El Placer (2º parte)

jueves, 6 de octubre de 2011
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La idea de este programa es reivindicar el placer como un don de Dios, y animarnos a disfrutarlo, porque es lo que realmente compensa los rigores de la vida, como la primavera y el verano compensan los del invierno

            No siempre y necesariamente los vicios capitales se combaten con estrictas medidas ascética. A veces se combaten también, con esa justa, equilibrada, armónica, prudente, proporcional y vital experiencia del placer.

El lenguaje es bastante tirano: meter un contenido en una palabrita que además trae toda una carga cultural, histórica. El placer lujurioso , el desenfreno, es algo extremo, es más que un placer , un vicio.

Lo opuesto a la lujuria quizá no sea la abstinencia, sino una muy buena forma de vivir el placer sexual. De esto vamos a hablar hoy.

             Lamentablemente muchas veces, a expresiones hermosas, se las ha llamado ‘lujuria’. Esa cultura de la represión, es atribuida por algunos a la iglesia, por otros a los puritanos, por otros a la Reina Victoria… Venga de donde provenga, en definitiva creo que es un aspecto de la psiquis humana: esta especie de ‘yo crítico’, temeroso de los placeres de la vida, represor, con miedo al desenfreno. Esta parte de nuestra mente o de nuestra alma hace como de contrapeso al ímpetu vital que tiende a esos placeres que Dios nos ha regalado para que la vida, que es bastante dura, sea al mismo tiempo mas hermosa y no perdamos las ganas de vivir. Porque la vida no es solo sacrificios, dureza, rigor, lágrimas. Jesús dijo que ‘estamos llamados a una fiesta’ donde existe el placer por la comida y la bebida y también el placer del encuentro sexual íntimo.

            Lujuria, deriva del latín “luxus” que significa abundancia, superfluidad, exuberancia. Todo lo que tenga que ver con la exaltación, con el exceso. De ahí viene también todo lo que está asociado al lujo.

            Llevada al plano sexual, la lujuria es un exceso, o mas bien, un intento de multiplicar las sensaciones del placer sensual y sexual. Es ese intento de aumentar superficialmente, como exageración.

            La pregunta es, en el caso de ser lujuriosos: si queremos aumentar, exagerar, poner de más, si queremos hacer de la vida el imperio de los sentidos ¿por qué será?

            Así como en el caso de la gula hay diferencia entre el placer que nos da la comida, que nos permite sentirnos satisfechos, y el exceso de comida que nos hace perder ese instinto de placer y nos hace más bien experimentar la compulsión, que es un exceso por el cual terminamos sintiéndonos mal.

            De la misma manera, la lujuria es una compulsión al placer sensual y sexual que, paradójicamente, en vez de producir placer, entra a veces en el dominio del disgusto, del asco o de lo repugnante. Para quienes consumen pornografía por ejemplo, que transitan por el imperio de lo lujurioso en algunos casos, el alma queda vacía después de unas horas de exposición a ella. Capaz que ni siquiera queda en un estado de repugnancia, pero hay algo que hiere un goce porque lo desvía hacia lo perverso, a veces emparentado con lo sádico, otras con la tortura, otras con la autovictimización, otras con el masoquismo. Y ahí entran todas las distorsiones.

            Es muy difícil trazar un línea divisoria entre la intensidad de la pasión, el deleite de la entrega, y ese sub mundo en el que nos sentimos tragados, devorados, consumidos, consumidos por nuestros propios deseos desatados. En definitiva, trazar esa línea entre el placer sexual y la lujuria, es una posibilidad que tiene cada uno indagando su propia alma. ¿Habrá que atar el deseo, frenarlo, para evitar la lujuria? ¿no será mejor mas bien darle cauce como el río, que acompaña los movimientos del terreno, que a veces fluye suave, tranquilo, y otras veces son cataratas?