Heracles y los arduos trabajos de la expiación

jueves, 30 de junio de 2011
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1.El camino del arrepentimiento y los trabajos para purificar la culpa

Allí donde se acaba la memoria de los siglos, surge el recuerdo imborrable de Heracles y sus hazañas. Su extraordinaria fuerza y coraje fueron sus principales atributos. Es también conocido como Hércules, el más célebre de los héroes hijo de Zeus y Alcmena, una reina mortal.

La diosa Hera, esposa de Zeus, siempre celosa de las amantes furtivas de su esposo, le tenía odio a Heracles porque era hijo de su esposo. Su mera existencia demostraba, al menos una, de las muchas infidelidades de su marido. Como venganza, Hera conspiraba -a menudo- contra la descendencia mortal de Zeus.

El enamoradizo Zeus, se fijó en Alcmena y la sedujo engañándola adoptando la figura y apariencia de su marido cuando él había dejado su hogar para ir a la guerra. Zeus, orgulloso de su hazaña, no ocultó lo que había hecho; al contrario, se jactaba -ante los otros dioses- de tal artimaña que tomaba como diversión. Hera, por supuesto, no tardó mucho en enterarse. Zeus entonces intentó calmar la ira de su esposa llamando al niño Heracles que significa “la Gloria de Hera”. La diosa no lo tomó como un cumplido, al contrario, lo consideró una afrenta y un insulto, una memoria perpetua de infidelidad.

En la noche en que nació el niño, Hera -conociendo que era fruto del adulterio de su marido- logró convencer a Zeus de que si –en verdad- era su hijo, prestara un juramento por el cual el niño que naciera aquella noche sería, en el futuro, un gran rey.

Para no contrariar la impaciencia de Hera, Zeus –casi molesto y sin demasiadas ganas- hizo tal juramento. En ese momento, Hera puso en movimiento su plan. Corrió entonces a la casa de Alcmena e hizo lo posible para atrasar su parto. Al mismo tiempo, provocó que el primo de Heracles, Euristeo naciese prematuramente, haciendo así que fuese rey en lugar del hijo de Zeus. Desde entonces comenzó una secreta rivalidad y competencia entre ambos. Nadie sospechaba la incidencia que esto tendría en el futuro.

Cuando Alcmena, a su vez, dio a luz, tuvo gemelos. Uno de los niños fue mortal, mientras que el otro –Heracles- fue un semidiós. Unos pocos meses después de su nacimiento, Hera envió dos serpientes para que matara al niño mientras dormía en su cuna. Ante la asechanza de este peligro, el pequeño demostró una característica, muy peculiar que lo singularizó por siempre. Tomó a cada serpiente con una sola mano y las mató estrangulándolas. Cuando su niñera fue a verlo, lo encontró jugando con los reptiles muertos. Desde entonces se convirtió en leyenda, destacándose por su fuerza extraordinaria.

Hay quienes afirman que la Vía Láctea se originó cuando Zeus engañó a Hera para que amamantase al infante, ya que se lo había dedicado. Ella, primero accedió, pero al descubrir quién era el niño, lo apartó -brusca y despreciativamente- de su pecho. Algunas gotas del vital alimento saltaron y formaron esa gran mancha luminosa que cruza el cielo y que puede verse, por las noches, desde entonces.

El tiempo estuvo a favor de Heracles quien creció sano y fuerte. Sin embargo, siempre estuvo hostigado por los ataques de la incisiva Hera. Le puso múltiples trabas en su vida. Todo estuvo más o menos bajo control hasta que Heracles tuvo, como primera esposa, a la princesa Mégara con la cual compartió tres hijos. Hera había jurado que Heracles jamás tendría una vida tranquila y que no conocería la felicidad. Por lo cual decidió, al menos temporalmente, volverlo loco porque sabía que –en ese estado de insanía temporal y ofuscada- su tremenda fuerza se desbocaría. Hera tomó entonces a los hijos de Heracles y les transformó la apariencia, haciéndoles adoptar la imagen de unos enemigos peligrosos que buscaban la muerte de Heracles, quien –no sabiendo que debajo de esa transformación de apariencias estaban sus hijos- peleó duramente con ellos, los atrapó y los arrojó al fuego que se usaba en la casa para contrarrestar el frío. La locura le impedía escuchar las súplicas de sus víctimas. Al morir, retornaron a sus cuerpos las apariencias de quienes verdaderamente eran: sus tres hijos.

Al darse cuenta que eran ellos, volvió en sí, la locura cesó y quedó totalmente confundido y devastado, preguntándose qué había sucedido. Al reconocer, por fin, el engaño del cual fue víctima, Heracles lleno de culpa y remordimiento, abandonó entristecido a su esposa porque ya no se sentía digno de estar con ella y se refugió solitario en las montañas, lleno de dolor y arrepentimiento, pensando en sus actos.

Fueron pasando los días y los meses en silencio. Retirado de todos, deseaba encontrarse con su propio silencio. Allí, en medio del desierto, apareció un día, Hermes, el mensajero de los dioses, el cual le comunicó que el famoso Oráculo de Delfos -en donde él era venerado, la primera sacerdotisa del Oráculo llamada Sibila- le exhortaba que, si deseaba expiar sus culpas y redimir sus delitos, los dioses sólo habían dispuesto un camino: el de la humillación. Tenía que servir como esclavo a quien más odiaba, a su primo y contrincante Euristeo, aquél que le había quitado el derecho a la corona al nacer debido a la instigación de la diosa Hera.

