01/07/2025 – ¿Te imaginás que esos pequeños gestos de fe, que quizás heredaste de tu abuela o que ves en un jugador de fútbol antes de un partido importante, sean en realidad poderosos signos de esperanza? ¿Alguna vez pensaste en la importancia de fijarte en «todo lo bueno que hay en el mundo» para que la oscuridad no te gane? En el ciclo «Peregrinos de Esperanza», la Hermana Marta Irigoy, consagrada, nos sumerge en la vitalidad de la piedad popular y su profundo vínculo con el Año Jubilar, invitándonos a redescubrir la fuerza de esos gestos sencillos que nutren nuestra fe y nos abren los ojos a la presencia de Dios en lo cotidiano.
La Hermana Marta comienza destacando la mención que hace el Papa Francisco en la bula de convocatoria al Año de la Esperanza sobre la piedad popular como un elemento esencial que ha sostenido el camino de fe a lo largo de la historia de la Iglesia. En este encuentro, la Hermana Marta se detiene en dos puntos clave de este documento: cómo la esperanza y la paciencia son el entramado del camino de la vida cristiana y cómo la piedad popular, con sus «liturgias personales» heredadas de generación en generación, fortalece este peregrinar.
Nos conmueve al recordar esos gestos tan propios de nuestra fe popular: el persignarse de los futbolistas, el tocar el campo de juego, o el acampar durante días en la fiesta de San Cayetano. Estos actos, a menudo sencillos, son una manera legítima y profunda de vivir la fe, una expresión de confianza en la providencia de Dios, especialmente cuando nos sentimos frágiles, cuando el miedo o la incertidumbre nos acechan, o cuando la salud de un ser querido está amenazada. El Papa Francisco resalta la fe firme de las madres al pie de la cama de un hijo enfermo, aferrándose a un rosario, o la acción de prender una velita a la Virgen o a un santo. Son todas manifestaciones de una vida teologal, animada por el Espíritu Santo que habita en los bautizados.
La Hermana Marta nos invita a tomar un momento para reconocer y agradecer nuestros propios gestos de piedad popular, y recordar de quién los hemos heredado, porque son modos en los que vivimos la esperanza en esta peregrinación de la vida. Pero la reflexión no termina ahí. También nos anima a «redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos» que el Señor nos ofrece, como un deber permanente de la Iglesia, tal como lo menciona el Concilio Vaticano II. Esto implica poner atención en «todo lo bueno que hay en el mundo»: en nuestra familia, en el trabajo, en la comunidad.
¿Por qué es tan importante esta mirada? Porque si no la cultivamos, corremos el riesgo de sentirnos abrumados por el mal, la violencia y lo negativo, que «ensombrecen nuestra mirada». Nos recuerda que, si no cuidamos el corazón, podemos perder de vista esos pequeños gestos cotidianos –un llamado, un mensaje inesperado– que nos iluminan el día y nos devuelven una «mirada limpia». San Ignacio de Loyola, nos dice, ya nos proponía un «examen del día» que empieza por el agradecimiento y por ver «dónde pasó el Señor» en lo bueno que nos ocurrió. Incluso si el día fue difícil, el simple hecho de estar vivos y con el corazón latiendo ya es la mejor noticia, un signo de la presencia de un Dios compañero de camino.
Finalmente, la Hermana Marta nos recuerda que la peregrinación es un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar, un «gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida». Caminar nos ayuda a redescubrir el valor del silencio, del esfuerzo y de lo esencial. Al compartir su experiencia de una peregrinación a Santiago del Estero, destaca la profunda fe de las mujeres y sacerdotes en esos santuarios lejanos, que sostenían la esperanza de los peregrinos. Como tarea para la semana, nos deja la propuesta de buscar y, si podemos, anotar los signos de esperanza en nuestra vida cotidiana. Si no encontramos ninguno, es una invitación humilde a limpiar nuestra mirada. Es un ejercicio que, promete, «nos va a cambiar, nos va a limpiar la mirada», preparándonos para una vida transformada por la esperanza.