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Maria nos enseña a vivir en alegria y gratitud a Dios
lunes, 12 de diciembre de 2011
https://radiomaria.org.ar/_audios/770.mp3
En esta semana contemplaremos a María y su experiencia de Dios manifestada en el Magníficat.
El Magníficat es un cántico de alabanza, hace referencia a que el alma de María estalla de alegría frente a la gran obra de Dios. “Mi alma engrandece al Señor, glorifica al Señor, exalta al Señor, canta la grandeza del Señor”, empieza María en su cántico en esta oración tan hermosa que debe ser un modelo de oración para todos nosotros.
En la catequesis de hoy, María nos enseña a vivir en la alegría y en la gratitud a Dios.
“
María dijo entonces, mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el todo poderoso ha hecho en mí grandes cosas. Su nombre es Santo. Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo. Dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres a favor de Abraham y de su descendencia para siempre.”
Realmente la Virgen nos enseña, nos demuestra que la verdadera alegría procede de Dios. María es invitada a alegrarse por el Ángel, por creer que Dios cumplirá sus promesas y en todo caso, nos mueve también a nosotros antes que nada, el deseo también de dar gracias a Dios y alabarle, porque en medio de todo, su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Nos sentimos también llamados a la conversión en este tiempo de Adviento, impulsados a pedir y recibir el perdón de Dios, pero también a gozarnos de renovar nuestra fe y nuestra esperanza en sus promesas. Junto con María proclamamos la admirable grandeza del Señor, que hace posible la vida y la felicidad de todos los hombres. La Madre del Señor canta en el Magníficat, las grandes obras de Dios en favor de su pueblo. Son muchos los beneficios que recibimos de Dios. Son muchos los beneficios que Dios ha hecho en nuestra sociedad y en nuestra iglesia. Movido por su amor hacia nosotros, le alabamos por su gran misericordia, que descubrimos días tras días en nuestra vida.
Consigna: ¿Qué cosas te llenan de alegría y te mueven a dar gracias al Señor? ¿Qué cosas Dios ha hecho en tu vida que ha movido tu corazón para estallar en alegría y te mueven a darle gracias con un profundo amor?
María, nos enseña a descubrir
entonces, así como también el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 27,
que en nuestro corazón hay un deseo profundo de Dios. El deseo de Dios está inscripto en el corazón del ser humano, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios no cesa de atraer hacia Sí al hombre. Sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la verdadera felicidad que no cesa de buscar.
La razón más alta de la dignidad humana
, consiste en la vocación que todos nosotros tenemos a
una comunión profunda con Dios
.
El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento
,
pues no existe sino porque creado por Dios, creado por amor, es conservado siempre por amor, y no vive plenamente según la verdad, sino reconoce libremente aquel amor y se entrega a su creador
.
María nos enseña realmente, a enamorarnos de Dios, qué es lo que en definitiva hace que el corazón de María se alegre. El amor infinito de Dios, frente a toda adversidad, frente a toda circunstancia, que a veces supera su capacidad, María está alegre, María se alegra por Dios, también nosotros hermanos somos invitados a saber descubrir lo que Dios ha marcado en nuestro corazón, lo que Dios nos ha revelado, el cariño, la ternura de Dios manifestada a través de situaciones, de personas, de acontecimientos, incluso a través del dolor. María es una maestra, ella con su belleza, con su pureza y con su humildad nos revela con tanta sencillez que Dios siempre está, que Dios elige, que Dios llama. María se alegra, el corazón, el espíritu de María se alegra en el señor, porque Dios ha mirado con bondad su pequeñez, Dios mira la sencillez del corazón de María, Dios valora, Dios tiene en cuenta la pequeñez de su servidora. Queridos hermanos, Dios también a nosotros nos mira con amor y con bondad. Yo quisiera compartir con ustedes, un poco en esta catequesis, la posibilidad de que la misma palabra de Dios nos vaya iluminando en cuál es la fuente de la alegría, en qué nos tenemos que gozar y alegrar, por eso Jeremías nos dice así: “son para mí tus palabras, el gozo y la alegría de mi corazón”, la palabra de Dios es fuente de alegría, porque Dios te habla directo al corazón, Dios en la sagrada escritura nos revela todo lo que necesitamos para alcanzar la salvación, la felicidad eterna. También a María le dice Isabel, en el primer capítulo de Lucas, versículo 46-47 “dichosa la que ha creído que se cumplirá, lo que le ha sido anunciado de parte del Señor”, es decir, feliz de ti por haber creído, la fe también es fuente de energía, porque la fe es una luz que te ilumina en las tinieblas, la fe te sostiene y entonces María dijo: “mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece en Dios mi salvador”, la fe es fuente de alegría, pero también cuando Jesús nace en el pesebre, cuando los ángeles se les acercan a los pastores, que esa noche estaban pastoreando unas ovejas, el ángel les dijo: “no tengan miedo, les traigo una buena noticia, una gran alegría, para todo el pueblo, pues les ha nacido hoy un salvador, que es el mesías, el Señor en la ciudad de David” la encarnación del hijo de Dios, Dios que ha prometido quedarse con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, la presencia de Dios es fuente de alegría para tu vida, pero también este hermoso texto, que está tomado del evangelio de Lucas 10, versículo 1-20, dice asi: “los 72 discípulos volvieron y le dijeron llenos de gozo: “Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre”, Él les dijo: “yo veía caer a Satanás del cielo como un rayo, les he dado poder de caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo y nada podrá dañarlos, no se alegren; sin embargo de que los espíritus se les sometan, alégrense, mas bien, de que sus nombres estén escritos en el cielo”, hermanos el Señor ha escrito nuestro nombre en el cielo, como no alegrarnos, como no elevar la mirada confiada y saber que ahí es nuestra casa definitiva, hacia allá caminamos, por eso no debemos permitir que las tristezas de este mundo, opaquen la alegría profunda que Dios siembra en nuestro corazón, recordemos a la Virgen que estuvo de pie junto a la cruz, pero su corazón estuvo firme, porque ella experimentó en su vida los signos que Dios le marcó, le indicó para que ella crea. “Feliz de ti, porque crees que se cumplirá, lo que el Señor te ha anunciado” y esa felicidad, esa alegría, incluso la va a sostener en los momentos difíciles.
Estamos invitados a amar a Dios, como ella lo ama, a seguir a Cristo como ella lo sigue, a ser nosotros también todo de Cristo, ser esclavos por amor como ella le dijo al ángel: “Yo soy la esclava del Señor, Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho, que se cumple en mí su voluntad”. Continuamente nosotros también somos invitados a hacer esta experiencia de Dios, cómo es entonces la experiencia de Dios en la vida del cristiano al modo de María. Pablo también nos lo revela en romanos 12, cuando nos dice: “Hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a entregarse ustedes mismos como una ostia viva, santa y agradable a Dios, este es el culto espiritual que deben ofrecer y no tomen como modelo este mundo, sino al contrario, déjense renovar por Dios en su conciencia, en su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. María se entrego a sí misma al Señor, Ella también como Cristo, se hizo una ostia viva, María se entregó junto con Jesús en la cruz, María nos enseña a ofrecernos, incluso en cada misa, en cada misa nosotros también nos ofrecemos con Cristo, ahí en la patena y en el cáliz. Dios no quiere cosas que nosotros le entreguemos, Dios quiere nuestro corazón, Dios no espera un montón de elementos físicos o grandes sacrificios, Dios quiere tu amor; esa es la fuente de alegría del cristiano, ser todo de Dios, saber que nuestros nombres están escritos en el cielo, quién podrá apartarnos del amor de Cristo, quién podrá separarnos de Él, quién podrá estar contra nosotros si Dios está con nosotros. Por eso queridos hermanos es muy importante también reconocer que Dios se alegra, el cielo se alegra, cuando nuestro corazón se vuelve hacia Él. Así nos lo dice el mismo Señor, el mismo Jesús, cuando en Lucas 15, en las parábolas de la misericordia, tanto de la oveja que se pierde y que el pastor deja las otras 99, tanto cuando la mujer pierde una moneda, tiene diez monedas y pierde una, o cuando el padre misericordioso da la libertad a su hijo menor. Su hijo menor malgasta todo, se aleja de su padre. Jesús continuamente nos manifiesta que Dios se alegra, el cielo explota de alegría por un pecador que se convierte. Cuando los fariseos lo criticaban a Jesús porque se juntaba a comer con publicanos y pecadores, Él les cuenta estas parábolas, por ejemplo que hay un joven pastor que pierde una oveja y deja las 99 para ir a buscar la que se le había perdido y cuando la encuentra se llena de alegría, hace una fiesta, invita a los vecinos y les dice, “Vengan, alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. Dice Jesús, “En el cielo será mayor la alegría por un pecador que se convierta que por 99 justos que no necesitan penitencia, que no necesitan convertirse. La alegría que experimenta la Virgen es la alegría de Dios. No podemos experimentar la verdadera alegría si Dios no la comunica.
Allí también cuando nos pone el ejemplo de esta mujer que tenía diez monedas y pierde una, y cuando la encuentra llama a su vecina, a sus amigas y les dice “Vengan, alégrense conmigo porque encontré la moneda que se me había perdido”. “Les aseguro, dice Jesús, que de la misma manera se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.