Euristeo era conocido por los signos de despotismo y maldad. Abusaba de su poder siendo rey. Heracles, si deseaba ser purificado, tenía que pasar por arduos trabajos que serían impuestos y comandados por el mismísimo Euristeo. Debía llevar a cabo diez trabajos que dispusiera, a su antojo, su primo y adversario. Se le impusieron diez trabajos forzados, casi terribles de llevar a cabo, los cuales –si los cumplía- le darían la gloria de héroe. Esas expiaciones eran sin derecho a protestar. Se las tomaba o se las dejaba. Su reivindicación dependía de eso.

Cuando le fueron concedidos y comunicados los trabajos no se le permitió entrar en el recinto del rey por temor a que se adueñase del poder o para hacerle sentir aún más su inferioridad de condiciones. Tampoco Euristeo se dejaba ver cuando estaba cerca Heracles, ya sea por cobardía o simplemente por desprecio, el rey se escondía y se limita a transmitirle las órdenes por mediación de un tercero. Estos trabajos tenían características muy peculiares, ya que constituían una transformación para el héroe y concluirían, si lograba el éxito en todos, en la posibilidad de acceder al Monte Olimpo de los dioses. La valentía y la sabiduría tendrían que guiarlo en este arduo camino venciendo todo los obstáculos.

Heracles llevó a cabo todos los trabajos con éxito- como ahora les contaré. Fue exitosa en cada una de las difíciles hazañas, aunque Hera, una vez más por despecho, le dijo a Euristeo que dos de los trabajos –el segundo y el quinto- estaban fallidos porque había recibido ayuda. Por lo cual, ordenó dos hazañas más, completando así un total de doce. Desde entonces, el número doce se ha considerado el dígito perfecto, el que simboliza la redención total y la purificación.

Heracles tenía que pasar por el completo número de trabajos que lo habilitarán a convertirse en un hombre de bien. La purificación lo rehabilitaría para llegar a ser un verdadero héroe, alguien que se ha superado a sí mismo, trascendiendo sus propios límites.

2. Enfrentarse con los monstruos: el león, la hidra, la cierva y el jabalí

El primer trabajo de Heracles que le impuso Euristeo, fue matar al terrible león de Nemea, un despiadado monstruo que vivía en la ciudad del mismo nombre donde aterrorizaba a la población. Era prácticamente invulnerable debido a su piel, impenetrable a las armas. Una enorme fiera, con un pellejo duro como el hierro, el bronce y la piedra. Heracles utilizó su arco, flecha, garrote y espada. Todo resultó inútil ya que se rompían en el grueso pelaje.

La guarida de la bestia gigante tenía dos entradas: Heracles acorraló al animal hasta que ingresó en ella. Clausuró una de las entradas y encerrándolo por la otra, lo atrapó y lo estranguló, metiéndole su brazo por la garganta hasta asfixiarlo. Una vez muerto el león, Heracles trató de quitarle la famosa piel. Intentó durante horas desollar al gran felino sin éxito. Todas sus armas resultaron inservibles. La diosa Atenea entonces, maestra de sabiduría, apareció –tomando la forma de una anciana- y le aconsejó que la más perfecta herramienta para cortar la piel del animal eran las propias garras del león y además el pelaje podía usarlo -no sólo como su trofeo- sino como armadura ya que tenía poderes para ser invulnerable. Desde entonces, Heracles se vistió con la impenetrable piel del león.

Al regresar intentó mostrar la piel del legendario león para que lo viera el rey Euristeo, pero éste, al observar el inmenso tamaño del pelaje, se asustó tanto que prohibió a Heracles volver a entrar a la ciudad y le ordenó que, en adelante, para los próximos trabajos, le mostrara la señal del éxito de sus hazañas desde afuera. Euristeo, por las dudas, mandó a sus herreros que le forjasen una gran tinaja de bronce, que escondió bajo tierra y en la que se refugiaba, cada vez que se anunciaba la llegada de su súbdito.

En el triunfo sobre el león, Heracles no sólo empleó la fuerza y la valentía sino, además, la inteligencia y la astucia. También nosotros, muchas veces, sentimos que hay una fiera dentro de nosotros. Salta nuestra agresión, enojo, ira, impaciencia, intolerancia y rabia. No se trata de ignorar o doblegar esos impulsos más primitivos, belicosos, provocadores y ofensivos. Hay que asumirlos y transformarlos.

No hay que dar cabida al ímpetu violento y a la pujanza bruta y descontrolada sino a una fortaleza sublimada, espiritualizada y armonizada con todos los otros impulsos, asumiendo los propios límites. Existe una fortaleza que nace de la debilidad que no es el vigor y la energía brusca sino aquella que ha asumido la propia vulnerabilidad y la ha transfigurado.

Lo que quedó del León -la verdadera piel poderosa- revistió a Heracles de una nueva fortaleza. No sirve endurecer la piel con los golpes de la vida sino encontrar un nuevo modo de enfrentar los embates.

En el Antiguo Testamento encontramos una historia similar cuando el profeta Daniel es enviado a la fosa de los leones por desobedecer el mandato del Rey Darío que había impuesto no reconocer, ni rezar a ningún otro dios que no fuera él. El profeta Daniel, en el exilio, es salvado de la fosa de los leones, por la intervención del Ángel del Señor, el cual lo libró de las temibles fieras (Cf. Dn 6, 8-29).

