20/04/2025 – El próximo 23 de abril se conmemora un siglo de una hazaña que grabó a fuego el nombre de dos caballos criollos en la historia: el inicio del viaje de Gato y Mancha desde Buenos Aires hasta Nueva York. En 1925, estos valientes equinos, acompañados por el aventurero suizo Aimé Félix Tschiffely, emprendieron una travesía que duraría 3 años y 149 días, culminando el 20 de septiembre de 1928. En honor a esta gesta, cada 20 de septiembre se celebra en Argentina el Día Nacional del Caballo.
Para conocer más sobre esta fascinante historia, nos comunicamos con Enrique Taborda, escritor e historiador de Ayacucho, profundo conocedor del folclore nacional. Taborda nos relata que Tschiffely, un profesor de educación física de origen suizo radicado en Argentina, eligió caballos criollos de la estancia El Cardal en Ayacucho, propiedad de Emilio Solanet. Esta elección no fue casual, ya que Solanet se había dedicado a reivindicar la nobleza y fortaleza del caballo criollo, mejorando la raza con manadas traídas desde la Patagonia.
Gato y Mancha, cuyos nombres aludían a su pelaje gateado y manchado respectivamente, no eran caballos jóvenes, rondando los 15 y 16 años al iniciar el viaje. Sin embargo, su resistencia y temperamento demostraron ser cruciales para enfrentar los desafíos de recorrer 11 países a lo largo del continente americano, siguiendo una ruta que anticipaba la futura Panamericana.
El periplo estuvo repleto de anécdotas, desde sortear peligros naturales hasta enfrentar las inclemencias del clima, cruzando desiertos bajo un sol abrasador y ascendiendo a alturas imponentes en los Andes. La conexión entre Tschiffely y sus caballos se fortaleció a lo largo del viaje, convirtiéndose en un vínculo casi fraternal.
Tras su épica travesía, Gato y Mancha regresaron a la estancia El Cardal, donde vivieron hasta una avanzada edad. Hoy, sus cueros embalsamados se exhiben en el Museo de Luján, mientras que sus restos descansan en la estancia que los vio partir y regresar triunfantes. Incluso las cenizas de Tschiffely, fallecido años después, fueron traídas a Ayacucho para que descansaran junto a sus fieles compañeros.
La historia de Gato y Mancha no solo es un testimonio de la resistencia del caballo criollo, sino también un recordatorio de la audacia y el espíritu aventurero de aquellos que se atreven a desafiar los límites. A 100 años de su partida, su legado perdura, inspirando a generaciones y reafirmando el valor del vínculo entre el hombre y el caballo.
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