Hermanos, nos podríamos preguntar realmente ¿Quién soy yo para que los ángeles de Dios, para que el cielo estalle de alegría si me convierto? ¿Quién soy yo, no merezco todo este amor y tanta ternura que Dios me ofrece? ¿Tan importante soy para Dios? Sí, somos importantes para Dios, y en la cruz Él nos revela ese amor infinito, y ese amor es el que experimentó María.
Hermanos, en nuestra espiritualidad cristiana, estos rasgos marianos de la alegría, de una profunda gratitud a Dios, no deben faltar cotidianamente. Cada vez que tropieces en el camino, cada vez que te sientas abatido, que te sientas sólo, que sientas que no puedas salir adelante, que ya no puedes seguir, no te olvides que el cielo estalla de alegría cuando vos, cuando yo nos acercamos a Jesús.
La alegría de Dios es compartida, es infinita, es eterna. Cuando un solo pecador, cuando una sola persona acepta libremente el amor de Dios. Y entonces en la parábola del Padre misericordioso, en la que el padre espera al hijo que se ha ido, a malgastar sus bienes, en una vida desordenada. Claro, el hermano mayor se enoja cuando vuelve porque el padre no lo deja ni hablar, sale corriendo, se le cuelga del cuello, lo besa, lo viste con dignidad, le muestra su libertad, lo acepta, lo perdona, antes que el hijo menor diga algo. Entonces el hijo mayor se enoja, “hace tanto que te sirvo y no me has dado un cabrito para festejar con mis amigos” “Hijo mío, le dice el padre, todo lo mío es tuyo, es preciso hacer fiesta y alegrarse, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado”. Alegrarse también por la conversión de los hermanos.
En Juan 16, Jesús se está despidiendo de sus discípulos, está ya revelándoles que Él tiene que irse, que Él tiene que padecer, que morir en la cruz. Dice Jesús: “De nuevo los veré y se alegrará su corazón y nadie será capaz de quitarles su alegría”. Cuando Jesús resucita y lo ven sus discípulos, los discípulos se llenan de alegría de ver al Señor y son capaces de dar la vida por defender la verdad de la resurrección. Están grande la alegría, que nada ni nadie se las puede quitar, ni siquiera la muerte, ni siquiera el sufrimiento de reno, ni siquiera el sufrimiento pasajero, puede apagar la alegría que hoy la virgen nos quiere enseñar. ¿Cómo no agradecer todo lo que Dios nos ofrece sin que lo merezcamos, cómo no agradecer tanto amor y misericordia que Dios nos tiene, cómo no ser agradecidos frente a tantos signos que Dios nos regala?. Es verdad que a veces las distracciones o porque le prestamos más atención a algunos problemas, no nos permiten realmente contemplar y descubrir los signos de la presencia de Dios que nos dice: “Aquí estoy, yo te amo”. Por eso queridos hermanos yo quisiera invitarlos con el texto de San Pablo a los Filipenses en el capítulo 4, a partir del versículo 4, dice así:
“alégrense siempre en el Señor”, vuelvo a insistir alégrense que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres, el Señor está cerca, no se angustien por nada y en cualquier circunstancia recurran a la oración y a la suplica acompañada de acción de gracias para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios que supera todo lo que podemos pensar tomará bajo su cuidado los corazones y pensamientos de ustedes por medio de Cristo Jesús.
Entonces San Pablo nos ayuda y nos invita también, alégrense siempre en el Señor, vuelvo a insistir alégrense, que nada los angustie. María nos demuestra que es posible encontrar la verdadera alegría, por eso si estas triste, si no descubrís la presencia de Dios en tu vida, pídele a la Virgen que te ayude, ella es una gran maestra, es una gran madre, nunca te deja solo, nunca te deja sola, quién mejor que ella te puede enseñar a confiar en la adversidad, si vio morir a su propio hijo, no comprendía perfectamente la voluntad de Dios pero siempre estaba dispuesta
. Por eso, para alegrarse en Dios, hay que confiar en Él, Dios siempre tiene la última palabra, Dios tiene la última palabra, no la muerte, no el sufrimiento, no los problemas, Dios tiene la última palabra, por eso que se alegre nuestro corazón y que la gratitud brote espontáneamente por obra del espíritu para reconocer la bondad del Señor en nuestra vida.
Quisiera también compartir con ustedes, el texto de Isaías 49, a partir del versículo 13, que dice así: “¡Griten de alegría cielos, regocíjate tierra, montañas prorrumpan en gritos de alegría, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de sus pobres!”. Sión decía: “El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mi”. ¿Se olvida una madre de su criatura?, ¿No se compadece del hijo de sus entrañas? Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, te llevo grabada en las palmas de mis manos.
Cómo no gritar de alegría, cómo no estallar el corazón humano en este gozo tan profundo cuando Dios en persona nos dice: “te amo”, “no te olvido”, “yo te consuelo”, “yo me acerco a ti”.
https://radiomaria.org.ar/_audios/770.mp3
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