aquella les resbala la vida, pero no te apures con ese juicio, suele ser gente que ha sobrellevado muchas cargas en su espalda y en su corazón, y ha sabido pararse frente a los conflictos con un ánimo sereno para encontrar respuesta donde aparentemente no la había.
Para poder mejorar nuestra serenidad, lo primero que tenemos que hacer es tomar conciencia de algunas realidades que nos impiden desarrollar este valor con eficacia, no podemos abandonar nuestras ocupaciones habituales y escaparnos a algún lugar lejano para meditar con tranquilidad, dejarnos arrastrar por la tristeza, trabajar con menos intensidad o esperar a que alguien tome nuestro problema en sus manos y lo resuelva.
Cuando uno está pasando por un momento malo se iría a algún lado, pero la realidad es que no hay lugar que haga real el irse, el evadirse, y entonces no vale la pena dejarse ir por ese lugar a donde “me iría”, porque es aquí y ahora donde tengo que aprender a permanecer.
Toda dificultad es más difícil que las anteriores, es como una bola de nieve que se va haciendo un alud con el tiempo, es necesario tomarse un tiempo para… como decía San Ignacio.
En tiempo de desolación, cuando el corazón está triste, agobiado, angustiado o en crisis, no conviene tomar decisiones, hace falta encontrar un espíritu calmo y sereno para afrontar las cosas que sabemos que tienen que cambiar, porque así como vienen no pueden seguir.
El problema es que cuando se pasó la tormenta a veces nos enganchamos en la bonanza y nos olvidamos que hay cosas que verdaderamente no pueden seguir como estaban, nos empeñamos en encontrar la solución casi de manera simultánea al surgimiento del problema.
Yo he aprendido con el tiempo que cuando alguien me presenta un problema, digo: “déjame que lo piense”, por mi temperamento efusivo a veces no me ha ido bien cuando me he apurado en dar una respuesta.
Cuando a uno lo apuran, vale la pena decir “déjame que lo piense”, porque a lo mejor el otro está viendo lo que tiene que ser, no es que diga “déjame que lo piense para que después te diga que no”, sino “déjame que yo vea lo que vos ya has visto”, o “déjame que lo piense porque a lo mejor vos estas viendo algo que no corresponde a lo que me parece a mí que debería ser”, sobretodo cuando uno tiene la responsabilidad de conducir o de guiar.
A vos te pasa seguramente con tus hijos, que te piden un permiso fuera de lo previsto en la salida, y uno tiene que darse un tiempo para ver, el ver supone hablar con la mamá de la casa a donde van a la fiesta, quien los trae de vuelta, como está el ambiente donde van a encontrarse, todo esto más vale tomarse el tiempo y el cuidado necesario y no decir sí dale, para después no tener un problema mayor del que uno hubiera elegido.
El estado de tensión por el que pasamos hace que las palabras, las opiniones, las opciones y los pensamientos en los que entramos por el apuro, no nos lleven a algún lugar y aumenten la ansiedad, entonces perdemos tiempo, perdemos energía y buen humor.
Vamos despacio que estamos apurados.
Cuando te apuran metele un rebaje a la historia, como cuando uno va en el auto tranquilo, y suele ser en el tránsito el que te saca la tranquilidad, viene uno y te hace luces de atrás, y lo que uno tiene que hacer es decirle “pasá y no me hagas perder la calma que logré después de mucho pelearla”.
Esto que decimos del tránsito vehicular también podemos decirlo de la vida, si hay alguien que está más apurado y tiene con que justificar su apuro, correte y que pase, vos andá al ritmo que sabes que tenés que ir, tu ritmo es el que vos tenés, lento o apurado, es el tuyo.
¿Cómo se descubre que es tu ritmo?, cuando tus tiempos, por más que parezcan veloces o lentos, van al ritmo de lo que en el corazón vos encontrás como paz, como alegría y como serenidad.
Con gusto vivís, sin estar desarmonizado.
No es que la gente tenga que ser pachorra para vivir mejor, ser sereno no es ser pachorro, es encontrar el propio ritmo y vivir según el.
Padre Javier Soteras
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