A través de María al pie de la cruz Jesús nos regala el don maravilloso de la paz

miércoles, 18 de octubre de 2006
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Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás y María Magdalena. Jesús viendo a su madre, junto a ella al discípulo a quién amaba dice a su madre, mujer ahí tienes a tu hijo, luego dijo al discípulo, ahí tienes a tu madre. Desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Juan 19, 25 – 27

Los dos extremos de la vida de Jesús son un mensaje de paz. Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres, cantan los ángeles cuando el niño ha nacido en Belén y en la oscuridad de aquella noche aparece una luz que ilumina un lugar pobre, sencillo donde ha venido a nacer el Rey de la historia, el Señor de todos los tiempos. Gloria a Dios en el cielo, paz a los hombres que ama el Señor. Al final de la vida de Jesús cuando El entrega su corazón, el que se abre y donde brota sangre y agua para después de su entrega recibida por el Padre devolvérsela en la gracia del Espíritu en la Resurrección, aparece entre los suyos con el mismo mensaje ahora ya en boca del mismo Jesús: tengan paz. En el comienzo paz, al final paz, en el medio paz. Hoy justamente el Evangelio que corona la celebración de la fiesta del evangelista Lucas, el autor del tercer Evangelio y el autor del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra a Jesús enviando a los discípulos sin nada. Que vayan por el camino con lo que tienen, con lo puesto, para proclamar un mensaje de paz. No lleven nada para el camino. Lleven si, el anhelo y la paz al corazón de los hombres que esperan esto de ustedes. Cuando entren a una casa digan la paz a éste hogar. Al comienzo, al final, en el medio, el mensaje de la buena noticia de Jesús es un mensaje de paz. Es una paz la que anuncia Jesús que brota de su entrega, que nace de su espíritu de comunión con el Padre y que se hace entrega en el amor que Jesús tiene. Lo que pacifica en realidad el corazón humano es esto. Cuando uno reposa, se serena, se tranquiliza, encuentra armonía, descubre que su mirada se limpia, que su horizonte se abre ?. Cuando uno está con un alguien, con otro que en el vínculo con El en calidez, en amor hace que las tormentas se apacigüen y surja ésta calma del corazón que solo encuentra razones en el amor que pacifica. Lo que comunica la paz es el amor. Es el amor que se hace niño y nace en Belén. Es el amor con el que Jesús envía a sus discípulos a predicar la Buena Noticia, Es el amor que brota como lo estamos contemplando hoy en la escena de Jesús en la cruz, en la entrega de vida de Jesús que se entrega y se ofrece y que en la entrega le da a los discípulos lo mejor que tiene. Se da a si mismo en el pan de la Eucaristía y nos entrega a María como Madre: mujer aquí tienes a tu hijo, hijo aquí tienes a tu madre. Jesús como viendo en la orfandad en la que ellos van a sentirse, establece entre los que se sienten huérfanos vínculos fraternos para que se revele en el don maravilloso de la fraternidad el rostro escondido del Padre que Jesús ha venido a dejar grabado en el corazón de la humanidad. Justamente, la ausencia de paz de los hombres corresponde a la ausencia del rostro paterno de Dios en el corazón mismo de la humanidad. ¿ Porqué se producen las luchas fraticidas? ¿Porqué el enfrentamiento de unos con otros? Porque no está el rostro del Padre grabado en el corazón de la humanidad. Jesús viene a hacer esto, y por eso es tarea nuestra de evangelización. La primera es el anuncio de que hay un Dios que es Padre de todos, que hace salir el sol sobre buenos y malos, sobre justos e injustos, sobre blancos y negros, sobre gordos y flacos, sobre altos y bajos, islámicos y cristianos, sobre judíos, sobre todos, sobre vos y sobre mi. El que tenemos como compañero de trabajo y nos hace salir canas verdes, la dificultad que tenemos con un hijo que no sabemos si es nuestro hijo o de donde salió éste que nos genera tantas complicaciones, el conflicto que tenemos con nuestro viejo hoy con el que no podemos contar palabra para acordar que todo parece ser desencuentro se resuelve en un lugar, en una mirada nueva, en el encuentro de fraternidad que hace que el otro deje de ser un adversario porque es hijo del mismo Padre que yo. Es la imagen del Padre la que se está estableciendo en el corazón mismo del vínculo entre María y Juan, entre la madre de Dios y cada uno de nosotros representado en Juan. Ahí tienes a tu hijo, ésta es tu Madre. Ustedes son hermanos. Mantengan un vínculo de fraternidad, de cercanía. María confiada a Juan, Juan confiado a María. La imagen de Jesús por detrás le revela el rostro del Padre. Solo cuando hay paternidad, cuando hay un rostro paterno de Dios hay paz en el corazón de la humanidad. Del mensaje de la cruz, de la entrega de Juan a María y de la entrega de María a Juan brota la paz porque allí está establecido un vínculo de alianza que supone la presencia del Padre que viene a reconciliar, que viene a hacer nueva todas las cosas. Dios quiere regalarnos en ésta mañana la gracia de una nueva paternidad para nuestra vida solo cuando hay paternidad en la vida. Cuando el rostro del Padre se graba profundo en el corazón, encuentra paz el hombre, vive con armonía su propia historia y se relaciona con los demás como con hermanos. Uno podrá decir: yo no tuve hijo, yo no tuve padre o mi padre me abandonó o mi padre me golpeó o mi padre no me entendió nunca. Es verdad que la imagen paterna natural puede condicionar nuestro modo de relacionarnos con el Padre pero también es cierto que el don de la Revelación que si bien supone la naturaleza viene a curar la naturaleza herida y a elevarnos la naturaleza. Por eso hoy Dios puede estar regalándonos el don maravilloso de sanar tu vínculo paterno natural no sano. Que el Señor ponga en paz nuestro corazón y que nos revele su rostro paterno como lo hizo Jesús con Juan y con María.

