Creo en el Espíritu Santo

jueves, 5 de junio de 2025

04/06/2025 – En «Palabras jóvenes de grandes hombres», estamos profundizando, junto al padre Alejandro Nicola, en las expresiones del Credo y lo venimos haciendo desde lo formulado en el Concilio Ecuménico de Nicea, el primer concilio de la historia de la Iglesia.

Ya hablamos del Padre y del Hijo, y hoy nos quedamos con una afirmación central: “Creo en el Espíritu Santo”.

El Concilio de Nicea, celebrado en el año 325, declaró la divinidad del Hijo, afirmando que es “de la misma naturaleza que el Padre”. Sin embargo, la definición del Espíritu Santo quedó incompleta, apenas mencionada. Por eso, fue necesario un nuevo concilio: el de Constantinopla, en el año 381.

«Allí se combatió una enseñanza errónea que se había extendido: la herejía de los macedonianos, quienes negaban que el Espíritu Santo fuera Dios. Decían que era una ‘energía’, un ángel, pero no parte de la Trinidad. Frente a esto, los Padres Capadocios, San Basilio Magno, San Gregorio de Nisa y San Gregorio Nacianceno, defendieron la divinidad del Espíritu Santo. Basilio fue el primero en escribir un tratado sobre Él», explicó el padre Alejandro.

El Concilio de Constantinopla, presidido por Gregorio Nacianceno, optó por una definición doxológica, basada en la liturgia: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas.”

Esta formulación muestra que la liturgia expresa lo que creemos: al adorar al Espíritu como al Padre y al Hijo, reconocemos su divinidad. Así se completa lo que el Concilio de Nicea no había alcanzado a definir.