03/01/2024 – Seguimos compartiendo este mes de enero, comenzando un año nuevo, comenzando con propósitos diferentes, con ganas de conocer, de seguir, de acercarnos cada vez más al Señor, y por eso la Palabra de Dios, y más concretamente el Evangelio, nos va dando como pautas, pistas, indicios, de por dónde Dios nos va hablando, de por dónde Dios va tratando de señalar nuestro corazón, para que podamos cumplir con este propósito, que en definitiva es el gran llamado que nosotros tenemos, que es el llamado a la santidad, y a Dios, como bien sabemos, no lo conocemos porque se nos aparece, porque nos habla directamente, sino que Él usa instrumentos. Como decíamos, puede ser la Palabra, pero también pueden ser personas que nos van señalando el camino.
Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel”.Y Juan dio este testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo’.Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios”. San Juan 1,29-34
Oración.Padre bueno,ayúdame a buscarlo que me haga crecer en el amor,para darte gloria y servirte mejoren el amor a mis hermanos.Que lo que tenga, sea tuyo,que lo que haga sea para vos,que lo que piense sea en vos,que lo que diga sea para tu gloria.Y, aunque no siempre entiendao me confunda,que mi vida sea un cantoa tu santa providencia.Señor, que yo seaun instrumento de tu amor,que pueda tomar tu cruzy seguirte con fe, esperanza y caridad.Amén.
Eso es lo que nos muestra el Evangelio de hoy. La figura del profeta Juan, de Juan el Bautista, y qué lindo cuando alguien nos cuenta con sus palabras su experiencia de Dios. Eso es lo que hace Juan, en definitiva. Cuando vos te encontrás con alguien que está enamorado de Jesús, se nota, y da gusto escucharla, porque el corazón se le inflama, porque se ensancha, porque en el fondo, ese testimonio a vos también ya te acerca a Dios.
Fijate que en el Evangelio Juan habla de una frase que es muy importante y que quizás puede pasar desapercibida, pero que nos puede iluminar mucho. Dice, antes que yo. Él estaba antes que yo. Y claro, Dios está antes que vos. Es a eso lo que a nosotros nos invade. Es eso lo que nos llena a descubrir que Dios ya estaba, que Él ya nos había pensado, que Él nos soñaba, que en el fondo tenía un plan para tu vida. No lo podés engañar a Dios. Te lo repito, no lo podés engañar a Dios. Aunque reniegues, aunque te alejes, aunque te sientas lejos de Él, Dios siempre está con vos. Dios es fiel porque te conoce, porque te hizo, porque sabe de qué estás hecho, porque en el fondo no hay nada que Dios no conozca de vos. San Agustín decía, Él nos conoce más que nosotros mismos. Y bueno, esa es la clave. La clave de tu vida pasa por ahí, por saberte conocido por Dios y por ser amado por Él. Descubrí que Dios te está amando y tratá de encontrar dónde te está hablando en el día a día.
Caminar en la oscuridad por una habitación suele ser complicado. Por más que uno conozca el lugar por donde se desplaza, aunque se sepa de memoria la ubicación de los muebles, más allá de tener noción de las distancias y se vaya con las manos extendidas, siempre está el peligro de chocarse con algo. Ni que hablar si ibas descalzo y te levantaste en medio de la noche y el dedo chiquito de tu pie encuentra el filo de la pata de la cama… ¡auch! Claro, las pupilas se dilatan y buscan el más mínimo hilo de luz que permita distinguir las figuras, pero no siempre hay luz. Bueno, pienso que en la vida de fe puede pasar lo mismo. Por momentos podemos encontrar todo iluminado y reconocemos la presencia de Dios en todo, pero en otros la penumbra o la oscuridad nos hacen ir como al tanteo. Es ahí, cuando no vemos nada, donde sales desde lo más profundo de nuestro corazón un pedido, una súplica, un grito: “¡Señor, prendeme la luz, quiero ver! Aunque sea un poquito, aunque sea un pequeño haz que me oriente.” Y así Dios se nos transfigura, nos cambia, nos renueva, nos pone en camino, ilumina lo que necesitamos para seguir en camino. La gran novedad es que, antes de que lo pidamos, Jesús ya estaba iluminando. Tal vez la clave sea aprender a percibir esos hilos de luz que justamente hacen eso, iluminar, no encandilar.
Caminar en la oscuridad no es fácil. Pero nadie dice que todo tiene que estar oscuro. La luz está, Dios está. Lo que nada más hace falta es dilatar las pupilas de los ojos de la fe. A prestar atención nomás.¿Qué te ilumina hoy? ¿Y si compartís esto con quien puede estar medio así?
Esa es la indicación de Juan, eso es lo que hace poder señalar el camino a los otros. Así como nosotros hemos tenido personas que nos han señalado y acercado a Jesús, también nosotros tenemos que hacer lo mismo. Esa es la indicación de Juan, eso nos va llevando al encuentro de Jesús, a reconocerlo y a poder señalarlo. Esa es tu tarea, la mía, la tuya, tarea de todo aquel que alguna vez se encontró con Jesús. Dios no es algo para guardárselo celosamente, sino para compartirlo. Y mientras más compartís, más plenitud tenés en el corazón. Por eso, pensá y pregúntate, ¿cómo estás dando testimonio en estos días? Tu testimonio es fruto de ese conocer a Jesús y como siempre decimos, y no nos vamos a cansar de repetir, el testimonio no es decir lo que vos hiciste por Dios, sino lo que Él hizo y sigue haciendo por vos. Por eso, acordate que el testimonio es algo clave en tu vida y tratá de acercar, acercá a los que están cerca tuyo, acercá a los que te vas cruzando en el camino, a los que te encontrás en el supermercado, a los que comparten el trabajo con vos, a los que te encontrás en este tiempo de vacaciones, acercá a los otros a Dios. Y no hace falta hablar de Dios para hablar de Dios, con un gesto, con una actitud, con una sonrisa, ya es suficiente. Pero animate a transmitir el amor de Dios.