En medio de aquel dolor inmenso al pie de la cruz de parte de María que contempla su hijo maltratado, golpeado, escupido, humillado, injustamente condenado, muriendo, entregando su sangre de una manera cruel. En medio de ese inmenso dolor, ese terrible y desgarrante dolor hay una paz en el corazón de la madre que comienza como a gestar en su interior la gracia de un nuevo nacimiento de su hijo, por la obra del Espíritu igualmente como el primer nacimiento y el nacimiento de la gracia de la Resurrección que definitivamente va a ser un mensaje de paz. Es tan fuerte el vínculo entre María y Jesús que la gestación de la gracia de la Resurrección, el triunfo de Jesús sobre la muerte definitiva va a ser en y desde el corazón dolido igualmente crucificado y traspasado de María. Por eso como dice San Ignacio de Loyola aun cuando la Palabra de Dios no lo diga así nosotros tenemos la certeza que dentro de los muchos, como dice el texto del libro de los Hechos a los que se apareció Jesús Resucitado, más de quinientos, dice Lucas, estaba María. Sin duda estaba María. Por eso en la cuarta semana de los ejercicios de San Ignacio hay un espacio al final para contemplar el encuentro entre la madre y el hijo resucitado. Seguramente el encuentro sencillo como era entre ellos pero lleno de la vida. La paz esté contigo. Aquella misma paz con la que compartimos aquel momento de dolor. La paz viene del amor, la paz brota de la entrega. Un corazón pacificado solo es posible cuando está el amor en lo más hondo de su corazón. Cuando hay amor el corazón se serena, el corazón encuentra su lugar. El encuentro de Jesús y María al pie de la cruz es un encuentro de amor. En ese encuentro de amor y de entrega en medio del dolor comienza a gestarse aquel otro definitivo encuentro lleno de gozo que será el de la resurrección donde el hijo viene ya casi sin palabras solo con la mirada transparente a comunicarse en un abrazo interminable con su madre, de ella para con El, con las marcas en su cuerpo, y María con las marcas de su corazón traspasado ahora gozoso definitivamente gozoso. María es portadora de paz desde la gracia de la resurrección de su hijo con el que ha compartido su suerte. A ti mujer una espada te atravesará el corazón. Pero también podemos decir nosotros que en María la traspasada por el dolor de la cruz de su hijo es la luminosamente invadida por la gracia del Espíritu que la saca de ese dolor de muerte en su corazón para comunicarle la vida nueva que su hijo va a derramar en Pentecostés y que la pone ahora si a ella como al hijo en comunión con el Padre en intercesión constante por lo que deben alcanzar la gloria que Jesús alcanzó y que María alcanzara después de su muerte cuando sea asunta al cielo pero que ya mientras va ocurriendo la gracia de resurrección en su corazón comienza a participarla con los discípulos. Que maravilla tener una madre así, una hermana, una amiga así. Que lindo es encontrarse con personas que nos calman el corazón, que nos traen sosiego al interior, que nos llenan el alma de serenidad. María es de esas personas. Uno puede estar muy confundido, muy atribulado, muy apesadumbrado, triste, aun en situación de oscuridad y de pecado, pero cuando uno se agarra a María comienza como a gestarse desde su presencia esa conciencia interior de que nada de lo que ocurre es tan tremendo ni tan grave. Todo es posible de sobrellevar con su presencia llena de vida, de amor, de misericordia. ¿Dónde gestó María éste modo de estar así presente de cara al dolor de los hermanos, de nosotros?. Al pie de la cruz su propio hijo donde todo dolor y sufrimiento fue concentrado, donde todo fue atraído, todo dolor, todo sufrimiento, todo drama, toda tristeza, en la cruz ha sido como un imán atraído. La cruz atrajo a todos los que de una u otra manera pasamos por la vida también por situaciones dolorosas y penosas. Cuando yo sea elevado en lo alto decía Jesús atraeré a todos hacia mi. María al pie de la cruz hace el ejercicio profundo de aprendizaje, de saber estar por el amor del hijo que la sostiene de cara al dolor humano comunicando paz. Ella es mensajera de paz para nuestra vida y para nuestro corazón

