13/09/2024 – Compartimos la catequesis reflexionando el Evangelio del día:
Jesús dijo a sus discípulos: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con la que ustedes midan también se usará para ustedes” Les hizo también esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro. ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.» Lucas 6, 37-42
El Evangelio de hoy nos invita a una profunda reflexión sobre el perdón y la conversión del corazón. Jesús nos llama a no juzgar ni condenar, sino a perdonar para ser perdonados. Este perdón, sin embargo, no significa olvidar o ignorar, sino poner el corazón de Dios en nuestras acciones, renunciando a cualquier derecho de venganza. Nos desafía a mirar primero dentro de nosotros mismos, a reconocer nuestras propias fallas antes de señalar las de los demás. El camino hacia una vida cristiana auténtica comienza con la transformación personal.
En este sentido, Jesús nos recuerda la importancia de no intentar corregir a los demás sin antes habernos corregido nosotros mismos. Nos pone el ejemplo del ciego que no puede guiar a otro ciego. El Evangelio nos enseña que el verdadero cambio en la vida y en el mundo ocurre cuando dejamos que la Palabra de Dios transforme nuestras propias vidas. Solo entonces, con un corazón renovado, podremos ayudar a nuestros hermanos en su camino de conversión, no desde la crítica, sino desde el amor y el ejemplo personal.
Este llamado a la conversión personal también está relacionado con el testimonio de vida que damos como cristianos. No es suficiente proclamar la Palabra de Dios con palabras, sino que nuestras acciones deben reflejarla. Como dice San Ignacio, el amor está más en las obras que en las palabras. La verdadera transformación del mundo no ocurre a través de opiniones o mensajes en redes sociales, sino a través de la vivencia auténtica de nuestra fe, de un testimonio que brota del corazón, desbordando en nuestras acciones cotidianas.
Finalmente, Jesús nos invita a centrar nuestra atención en las “vigas” de nuestra vida, esos aspectos importantes que realmente sostienen nuestra fe y nos permiten construir sobre una base sólida. Nos exhorta a no distraernos con pequeñas fallas ajenas, sino a dedicarnos a las grandes áreas de nuestra vida que necesitan corrección y crecimiento. Con la ayuda del Espíritu Santo, podemos convertirnos en verdaderos oyentes y practicantes de la Palabra, transformando nuestro corazón y, en consecuencia, el mundo que nos rodea.
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