12/10/22- Junto al Padre Juan Ignacio Liébana, hacemos un recorrido por las enseñanzas de los Santos para aplicarlas en la propia vida; en el programa “Acortando Distancias”. En esta oportunidad dialogamos sobre la vida de San Ignacio de Loyola.
Ignacio de Loyola (1491-1556) vivió hasta los treinta años muy centrado en sí mismo buscando el prestigio, el honor, el “quedar bien”, el ser importante. En este tiempo de su vida, quiso sobresalir en poder y riqueza, por eso trabajó como militar al servicio de señores nobles y de reyes. Pero, precisamente, defendiendo el honor de esos señores, participó en una batalla, donde fue herido en Pamplona (España). Durante una larga convalecencia en su casa de Loyola, tuvo tiempo para leer historias de santos y la Vida de Cristo, y así comenzó a comprender que, hasta entonces, su vida no había tenido mucho sentido. A partir de ese momento decide ofrecerla a Dios y ser santo como habían sido Santo Domingo y San Francisco de Asís.
Él mismo nos describe así la experiencia espiritual que vivió mientras se reponía de su herida: … “y porque era muy dado a leer libros mundanos y falsos, que suelen llamar de caballerías; al sentirme bien, pedí que me dieran algunos para pasar el tiempo; pero en esa casa no se halló ninguno de los que yo solía leer. Así, me dieron una Vida de Cristo y un libro de la vida de los santos. Leyéndolos muchas veces, algún tanto me aficionaba a lo que allí estaba escrito; pero dejándolos de leer, algunas veces me detenía a pensar en las cosas que había leído, y otras veces en las cosas del mundo en que antes solía pensar y de muchas vanidades que se me ofrecían. Cuando pensaba en aquello del mundo, me deleitaba mucho; pero cuando ya cansado lo dejaba, me encontraba seco, triste y descontento; y cuando pensaba en ir a Jerusalén descalzo y no comer sino hierbas y en hacer todos los demás rigores que veía que habían hecho los santos no solamente me consolaba cuando estaba pensando en esas cosas, sino que aún después de dejarlos quedaba contento y alegre. Luego comprendí la diferencia de lo que me pasaba, de los distintos sentimientos y comencé a maravillarme de esta diferencia y a reflexionar sobre la misma, comprendiendo por experiencia que unos pensamientos y sentimientos me dejaban triste y otros alegre y contento y poco a poco llegué a conocer la diversidad de espíritus que me agitaban: uno del demonio, y otro de Dios”. (Autobiografía)
El Padre Juan Ignacio recomendó comenzar haciéndole a Dios una pregunta: ¿Que querés hoy de mi?; ¿Cuál es tu voluntad sobre mí?. Pero, ¿qué es discernir? “Discernir es percibir distinguiendo bajo la luz de la fe. ¿Qué es lo que discernimos? Una experiencia, no ideas, ni pensamientos, sino algo que sucede en nuestro interior: el movimiento en nuestro espíritu. Los pasos serían: la experiencia, la fe que lee esa experiencia, se emite un juicio (esto es de Dios o es tentación) y por último (el paso más difícil): la decisión. Si viene de Dios, lo dejo y lo sigo, si viene del mal espíritu: lo lanzo, lo deshecho, no lo oigo. Hay cosas objetivamente buenas, pero que no son inspiradas por Dios, es lo que Ignacio llama las tentaciones bajo la apariencia del bien (sub angelo lucis). El juicio emitido sobre la experiencia es una luz que indica los caminos a seguir y los medios a elegir, es la previsión del peligro antes de que venga el mal, y es también el reconocimiento de las gracias que Dios me está dando que, si no las discierno, me las puedo perder”, dijo el sacerdote.
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