El misterio de la cruz es increíblemente pacificador, increíblemente porque uno no termina de encontrar en el dolor la paz. Lo que pasa que la cruz no es dolor. Hemos identificado mal la cruz como dolor solamente. Nos hemos quedado con la expresión del dolor sin terminar de ver que lo que en la cruz ocurre en realidad es una entrega de amor, dolorosa entrega de amor, pero entrega de amor primero. Solo la cruz de Jesús puede ser soportada por El y por María que se asocia al misterio de la cruz de su hijo porque el amor que se está derramando en ese lugar es inmenso, es inconmensurable, tan grande que transforma el universo, que ahora canta la gloria de Dios por la reconciliación que Jesús con el Padre ha establecido por la ofrenda de ese mismo amor. En la cruz el encuentro es de paz, porque es de amor. En la Resurrección el encuentro es de paz y de gozo y de alegría, porque el amor ha vencido la muerte y en Pentecostés el amor se hace efusión. En la cruz, en la resurrección y en Pentecostés María está. En nuestra cruz, en nuestra resurrección y en la expectativa de un derramamiento grande del Espíritu Santo para nuestra vida, María está orando. María ocupa un lugar hoy en el plan de la salvación. Es el plan de Dios en ella de orar, orar y orar, interceder. Por eso donde mejor encontramos a María es en el rosario, porque el rosario nos pone en comunión con ese modo de estar de María de cara al misterio de Dios, orando e intercediendo por nosotros. Uno dice ¡pero qué aburrido esto de que la Virgen esté todo el tiempo rezando! Ahora ¿qué es la oración? Es un encuentro de amor. ¿ Quién se aburre cuando uno está con alguien al que quiere y con el que se sabe querido? Es más, no queremos que se acabe nunca porque estamos hecho para eso. Cuando dos enamorados que comienzan el amor están juntos no ven la hora que el tiempo no se pase. No que el tiempo se pase. Porque anhelan la eternidad. Porque han descubierto como el cielo en la tierra. La oración que es un encuentro de amor no es aburrido. Es más, cuando uno se encuentra de verdad orando en amor, lejos de aburrirse, su corazón se hace un pedazo de cielo. En Pentecostés María está con los discípulos orando ¿para qué? Para que se derrame lo prometido ¿quién es el prometido? El Espíritu Santo que es definido como amor entre el Padre y el Hijo. El Espíritu del Amor. Solo un nuevo Pentecostés es capaz de pacificar al mundo, a la iglesia primero que lo necesita y mucho. Ser pacificada interiormente por la gracia real de un nuevo Pentecostés y al mundo todo, al que la iglesia está llamada a servir en espíritu de reconciliación proclamando la gracia de la reconciliación, es decir mostrando el rostro del Padre. El Espíritu es el que obra éste don maravilloso de un nuevo Pentecostés. Juan XXIII, el Papa en el inicio del Concilio hizo una oración en la que pedía la intercesión de María para que el Espíritu Santo produjera un nuevo Pentecostés en la iglesia y que una nueva unción se derramara en éstos tiempos.
Oración de Juan XXIII
El misterio del amor en realidad busca anidar en el corazón. Un autor anónimo dice que quien tiene la paz del corazón es feliz, quien no tiene la paz del alma o que posee el mundo entero no es feliz Los invito a que meditemos y recemos desde nuestro corazón, desde un lugar nuevo pidiendo la gracia de un amor nuevo para entender el misterio de la vida, de nuestra vida, pidiéndole a El que nos de los dones de su alegría y de su paz. Algunos textos bíblicos nos pueden ayudar como el Salmo 85,9 la Palabra dice: escucharé lo que el Señor va a decir, va a hablar de paz a su pueblo, a los que le son fieles y a los que se vuelven a El de todo corazón

El Salmo 16, 9 dice: por eso dentro de mí, mi corazón está lleno de alegría. Todo mi ser vivirá confiadamente

El Salmo 4, 8 dice: tu has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino

1 Samuel 2 – 1 dice: y Ana oró de ésta manera: Señor yo me alegro en ti de corazón porque tu me das nuevas fuerzas

El hermano Roger, aquel extraordinario evangelizador ecuménico, que terminó sus días reconociendo desde su corazón evangélico que estaba en profunda comunión con la iglesia de Roma dice: de la paz del corazón brotan espontáneamente pequeñas alegrías y felicidades inesperadas.

En el libro de Kempis dice: consérvate primero tu mismo en paz y luego podrás llevar la paz a los otros.

Un proverbio hindú afirma: el corazón en paz es una fiesta en todas las aldeas.

Lo dice tan bellamente Juan Pablo II: mi corazón me dice, busca el rostro del Señor y yo digo Señor tu rostro busco.

El Señor nos permite encontrarnos con El y que con El venga el don maravilloso de la paz.