Actitud del dirigente frente a las personas (parte II)

lunes, 24 de agosto de 2009
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“Un padre estaba observando a su hijo pequeño que trataba de mover una maseta con flores muy pesada. El pequeño se esforzaba, sudaba, pero no conseguía desplazar la maseta ni un milímetro.
-¿Has empleado todas tus fuerzas?- preguntó el padre.
– Sí, respondió- el niño.
– No- replicó el padre-aún no me has pedido que te ayude”

¡Qué hermosas actitudes las que tiene este padre! Primero, dejar que vaya obrando, tratando de resolver esta situación. Y luego, al ver que no puede lograrlo, no lo desestima, no lo desprecia, ni lo avergüenza porque no lo pudo lograr, si no que, al contrario, él le ofrece la ayuda.

Te cuento otro breve cuento:
“Un día un maestro que vio a un niño dando excusas de una explosión de ira lo llevó a la clase y, entregándole una hoja de papel, le dijo:
– Estrújalo.
Asombrado, el niño obedeció e hizo una bolita.
– Ahora dejálo como estaba antes- le dijo el maestro.                             
 Por supuesto que no puedo dejarlo como estaba. Por más que lo intentó, no pudo. El papel estaba lleno de pliegues y arrugas.
– El corazón de las personas- dijo el maestro- es como ese papel: la impresión que en ellos dejás, será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues”.

Nuestras actitudes hacia los demás, en cualquier ámbito o rol que nos toque cumplir, por ejemplo, el de la dirección, en aquéllos lugares en los que nos encontremos, pueden tener este efecto: dejar huellas difíciles de borrar en otros. Te invito a que empecemos a transitar un caminito acerca de las actitudes hacia las personas en el lugar de la dirección. Vamos a trabajar con el libro de Anselm Grümm Orientar personas, despertar vidas. Este rico material nos va a despertar para estar atentos a desarrollar y potenciar todas las buenas actitudes que nos van ayudando a plenificar como personas a otros y, por supuesto, también a nosotros.
Te lanzo la consigna para que la podamos ir compartiendo: en mi tarea de conducción, de guía, de pastoreo a otros hermanos que seguro la tenés, con tus amigos cuando vas a salir, en el secundario también, en la coordinación de un grupo o si sos padre o docente, si tuvieras que elegir de entras tres actitudes, ¿cuál le pedirías al Señor que te regale y por qué? Discernimiento, valorar al otro, atención cariñosa.

Voy a comenzar este tema con la Palabra de Dios, que nos va a iluminar. Ezequiel 34, 1-6: “La Palabra del Señor vino a mí en estos términos: Profetiza, hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel. Tú dirás a esos pastores: Así habla el Señor: “Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos. ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño? Pero ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado por falta de pastor, se han convertido en presa de todas las bestias salvajes. Mis ovejas se han dispersado y andan errantes por todas las montañas y todas las colinas elevadas. Mis ovejas están dispersas por toda la tierra y nadie se ocupa de ellas, ni trata de buscarlas”.