El segundo trabajo impuesto para Heracles fue matar la Hidra de Lerna, un despiadado monstruo acuático que vivía en el lago del mismo nombre. Tenía forma de serpiente policéfala, con siete cabezas y aliento venenoso. Hay quienes afirman que poseía muchas más de siete cabezas y que era hermana del León de Nemea. Llegando Heracles a una ciénaga, cercana al lago Lerna, cubrió su boca y nariz con una tela -a modo de máscara- para protegerse del hálito envenenado de la bestia y comenzó a disparar flechas al refugio donde habitaba la Hidra para obligarla a salir. Cuando se enfrentó a ella, lo hizo con una guadaña afilada y comprobó que la reacción de esta creatura respetaba las leyes de la botánica, ya que tras cortar una de sus cabezas, le crecían dos nuevas. Heracles pidió, entonces, ayuda a su sobrino Yolao, el cual le aconsejó usar una tela en la cual encendiera fuego para quemar el cuello de la bestia, tras cada decapitación cauterizando la herida, evitando así una nueva regeneración. Mientras Yolao quemaba los cuellos abiertos, Heracles pudo cortar, de ese modo, todas las cabezas, matando -por fin- a la Hidra. Tomó –por último- la única cabeza que quedaba, la que decían que era inmortal, la cortó y la enterró bajo una gran roca.

Quedó así completado su segundo trabajo. Cuando el rey Euristeo supo que había sido su sobrino quien le había dado la antorcha para quemar a la Hidra, declaró –enojado- que no había completado el trabajo solo y, por tanto, no contaba para el total de diez labores que se le habían asignado.

La Hidra de Lerna se ha convertido en el símbolo de un problema que no termina sino que surge con más virulencia, haciéndose peor; una situación que -si no se enfrenta- se hace cada vez más grande y difícil. No hay que resolver los problemas de manera intempestiva sino con prudencia, utilizando la razón, descartando todos los venenos que pueden contaminar la salud espiritual.

En la Biblia aparece una situación similar. Así como Heracles tiene que quemar las heridas del monstruo con fuego, en el caso de las ciudades pecadoras de Sodoma y Gomorra, Dios las quema arrojando, desde el cielo, fuego y azufre para purificarlo todo (Cf. Gn 19,24-28).

El tercer trabajo impuesto fue capturar a la cierva de Cerinia, la cual tenía cuernos de oro y pezuñas de bronce. Cuando la diosa de la caza, Artemisa, salió a los bosques de la región llamada Cerinia para cazar ciervas, ésta fue la única que se le escapó. Por lo cual, el animal fue consagrado a ella. Esta era una de las cinco ciervas que la diosa intentó capturar para engancharla a su carro, siendo la única que había logrado evadirse.

La cierva era muy ágil. Heracles no podía derramar ni una sola gota de sangre del delicado animal. Debía capturarla viva para llevarla y entregársela a Euristeo. Este trabajo no sólo era de fuerza y astucia, como los anteriores sino que consistía en una demostración de delicadeza y exactitud.

No fue fácil atrapar a la cierva. La persiguió, día y noche, sin descanso, durante todo un año. Al fin la capturó, cuando el agotado animal, por primera vez, se detuvo a tomar agua. Después de doce largos meses de agitada travesía, le atravesó las dos patas, por la piel, utilizando una flecha que hizo pasar entre el tendón y el hueso, sin llegar a herirla, ni derramar sangre. Una vez inmovilizada, la apresó y la llevó consigo.

La cierva representa la inocencia, la juventud, la agilidad y la pureza que se resisten a ser atrapadas. En todos los otros trabajos aparecen monstruos o animales con poderes maléficos. En esta ocasión, el contrincante de Heracles es una suave y bella cierva. En esta hazaña, contemplamos la superación ya que Heracles prevalece a la diosa Artemisa, patrona de la caza, quien no había sido capaz de capturar a la ágil cierva. El héroe supera la capacidad de la diosa y comienza así el proceso de “divinización”, el cual va produciendo la purificación.

En estos caminos de la purgación, no hay inferiores, ni superiores. Triunfa el que enfrenta los desafíos para superarlos. En la Biblia, por ejemplo, se narra el episodio de David y Goliat, donde el primero usando la astucia y sus recursos, logra vencer al superior (Cf. 1 Sm 17,1-58).

En la Palabra de Dios aparece también la imagen de la cierva que corre para encontrar la fuente del agua donde saciar su sed. En el Salmo 42 se canta: “como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente” (42,1-2). La cierva es el alma buscadora de Dios cuyo deseo y ansia nunca se sacian.

