16/02/2023 – En medio de ciudades llenas de idolatría, Jesús le pregunta a sus discípulos quien era él para ellos:
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le respondieron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”. Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. San Marcos 8, 27-33
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le respondieron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”. Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.
San Marcos 8, 27-33
De Betsaida, el Señor viajó con sus discípulos hacia el norte, hasta la región de Cesarea de Filipo, fuera completamente de Galilea. Su propósito era nuevamente alejarse de las multitudes para poder dedicarles tiempo a sus discípulos y enseñarles acerca de su Persona y su Reino.
Pero no deja de llamarnos la atención, que fuera en medio de estas ciudades helenizadas, llenas de idolatría pagana y del culto al César, el lugar elegido por Jesús para preguntarles acerca de quién pensaban ellos que era él.
Seguramente Marcos lo dirigió en primer lugar a los creyentes en Roma. Sin duda, para ellos, este ambiente que se respiraba en Cesarea de Filipo les era muy familiar. Aquella ciudad se llamaba así en honor al César, y allí mismo había un templo en el que se adoraba su “divinidad”. En este mismo contexto, aquellos creyentes del primer siglo en Roma, habían tenido que decidir también que Jesús era el Cristo de Dios, el salvador del mundo, en lugar del César, el emperador romano que se había constituido en soberano del mundo, y al que se consideraba un dios.
Pero si esta decisión fue difícil para los creyentes en Roma, no lo era menos para aquel grupo de discípulos que acompañaban a Jesús. ¿Cómo podían creer que un sencillo carpintero de un pueblo insignificante de Galilea pudiera ser el mismo Hijo de Dios? Al menos, el César tenía majestuosos templos por todo su imperio en los que se le adoraba, y su civilización había llegado hasta los rincones más apartados del mundo conocido. Frente a todo esto, ¿quién era Jesús para que creyeran en él como el Mesías enviado por Dios para la salvación de este mundo? Sin duda, esta decisión nunca ha sido fácil de tomar, ni siquiera en nuestro mundo moderno.
El Señor quiso saber por boca de sus discípulos la opinión que las multitudes habían formado de su Persona después de dos años y medio de ministerio. Notemos atentamente lo que Jesús estaba preguntando: No tenía interés en saber qué impresión tenían de sus enseñanzas o milagros, sino que lo que realmente le importaba era la opinión que se habían formado de su misma Persona.
La opinión que las multitudes se habían formado de Jesús era buena. Todos ellos lo asociaban con alguno de los grandes hombres de Dios que habían dejado huella en la historia de Israel.
Pero aunque estas opiniones manifestaban mucho respeto por la persona de Jesús, eran incompletas y no lo identificaban correctamente. Según el criterio de la gente, él era uno más de los que anunciaban la venida del Mesías, como lo hicieron los profetas, o Elías, o más recientemente, Juan el Bautista. Pero no habían llegado a comprender el hecho primordial de que él mismo era el Mesías esperado.
Esto es más triste de lo que parece, porque después de meses de ministerio entre ellos, haciendo grandes obras de poder, y enseñándoles de una forma nunca antes conocida por ninguno de ellos, sin embargo, no lograban ver en él más que un buen hombre de Dios.
Pero deberían haber notado la diferencia que había entre su obra y la de todos aquellos hombres con quienes lo estaban comparando. Cuando colocamos a Jesús al lado de alguno de ellos, encontramos diferencias abismales que ellos mismos deberían haber considerado. ¿Quién era Elías en comparación con Jesús? ¿No había dicho Juan el Bautista que él no era digno de desatar encorvado la correa de su calzado (Mr 1:7)? ¿Por qué insistían ellos en verlos como iguales?
Desgraciadamente, las multitudes se habían atascado en su comprensión de Cristo hacía tiempo, y no lograban ir adelante. Sus opiniones eran las mismas que expresaron meses atrás y que vimos en (Mr 6:14-15).
Y los tiempos no han cambiado en dos mil años. Todavía hoy la gente sigue lanzando mil hipótesis sobre la identidad de Jesús. Y aunque la mayoría valoran muy positivamente sus enseñanzas, su carácter, y en algunos casos, hasta sus obras milagrosas, sin embargo, Cristo y su Evangelio son tan poco comprendidos hoy como entonces.
Es evidente que los discípulos conocían las variadas opiniones populares acerca de Jesús. Pero había llegado la hora de que revelaran cuánto habían sido influenciados por ellas, y a qué conclusión habían llegado por ellos mismos. La respuesta no se hizo esperar, y Pedro, con el carácter impulsivo que le caracterizaba, expresó lo que todos ellos pensaban: “Tú eres el Cristo”.
