04/05/2025 – En el marco de la celebración del Día Internacional de la Danza, «Senderos de mi tierra» nos regaló una historia conmovedora y vibrante. Desde Las Heras, Mendoza, Verónica compartió más de tres décadas de pasión y entrega al folclore argentino, un camino que la unió a su esposo, Miguel Ángel, en un «amor en danza».A los 12 años, Verónica llegó a Las Heras y encontró en el polideportivo un universo de posibilidades. Sus padres la inscribieron en folclore, sin imaginar que allí encontraría no solo una disciplina, sino también a sus «ángeles»: sus profesores. Sin proponérselo, la danza se convirtió en su vida, desde el ballet infantil hasta integrar el ballet estable municipal, cosechando innumerables logros y alegrías.Para Verónica, la danza es «amor, pasión, proyección», una fuerza que corre por sus venas y permite «volar» y expresar su interior. Fue precisamente en este camino artístico donde conoció a Miguel Ángel, quien ya bailaba desde niño. El destino los unió como pareja de baile en el ballet juvenil, y desde entonces, no se separaron más. Juntos, llevaron su arte por escenarios de España, Cuba, Brasil y toda Argentina, viviendo experiencias inolvidables y compartiendo la riqueza del folclore.La llegada de sus hijos, Nicole y Tiago, marcó una pausa en sus viajes, pero la danza siempre permaneció presente. Hoy, con orgullo, ven a Nicole seguir sus pasos en el baile, mientras Tiago explora el mundo de la actuación. La danza no solo los unió como pareja, sino que también los sostuvo en momentos difíciles, como la pérdida del padre de Verónica, quien siempre fue un gran apoyo.Con emoción, Verónica recuerda los años dorados del ballet estable municipal, las incontables actuaciones en vendimias departamentales y los encuentros con grandes figuras del folclore como Soledad Pastorutti y Los Chalchaleros. Anécdotas como correr al aeropuerto para recibir a los artistas o compartir escenario con ellos se grabaron en su memoria como tesoros imborrables.Si bien hoy Verónica se dedica a su trabajo en el Registro Civil y Miguel en obras sanitarias, la danza sigue siendo un lazo que los une. Han retomado su participación en la vendimia de adultos y disfrutan de encuentros informales para seguir bailando. Para Verónica, la danza es un viaje de ida, una pasión que se lleva en el alma para siempre.Su mensaje final es una invitación a animarse, sin importar la edad o la perfección técnica. La danza es disfrute, es fluir, es una forma de conectar con uno mismo y con el público, trascendiendo a otra dimensión con cada movimiento. Una vez que se prueba, asegura Verónica, el alma se llena de una alegría imborrable. La historia de Verónica y Miguel Ángel es un testimonio vibrante de cómo la danza puede entrelazar vidas, construir sueños y dejar una huella imborrable en el corazón.
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