El cuarto trabajo fue capturar al fantástico jabalí que asolaba las tierras de Erimanto, una creatura que causaba estragos y vivía en el monte del mismo nombre, destrozando cultivos, atacando a las poblaciones y trayendo pestes y enfermedades. Euristeo encargó a Heracles que lo trajera vivo. En su camino, el héroe se hospedó en casa del centauro Folo. Los centauros son seres cuya raza es mitad humana y mitad equina. Folo invitó a su huésped con una excelente cena aunque se excusó de brindarle sólo agua para beber. Durante la cena, Heracles se vio deseoso de probar vino para acompañar mejor esa exquisita comida. Folo le explicó que solamente tenía un barril que pertenecía a los centauros pero el huésped lo instó a que lo cmpartiera, prometiendo defenderlo de cualquiera que quisiera atacarlo, cosa que tuvo que empezar a cumplir cuando los demás centauros rápidamente se acercaron al lugar, atraídos por el dulce aroma de la bebida. Heracles, salió de la casa y disparó sus flechas embebidas en la sangre de la Hidra de Lerna y muchos centauros cayeron muertos por el veneno. Al volver al recinto, encontró a Folo también muerto ya que, motivado por la curiosidad, había tocado algunas de las flechas, haciéndose un pequeño corte, suficiente para que el veneno hiciera su trabajo.

Así, apesadumbrado por lo sucedido, Heracles salió enojado en busca del gran y feroz jabalí. Lo más difícil fue encontrarlo, ya que la temible bestia se escondía muy bien. Sólo salía de su escondite para sembrar el pánico entre los habitantes. Heracles revisó, uno por uno, cada arbusto y revolvió las malezas hasta que lo encontró. El jabalí huyó y Heracles fue tras él, atravesando valles y montañas. Cuando por fin vio un desfiladero, sin salida, logró que el jabalí, ya agotado, fuese allí para detenerse y reposar. Así como antes había cansado a la cierva de Cerinea, ahora -la persecución al jabalí- tenía el mismo propósito. No olvidaba que la orden del rey era capturarlo vivo. La resistencia del animal resultó ser sorprendente. Lo persiguió durante muchos días y aprovechó ese momento en que se detuvo para capturarlo. Lo acorraló y saltando sobre su lomo, lo ató con cadenas y lo envolvió con una red para no dejarlo ir. Le sujetó las fauces de afilados colmillos, le ató las patas y lo cargó sobre su ancha espalda hasta depositarlo a los pies de Euristeo.

El jabalí gigante simboliza lo salvaje y lo indómito. De hecho, en algunas culturas -como la judía- es un animal impuro. El contacto con él o comer su carne produce impureza. Hay un texto del Evangelio donde Jesús exorciza a un loco desesperado que vive entre tumbas, en un país pagano. Los espíritus inmundos, al reconocer al Señor, le piden ir a una piara, la cual se tira, desde un acantilado, al mar. En esa escena aparecen todas las impurezas que la cultura de esa época consideraba: la insanidad de la locura, la posesión del mal; las tumbas, las tierras paganas y la piara de los animales impuros. Todos símbolos de la extrema impureza de la cual Jesús nos ha liberado (Cf. Lc 12,26-39).

Mientras Heracles transitaba de trabajo en trabajo, sólo lo sostenía el amor a su amada, la princesa Mégara. Se preguntaba si tal vez ella, algún día, lo perdonaría. Recordaba los tiempos en que estaban juntos y cómo ahora lo único que podía hacer era extrañarla.

3. Siguiendo el camino de la purificación: los establos, los pájaros, el toro y las yeguas

El quinto trabajo encomendado a Heracles tenía que ver con las impurezas y suciedades. Se le había asignado limpiar los establos del rey Augías, el cual poseía un ganado que gozaba de muy buena salud. Nunca se enfermaba y era protegido por doce toros que resguardaban a los animales de las fieras. Esos establos nunca antes habían sido limpiados. Con el fin de humillar a Heracles, Euristeo lo mandó a limpiar los establos. Por la cantidad de inmundicias que había -limpiar los establos en un solo día como se le había encomendado- no sólo era humillante sino que, prácticamente, imposible. Este era un trabajo para ridiculizar y denigrar al gran vencedor de terribles monstruos y hazañas heroicas.

Heracles se las ingenió para cumplir su trabajo, abriendo un canal que atravesaba los establos. Desvió, con su fuerza extraordinaria, el cauce de los dos ríos cercanos. El torrente impetuoso de las aguas arrastró toda la suciedad. Augías –entonces- se enfureció ante el éxito de Heracles porque –al creer esta una empresa imposible- le había prometido darle parte de su ganado si cumplía con el trabajo. Para no cumplir con su palabra, desterró a Heracles del reino. Por otra parte, Euristeo tampoco consideró este trabajo porque el héroe había sido contratado por Augías.

En este trabajo, el agua es purificadora, capaz de limpiar toda la suciedad para que todo esté como nuevo. En el Nuevo Testamento, aparece Jesús haciendo también un humilde servicio propio de esclavos y sirvientes: el lavatorio de los pies a sus discípulos por el cual los purifica para celebrar la pascua (Cf. Jn 13, 1-17). Tanto Heracles, como Jesús, no sólo son capaces de realizar grandes actos sino también aquellas acciones destinadas a los pequeños e insignificantes. Quién hace lo grande, siempre está dispuesto a hacer también lo pequeño y quien siempre hace lo pequeño, está preparado para realizar, alguna vez, lo grande. También nosotros somos limpiados y purificados por el agua de la vida. Jesús afirma a la mujer samaritana que Él es el dador del “agua viva” (4,7).