En este texto el Señor lo invita, le ordena a Ezequiel que haga este anuncio, esta profecía que busca un cambio total de la vida social en Israel, apuntado o dirigido, especialmente, a las autoridades civiles, reyes, magistrados y jueces, en la época de Israel. Hay una parte de este texto muy clara en la cual se descubre que estos pastores, que tenían la tarea de ir conduciendo a otros, se han ido conduciendo a sí mismos. Y más claro queda con esto: “No han curado a la oveja enferma, no vendado a la herida”. A este rebaño, que no es de los pastores, no lo han sabido cuidar y es que el Señor, a través del profeta, sale a favor de estas ovejas.
Queremos ir tomando los elementos que nos ha dejado Anselm Grümm haciendo una reflexión sobre la tarea de dirigir en torno al “testamento” que nos ha dejado San Benito cuando habla del abad, del administrador del monasterio.
Te mencionaba esta parte del texto “No han curado a la oveja enferma, no vendado a la herida”, justamente, Anselm Grümm recuerda la actitud del dirigente frente a otro: la actitud de “ser médico”. 
Nos invita Anselm Grümm a una nueva forma de ver las relaciones, a buscar vivificar a otro. El guía, el que conduce, debe permitir que las otras personas puedan encontrar, puedan orientarse hacia su integridad total en el seno de la comunidad. Ésta es la manera Jesús de dirigir: permitir que las personas puedan levantarse de su postración,  como lo hizo tantas veces el Señor con los milagros, cuando curaba a los paralíticos, cuando lo levantaba al ciego que se pare de ese lugar y lo sanaba, permitir que las personas puedan estar animadas, dándoles vida, permitir que puedan curarse, que puedan sanarse. Esta integridad total es llevar a una sanación y el que conduce puede, justamente con su servicio, o levantar y llevar a la integridad total o humillar y, poco a poco, llevarlo a una muerte lenta. Se logra sanación cuando aquéllos que están coordinando puedan respetar, valorar, tomar en serio estas heridas del empleado, del colaborador y no restregar sus llagas. Tenemos que darnos cuenta de cómo podemos ayudarlo. Te voy a dar un pequeño ejemplo:
Un directivo o padre que tras haber observado atentamente a un dirigido puede acercársele, corregirlo desde la valoración de su persona y ubicarlo en otro puesto de acuerdo a su perfil correspondiente, ya que en ese lugar, no sólo no hacía las cosas bien, quizás porque no podía, porque no estaba humanamente preparado para ello, sino también porque descubría que esa persona no se sentía bien en ese lugar. Qué importante poder, como directivo, como padre, descubrir, mirar la vida del otro y ver que no está cómodo, no está bien en ese lugar. Si se lo cambia, si se lo ubica en otro lugar puede ayudar a sanarlo porque, quizás, permanecer demasiado tiempo allí puede provocarle más heridas o tocar ciertas heridas que él todavía no ha sanado. Qué importancia que tiene la mirada del pastor en ese lugar. Es muy claro Ezequiel cuando está reclamándole a los pastores que no se han preocupado por la oveja enferma o herida. Y, por el otro lado, cuánto bien podemos hacer con aquéllos que están dependiendo de nosotros en la tarea cotidiana.

Vamos a hablar lo que Anselm Grümm en el libro Orientar personas, despertar vidas nos menciona acerca del discernimiento tomando como base lo que San Benito nos ha dejado.
Dice San Benito que el don del discernimiento es la madre de todas las virtudes y es la condición previa para una dirección prudente y reflexiva. Yo me preguntaba: ¿A dónde quiero conducir a mis dirigidos? ¿A dónde quiero conducir a mis hijos? ¿Por dónde voy a ir hacia ese lugar al que quiero llevarlos? ¿Cómo voy a llegar? ¿De qué manera? Estos son todos cuestionamientos a los que sólo podemos responder certeramente si antes hemos realizado un verdadero discernimiento. Pues bien, ¿qué es discernir?
Podríamos decir muy brevemente que discernir es “identificar, reconocer, a la luz del Espíritu Santo, por dónde me está invitando el Señor a caminar”. Discernimos cuando con prudencia juzgamos las tomas de decisiones y distinguimos cuáles debemos seguir y cuáles no, teniendo en cuenta criterios concretos, verdaderos, ciertos, que en el caso de los cristianos están basados en el camino que el Señor nos va proponiendo. Pero discernimos entre este camino y este otro. Es fácil pensar que discernimos entre lo que es bueno y lo que es malo. Eso está bien. Pero también el discernimiento se hace entre lo bueno y lo que es mejor en ese momento. Y eso lo va diciendo el Señor, lo va mostrando en el camino diario.
El guía, el dirigente, el coordinador puede tener el discernimiento como un don del Espíritu Santo recibido, como un carisma. O también como una habilidad que podemos ir desarrollando desde el amor. ¿Cómo lo hacemos? Observando atentamente en nosotros mismos los propios pensamientos, sentimientos y aprender ahí a discernirlos, a identificar a reconocer si es de Dios, no es de Dios, voy descubriendo que por acá encuentro la paz. Un fruto que es de Dios es ir encontrando la paz, más que una tranquilidad que me deja conforme. Y si el discernimiento lo vamos aprendiendo a hacer con nosotros mismos, lo vamos a hacer también para ayudar a otros. Por eso, la importancia de que podamos formando en él con una recta y moderada conciencia, con criterios claros. Han pasado grandes líderes carismáticos con muchísima autoridad sobre la gente, pero con tan poco gobierno en su vida y tan poca moderación de sí mismos que pronto provocan la caída de todo lo que habían levantado con excelencia, porque no han podido conducir su propia vida, menos pueden conducir y dirigir a otro. Por eso, es clave que tengamos presente: quien es capaz de discernimiento puede decidir en virtud de esto y hacerlo correctamente, acertadamente la mayoría de las veces. Entonces cuánto será confiable para orientar la vida de otros. Por ahí pienso en personas que me han estado dirigiendo o me dirigen, me acompañan y veo cómo llevan también su vida, la coherencia. Y eso me ayuda mucho porque me da una tranquilidad de que lo que me van diciendo o por donde me van acompañando es un camino bueno, seguro.

