30/07/2025 – En la Última Cena, Jesús instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. A través de este acto, quiso perpetuar su entrega en la cruz a lo largo de los siglos, haciendo de la Eucaristía el memorial vivo de su muerte y resurrección.
Pero ¿qué significa que la Eucaristía sea un memorial? Ese y otros conceptos explicó el padre Mario Sanchez, miembro del SENALI (Secretariado Nacional de Liturgia) en «Hablemos de Liturgia»:
«Un memorial no se trata simplemente de un recuerdo simbólico, sino de una presencia real y actual del sacrificio de Cristo. En cada celebración eucarística, Jesús se nos entrega nuevamente como víctima, como ofrenda pura al Padre, para purificarnos y reconciliarnos con Él.»
Este carácter sacrificial ya estaba prefigurado en el Antiguo Testamento. Un ejemplo significativo es el sacrificio de Abraham, quien estuvo dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac, aunque Dios finalmente detuvo su mano. Este acto es una figura profética del sacrificio definitivo: Dios Padre entregando a su propio Hijo, no como un símbolo, sino como realidad redentora.
Las palabras de Jesús durante la institución de la Eucaristía lo expresan con claridad: “Este es mi cuerpo, que se entrega por ustedes… Esta es mi sangre, que se derrama por ustedes”. Así, el sacrificio de la cruz y el de la Eucaristía son un único sacrificio. La víctima es la misma, Cristo; solo cambia el modo en que se ofrece: en la cruz, de manera cruenta; en el altar, de manera sacramental.
Este sacrificio no es solo de Cristo, sino también de su Iglesia. Todos los fieles, miembros de su Cuerpo, están llamados a unirse a esa ofrenda: con su oración, su trabajo, sus sufrimientos y su alabanza. Todo adquiere un valor nuevo cuando se ofrece unido a Cristo.
Por eso, la Eucaristía es el corazón de la vida cristiana: es memorial de la Pascua del Señor, actualización sacramental de su única ofrenda, celebrada en la liturgia por su Iglesia, que es su Cuerpo.