14/03/2023 – En Juan 21, 1-14 Jesús aparece en el mar de Tiberíades, a la orilla, casi entre la penumbra de una noche que se acaba y un día que comienza, diciendo a los discípulos, que ven frustrada su pesca nocturna, “muchachos tienen algo”. Ellos, contundentemente dicen “no”, ese “no” de la oscuridad del fracaso, es el no del sin sentido, del vacío, de la ausencia del Maestro. Es que de alguna manera han salido a buscarlo, porque aquel lugar fue el del primer encuentro, cuando Jesús le dijo “desde ahora serán pescadores de hombres”.
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. El les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
San Juan 21,1-14
En los relatos pascuales de los Evangelios el Resucitado aparece repentinamente «bajo otra figura» a dos discípulos, como dice Marcos (16,12), se acerca bajo la apariencia de un peregrino a los de Emaús (Lc 24,15) o de un jardinero a María Magdalena (Jn 20,11-15). El resucitado aparece como quien desaparece. Es el mismo Jesús, pero no es lo mismo.
La nueva presencia abre los ojos de los discípulos; les hace ver y entender de una manera nueva. Les hace pasar del miedo y de la duda a la confianza. Los discípulos creen que es un fantasma, pero la nueva presencia abre los ojos a una nueva dimensión. El nuevo modo de estar de Jesús ubica la relación del discípulo con el maestro. La muerte ha sido vencida por la fuerza de la vida. Él nos hace ver y entender la vida y su sentido de una nueva manera, por eso es el mismo pero distinto, está como en un estadio diferente.
La paz y la alegría que regala Jesús es el tránsito de no reconocer a reconocer, de confundirlo con un fantasma a pasar a reconocer su carne.
En la escena del lago (Jn 21,1-14), la fatiga estéril de los pescadores en la noche es su manera de experimentar la ausencia de un Jesús que se esconde. El «no» con que responden a la pregunta: «Muchachos, ¿tienen pescado?», resume una situación cerrada, y casi les arranca una confesión de conciencia desdichada de la que no parece haber salida.
La palabra esconde un estado de ánimo en el que ellos se encuentran, que es oscuridad, sin sentido, vacío…. es la noche en medio del lago y ellos están buscando al maestro sin saberlo. El primer encuentro que tuvieron tiene que ver con el lago y la pesca, “yo te haré pescador de hombres” le había dicho a Simón. El Señor se hace presente, ahora, con una indicación: “tiren la red a la derecha”. Y “sacaron tantos peces que no podían ni levantar la red”, que representa la sobreabundancia. Inmediatamente el discípulo amado dice “es el Señor”, lo reconoce porque sólo Jesús tiene ese estilo de pesca.
¿Cómo es que se identifica en la claridad todavía oscura del amanecer la presencia de Jesús?. A través de este signo, la pesca sobreabundante. Nosotros también vamos pasando de la noche al día y vamos transitando ese espacio de oscuridad que tiene tantos nombres y situaciones concretas, y nos vamos encontrando con la luz que el Señor nos invita a vivir como resucitado. Las señales del resucitado, la carne de Cristo Jesús, nos marcan el camino a lo nuevo. Es el mismo pero está distinto, no es lo que yo quisiera que fuera, ni doctrina ni moralina, sino una presencia que habla por sí misma. No necesita explicación, sino coherencia, ponernos de rodillas frente a la carne de Cristo. Así, con señales muy sencillas, Él nos muestra que es Él vivo y Resucitado.
El amanecer acompaña la presencia de Jesús en la orilla y el dato de la luz nos introduce en una situación nueva y abierta: comienza el día, se escucha una palabra y la red desborda de peces.La luz llega a los ojos de Juan y le hace salir de la oscuridad y entrar en el reconocimiento: «¡Es el Señor! » (Jn 21,7).
Pedro salta al agua porque reconocer en Israel no pertenece sólo al ámbito de la inteligencia, sino que afecta y compromete la vida entera: conocer al Señor es conocer su interpelación, es entrar en una relación de obediencia rendida. El final de la escena refleja la situación transfigurada: el trabajo se ha vuelto fecundo, los discípulos se reúnen en torno a aquél que ha congregado su dispersión y ha vuelto a reunirlos en una comida fraterna.
La conversión a la que convoca la Pascua está insinuada en un verbo ya familiar: «Ninguno se atrevía a preguntarle: ¿quién eres?, porque sabían que era el Señor. «Es gloria de Dios ocultar un proyecto, es gloria de reyes descubrirlo» (Proverbios 25,2).
La novedad de la Pascua va más allá del viejo proverbio: la verdadera gloria está en acoger con asombro agradecido al mismo Dios, que se hace encuentro pero no como fruto del esfuerzo de nuestra búsqueda, sino como un regalo inmerecido.
Es esta experiencia profunda de Jesucristo, que irrumpe en nuestras vidas, lo que convierte la misión en un compromiso con la vida es la gracia de estar en presencia de la Resurrección. Es un compromiso que no nace de una obligación, sino de una experiencia de encuentro. Insistimos que es un compromiso y no una obligación, ya que como dice el documento de Aparecida al inicio de la 3a parte, la misión de los discípulos consiste en estar al servicio de una “vida plena”.
