Historia de los Concilios: de Éfeso a Calcedonia

lunes, 12 de mayo de 2025

12/05/2025 – Los Concilios de Éfeso (431 d.C.) y Calcedonia (451 d.C.) representan momentos cruciales en la historia de la Iglesia, continuando la labor de definición doctrinal iniciada en Nicea y Constantinopla. El Concilio de Éfeso surgió en respuesta al nestorianismo, una doctrina que separaba demasiado la naturaleza divina y humana de Cristo, llegando incluso a cuestionar el título de María como «Madre de Dios» (Theotokos). La asamblea conciliar condenó estas ideas, reafirmando la unidad inseparable de las dos naturalezas en la única persona de Cristo y solemnemente reconociendo la maternidad divina de María. Esta declaración no solo clarificó la cristología, sino que también profundizó la veneración mariana dentro de la tradición cristiana.

Tras la afirmación de la unidad de las naturalezas en Éfeso, surgió una corriente teológica conocida como monofisismo, que, en su intento por enfatizar la divinidad de Cristo, sostenía que en Él solo existía una naturaleza divina, absorbiendo la humana. Esta postura generó una nueva controversia que llevó a la convocatoria del Concilio de Calcedonia. Con una nutrida participación de más de quinientos obispos, y bajo la influencia del «Tomus Leonis» del Papa León I, el concilio buscó un equilibrio doctrinal.

El Concilio de Calcedonia logró definir la fe ortodoxa respecto a la persona de Cristo, declarando que Él es «verdadero Dios y verdadero hombre», existiendo en «dos naturalezas, sin confusión, sin mutación, sin división, sin separación». Se utilizaron los términos filosóficos griegos «prosopon» (persona) y «physis» (naturaleza) para articular esta compleja verdad teológica, subrayando tanto la unidad de la persona de Cristo como la distinción e integridad de sus naturalezas divina y humana. Al igual que Éfeso, Calcedonia también reafirmó el título de María como «Madre de Dios». Estos dos concilios, Éfeso y Calcedonia, consolidaron de manera significativa la cristología cristiana, proporcionando un marco doctrinal que ha perdurado a lo largo de los siglos y continúa siendo fundamental para la comprensión de la identidad de Jesucristo.

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