El sexto trabajo dado a Heracles fue matar los pájaros que habitaban el lago Estínfalo, aves carnívoras que tenían picos, alas y garras de bronce y cuyos excrementos venenosos arruinaban los cultivos y mataban al ganado y a la población. Euristeo le encomendó a Heracles exterminarlas. Cuando llegó al lago, se dio cuenta que la misión era muy complicada, ya que los pájaros eran demasiados para sus flechas y su legendaria fuerza no servía de mucho. Invocó a la diosa Atenea y ésta lo ayudó nuevamente dándole una campana de bronce. Lo mandó a que la tocara desde la montaña más alta que encontrara. Cuando lo hizo, resonaba tan fuerte que las aves, asustadas, emprendieron vuelo y no volvieron. Muchas de ellas fueron derribadas por las flechas de Heracles mientras huían y otras consiguieron escapar. Cuando el vencedor regresó al palacio de Euristeo, hizo sonar nuevamente la campana ya que varios de los pájaros circundaban el lugar. Las aves, entonces, huyeron definitivamente.

También en el Antiguo Testamento aparecen una sucesión de males arraigados que afectan la vida de los seres humanos, tales como las diez plagas que aquejaron al pueblo egipcio en tiempo de Moisés cuando éste obró la liberación de los judíos para ir a buscar la tierra prometida. Las plagas aquejaban al Faraón, a su familia y a su ejército como castigo por su obstinación al no dejar libre al pueblo de Israel (Cf. Ex 7, 1-11, 10).

El séptimo trabajo consistió en capturar un hermoso y salvaje toro blanco que expulsaba fuego por sus narices, causando estragos en la isla de Creta. Era tan singular que Poseidón, el dios del mar, lo había rescatado del agua cuando el rey Minos lo estaba por sacrificar. El rey arrepentido lo vio tan hermoso que quiso conservarlo entre su ganado y lo incorporó a sus rebaños. Poseidón, enfurecido porque el rey se había quedado con la bestia que le iba a ser ofrendada, hizo que Pasífae, la esposa de Minos, se enamorara perdidamente del animal y permitió que de esa extraña pasión –gracias a algunos artilugios por el cual pudieron engañar al animal- la reina pudiera concebir de él un hijo. Así nació el Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo humano. El rey Minos consultó a un oráculo para saber cómo podía evitar el escándalo y ocultar la deshonra de Pasífae. Una vez que le fue dado el vaticinio, el rey ordenó al arquitecto Dédalo, la construcción de un intrincado laberinto donde Minos pasó allí –prisionero- el resto de su vida.

En el centro del laberinto ocultó a Pasífae y al Minotauro. Precisamente el padre del Minotauro es el famoso toro que Heracles tenía que capturar. Nuestro aventurero buscó al toro hasta encontrarlo. Luego lo persiguió y lo llevó a un bosque. Allí trepó a un árbol y esperó que el animal pasara por debajo y se arrojó sobre su lomo. Después de una fuerte lucha, lo doblegó, domándolo definitivamente. Le colocó un anillo en la nariz y lo arrastró, a través del agua, hasta depositarlo frente a Euristeo, el cual al ver al hermoso animal, se lo ofreció a Hera. La diosa despectiva lo rechazó por la ferocidad y el salvajismo del toro, por lo que Euristeo lo dejó libre entonces, volviendo a su natural estado salvaje, causando estragos por donde pasaba.

La capacidad de domar a los animales aparece en personas reconocidas por la bondad de corazón y mansedumbre que se convierten en fomentadores de la convivencia pacífica con los animales, aún los más feroces. El toro salvaje domado por Heracles lo pone en una posición superior al del impulso salvaje, mostrando la evolución del héroe hasta llegar a ser considerado semidios. Esta característica se va intensificando en la medida en que va superando sus trabajos.

El octavo trabajo fue robar las yeguas de Diómedes. Este rey tenía unos animales fuertes, saludables y salvajes que se alimentaban de carne humana y debían ser encadenados con gruesos hierros ya que, de otra manera, rompían sus cadenas y se liberaban, desatando una masacre en la población.

Euristeo encomendó a Heracles que domara a las yeguas. El héroe marchó al lugar y descubrió allí un espectáculo espantoso. Los animales eran monstruos alimentados por un monstruo aún peor ya que el rey alimentaba a sus bestias con las carnes de sus huéspedes. Heracles junto entonces un grupo de voluntarios, con los cuales consiguió arrebatarle las yeguas a Diómedes. Éste, furioso, trató de luchar contra su adversario, quien le dio muerte y como acto de justicia, alimentó a las yeguas con el cadáver de su antiguo amo. Heracles despedazó la carne del malvado rey y se la dio a comer a las hambrientas yeguas, que lo devoraron por completo. Ante esto, el ejército de Diómedes huyó, horrorizado. Después de comerse a su dueño, aconteció un hecho prodigioso: las bestias se volvieron tan mansas que pudieron ser llevadas y entregadas a Euristeo, quien las consagró a Hera, su aliada. Heracles domesticó a las yeguas y éstas dejaron de practicar la abominable antropofagia.

Mientras que el rey Diómedes alimentaba a sus bestias con carne humana, Heracles -en cambio- las rescata y amansa. Esto es símbolo del crecimiento y la maduración: lo más bestial y deplorable de nosotros puede llegar a ser manso y aquietado. Es preciso luchar y domesticar a las bestias interiores que devoran todo lo que tenemos. Lo más importante de estos trabajos es que cada uno, en su propio camino de redención, puede ir creciendo hasta convertirse en su héroe ya que éste es el que se conquista a sí mismo, el que logra ser señor de sí.

