A los pies del Maestro

martes, 10 de octubre de 2023
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10/10/2023 – En el evangelio de Lucas tienen especial relieve los personajes femeninos. Hoy son dos hermanas, Marta y María, que viven en Betania con su hermano Lazaro, a quièn Jesùs resucitò. Jesùs es huésped de esta familia amiga. Marta se multiplica para dar abasto con el servicio, mientras Marìa està sentada a los pies del Señor escuchando su palabra. Llega un momento en que Marta pide a Jesùs que su hermana la ayude. Entonces èl le dice cariñosamente : Marta, estas inquieta y nerviosa con muchas cosas; sòlo una es necesaria. Marìa ha escogido la mejor parte.


Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude”.Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas,y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada”. San Lucas 10,38-42.

La respuesta de Jesùs a Marta merece atención especial. Jesùs no descalifica el trabajo de Marta, el servicio de hospitalidad, sino que le advierte de un peligro: la ansiedad y también resalta una oportunidad que su hermana Marìa ha sabido aprovechar: la escucha de la palabra. Ahí está la primacía, porque “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”; por eso “buscad sobre todo el reino de Dios y lo demás se darà por añadidura” (Mt 4,4; 6,33). Asì se explica que sòlo una cosa es necesaria.

La intención de Jesùs no es plantear una disyuntiva excluyente entre la acción (Marta) y la contemplación (Marìa), para valorar y quedarse tan sòlo con la segunda. No hay oposición entre trabajo y oración, reflexión y praxis cristiana, porque una y otra tienen un mismo origen: la palabra de Dios, y una misma finalidad: el servicio del Reino. La escucha de la palabra se orienta a la acción, y èsta se alimenta en las fuentes de la palabra.

Son los dos aspectos que Jesùs incluyò en la bienaventuranza de la palabra: escucha y práctica. Así se construye en solidez.Contestando Jesùs al piropo de una mujer del pueblo sobre su madre bendita, y a los que le avisaban de la presencia de sus familiares, dijo: “Dichosos màs bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en pràctica. Èsos son mi madre y mis hermanos” (Lc 11,28; 8,21).


Oración y acción dos alas de una misma misión

Marta y María representan para la comunidad cristiana y para el creyente de todos los tiempos actitudes complementarias de la acogida del reino de Dios, presente en la persona y palabra de Cristo.

No se trata, de elegir una sola alternativa: Marta o María, acción o contemplación, trabajo u oración. Marta y María significan dos dimensiones matizadas de un mismo quehacer, que deben ir unidas en simbiosis y equilibrio fecundo. No puede estar una sin la otra, forman parte indivisible del seguimiento de Jesús.

Se dice que hay dos modos de orar: uno sería con los ojos cerrados y las manos juntas (contemplación), y el otro con los ojos abiertos y las manos ocupadas. Ambos se complementan mutuamente para el servicio de Dios y del prójimo. Es la fórmula síntesis que San Benito (s. VI) propuso a sus monjes: Ora et labora, oración y trabajo, y que después han repetido numerosos fundadores de congregaciones religiosas: contemplativos en la acción.

Nos equivocaríamos si quisiéramos revolucionar el mundo sin orar, es decir, sin escuchar la palabra de Dios y hablar con él, así como si nos quedamos perdidos en la oración y la contemplación sin pasar a la acción. Todas las actitudes radicalizadas resultan ineficaces. Para que la acción sea fecunda necesitamos dedicar tiempo, silencio y concentración para escuchar y asimilar la palabra de Dios. Y a su vez, esta escucha atenta ha de orientarse a la vida para que no quede en deleite del espíritu. La fe que nos salva es la fe actúada por la acaridad (Gál 5,6).

Nos resulta difícil unir actividad y oración en equilibrio exacto. Jesús lo logró a la perfección. Él supo asociar el diálogo y la comunicación con el Padre a la prosecució enérgica de la justicia y de la santidad del Reino mediante una acción generosa de liberación en favor de los hombres. Igualmente hicieron los santos, los grandes orantes y contemplativos de la historia de la Iglesia, hombres y mujeres que tocaron de cerca el misterio de Dios y supieron amar a sus hermanos.

La oración auténtica no aliena al cristiano de la vida y de los probelmas humanos, sino que precisamente de ella saca la energía para transformar la realidad y las estructuras para gloria de Dios.

Hablar del contemplado

Cuando alguien se enamora y se siente cuativado por otra persona, necesita hablar de ella. Por más que trate de contenerlo, su nombre le viene a los labios, disfruta contando cosas del ser amado y le brillan los ojos cuando dice su nombre. No puede ocultar que está enamorado.
Pero se vuelve más incontenible todavía cuando se siente correspondido, cuando tiene la seguridad de que la otra persona también lo ama. Entonces el corazón estalla de alegría y de ternura, y no puede dejar de contárselo a los demás.

Si nos hemos dejado cuativar por alguien tan bello como Jesús, entonces nos sucede lo mismo, como le sucedió a María quedó a contemplandolo a sus pies ¿Cómo evitar hablar de él? ¿Cómo no desear que lo conozcan, que lo quieran, que lo descubran?

Si no te sucede algo así, ¿qué amor es ese, que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer?

Si uno de verdad ha hecho una experiencia de ese amor, no necesita esperar mucho tiempo para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den cursos o largas instrucciones. Inmediatamente desea hablar de lo que ha encontrado y quiere comunicarlo a los demás. Los primeros discípulos, después de encontrarse con la mirada de Jesús, salían gritando: “¡Hemos encontrado al Mesías!” (Jn 1,41).

A partir de la convicción serena y feliz de ser amados por Cristo, nosotros somos misioneros. Hemos recibido un bien que no no queremos ni podemos guardar en la intimidad y, por eso, “anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre” (DA,30).

Pero el amor no habla sólo con palabras. El misionero derrama el amor de Jesús a través de sus gestos.

La primera motivación para ser misioneros es el amor de Jesús que hemos recibido y el amor que sentimos hacia él. Por eso si la excusa que ponemos para no anunciar a Jesús es que no sentimos la necesidad de hacerlo, tendremos que detenernos todos los días en oración y pedirle a él que vuelva a cautivarnos, que nos haga reconocer su ternura inmensa que llegó hasta el fin: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

“Quince motivaciones para ser misioneros“ P. Víctor Manuel Fernandez: