17/08/2022 – Somos capaces de escribir derecho en renglones torcidos, dijo el Padre Javier Soteras, “el Señor nos quiere como instrumentos en su mano para servirlo”. ¿Dónde sentís que Dios te necesita para escribir la historia de Redención en un tiempo tan complejo? ¿Donde Dios viene a poner su mano, para cambiar el rumbo de tu historia y seas protagonista con él? Con esta invitación desandamos la Catequesis.
Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: ‘Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: ‘¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?’. Ellos les respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Entonces les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros’. Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada’. El propietario respondió a uno de ellos: ‘Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?’. Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos». San Mateo 20,1-16
Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: ‘Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: ‘¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?’. Ellos les respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Entonces les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros’. Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada’. El propietario respondió a uno de ellos: ‘Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?’. Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
San Mateo 20,1-16
Como dice San Juan Crisóstomo: el primer gran obrero es Dios. La obra de la creación aún no está terminada, porque Dios ha querido hacerla con cada uno de nosotros. No hay muchos maestros que tengan esa confianza como para dejar que sus discípulos terminen la obra, pero Dios sí.
Dios confia en nosotros para que completemos la obra que inició. Pero si quedamos librados a nosotros mismos, las consecuencias saltan a la vista: destruimos lo que Dios hizo. La situación de la Casa Común es el ejemplo más claro de lo que significa no mirar al hacedor principal, para constituirnos es destructores de la obra comenzada.
Somos obreros al servicio de Dios, bajo la guía de Jesús. Nuestra obras serán creativas si atendemos al proyecto de Dios. La Madre Teresa de Calcuta, respondiendo a un grupo de periodistas dijo: “Sabe, yo solo soy un pequeño lápiz en las manos de Dios, un Dios que va a escribir una carta de amor al mundo”.
El Papa Francisco nos acerca, en Evangelii Gaudium, una perspectiva sobre cómo hacer de nuestra participación en la construcción del Reino una colaboración para reescribir la historia.
“Algunas personas no nos entregamos a la misión porque creemos que nada puede cambiar”, dice el Papa Francisco. Por ejemplo, cuando pensamos en el proyecto de refundar la Patria y sabemos que va a llevar décadas, nosotros posiblemente no lo veamos, entonces podemos querer bajar los brazos pero con esa actitud no podemos ser misioneros.
Es cierto también, que en medio de las oscuridades vuelve a brotar algo nuevo, y eso tarde o temprano produce su fruto; en medio de las dificultades podemos ver la invitación de Dios a escribir derecho en renglones torcidos.
Cuando vemos la dificultad, el fracaso, la pequeñez humana nos duele profundamente; puede que nos venga una sensación de fracaso y sentimos que nuestro aporte no va a cambiar nada. Sin embargo, crece en nosotros la confianza en que los cambios son posibles. Si hacemos todo para mayor Gloria de Dios, todo esfuerzo, aunque nos parezca infructuoso, en Él termina por cambiar el rumbo de la historia.
El Reino de los cielos está presente en el mundo: como la semilla pequeña que puede convertirse en un gran árbol, como el puñado de levadura que fermenta en la masa y como la buena semilla que crece en medio de la cizaña.
Tenemos la certeza interior de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia. Esta certeza se llama “sentido de misterio”, dice el Papa Francisco. Es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor, seguramente va a ver fecundar la vida. Ahí está nuestra tozudez evangélica.
Uno sabe que su vida va a dar fruto, sin saber cómo ni cuándo, pero con la seguridad de que no se pierde absolutamente nada de lo que realizamos por amor; no se pierde ninguna preocupación sincera por los demás; no se pierde ningún acto de amor a Dios; no se pierde ningún cansancio generoso; no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vuelta por el mundo, como una fuerza de vida, invisible, imparable; nadie puede contra ella. Es Dios actuando contracorriente.
*Podés escuchar la Catequesis completa desde la barra de audio