“La vida plena para todos” como indica el Documento, solo surge de experiencias profundas, no de planes y estructuras vacías. Podemos estar “toda la noche de pesca”, pero es Jesús mismo quien nos marca el camino “tiren las redes a la derecha y allí encontraran” . Hacer lo que Jesús nos sugiere nos descubre su verdadero rostro, el que anhelamos para nosotros y para todos los hombres.Pero, unas líneas adelante, Aparecida nos puntualiza, ante todo cual es “esa vida plena para todos” : es la vida nueva en Cristo, participación en la vida de amor del Dios Uno y Trino, que comienza en el Bautismo y llega a su plenitud en la resurrección final” ( Documento de Aparecida 357). Nuestros pueblos quieren esa vida, ya que están inmersos en sombras de muerte (hedonismo, poder, placer a cualquier precio) y anhelan la Vida de Cristo quien “no quita nada y nos da todo”, ya que el mismo Jesús nos prometió la vida plena (Jn 10, 10).
Este Cristo que trae la vida en plenitud llega a nosotros con una señal clara y sencilla capaz de abrirnos a lo nuevo: una pesca contundente, una palabra “María” a la Magdalena, un sepulcro vacío y las mortajas acomodadas como descubrieron Pedro y Juan.
Es que la condición de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y dolor, contradicen este proyecto del Padre -“la vida plena”- , y nos interpelan para que asumamos un mayor compromiso con la “cultura de la vida”. El Reino de vida que Cristo inauguró es incompatible con esas situaciones inhumanas que vemos a cotidiano a nuestro alrededor. A veces para despertarnos a ese compromiso, el Resucitado aparece en la carne de los más débiles y marginados, de los desechos de la humanidad, como dice Aparecida.
Como discípulos estamos llamados a encontrarnos con Jesús en esos lugares, al servicio de la vida plena. Pero existen muchas contradicciones en nuestra misión al servicio de la vida y de la esperanza …fatiga, desaliento, falta de compromiso, ausencia de alegría, prejuicios, distorsión del mismo rostro del Señor, el trabajo hasta muchas veces planificado pero que se queda sin Dios. Así podemos sumar mas actitudes que nos muestran la búsqueda, las buenas intenciones, pero como fruto distan bastante de la justicia y el amor de Dios para nuestra propia vida y para generar vida en nuestro pueblo.
Estamos llamados como pueblo a una renovación en la pastoralidad. Lo dice Francisco en la Evangelii Gaudium, y antes lo habían dicho los obispos Latinoamericanos en Aparecida con gran participación de Bergoglio. Las señales de la resurrección nos llevan a éste camino de renovación, en donde debemos pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera (Documento de Aparecida 365-372). Siempre estamos tentados a “conservar” lo que conocemos, a repetir lo que ya hicimos. Pero Jesús nos dice “vayan sin nada”, la fuerza está en el anuncio de la vida que será fecunda si lo hacemos con el estilo adecuado, al estilo del Maestro. Es el Espíritu Santo, con poder, quien nos permite ir a ese lugar de renovación. Es la cercanía de su presencia, la escucha humilde y sincera que trae la gracia de reconciliación y compromiso con la justicia, y compartir con los demás el rostro real de nuestro ser discípulos. Él sigue llamando, invitando y ofreciendo una vida plena para todos.
Detenemos la mirada en María y reconocemos en ella una imagen perfecta de la discípula misionera. Ella nos exhorta a hacer lo que Jesús nos diga (Cf. Jn 2, 5) para que Él pueda derramar su vida en medio de nuestro pueblo.
Tenemos que animarnos a ser como Él, romper con nuestra comodidad para ir al territorio nuevo a donde somos invitados. Se trata de salir de nuestra conciencia aislada para lanzarnos con valentía y confianza a la misión de la Iglesia. Es tiempo de ir mar adentro.
Cuando Dios no está, empezamos a descubrir que es verdad que “Sin mí no pueden hacer nada”. Que el Señor nos regale en la figura de María la actitud realmente obediente, la obediencia interior del corazón, la de la aceptación de lo que Dios nos pide en medio de las circunstancias en las que la vida nos va invitando que no siempre son tan claras. Como esa madrugada en que los discípulos venían con el fracaso de una pesca infructuosa, y se encuentran con el caminante que desde la orilla les pregunta si tienen algo. La respuesta puede ser como la de los discípulos, “no, no tenemos nada” a lo que le podemos agregar, “tengo un peregrinar cansado, estoy desalentado, no encuentro rumbo, estoy en tinieblas”, así como estás. Y desde ahí el señor te invita a lo nuevo, a dar un paso más de lo que hasta aquí has caminado. Son señales simples que dan luz al camino, que se manifiestan en la carne de Jesús, en esas periferias existenciales que nos dan identidad y nos devuelven el rostro real de nuestra condición y misión. Hacia allá vamos, te invito a que podamos ir juntos.
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