“Contemplar a Dios es algo importante en la vida”, afirmó el padre Juan Ignacio Liébana

miércoles, 14 de septiembre de 2022
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14/09/2022 – En el ciclo sobre “Riquezas de la espiritualidad cristiana”, el padre Juan Ignacio Liebana, quien reside en Santiago del Estero, presentó la espiritualidad del Oriente cristiano, conocida como la Filocalia. “Contemplar a Dios es una de las acciones más importantes de nuestra vida”, dijo el sacerdote porteño. “En la Filocalia encontramos “El peregrino ruso”, que es un libro que busca la oración incesante, ese es el mejor resumen que podemos hacer de este texto”, indicó. “Una de las mayores riquezas del cristianismo es la tradición de la Iglesia primitiva que se ha conservado en las Iglesias del Oriente. A esta tradición dedicó el Vaticano II uno de sus Decretos. Como expresó el mismo Juan Pablo II de forma gráfica, se trata de respirar con los dos pulmones de la IgIesia, el occidental y el oriental. Y esto es especialmente urgente cuando la crisis de la civilización occidental lleva a buscar fuera de la Iglesia riquezas que se hallan en la tradición cristiana”, sostuvo Liébana.

“La herencia que nos va a ocupar aquí es la Filocalia de los Padres del Desierto. Hasta el presente, el público de habla hispana sólo ha tenido vagas noticias de ella gracias a los Relatos de un peregrino ruso, donde aparece como el único equipaje que el peregrino, junto con la Biblia, se permite llevar consigo. Es un precioso legado en el que, en unas 2.500 páginas, se recogen más de mil años de la experiencia espiritual de los monjes de la Iglesia de Oriente. Ella fue compuesta durante el siglo XVIII en un momento lleno de incertidumbres y de confusiones, para dar a conocer y recordar la herencia de su propia Tradición. Para ello reunieron los escritos de más de treinta monjes. La Filocalia se puede considerar como el legado espiritual de la Iglesia de Oriente. Como occidentales que somos, otros son los nombres de nuestros santos, otro el contexto y el vocabulario de nuestra experiencia de Dios. No se trata de renunciar a la propia Tradición, sino de enriquecerse con una Tradición hermana que se ha mantenido en silencio durante muchos años”, manifestó el padre Juani.

“Un murmullo, un impulso atraviesa esos mil años de oración, esos mil años de búsqueda: el deseo de contemplar la belleza de Dios. Una sed incontenible, una sed insaciable. Sed de ver a Dios. Hablamos de «visión» para referirnos al conocimiento perfecto, al conocimiento que ha alcanzado su plenitud. Un conocimiento que es amor al mismo tiempo, porque conocer a Dios es conocer el amor, ya que Dios es amor. Y conocer ese Amor supone ir transformándose en él y dejarse transformar por él. Así se van los tres dilatando (el conocimiento, la visión y el amor), a medida que crece la humildad, esa disposición del corazón que permite ir acogiendo más y más a Dios. Disposición interior que no es otra cosa que la limpieza, la pureza de corazón. Todo esto fue dicho de un modo mucho más claro y sencillo por el mismo Jesús: Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios. Esta bienaventuranza constituye la intuición de fondo de este libro y es su eje unificador”, agregó.

“Hablar de conversión significa considerarla como algo más que un mero punto de partida de un camino progresivo; supone un cambio total de actitud que supera lo que conscientemente percibimos. Aporta mucho más de lo que, de momento, conocemos. Y es que no se trata sólo de abandonar el pecado o de cambiar la dirección de nuestros pasos y de nuestra existencia. Es, más bien, penetrar en un mundo de luz, ser deificados, bañados por la luz del Tabor. Hablar de conversión en Oriente es dejarse envolver por la iniciativa misericordiosa de Dios, que no pretende elevar el orden natural a lo sobrenatural, sino llevar a cabo una compenetración entre Él y nosotros, entre lo divino y lo humano. Por el hecho de ser más que un mero abandono del pecado, la conversión le es tan necesaria al pecador como al justo. Ambos coinciden en la necesidad de volverse indefensos ante la iniciativa divina, de bajar las barreras ante ese Dios que nos envuelve con su luz sin pretender destruir nada de nuestro ser de hombres. ¿Cómo logrará participar en semejante deificación? ¿Cómo conseguirá dejarse hacer por Dios? El hombre participa de la Plenitud Divina por la visión, visión-escucha de la Liturgia y de la Palabra y visión-contemplación de los iconos. El hombre se “dejará salvar” en la liturgia, en la escucha de la Palabra, ante los iconos. Es, pues, imposible fiarse de estructuras mentales o de esfuerzos voluntaristas como itinerario de salvación, como gustará Occidente. La escucha litúrgica, la contemplación iconográfica y la oración continua, serán los elementos que Dios usará en nosotros para transformarnos en Él”, expresó el consagrado.

“Los Padres identifican el endurecimiento de corazón, esta tiniebla que hay en el hombre con tres causas que aparecen a lo largo de sus escritos: la avidez de placeres, el amor de sí mismo y el orgullo. El pecado del orgullo se trata de la culminación natural del amor por uno mismo, que había empezado inocentemente por la satisfacción ávida de placeres. En el término del camino es donde se manifiesta toda la perversidad oculta en la negligencia de los inicios: el amor por el dinero es ridícula, porque es una pasión débil, fácil de detener si se consigue dominar cuando empieza a manifestarse. Pero, cuando esta pasión se extiende y llega a su término, se revela en ella toda la malignidad que gestaba y por la que, a su vez, era alimentada: la idolatría de los propios deseos, absolutizando el yo que está en el centro de los mismos y despreciando todo lo que no puede ser apropiable”, cerró.