En medio de estos extenuantes trabajos, Heracles, para cobrar empuje y fuerzas, seguía recordando a su esposa amada. Ella estaba muy lejos, sin embargo seguía inspirando su lucha. Recordaba su cara y la extrañaba. Desde lejos hay un amor que siempre sostiene. El sabía que ella no podía vivir sin su cariño. Interiormente escuchaba el canto de su voz.

4. El cinturón mágico, el ganado, las manzanas de oro y el perro del infierno

El noveno trabajo de Heracles consistió conseguir para Ádmete, la hija de Euristeo, el cinturón mágico de oro que Ares, el dios de la guerra, le había regalado a su hija Hipólita, la reina amazona cuyos vasallos y guerreros eran sólo mujeres. Ellas vivían junto al río Amazonio. El hijo de la amazona Lísipe, llamado Tanais, ofendió a la diosa Afrodita por despreciar el matrimonio y dedicarse sólo a guerra. En venganza, Afrodita hizo que Tanais se enamorara de su madre, por lo cual él, desesperado por ese sentimiento, se arrojo al río y se ahogó. Lísipe formó con sus hijas tres tribus que dieron origen a las amazonas, guerreras famosas que empleaban la caballería llevando arcos de bronce y cortos escudos en forma de media luna. Sus yelmos, ropas y cinturones estaban hechos con pieles de fieras que cazaban. Ellas sólo reconocían la descendencia materna y habían dispuesto que los hombres realizaran las tareas domésticas, mientras las mujeres luchaban y gobernaban. No sentían compasión a la hora de quebrar los brazos y las piernas de los niños varones, recién nacidos, incapacitándolos para andar, pelear o viajar.

El cinturón mágico de la Amazona Hipólita fue pedido por Ádmete, la hija del rey Euristeo, el mismo que impuso a Heracles cada uno de sus trabajos. Algunos dicen que éste se vio forzado a secuestrar a la hermana de la reina de las Amazonas. La soberana, entonces, le dio el cinturón, como rescate, a cambio de su hermana. La diosa Hera -que había jurado no dejar en paz a Heracles- difundió el rumor de que éste estaba allí para secuestrar a Hipólita. Por lo cual, las amazonas iniciaron una lucha contra él. Hera, nuevamente celosa, tomó la forma de una amazona y levantó la furia de las impetuosas mujeres, envalentonándolas, quienes montaron sus caballos y se lanzaron al combate. Contra su voluntad, Heracles tuvo que acabar con la vida de muchas de estas guerreras, usando flechas envenenada. Capturó, además, a la capitana de las Amazonas, consiguiendo que las demás se rindieran. Hipólita entonces entregó su cinturón, el cual fue llevado a Euristeo, a cambio de la cautiva.

Las amazonas encarnan el poder femenino, la virginidad y la castidad. El cinturón de Hipólita algunos afirman que es el famoso predecesor del antiguo “cinturón de castidad” el cual asegura una distancia de precaución en las relaciones entre hombres y mujeres. A Hipólita, reina y virgen, muchos la vinculan con la figura de la Virgen María. Ambas son vírgenes y ambas engendran a un héroe: Hipólito, en el caso de la Amazona y Jesús, en el caso de María.

Este noveno trabajo representa también la lucha de género que -a veces- se da entre los dos sexos, con sus dos energías diferentes y -a la vez- complementarias. No se trata de prevalecer por la fuerza sino de conseguir la unidad de los opuestos complementarios a través del amor.

El décimo trabajo consistió en robar el ganado de Gerión. Para ello tuvo que hacer frente a un largísimo viaje por el desierto hasta donde se encontraba el gran ganado de Gerión, un monstruo gigante alado, formado por tres cuerpos humanos, unidos -todos ellos- por la cintura, con alas y seis brazos. Era prácticamente invencible. En cada batalla dominaba a sus oponentes con la incomparable fuerza de sus seis brazos con los cuales empuñaba tres espadas y tres dagas, al mismo tiempo y, desde el aire, con los dos cuerpos restantes, se defendía con una lanza, arco y flechas. Sus tres cabezas le hacían, además, dueño de una gran sabiduría y perspicacia para ver y dominar, en la lucha -desde todas las perspectivas- a su oponente.

Gerión tenía un espléndido ganado de vacas rojas y bueyes. Su rebaño, no sólo era vigilado por su dueño, sino también por Ortro, un perro de dos cabezas, hermano de otro perro de tres cabezas llamado Cerbero que custodiaba las puertas del inframundo. Además del perro cuidador estaba el pastor Euritión. Heracles para apropiarse de ese rebaño y conducirlo hasta el rey Euristeo, no tuvo más remedio que matar a Ortro y a Euritión con las flechas envenenadas por la sangre de la Hidra. Gerión, al enterarse de esto, buscando venganza, sobrevolaba a Heracles, el cual logró esconderse. Desde la cueva en la cual estaba oculto, le disparó una flecha envenenada que atravesó sus tres cuerpos de una sola vez.

Después, con su fuerza proverbial, lo desgarró, seccionándolo en sus tres partes primordiales. Heracles luego arreó el ganado hasta el palacio de Euristeo. Mientras tanto Hera provocó una inundación en el lugar y había enviado una plaga de tábanos para infectar el ganado. No obstante, Heracles sorteando también estos obstáculos terminó arriando el ganado y lo pudo llevar ante rey, quien lo sacrificó en honor a la diosa Hera.

