Hécate, la diosa de la noche

jueves, 26 de mayo de 2011
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1. Un diálogo entre las sombras

Anoche desperté envuelto en palpitaciones y sudor, avanzadas las horas de mayor oscuridad, una pesadilla vino a visitarme, buscándome. En medio de su brumosa atmósfera se encontraron las fronteras de dos mundos, el sueño y la vigilia, donde apareció –terrible- la imagen de una mujer que, con imponente y autoritaria voz, me dijo:

 “He llegado hasta tus sueños más oscuros y he entrado en ellos. Allí donde nacen tus miedos y angustias. Hasta aquí he venido, en el entrecruce interior de tus caminos. Mi nombre es Hécate. Soy la diosa de la noche, reina de los espíritus. Deambulo por cementerios y tumbas,  entre  umbrales  inhóspitos y desconocidos. Tengo siervos oscuros  y vivo entre la vida y la muerte. Soy la diosa de la luna y la reina hechicera de los fantasmas. Puedo evitar que el mal entre o salga. Me gusta merodear por los sepulcros, acompañada de una jauría de perros y otras fieles servidoras, divinidades de menor rango llamadas ninfas. Las que están bajo mi imperio son las ninfas del inframundo ya que también allí habito, en los dominios del dios del infierno, Hades y de su esposa Perséfone. Mis compañeras, las llamo “lámpades” porque tienen antorchas que usamos como lámparas en medio de la tenebrosa oscuridad. Estas luces que inspiran más terror que confianza han sido un regalo del dios de los dioses, Zeus. Yo nunca he estado en el Monte Olimpo de los dioses. Vivo en la oscuridad y en el submundo. También me encuentran en  zonas salvajes, bosques, murallas y puertas de las ciudades. Yo soy la ancestral Hécate, de la raza de esos dioses poderosos llamados “titanes”, la peregrina, la enemiga de la humanidad, la reina de los muertos”.

La voz de esa aparición era como un trueno. Sentí su mirada seca y oscura aunque no pude ver su rostro. La niebla del paisaje la cubría. Para que tuviera total convicción de su poder, prosiguió con su discurso y me dijo:

 “Soy una la diosa oscura desde el principio de los siglos. Dispenso mi poder y mando en las alturas resplandecientes del cielo, en las aguas profundas del mar y en los mudos llantos del infierno. Traspaso los diversos mundos, el de los vivos y el de los difuntos. Cruzo libremente de uno al otro lado. Entro y salgo. Estoy donde los caminos se cortan y hasta acompaño a los marineros a iniciar su viaje. Muchas veces mi imagen se encuentra donde se están los umbrales y fronteras. Allí me piden protección y ayuda. Todo lo que entra o sale de este mundo está a mi cuidado. También colaboro con las mujeres en los duros momentos del parto. Mis protegidos son los recién nacidos y los muertos, todos que viajan ya sea de una vida a otra o de un lugar a otro. Ayudo a los extraviados, los navegantes, los que se han perdido por alguna razón e incluso a los que ya no tienen razón, los locos. A todos ellos ampro. Algunos me ven y me temen. Otros no me ven nunca. Soy una anciana errante, protectora y dueña de todo lo que está a medio camino, de lo que no está o de, lo que está por venir a este mundo y lo que va a pasar de este mundo al otro. Algunos veneran mi imagen en las puertas de las ciudades y casas. Soy la diosa de las tierras salvajes y zonas inexploradas. La gente, temerosa de mi ira –la cual provoca pesadillas y demencia- deja frente a sus puertas – como ofrendas- corazones de pollo y un poco de miel. Algunos más devotos me hacen sacrificios de cachorros de perros, ovejas y, a veces, hasta me han sacrificado niños, realizando holocaustos para viajar con seguridad por territorios ignorados. También le rinden tributo al dios Hermes, el mensajero de los dioses y cuidador de las fronteras. Yo alejo los espíritus malignos y perturbadores. Soy la gobernadora suprema de las fronteras entre el mundo mortal y el de los espíritus, la que acaricio los largos y oscuros cabellos de la noche y converso con los muertos mientras se dirigen a su juicio final. Todos ellos, según sus méritos y pecados, siguen diferentes caminos. Soy una reina invencible. Presido las ceremonias de penitencia y purificación de las sombras para que pasen a la otra orilla limpias de sus malas acciones. Algunos que van al otro mundo me obsequian hojas del