24/01/24- Hoy la invitación es a rezar junto al pasaje del endemoniado de Geresa. Para poder comprender plenamente lo que aquí sucede, quizás necesitemos ir unos versículos antes, hasta Mc 4,35. Luego de hablar a la multitud por medio de distintas parábolas les dice a sus discípulos: “Crucemos a la otra orilla”, lo que sigue es la tempestad calmada y finalmente la llegada al otro lado del mar de Galilea.
La iniciativa de Jesús de cruzar a la otra orilla no es una invitación más, no podemos olvidar la negativa connotación que tenían el mar y lo que “estaba del otro lado”, en la zona pagana del mar. Lo de Jesús es una invitación a la valentía y a atravesar barreras. Dentro del mar viene el vendaval y las olas, que son tranquilizadas con una orden: “¡Silencio!¡Cállate!” (Mc 4,39). Cuando pide que se callen es que la tempestad se calma, evidentemente esa tempestad son las múltiples voces que a menudo claman por mantenernos quietos y adormecidos, Jesús no oye esas voces.
Una vez que llegan a la otra orilla se cruzan con un hombre que vivía en un cementerio entre los sepulcros. Este hombre vivía con los “sin vida”, estaba muerto en vida, estaba poseído por un espíritu impuro. ¡Cuánta fuerza tenía ese espíritu que lo había separado de todo y lo marginaba hasta llevarlo al cementerio!
Pero este agente externo que lo dominaba desde adentro no era el único factor en juego en toda esta historia. Dice el texto que nadie podía sujetarlo y que lo habían atado, se repiten las palabras “cadenas y grillos”. ¿Quiénes son los que no pudieron dominarlo? ¿Serán los mismos que lo llevaron hasta el cementerio? ¡Cuánta violencia en la vida de una sola persona! Esos grillos y cadenas, signos de la violencia ambiente o social no podían dominarlo, quizás el problema era este,
lo que se buscaba era la dominación y no la liberación del endemoniado.
La espiral de violencia no acabó ahí. No solamente un espíritu impuro, grillos y cadenas, se nos dice que vagaba por los sepulcros dando alaridos y lastimándose con piedras. La estancia en el cementerio entre los sepulcros es la propia de los muertos, por este espíritu que lo tenía controlado se lo consideraba un muerto en vida, se le daba un tratamiento inhumano mediante las cadenas y los grillos, por último, la deshumanización fue tal que ya ni hablaba, daba alaridos. El alarido no es una palabra, es un sonido disruptivo y desarticulado, no permite la comunicación con nadie, es la plena aislación. Y para completar el círculo de violencia de este hombre, el pasaje indica que se hería con piedras… Ya ni él mismo se quería….
La descripción de la vida de este hombre causa un profundo dolor, el la marginalidad y la violencia en su máxima expresión. Cuando Jesús decide “cruzar a la otra orilla”, lo que decide es atravesar la violencia de esas palabras que lo mantenían en el “lugar seguro” para ir al encuentro de este hombre marcado por la violencia vivida en carne propia, eso queda claro porque terminado esto, vuelve a cruzar el mar.
¿Cómo soluciona Jesús ese problema? Lo primero que hace es comenzar a desandar el camino realizado hasta que el hombre llegó al cementerio, si este poseído daba alaridos porque ya no tenía sentido hablar, con Jesús puede dialogar. El hombre lo reconoce como “Hijo de Dios, el Altísimo”, ese era el modo que tenían de llamarlo a Dios algunos paganos en el Antiguo Testamento (Cf. Melquisedec, Cf. Gn 14,17-24), este hombre era un hijo de su pueblo no reconocido por los suyos, marginado y mal tratado por algo que él no podía controlar.
Cuando la gente de la ciudad y alrededores fueron hasta el lugar de los hechos “vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor”, se llenaron de temor… ¿Será que estaban mal, pero acostumbrados? ¿Que como la violencia no los “afectaba directamente” preferían al “malo conocido que al bueno por conocer”? ¿Qué era lo que en verdad les daba miedo?
El pasaje termina con el intento del hombre liberado de seguir a Jesús, este no se lo permite, sino que lo manda a su casa, a su familia, ¡Qué difícil hará sido volver al lugar ese! Este volver no era volver y nada más, era volver para contar la misericordia de Dios en su vida, “anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse [eleo – misericordia] de ti”. En definitiva queda claro porqué las cadenas y grillos no pudieron dominarlo, porque la violencia no puede solucionar los problemas, es la misericordia, el amor en acción el que es capaz de liberar y solucionar definitivamente un problema.
Pbro. Lic. Cristian Basterrechea