En este trabajo Heracles asume la función de pastor. Se convierte en guía y liderara a su rebaño hasta el lugar de destino. A medida que se acerca al final de sus doce trabajos, comienzan a perfilarse los rasgos divinos de un verdadero guía y conductor. También esta imagen aparece en el Evangelio. Jesús dice que es el “Buen Pastor” (Jn 10, 11.14), el “Pastor y Guardián de nuestras vidas” (1 Pe 2, 25).

El rebaño cautivo por Gerión es liberado por Heracles. Lo mismo ocurre con Jesús, liberador del rebaño del Pueblo de Dios, cautivo por el Tentador. El rebaño de Gerión, aparentemente, estaba seguro y custodiado por él y sus protectores; sin embargo tiene que hacer un largo viaje por el desierto para ser verdaderamente liberado de la esclavitud. Hay que salir de las seguridades para poder experimentar la verdadera libertad. Siempre en el camino encontraremos un guía, alguien que nos ayude y nos oriente.

El undécimo trabajo fue robar algunas manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. La diosa Hera tiene un huerto ubicado en el extremo occidental del mundo, donde se acaban los días, allí crece un árbol de manzanas doradas que otorgan la inmortalidad. Se cuenta que le fue dado a Hera por Zeus como regalo de bodas y que nadie sabe ciertamente dónde se encuentra ese delicioso jardín. Es como un paraíso perdido. Hera, además, ha ubicado –como custodio de ese vergel- a un dragón de cien cabezas que nunca duerme llamado Ladón.

Heracles tenía que llevar a Euristeo tres manzanas de oro de ese fascinante lugar, el cual es cuidado por unas ninfas, diosas de las fuerzas naturales, llamadas Hespérides. Ellas son celosas guardianas del atardecer cuando la sombra comienza a eclipsar la luz mortecina del día. Nuestro héroe viajó por muchos parajes buscando el oculto jardín. Nadie sabe dónde está exactamente. Unas ninfas le dijeron que el dios Nereo, el señor de las olas del mar, conocía dónde se encontraba. Heracles atrapó a Nereo que -al no conseguir liberarse del héroe- le reveló, al fin, el camino.

En el viaje, encontró a Prometeo que, cumpliendo el castigo de Zeus, por robar el fuego sagrado, estaba encadenado a una montaña. Allí vio la gigantesca águila que devoraba las entrañas de Prometeo cada día y le disparó una de sus flechas, espantándola, tras lo cual, liberó a Prometeo, quien -en agradecimiento- le dijo que buscara a Atlas, el dios que sostiene la bóveda del cielo y la tierra y le convenciera para que fuera él por las manzanas, ya que las Hespérides eran sus hijas y Ladón, el dragón conocía al padre de las ninfas. Así lo hizo: Heracles fue busca de Atlas. Cuando lo encontró, no le costó mucho convencerlo y mientras Heracles, con su extrema fuerza, sostenía el peso del mundo, en el lugar del fatigado dios, éste fue al jardín donde consiguió tomar las manzanas. Al regresar, Atlas le dijo que estaba cansado de aguantar el mundo sobre sus hombros y extenuado de un trabajo tan sacrificado. Heracles, entonces, le pidió al dios que sostuviera el mundo unos momentos mientras él preparaba unas correas que lo librarían, un poco, de la presión que tan descomunal peso provocaba. Atlas accedió y sostuvo, de nuevo, el mundo sobre sus hombros, sin embargo, Heracles -presuroso por cumplir con su anteúltimo trabajo- se marchó con las manzanas, dejando sólo a Atlas con su peso.

Existe una indudable similitud entre Heracles en el huerto de las Hespérides y Adán y Eva en el Jardín del Edén. En ambos hay una fruta prohibida que otorga el conocimiento del bien y del mal, la sabiduría divina plena. También está el dragón o la serpiente, bestia que custodia o que incita a la inducción de lo prohibido. Heracles logra vencer al dragón y su provocación, aproximándose así a la naturaleza divina ya que logra prevalecer a otros dioses como Nereo y Prometeo.

El último trabajo, el número doce, la hazaña final de Heracles, fue quizás la más compleja de todas las encomendadas. Tenía que capturar a Cerbero, el perro de tres cabezas, el monstruo guardián del Inframundo, el que cuida la puerta de los infiernos para que nadie trate de escapar hacia el mundo de los vivos.

Euristeo, celoso por la fama y la gloria que Heracles había conseguido realizando sus anteriores tareas, envió al héroe a lo que esperaba fuera definitivamente su fin. Debía llevarle vivo a Cerbero desde el mundo subterráneo. Nuestro héroe tuvo que ser enseñado en los misterios que lo harían capaz de entrar y salir del infierno con vida. Después de encontrar la entrada oculta al Inframundo, la diosa Atenea y el dios Hermes, la Sabiduría y el Mensajero de los dioses, lo ayudaron a atravesar el río Aqueronte, convenciendo a Caronte, el barquero de los infiernos, de transportar a un vivo.

Hermes lo condujo a través de los infiernos. Durante el oscuro camino se encontraron con fantasmas y monstruos. Cuando consiguieron arribar, Hades, el dios del submundo y rey de los muertos, por la osadía de entrar en sus dominios, cerró y selló la salida de los infiernos. Heracles, para defenderse, le disparó una flecha en el hombro, produciéndole tal dolor que el dios le dejó nuevamente libre el paso. Heracles, al ver herido y vulnerable al temible dios Hades, le explicó su situación y el oscuro señor del mundo inferior le permitió llevarse -en préstamo- a Cerbero, por un tiempo determinado, con una sola condición: romper con un hechizo, capturar al feroz perro con las manos y sin armas, ya que Hades siempre lo necesitaba vivo, custodiando la puerta de su reino.