San Benito cita en el ejemplo de Jacob, que no quería fatigar excesivamente a su rebaño- como dice la palabra de Dios- porque de lo contrario todos los animales iban a perecer. Vemos que el don del discernimiento no sólo va acompañado por la decisión clara de no caminar más de lo que pueden caminar, de lo que el conviene al rebaño, sino también porque hay una debida moderación. Por eso, discretio. En latín dignifica ambas cosas. Por un lado, el don del discernimiento, pero también moderación. La moderación va acompañando el discernimiento. Sólo el que sepa atenerse a la debida moderación va a ser capaz de trabajar bien y con eficacia.
Hemos experimentados cuántas veces algunos jefes que nos transmiten constantemente la sensación de que trabajamos muy poco. Y también estos jefes trabajan interrumpidamente y esperan inconscientemente que nosotros hagamos lo mismo. La labor de dirección significa que yo conozco y respeto la medida que conviene a cada individuo. No porque yo como jefe trabaje mucho y trabaje ininterrumpidamente y a mi modo el otro va a tener que hacer lo mismo. Yo no puedo ser la medida de mis colaboradores, la medida de mis hijos. Tengo que ir descubriendo y ayudando a que ellos vayan descubriendo sus propios límites, tengo que desafiarlos a que descubran el límite y su propia capacidad de rendimiento. Pero, cuando ellos tropiecen con su límite, voy a tener que saber respetarlos. Es decir, yo no soy la medida de mis colaboradores o de quienes yo dirijo, sino que cada uno de ellos en sí mismo tiene un límite, una capacidad. Allí tiene que estar también la moderación.

Estamos  recorriendo el camino de la actitud frente a los otros en la tarea que el Señor nos ha encomendado, en el servicio que tenemos de acompañar a otros. Todos, de alguna manera, estamos acompañando en el camino a otros, ya sea como padres, como docentes, ya sea en nuestros vínculos y amistades, nos toca organizar, nos toca preparar algo para otros y tenemos que coordinar a la gente, tenemos que hacernos cargo de una responsabilidad que implica acompañar y guiar a otros.
Lo decíamos: a veces, tenemos que invitar a otros, a desafiarlos en sus límites, sin sobrepasarnos, sin creer que nosotros somos la medida. Por eso, hablábamos de la moderación. La moderación dada también a los límites y a lo que el otro puede, porque tiene una realidad muy distinta a la mía. En lo que sí somos iguales es en lo que nos propone reconocer Anselm Grümm como “reconocer la propia fragilidad”. Por eso, cuando hablamos de los límites y nos asalta este impulso de querer censurar rigurosamente, muchas veces terminamos no siendo capaces de observar lo que le estamos exigiendo al otro. Podemos caer en esto de exigir lo que nunca hacemos, de caer en una clara incoherencia. Hoy suele haber un enorme abismo, hiato, entre lo que muchos gerentes exigen a sus colaboradores y en el estilo de vida que ellos mismos llevan. Y también se ve muy claramente en nuestra realidad social, económica y política. Exigen a los colaboradores el estilo de vida que ellos no llevan, pero ningún jefe es capaz de poder ocultar a sus colaboradores la vida que él lleva en realidad. Este abismo existe entre las exigencias y la realidad y hace que los colaboradores se decepciones, pierdan motivaciones y así vayan cayendo, poco a poco, en un desgano y cuántas veces, quizás, en una indiferencia y en envidias, celos, odios, rabias, que lo paralizan al colaborador.
Habría que preguntarnos si miramos nuestro interior cuidadosamente y encontramos que somos o no capaces de realizar lo que le estamos demandando a otros o lo que estamos corrigiendo en otros. Si yo reconozco mi propia fragilidad, que tanto miedo me da a veces, seguro que voy a tratar más benignamente aquéllos a quienes yo tengo que servir, en mis compañeros de trabajo, quizás en mis hijos. Y no me voy a colocar sobre ellos porque voy a descubrir que yo también soy frágil y, para poder reconoce esta fragilidad, tengo que animarme a reconciliarme con estos dos lugares de nuestro ser: el lugar débil y el lugar en el que me siento fuerte. A veces, gastamos las energías en tapar nuestra debilidad. Allí perdemos todo nuestro tiempo, en vez de animarnos a mostrar que nuestra verdadera fortaleza: la de permitirnos ser débiles.

