10/01/2024 – Juan Bautista predicaba, diciendo:
«Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo.»
En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre Él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección.» (Mc 1, 7-11)
10-01-24- El pasado Domingo hemos celebrado la fiesta del Bautismo del Señor. Esta es una hermosa fiesta que nos invita a mirar nuestro propio bautismo, revitalizarlo y vivirlo a pleno. El texto evangélico con el que estamos rezando comienza hablando de Juan Bautista y del contenido de su predicación. Allí nos damos cuenta de dos bautismos distintos, el de él y el de “aquel que viene”.
¿En qué consiste el bautismo de Juan? El evangelista Marcos nos dice unos versículos antes que proclamaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados (Cf. Mc 1,4), y Mateo nos dice que la gente se hacía bautizar confesando sus pecados (Cf. Mt 3,6). Lo otro que queda claro es que él solamente está preparando el camino para aquel que viene con el nuevo bautismo. ¿Qué dice Juan sobre el nuevo bautismo? Que será con el Espíritu Santo.
Luego de anunciar cómo será el nuevo bautismo en el Espíritu Santo es que vemos llegar a Jesús para ser bautizado. San Marcos es muy escueto a la hora de relatar el hecho propiamente, le dedica solamente medio versículo: “y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Mc 1,9b). Pero, en su estilo, no es para nada escueto al relatar los signos posteriores ya que le dedica dos versículos enteros (vv. 10-11).
El primero de los signos es el cielo rasgándose. ¡Qué importante es saber que gracias al bautismo tenemos abiertas las puertas del cielo! Marco comienza el de la siguiente forma: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús” (Mc 1,1). ¿Cuál es esa primera Buena Noticia que nos viene a contar el evangelista? Que ahora el cielo se abrió, que el encuentro con Dios es posible y que la plenitud que nuestro corazón reclama está al alcance, Dios no es el lejano e inalcanzable, sino el cercano.
De ese cielo abierto desciende el Espíritu Santo, ese Espíritu que había anunciado anteriormente el mismo Juan. El Espíritu desciende sobre Él y por eso es que en la sinagoga de Nazaret lo vamos a ver leyendo y haciendo propias las palabras de Isaías:
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,17-19)
El Espíritu lo unge, lo prepara para la misión y lo impulsa a realizarla, no es un espíritu de puertas cerradas. Es un Espíritu de anuncio de la Buena Noticia con acciones concretas, no se queda en lindas palabras. Este mismo Espíritu lo hemos recibido nosotros en nuestro bautismo, veamos qué dice San Pablo sobre este Espíritu: “Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abba!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios” (Gal 4, 6-7).
Ese Espíritu que desciende es la prueba de la filiación con Dios, por eso es que la voz del Padre lo que hace es confirmar lo que ya había realizado con esa unción. Jesús es el Hijo y nosotros los hijos en el Hijo. Esa voz viene del cielo, ahora que están abiertos hay comunicación y es el mismo Dios quien comienza el diálogo. La voz venia del cielo parece invitar a ir hacia allí.
La voz no solamente dice que Jesús es el Hijo, sino que también es el querido o amado. En el Primer Testamento, “el amado” es la forma de llamarlo a Isaac (Gn 22,2). Isaac es el hijo amado de Abraham, a quien prepara para ofrecerlo en sacrificio. Ese ofrecimiento voluntario en sacrificio es el que Jesús realiza en la cruz y que nos trae la resurrección. Jesús después de la resurrección asciende al cielo, ese mismo cielo que se abrió en el bautismo.
Ese ofrecimiento es libre gracias al Espíritu que lo ungió. Recordemos la cita que acabamos de hacer del apóstol San Pablo donde nos dice que gracias al Espíritu llamamos a Dios Abbá y ya no somo esclavos. Para el apóstol, lo contrario a la esclavitud es la filiación, una filiación que incluye la libertad con mayúscula. Podemos decir que porque es Hijo entonces es verdadera y plenamente libre, siendo libre se entrega voluntariamente en sacrificio mostrándose como “el Amado” del Padre. En definitiva, La vos declara algo que gracias a la unción es ya una realidad presente: “Tu eres mi Hijo”, y algo que vendrá: “el Amado”.
¡Cuánto que tenemos para reflexionar, rezar y en consecuencia actuar gracias a nuestro Bautismo! ¡Qué importante reconocernos como los hijos libres! ¡Qué lindo sería el dejarnos impulsar por el Espíritu que nos ungió!