La tarea parecía imposible, ya que los reyes del inframundo habían establecido que no se pudiera capturar con las manos a Cerbero. El monstruo, además, tenía una cola de serpiente y sus tres cabezas siempre lo mantenían muy alerta. Heracles, para romper el conjuro, se quitó la piel del león de Nemea que lo cubría y se la lanzó pesadamente a Cerbero que permaneció tapado y sin posibilidad alguna de moverse, debido al peso. Usando su portentosa fuerza, sujetó al animal por su gran cuello y sin temer a sus tres cabezas, pudo dominarlo y llevarlo así hasta la presencia de Euristeo, que horrorizado al ver a la bestia del infierno, como si viera una visión del mismo lugar de los muertos y a causa del terror que le infundía, lo devolvió de nuevo al reino de las sombras, liberando –finalmente- a Heracles de su servidumbre de esclavo, con la condición de que llevase, nuevamente, al monstruo a su lugar.

La entrada y salida a los infiernos de este último trabajo simboliza la victoria sobre la muerte realizada con el apoyo y la asistencia divina. Esta hazaña final lo diviniza total y perfectamente. Entra en el reino de la muerte como mortal y sale como héroe. Después de esta última labor, Heracles gozó de una vida inmortal. Purgó, definitivamente, sus culpas y ascendió al Olimpo en cuerpo y alma, revelando lo humano y lo divino a la vez. Obtuvo el fin de la redención. Su entrada en el lugar de las sombras simboliza una especie de estadía en el Purgatorio, expiando definitivamente sus pecados antes de entrar en la eternidad. El descenso a los infiernos y ascensión hacen pensar en el Misterio Pascual de Jesús en el cual se manifiesta el Señor plenamente en su ser divino y humano. (Cf. 1 Pe 3, 18-19). La redención es la mayor expiación por la cual se nos redimen nuestras culpas.

Algunos consideran los trabajos de Heracles en relación con las características de los doce signos zodiacales. Todos los trabajos de Heracles -matar al León de Nemea y a la Hidra del lago de Lerna, capturar a la Cierva de Cerinia y al Jabalí de Erimanto, limpiar los establos de Augías, matar a los Pájaros del lago Estínfalo, capturar al toro salvaje de Creta, robar las yeguas del rey Diómedes, tomar el cinturón de Hipólita, robar el ganado de Gerión y las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides y, por último, capturar a Cerbero- muestran el camino del héroe, la peregrinación de la madurez y el crecimiento; el itinerario de transformación e integración entre lo humano y lo divino, el sendero de la ardua expiación penitencial de la conversión.

Heracles tiene que enfrentarse con abominables monstruos y numerosos obstáculos en el camino, sin olvidar la permanente exigencia del rey Euristeo y el continuo hostigamiento de la vengativa Hera. Sin embargo, más allá de eso tiene que enfrentarse, primero, consigo mismo, con sus propias sombras, con el peso de la culpa y sus consecuencias, con la condena impuesta y el dolor de la propia herida.En todos sus trabajos va adquiriendo capacidades y virtudes -fortaleza, humildad, coraje, valentía, prudencia, generosidad, espíritu de entrega y sacrificio- además crece en sabiduría hasta conocer el secreto de su extraordinaria fuerza, la cual se transforma después de haber aceptado su propia debilidad. Se hace más fuerte al reconciliarse con su fragilidad. No es la fuerza de la omnipotencia sino de la impotencia. Comienza su viaje aceptando que ha sido débil y -a partir de su flaqueza- se renueva totalmente.

En la Cruz, Jesús es fuerte a pesar de su extrema debilidad. La fuerza -como don del Espíritu de Dios- nace de la vulnerabilidad. El mismo Apóstol San Pablo dice: “cuando soy débil, entonces, soy fuerte” (2 Co 12,10). La fortaleza del Crucificado es su debilidad. La Sabiduría divina se muestra plena en la necedad humana de la Cruz (Cf. 1 Co 1,25). Heracles y Jesús son héroes por la fortaleza de haberse vencido a sí mismos. La verdadera lucha es aquella que sostenemos con nosotros mismos.

Arquetipos, los mitos de ayer siguen vivos hoy.

Frases para pensar

1.“Un verdadero héroe es alguien que se ha superado a sí mismo, trascendiendo sus propios límites”.

2.“No hay que dar cabida al ímpetu violento sino a una fortaleza sublimada, espiritualizada y armonizada con todos los otros impulsos, asumiendo los propios límites”.

3.“Existe una fortaleza que nace de la debilidad que no es el vigor y la energía brusca sino aquella que ha asumido la propia vulnerabilidad y la ha transfigurado”.

4.“En estos caminos de la purgación, no hay inferiores, ni superiores. Triunfa el que enfrenta los desafíos para superarlos”.

5.“Quién hace lo grande, siempre está dispuesto a hacer también lo pequeño y quien siempre hace lo pequeño, está preparado para realizar, alguna vez, lo grande”.

6.“La verdadera lucha es aquella que sostenemos con nosotros mismos”.