Los invito a que demos otro pasito más con el punto que nos ayuda a mirar Anselm Grümm: la prudencia. San Benito, en varios de los escritos- dice Anselm Grümm- , pide al abad que tenga prudencia y lo repite. Una persona que vive la virtud de la prudencia se distingue porque en su trabajo, sus relaciones con los demás, va tomando información que interiormente puede enjuiciar de acuerdo a criterios rectos y verdaderos, luego analiza las consecuencias, si son buenas o malas para sí misma y para los demás y, por último, antes toma la decisión, de actuar o de dejar actuar de acuerdo con lo que ha decidido, es decir, se toma un tiempo para poder dar el paso. Está muy relacionada con el discernimiento esta virtud. Decía Marco Aurelio, emperador romano, “no lo hagas si no conviene, no lo digas si no es verdad”. Esta virtud de la prudencia nos permite reflexionar adecuadamente antes de tomar cualquier decisión. Y, para decidir, es necesario reflexionar con calma para ver lo que es bueno y lo que es malo de esta decisión. Si no tenemos una buena reflexión, las decisiones van a terminar siendo erradas. Por eso, es importante la reflexión para no caer en la superficialidad o para no caer en la equivocación. ¿Qué puede atacar esto? ¿Qué nos puede estar tentando? La precipitación. Cuando decimos sin reflexionar, como decimos muchas veces “a lo bestia”, nos largamos. También esta como un enemigo de la prudencia la debilidad de la voluntad, cuando somos débiles en la voluntad y nos dejamos llevar por los estados de ánimo, por los enojos, por las impaciencias. Y no nos permite pensar bien antes de tomar la decisión que se requiere. Esto es por falta de dominio personal. Estas reacciones que tenemos ante lo que alguien nos dice, sea ofensa o sea una corrección. Y yo actúo saliéndome de mí mismo. Justamente allí actúa este otro punto: las pasiones.
Si por un lado la debilidad de la voluntad nos hace ser imprudentes, las pasiones son el otro enemigo que entra en juego. Si yo no sé cómo dominar las pasiones y ellas me terminan dominando a mí, me van a terminar cegando al momento de tomar cada decisión.

El término prudencia deriva del latín prudentia, que significa proveer. Por eso, la persona prudente ve más allá de lo que salta a vista. Es como si se adelantara en ese espacio de reflexión de alguna manera. El dirigente prudente es, por ejemplo, el que contempla las faltas de sus colaboradores, pero en un contexto más amplio. La persona prudente se toma su tiempo para escuchar los argumentos de quien corrige, mira la realidad desde todos sus aspectos y luego decide. Es lo contrario de lo impulsivo. La persona prudente no emite el veredicto inmediatamente, automáticamente, sino que va considerando maduramente el asunto sin precipitarse a emitir juicio. La persona prudente piensa con el corazón. ¿Por qué? Porque tiene un sentido fino y no superficial, ve el trasfondo, piensa con el corazón. Por eso, decimos que la prudencia está asociada siempre con el amor.
Podemos decir cómo hacemos para desarrollar la prudencia. Creo que algunas capacidades a desarrollar pueden ser saber observar bien, saber distinguir entre lo que sucedió y lo que la gente dice que sucedió, saber distinguir entre lo que es importante y lo que no es, saber buscar bien la información que va a permitir decidir bien, mirar con el corazón, abrirme a la bondad que tiene el otro, confiar en la bondad del otro, no juzgarla de antemano, creer en la inocencia del otro antes de emitir mi juicio y para eso también tengo que aprender a encontrar el corazón del otro.

