04/01/2023 – Junto al padre Héctor Espósito continuamos nuestro camino por las virtudes cristianas. Hoy nos detuvimos en la humildad.
El padre Héctor partió de la lectura de la Palabra de Dios, en este caso, del Evangelio de San Lucas 18, 9:
“Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!” Les aseguro que este último volvió a su casa justificada, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”
“¿Qué es la humildad? -comenzó preguntando el padre Espósito-. Parece una virtud que no es para hoy, parece pasada de moda o que no es para este mundo, porque al humilde lo aplasta todo el mundo, lo pisa, o se ríen de él”.
“La humildad es una virtud que deriva de la templanza, calma los ánimos y nos inclina a prohibir el desorden, el apetito de la propia excelencia, dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y nuestra miseria, principalmente con relación a Dios”.
La humildad nos permite el “conocimiento de nuestra bajeza, de nuestra miseria y obrar con referencia a Dios. Se refiere a nuestra relación con Dios porque nace de aceptar que somos creados por Dios. Tan sólo sabernos creados, débiles, pecadores y por eso nos mantenemos a la voluntad de Dios. Someternos a Él es un profundo acto de humildad”.
“Reconocemos quien es Dios y quienes somos nosotros y así combatimos el afán de autosuficiencia, autonomía, soberbia y de sentirnos dioses”.
El padre Hécto Espósito nos acompaña cada semana en este espacio