Liturgia, la celebración del misterio cristiano

viernes, 22 de junio de 2012
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Esta catequesis sigue al Catecismo de la Iglesia Católica, segunda parte, a partir del punto 1066. Las citas textuales van entre comillas.

 

Nuestro acto de fe se expresa cada vez que celebramos y le prestamos honra, alabanza y gloria a Dios. Se da un doble movimiento: un movimiento descendente, el cielo que se abre y nos regala del don de la revelación del misterio trinitario en Cristo Jesús por vía del Espíritu Santo; y nosotros que respondemos a esta iniciativa divina con un gesto y una palabra -personal y comunitaria- en el acto celebrativo de la fe, como un movimiento ascendente. Se produce un encuentro en Cristo Jesús. Dios nos regala en Jesús el horizonte exacto donde el cielo y la tierra se unen. Y celebramos en Él, particularmente su misterio pascual. Por este misterio, `con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida’. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC[1]

5). Por eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el Misterio pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación”.

“Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo. En efecto, la liturgia, por medio de la cual "se ejerce la obra de nuestra redención", sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia (SC 2)”.

 

Celebrar es clave para poder potenciar en nosotros el acontecimiento salvador de Cristo Jesús. La expresividad externa, que responde a la sintonía interior con Dios, es necesaria para que la corporeidad de nuestro acto creyente -que acompaña el alma de nuestra adhesión a Dios- constituya en armonía con nuestros hermanos el modo de expresarle humanamente a Dios que le pertenecemos.

Hay distintos modos de celebrar. Una forma es la "Liturgia de las Horas", que nosotros compartimos en la Radio cada mañana (Laudes), siesta (Hora nona), tarde (Vísperas) y noche (Completas). Otros actos son la celebración de los Sacramentos: Eucaristía, Bautismo, Confirmación, Reconciliación, Unción de los Enfermos, Matrimonio, Orden Sagrado (en sus tres órdenes: episcopado, sacerdocio y diaconado).

Hay modos de celebrar litúrgicamente la fe, que tienen un contenido diverso según sea lo que queremos expresar en el acto creyente. Hay también, por así decirlo, una liturgia cotidiana nuestra, un modo de responderle a Dios junto a otros, que nos permite -sin ser estrictamente un acto litúrgico definido puntualmente- expresar y celebrar nuestra fe. Por ejemplo, personalmente a mí me resulta casi como el respirar el aire, cada mañana muy tempranito (antes del “Despertar con María”) encontrar cuarenta o cuarenta y cinco minutos para estar a solas con el Señor, disponer de un tiempo para orar; para luego a las 6:00 a.m. poder orar con los oyentes, y después brindar el servicio informativo y la Catequesis, y para el resto del día; necesito de ese espacio donde el encuentro personal con el Señor en la oración me permite celebrar mi fe. La celebración comunitaria de la Eucaristía cada mediodía (a las 12:30 hs. en nuestra casa de Radio María en Córdoba) es como el hecho más significativo, donde encuentro que todo el trabajo que hacemos se concentra en esa ofrenda que Jesús hace de sí mismo al Padre con nosotros, y que toda nuestra tarea y complejo quehacer se elevan al cielo. Siento como que todos nos ponemos de cara al misterio del Padre en Cristo Jesús por el Espíritu Santo y de verdad que eso que al principio es como el final de un camino se constituye en la fuente de vida donde la obra de María recibe todo su potencial para poder seguir expandiéndose con este mensaje de vida que comunica Jesús. Para mí (en lo personal, y creo que también en lo comunitario) es clave saber que allí, en la ofrenda de Cristo de todos los días, está la gran respuesta al Padre y a su iniciativa de hacernos anunciadores proféticos de la Buena Noticia a través de este instrumento que es la Radio.

En cada comunidad, en cada familia, tiene un sentido distinto el lugar del encuentro, la celebración; a veces el mejor modo de celebrar es con una “para liturgia”, es decir una celebración no sacramental sino con signos y símbolos que enriquecen la respuesta a Dios. Por ejemplo, el viernes en el encuentro de matrimonios tuvimos una hermosísima “para liturgia” en torno al pan. La reflexión fue en torno al diálogo y luego, al partir el pan (un pan muy grande, inmenso, que hizo Adrián para todos los matrimonios con los que estábamos reunidos y con los cuales vamos haciendo camino de acompañamiento dentro de la Obra), a medida que cada uno tomaba un trozo de pan decía “yo parto este pan y parto en mí una x dificultad que me impide el diálogo”.

A lo largo de dos mil años la Iglesia, siguiendo la tradición judía que Jesús dejó instalada en el comienzo del nuevo pueblo de Dios, encontró formas de expresar públicamente su fe como asamblea.

