07/06/2022 – Compartimos la catequesis del día junto al padre Sebastián García, sacerdote del Congregación Sagrado Corazón de Jesús:
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Los que saben de cocina, dicen que el verdadero sentido de la sal es realzar el sabor de las comidas. Es decir, es un ingrediente más. Su función no es darle un sabor propio, sino realzar el sabor que tienen las cosas de por sí. Si se nos va la mano con la sal, además de enfermarnos, hacemos que la comida pierda su sabor verdadero. Va a tener gusto salado. De esta manera pienso en lo que nos dice Jesús: ya no se trata de que todas las cosas tengan un único, uniforme y hegemónico sabor, sino que cada cosa tenga el suyo en particular, realzado por la sal.
Nuestra misión de bautizados será entonces vivir de tal manera y de tal forma que podamos hacer un aporte desde el manantial de la originalidad que cada uno de nosotros somos para hacer que la realidad, la sociedad, el mudo, se realcen en su propia manera de ser y no que todo sea igual y uniforme. Ser sal de la tierra es poner la originalidad de cada uno de nosotros al servicio de los demás para hacer un aporte desde lo hondo de nuestra identidad y así dar sentido a las cosas.
Una tentación grande va a ser la de “salar todo” para que “todo tenga el mismo sabor”. Y la realidad es mucho más compleja. Por eso nuestras fuerzas tienen que estar puestas en vencer la tentación de uniformar las cosas, para que cada realidad sea lo que tiene que ser. ¡Claro que esto es más difícil! Pero en definitiva es lo que más vale la pena. Incluso en la Iglesia, no se trata de que todos pensemos igual; sí de que creamos de la misma manera. Ese es el verdadero desafío. Entonces podemos preguntarnos cuál es mi talento, mi don, mi originalidad, aquello que Dios ha puesto en mi vida para poner al servicio y no guardarme, de manera de hacer con ella algo cuestionable y que tenga un sentido radical.
De la misma manera, nosotros estamos llamados también a ser lámparas. Nosotros estamos llamados a brillar. Todos estamos llamados a brindar luz en medio de tanta cultura de la muerte. Esto nos desafía. Y nos desafía sanamente. Nos desafía porque nos invita justamente a ser luz. Es decir, es algo que nosotros lo recibimos por haber escuchado alguna vez la Buena Noticia de parte de Jesús e incorporarla en nuestra vida, hacerlo por convicción un sistema de vida permanente coherente con los valores del Evangelio y poder ponerla en práctica. De esa manera, viviendo como cristianos, dar testimonio de nuestra fe a una cultura y a un mundo que muchas veces no quiere saber nada de Dios o que no quiere saber nada del sentido de la vida o que bien vive en permanente autorreferencialidad, mirándose el ombligo y generando necesidades de consumo que no tenemos. Hoy más que nada estamos invitados nosotros a ser luz que refleje la luz de Jesús.
Entonces es mi misión también personal el de llevar esa luz a muchos hermanos que están privados de luz y también es mi misión comunitaria es, colectivamente, en Iglesia, vinculándome permanentemente con los demás y salir al encuentro de aquellas personas que más necesidad tienen en esta vida de recibir buenas noticias: sobre todo buenas noticias que tengan que ver con la salvación, con la liberación, con lo que nos trae Jesucristo; que es justamente un sentido definitivo y definitorio de nuestra vida.
Ser sal de la tierra y luz del mundo… linda invitación la de Jesús.