La misión universal de los Apóstoles

miércoles, 8 de junio de 2011
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La misión universal de los Apóstoles

 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.  Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron.  Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.  Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,  y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo».

                                                                                                                                                             Palabra de Dios

 

No es menor el dato con el que empieza el texto: “los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado”. Galilea, región a la que Nazaret pertenecía, lugar de gestación, de maduración, de anuncio y camino.

Galilea es el lugar elegido para el reencuentro y la partida.

Allí el Hijo del Hombre, el Maestro de la Misericordia,  el Consolador de los afligidos, el Signo más alto de la Libertad, el Camino, la Verdad, la Vida, Jesús, Raboni, Mi Maestro convoca a sus hermanos más íntimos, aquellos que experimentaron como nadie la Misericordia, el Consuelo, la Verdad, la Vida. Esos mismos que encontraron en El, en sus Palabras y en sus Gestos un Camino Verdadero hacia la Libertad.

No es un encuentro más, es el último y por lo tanto se transforma en un momento cumbre, extraordinario, esencial.

Es demasiado importante lo que tiene para decirles: “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”, es trascendente para sus vidas lo que tiene para confiarles: “Vayan, entonces y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”, será muy precisa la propuesta que abrirá ante ellos, tan precisa que incluye el ¿Cómo?: “enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado”.

Mirando el corazón Maestro de Jesús y tratando de aprehender e incorporar sus palabras, podemos rescatar en estas tres expresiones tres claves de la práctica docente. Jesús habla de “estar”, habla de “ir y hacer” y habla de “enseñar”.

“Que tu mente esté donde esté tu cuerpo”, dicen los orientales. Para Jesús estar no es solamente un acto de presencia, es un acontecimiento que implica ver, oir, decir, callar, recibir, acompañar. Ser una existencia visible, presente y real para quien está construyendo la suya. Estar es ser alguien para la vida del otro y que ese otro sea alguien para la propia vida. ¿Cómo es nuestro estar en las aulas y en las escuelas? ¿Estamos realmente o sólo se percibe la presencia de un cuerpo mientras la mente navega en otros universos ideales, soñando y deseando cualquier otra cosa menos la realidad que nos circunda?

Este “estar” totalmente en el presente y en el lugar conlleva indefectiblemente a un “ir y hacer”. La vida del otro puede ser una amenaza, un obstáculo, una posibilidad, un desafío. Puede ser una hoja en blanco o puede ser un vidrio transparente. Puede ser un todo o una nada, puede ser un color o ser un conjunto de matices. Todo esto puede ser y mucho más. Pero lo que es seguro es que se tratará de un Misterio. En tanto misterio nunca podremos traducir con totalidad la vida del otro, nunca podremos afirmar: “Este alumno es así”, sólo podremos descubrir porciones de verdad en el marco de un misterio. Por esto la vida de nuestros alumnos será una puerta que se abre y que nos invita a ir y hacer, buscando apenas que ese misterio descubra su propia verdad.

La presencia total y real, la actitud de salir hacia el otro con las manos dispuestas para hacer establecen el marco y el sustento para lo más sagrado de nuestra tarea docente: Enseñar. ¿Enseñar qué? ¿Enseñar para qué? Me quedaría más bien con otra pregunta ¿Enseñar a qué? Y la respuesta puede estar en las mismas expresiones de Jesús: Enseñar a estar para poder ir y hacer.

Enseñar a estar en la vida para ir a su descubrimiento cotidiano y hacer posible el sueño de Dios sembrado en el corazón desde siempre.

Enseñar a estar en el mundo para ir a su encuentro y hacer el Reino cada día.  

En el modo de Jesús cuando se invita a la misión es absolutamente necesario hacer comunión con el origen. Ser discípulo implica no sólo seguirlo sino y sobre todo anunciarlo.

En la medida que nuestro magisterio docente se asiente en la experiencia de sabernos hermanos y seguidores de Jesús, nuestra práctica pedagógica podrá manifestar un claro estar abierto a la misión de hacer que todos los pueblos sean sus discípulos

                                                                                                                                                                  Fraternidad Raboni