 

“La palabra "Liturgia" significa originariamente "obra o quehacer público", "servicio de parte de y en favor del pueblo". En la tradición cristiana quiere significar que el Pueblo de Dios toma parte en "la obra de Dios" (cf. Jn 17,4). Por la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención.”

Por eso el valor de cuidar nuestras celebraciones litúrgicas, la delicadeza en la preparación de los espacios, de los instrumentos sagrados con los que vamos a celebrar, de todo lo que acompaña y rodea la celebración (lectura, reflexión, cantos, guiones); la recepción de las personas, el silencio en el ámbito, la expresión festiva… Somos parte de lo que acontece, y eso nos ubica “dentro de” más que como “espectadores”. Muchas veces nuestras celebraciones nos colocan como en un escenario al que no pertenecemos, tal vez porque los símbolos que allí se expresan no nos representan, porque no nos hemos familiarizado con el sentido de los mismos. Y precisamente necesitamos ser introducidos en la simbología litúrgica. Si alguna persona no creyente llega a nuestras celebraciones, no entiende los gestos que allí se realizan: ¿qué es esa mesa?, ¿qué es esa persona sola allá adelante?, ¿por qué están todos de este otro lado?, ¿por qué se dice “Palabra de Dios” al terminar la lectura?, ¿qué sentido tiene que sea proclamada desde ese lugar?, ¿qué es lo que llevan a esa mesa después?, ¿por qué llevan vino, por qué llevan pan? Quien llega al lugar sin fe puede decir cosas disparatadas; pero eso también puede pasarnos a nosotros, los que creemos, si llegamos a la celebración sin indagar, sin preguntarnos, sin dejarnos enseñar qué representan los estar de pie y los silencios; la lectura, en qué lugar va y porqué se la proclama; la homilía y su sentido; la presentación de las ofrendas y su valor; la consagración y lo que allí ocurre… Si todo eso no se introduce en una catequesis, el valor simbólico de lo que estamos celebrando se vacía de contenido. Y somos, como dice Jesús, un pueblo que alaba con la lengua, pero el corazón no está en sintonía. Y justamente se trata de que lo que siente el corazón encuentre en la expresión externa una ajustada correlación. En este sentido, los ritos y las normas litúrgicas de la Iglesia, concebidas con discernimiento por durante más de dos mil años, han sido más que elaboradas y siempre están siendo revisadas para que verdaderamente la expresividad de respuesta sea acorde a lo que se está celebrando.

 

“La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es empleada para designar no solamente la celebración del culto divino (cf Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del Evangelio (cf. Rm 15,16; Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rm 15,27; 2 Co 9,12; Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de Dios y de los hombres. En la celebración litúrgica, la Iglesia es servidora, a imagen de su Señor, el único "Liturgo" (cf Hb 8,2 y 6), del cual ella participa en su sacerdocio, es decir, en el culto, anuncio y servicio de la caridad”.

“Con razón se considera la liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público. Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia (SC 7)”.

 

Cuando hablamos de sagrado, hablamos de una particular cercanía con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos familiariza con sus cosas; y de una necesaria apertura a dejarnos sorprender, desde un signo sencillo, por lo que Dios quiere mostrarnos, que está mucho más allá de nosotros. Por eso en la liturgia se dan estos dos movimientos: cercanía, sencillez, simpleza; y solemnidad. Solemnidad que no implica algo duro, rígido, formal, protocolar y distante, sino profundo, que tiene un peso y una significación que merece de toda nuestra atención, respeto, delicadeza y cuidado. La solemnidad la da la trascendencia y junto con la familiaridad constituye un mismo modo de celebrar la fe, descubriendo la cercanía de Cristo y su mensaje.

 

         La liturgia como fuente de Vida

 

“La Liturgia, obra de Cristo, es también una acción de su Iglesia. Realiza y manifiesta la Iglesia como signo visible de la comunión entre Dios y de los hombres por Cristo. Introduce a los fieles en la Vida nueva de la comunidad. Implica una participación "consciente, activa y fructífera" de todos (SC 11)”.

Por lo tanto hay que salir de una cierta costumbre celebrativa, que puede hacerse una mala costumbre si no nos damos el tiempo para ir -mucho más allá de los gestos rituales- al sentido, al contenido, a la significación y por lo tanto al modo de estar frente a esos gestos y ritos celebrativos. Cada uno de ellos guarda un mensaje donde Jesús, presente en la celebración litúrgica, viene a nuestro encuentro para celebrar con nosotros la acción de gracias, la bendición, la alabanza, la petición a Dios Padre por el Espíritu Santo.

 

 

Padre Javier Soteras

 



[1] SC Sacrosantum Concilio