San Benito nos invita, nos propone en la dirección, en la tarea de dirigir, la atención cariñosa.
“Cuando a los 32 años- nos dice Anselm Grümm- fui nombrado mayordomo, tenía la impresión de que algunas cosas iban tan mal en nuestro monasterio que era imposible arreglar nada. Conversaba con frecuencia con el padre Richard, que había sido durante mucho tiempo director de una empresa antes de ingresar al monasterio a la edad de 69 años, él no aceptaba esos lamentos y pensaba que todo dependía de la labor de la dirección”. La dirección es un acto de organizar y plasmar activamente, dirigir es, sobre todo, tener atención cariñosa. Por eso, cuando muchas cosas están mal hechas, salen mal, vamos descubriendo que no es como debería, suele, generalmente, a ser señal de que los colaboradores pueden no estar sintiéndose considerados o, quizás, de que nadie jamás se ha preocupado realmente por ellos. Entonces, fomentar el hablar mal de nuestros colaboradores y compañeros porque no hacen algo o porque está saliendo mal, destruye la comunidad. Por el contrario, la labor de la dirección consiste en esta actitud de abordar las faltas- como dice San Benito- extirparlas, cortarlas de raíz y no limitarse sólo con los síntomas, que son las discusiones, los malos entendidos, los enojos. Pero eso se puede lograr sacar de raíz cuando se haga que la comunidad afronte su propia verdad, cuando dialogue en común sobre qué tienen unos contra otros. Este corte de raíz se logra desde ese lugar del diálogo, de este modo se va a tratar a fondo los malos entendidos y conflictos. Vamos a llegar al lugar de fondo y no nos vamos a quedar sólo con las discusiones, con las rabias, con los celos o con las envidias que están dando vuelta y tanto mal hacen a la comunidad.
Para extirpar, para poder abordar estas faltas y vicios que tenemos en todas las comunidades, en la familia, en el lugar laboral, la parroquia, el grupo de amigos, tenemos que trabajar junto a la prudencia y junto al amor. Dice Anselm Grümm: “Muchas comunidades religiosas y también muchas empresas son incapaces de ponerse hablar abiertamente de los problemas reales que tienen unos con otros”. En tu empresa, ¿hablan de los problemas reales que tienen unos con otros? De verdad, de corazón a corazón. En tu familia, ¿se animan a hablar de esa manera? Dice Anselm Grümm que sólo lo hacen con agresividad e hiriéndose mutuamente. Quizás sea el modo en el que lo hacemos nosotros también. Hace que cada se retracte en su interior y trate de mirar solo y por sí mismo. Y en este clima de incomunicación en el que no se habla de nada muchas personas se enferman. Clima de incomunicación que también nosotros en casa generamos. Me enojé porque me miró mal y ahí nomás le hice el silencio, me enojé porque no hizo lo que yo esperaba, me enojé porque las cosas vienen saliendo mal hace tiempo. ¿No será también parte de mi responsabilidad? Caigo en este espacio de la incomunicación, que enferma al otro y me enferma a mí. Por eso, es bueno que todo directivo tenga esta experiencia de materia de dinámica de grupo para poder fomentar el diálogo, para poder convertirlo en un modo sano de purificar la comunidad. Purificarlo en conjunto. De esto se trata la atención cariñosa: de afrontar la verdad que tiene esa comunidad y de llegar al trasfondo de todos los malos entendidos y enojos. Si no llegamos hasta ahí y solamente cesan las discusiones, vamos a estar tapando el síntoma, pero no vamos a llegar a la médula de la enfermedad.
Hablábamos de esta atención cariñosa, este amor que también hace que pueda valorarlo al otro, no solamente lo atienda cariñosamente, sino que lo valore en lo que es. Cuando no está la valoración y aparece la envidia, este deseo de algo que otro posee, perdemos la paz interior los que estamos dirigiendo y le sacamos energía y lo desmotivamos al colaborador. Como jefe sentimos envidia de quienes son más capaces que nosotros, de los que son más populares que nosotros entre los colaboradores. Como jefes no nos permitimos ver lo bueno que hay en el otro, en el compañero, en el familiar para poder resaltarlo. ¿Por qué? Porque, quizás, eso puede opacarnos la presencia. “Por ejemplo, una religiosa enfermera- dice Anselm Grümm- me contaba que la superiora le hacía los más graves reproches cuando el jefe de la clínica en la que ella brindaba el servicio la alababa. Esta religiosa enfermera se veía obligada a empequeñecerse a sí misma para que la superiora no la empequeñeciera cuando los de afuera le fueran mostrando el reconocimiento y el afecto”. Hasta este punto se llega: hasta el desprecio por la envidia. Y esto paralizaba por completo a esta religiosa enfermera y le cortaba las alas porque su superiora, aquélla que estaba a cargo de esta hermana, no la estaba valorando. La relación con esta superiora envidiosa era más costosa que la labor cotidiana con los pacientes y en este clima es imposible poder trabajar bien. En este caso, en vez de dirigir, lo que se hace es inhibir. Y como decíamos en la palabra de Ezequiel, esta pastora o este pastor, en vez de apacentar al rebaño, busca apacentarse a sí mismo.
Dice el novelista francés Víctor Hugo: “¿Qué es un envidioso? Un envidioso es un ingrato que detesta la luz que le alumbra y la luz que le da calor”. Solamente sin envidia vamos a poder dejar que los demás tengan su lugar que le corresponde, vamos a poder valorar lo que Dios le ha regalado al otro y reconocer que nosotros también tenemos algún complejo, algo que no hemos resuelto. También con la envidia aparece la suspicacia. ¿Qué es? La idea de la sospecha, la desconfianza. Ser suspicaz es estar propenso a la duda o a la desconfianza constante del otro y no veo al otro como realmente es, sino que lo veo a través de los lentes de la sospecha, de los celos, de la simple idea que yo me hago del otro y voy manchando la imagen del otro a través de mis prejuicios y mis preconceptos que tengo de él. Entonces, como dirigente, constantemente estoy preocupado por lo que puede decir de mí porque estoy desconfiando constantemente del otro. Y así no se puede brindar la tarea y el servicio de dirigir.