Ellos habían llegado a la conclusión de que él no era otro profeta que anunciaba la venida del Mesías, sino que Jesús mismo era el Mesías. Los largos siglos de espera habían terminado, y ellos habían llegado a comprender que el cumplimiento de todo lo anunciado por los profetas estaba teniendo lugar allí mismo, en medio de ellos.
Este es el eje central sobre el que gira todo el Evangelio: ¡Jesús, el carpintero de Nazaret, era el esperado Hijo de Dios que se había humanado para llevar a cabo la Obra de la redención!
Pero la convicción a la que habían llegado los discípulos, inmediatamente les enfrentaba con el resto de los israelitas que no veían en Jesús nada más que a un gran hombre. Y esta tensión que ellos tuvieron que sufrir por mantener una convicción diferente acerca de Jesús, es la misma que nosotros somos llamados a tener en medio de nuestro mundo moderno. Es tiempo de mantenernos firmes en nuestra fe, a pesar de las influencias negativas a nuestro alrededor. Los discípulos lograron librarse de la levadura de los fariseos y de Herodes, y nosotros debemos procurar lo mismo. “Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno”
Aunque el Señor aceptó este reconocimiento, sin embargo, les prohibió que lo hicieran público. ¿Por qué?
Porque aunque habían llegado a comprender correctamente que Jesús era el Mesías, sin embargo, todavía no entendían qué tipo de Mesías era y cómo iba a llevar a cabo su obra. Eran como el ciego en el pasaje anterior; ellos también habían empezado a ver, pero su visión todavía no era clara, veían “los hombres como árboles”, y necesitaban un segundo “toque” del Señor para poder ver con total claridad. Así que, mientras no tuvieran una comprensión adecuada del Reino de Dios y la forma en la que se había de establecer en este mundo pecador, no era posible que comenzaran la “gran comisión”.
Por esta razón, a partir de este momento, todos los esfuerzos de Jesús se centraron en hacerles entender que él no era un Mesías político, sino un Mesías que sufre y da su vida por los demás. Sin duda, esto no iba a ser fácil, ya que ellos, como todos los judíos de su tiempo, esperaban un Mesías que vendría con poder y gloria para derrotar a sus enemigos. Por lo tanto, en sus mentes no había cabida para un Mesías derrotado que sufriera a manos de los romanos y muriera en una cruz.
Para comprender su mentalidad, es necesario que veamos con cierto detalle las ideas que había en su tiempo en cuanto al Mesías.
El pueblo judío nunca había olvidado a través de toda su historia que eran el pueblo escogido de Dios, y que por esta causa les correspondía un puesto especial en el mundo.
Ellos recordaban los días del rey David como la época más gloriosa de su historia, y soñaban con el día en que surgiera un descendiente suyo que volviera a llevar a la nación a aquellos días de gloria.
Sin embargo, según iba pasando el tiempo, se encontraron con que las diez tribus del norte de Israel fueron deportadas a Asiria, y que poco después los babilonios conquistaron Jerusalén y fueron llevados en cautiverio. A partir de ahí, habían estado constantemente bajo el dominio de diferentes imperios: los persas, los griegos, y por último los romanos.
En estas condiciones, cada vez veían más difícil la posibilidad de recobrar su independencia y gloria pasada por sus propios medios. Fue entonces cuando empezó a tomar fuerza la esperanza en la promesa mesiánica. Muchos judíos soñaban con el día cuando Dios interviniera para lograr por medios sobrenaturales lo que ellos no habían logrado de ninguna otra manera.
En el periodo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento se escribieron muchos libros que reflejaban bien este pensamiento. Muchos escritores hablaban de un Mesías sobrenatural que irrumpiría en este mundo para vindicar a su pueblo Israel y darles un dominio universal. Para ellos, el Mesías sería un gran conquistador que derrotaría a sus enemigos con poder y renovaría a Jerusalén para ser el centro del gobierno del mundo. Y esta era la idea que también compartían los discípulos cuando declararon que Jesús era el Mesías. Sin duda, fue un gran paso identificar al carpintero de Nazaret con el Mesías glorioso que había de reinar sobre todo el mundo. Pero esta visión no tenía en cuenta otras porciones de las Escrituras que anunciaban con claridad los sufrimientos del Mesías (Is 53:1-12) (Dn 9:26).
No olvidemos tampoco, que Roma conocía bien todos estos pensamientos del pueblo judío, y que era muy sensible a cualquier posibilidad de revuelta que cuestionara su autoridad. En estas circunstancias, si los discípulos hubieran comenzado a publicar que Jesús era el Mesías en este sentido político, el resultado habría sido una terrible masacre.