26/12/2025 – “A veces creemos que somos muy agradecidos, pero cuando escribimos la lista encontramos dos agradecimientos y quinientos reproches.” — Padre Humberto González S.J. ¿Cómo mirar el año que termina sin caer en el autojuicio ni en balances despiadados? En una nueva entrega del ciclo “Reflexiones para el finde”, el Padre Humberto González S.J. propone una clave espiritual simple y profunda: mirar la vida con los ojos agradecidos de Dios.
El Padre Humberto González S.J., sacerdote jesuita y acompañante espiritual, compartió esta reflexión en Radio María en el marco del ciclo “Reflexiones para el finde”, dedicado a iluminar la vida cotidiana desde la espiritualidad ignaciana. En esta ocasión, el tema fue especialmente oportuno: cómo evaluar el año que termina sin reducirlo a éxito o fracaso, sino leyéndolo como historia de gracia.
Al llegar al final del año, es habitual hacer balances. En el trabajo, en la familia, en la vida personal. Muchas veces esos balances se parecen más a una auditoría implacable que a un camino espiritual. El Padre Humberto advierte sobre esta tentación y propone una alternativa:
Inspirado en san Ignacio de Loyola, invita a recuperar la pausa ignaciana, ese momento cotidiano —y también anual— para revisar la vida no desde la culpa, sino desde la presencia de Dios.
“No se trata de salir a cazar pecados. Primero, un sentimiento agradecido.”
Mirar el año implica detenerse, recorrerlo por etapas, reconocer alegrías, pérdidas, decisiones acertadas y errores. Pero siempre pidiendo una gracia fundamental: ver con los ojos de Dios y no solo con los propios.
Uno de los ejes más fuertes de la reflexión es el lugar central del agradecimiento. Muchas veces resulta más fácil pedir perdón que agradecer. Sin embargo, el Padre Humberto señala que cuando el balance se centra solo en los errores, se corre el riesgo de volverse ingratos con Dios, olvidando su presencia fiel.
“Cuando uno no es agradecido por centrarse en el pecado, termina siendo ingrato con Dios.”
El agradecimiento no niega el dolor ni las caídas, pero las abraza desde otro lugar. Permite ser misericordiosos con nosotros mismos sin dejar de ser realistas.
Como oración para este tiempo, el Padre Humberto propone el Magníficat. María canta su alabanza no en un momento cómodo, sino en medio de lo incierto.
Esta actitud enseña que no hace falta esperar el “año perfecto” para agradecer. Incluso en las pérdidas, en los errores o en los cansancios, es posible reconocer la cercanía de Dios y decir: “Mi alma canta la grandeza del Señor”.
Otro punto clave es la revisión de los propósitos. El Padre Humberto invita a desconfiar de los propósitos grandilocuentes que nacen del apuro o de la culpa.
“Cuando los propósitos son míos, no duran ni dos minutos. Cuando son de Dios, parecen imposibles, pero son realizables.”
Los propósitos no son para que Dios nos quiera más. Son una ayuda para recordar hacia dónde queremos caminar. Deben ser:
Y siempre sostenidos por la misericordia, no por la autoexigencia.
En un pasaje muy gráfico, el Padre Humberto advierte sobre algo que suele ser lo primero que se sacrifica: la recreación. Hobby, arte, deporte, música. No son un lujo, sino un espacio donde Dios también trabaja.
“La recreación es volver a ser creados.”
Ese tiempo, lejos de ser perdido, ayuda a calmar la mente, ordenar el corazón y tomar mejores decisiones.
La imagen final es la del pueblo de Israel en el desierto: un pueblo que se equivoca, que a veces se olvida de agradecer, pero que sigue caminando junto, sabiendo que Dios lo conduce.
Así también nuestra vida: peregrina, con aciertos y errores, sostenida por la gracia.