“Algunos gerentes no son capaces de escuchar- nos dice Anselm Grümm-. Olfatean en cada petición de un empleado una ofensa dirigida contra ellos mismos. No prestan atención a lo que ellos dicen, sino que se construyen inmediatamente una teoría sobre lo que el otro pretende en realidad. En ese clima de sospecha y desasosiego no puede producirse nada bueno”. En este clima de sospecha no se puede producir nada bueno porque estoy como directivo yo pensando qué está pensando el colaborador. Estoy más en eso que en la tarea que tengo que realizar.

Dirigir significa entonces “hacer justicia a todos”. Justicia valorando lo que los otros son, con sus propios límites. Dirigir es comunicar a todos el gusto por la convivencia y por el trabajo. Dirigir es infundir en todos el sentimiento de que son valiosos y útiles. Es apoyar, es estimular, es animar. De esta forma, incluso a los que llamamos y nos llamamos débiles podemos sentir que aportamos nuestro lado fuerte y apostamos por lo bueno que cada uno tiene. El dirigente tiene que aprender a ver esta presencia de Dios a través del discernimiento, con mucha prudencia y valorando con mucho afecto la presencia de Dios en el corazón del hombre y descubrir que cada uno es bendición para la comunidad.

Si al comienzo iniciábamos con la palabra de Ezequiel en la que expresaba un oráculo contra los pastores de Israel e invitaba. Él decía que el Señor les invitaba, él decía que Él mismo iba a poder congregar a todas las ovejas y denunciaba a estos pastores, nosotros hoy podemos disfrutar del Buen Pastor, en Juan 10, 11- 16, nuestro modelo, buscar nuestro servicio desde este lugar:
“Yo Soy el Buen Pastor.
 El Buen Pastor da su vida por las ovejas.
Pero el asalariado, que no es pastor,
a quien no pertenecen las ovejas,
 ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye,
y el lobo hace presa en ellas y las dispersa,
 porque es asalariado
 y no le importan nada las ovejas.
 Yo soy el Buen Pastor
 y conozco mis ovejas
 y las mías me conocen a mí
– como me conoce el Padre
 y yo conozco a mi Padre-
y doy mi vida por mis ovejas.
También tengo otras ovejas
que no son de este redil,
 también a ésas las tengo que conducir
 y escucharán mi voz
y habrá un solo rebaño y un solo Pastor”.

El Señor es el Pastor. Yo te diría que en este texto también aparece el portero. No está nombrado, pero aparece en el texto. Nosotros seríamos este portero que permite abrir la puerta para que el Pastor pueda entrar y, junto a él, acompañar el rebaño que nos ha delegado el Señor en cada situación, como padres, como docentes. Él es el Pastor verdadero, nosotros simplemente somos los porteros que permitimos que las ovejas estén allí, pero el que dirige, el que va acompañando verdaderamente es Él.