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jueves, 8 de febrero de 2007
“Antes de formarte en el vientre te conocía, antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de los paganos.”
Jeremías 1, 5 – 6
Queremos detenernos especialmente en el modelo de Jeremías como modelo de vocación, el Amor con el que Dios convoca.
La fuente de la vocación es el amor de Dios: “Antes de formarte en el seno materno” (Jer 1,5). Nos permite como asomarnos a ese lugar insondable del misterio de la vocación que Dios pone en el corazón de aquel al que llama, para compartir con Él la tarea que le cabe a Dios, que es suya. Esta invitación que Dios hace, dice la Palabra, es desde el momento en el que, si el llamado toma conciencia de esa invitación. Pero hay un antes de esa conciencia refleja de lo que supone el llamado en el corazón; con lo cual la Palabra nos está diciendo que la vocación está inscripta mucho más allá del momento, en el que la persona toma conciencia de la llamada que Dios le hace. Forma parte, podríamos decir así, del código genético de la persona.
“Antes de haberte formado en el seno materno Yo te había elegido, te había consagrado.” La llamada no es la de un Dios que no sabe lo que hacer con lo que tiene entre las manos, y entonces duda buscando a alguno que le ayude, para compartirle la tarea que tiene entre sus manos. Y entonces te eligió a vos, me eligió a mí porque Dios nos necesita. Sí, es verdad que Dios quiere necesitar de nosotros para hacer su obra, pero no como quien desespera buscando quien le pueda dar una mano, sino como quien en el amor nos sumó a su proyecto de Amor, y lo hace desde el comienzo mismo. Desde siempre. Desde toda la eternidad. De manera tal, que la persona llamada, convocada, invitada por Dios, vocacionada por Él a su seguimiento y al encuentro con Él en la plena unión con Él, toma conciencia después de un acto reflejo de decir: “acá pasa algo en mi historia”; en el aquí y ahora toma conciencia de que esto que le pasa no tiene que ver con una circunstancia, con un hecho determinado. Tiene que ver con su identidad. Tiene que ver con su ser más hondo, más profundo.
Cuando la persona encuentra su lugar de cara a Dios, encuentra que ha llegado al lugar donde siempre ha estado.
Suele pasarnos, a veces, que cuando nosotros encontramos nuestro lugar en el mundo, a partir de esta experiencia vocacional (hablo de la experiencia vocacional de todo el que se descubre en el bautismo invitado por Dios a cumplir su misión), descubrimos este don de que Dios es el autor de lo que es mi servicio, mi función, mi misión. Y que esa autoría de Dios me puso en un lugar determinado, para que yo allí encontrara mi razón de ser. Allí donde nos encontramos circunstancialmente decimos: “este es mi lugar”. Y a veces podemos confundir el lugar que hemos encontrado con un espacio físico, con un rol, con una misión, con una tarea que se nos encomienda, con mi capacidad, con mis posibilidades, con los dones naturales que Dios ha puesto en mi corazón. Y en realidad, lo que la Palabra hace hoy es ponernos de cara en este código genético que da identidad al vocacionado; de que no es el rol, no es la circunstancia, no es el lugar, no es la misión, no son mis dotes,
es una experiencia de vínculo con el Señor que supone estas realidades, pero que al mismo tiempo, las trasciende.
Eso hace que la persona, por ejemplo, llamada vocacionada por una determinada circunstancia se encuentra ante la imposibilidad de ejercer su rol, no pierde su identidad. Sigue siendo ella misma.
Pensemos, por ejemplo, en un papá, una mamá de familia, que las circunstancias de la vida en su vocación paterna/materna, los ponen lejos de sus hijos. Hoy se da mucho esto, por ejemplo están separados los padres. O porque una situación laboral, tiene que tomar distancia de la familia. Las circunstancias no quitan del corazón del padre, de la madre el hecho de la vocación.
Pensemos en Juan Pablo II, ¿quién podría decir que el final de su vida apostólicamente no fue tan o más fecundo que los más de 120 viajes que hizo por el resto del mundo llevando adelante la misión? No perdió su lugar de pontífice, de puente entre Dios y los hombres, haciendo de vicario de Jesús en medio nuestro. Por el contrario, el misterio Pascual al final de su vida lo puso en plena comunión con la vocación que Dios le dio; de ser su heraldo, su mensajero de paz en medio nuestro.
Esto de “antes de formarte en el seno materno, Yo te elegí”, lo pone al llamado (en este caso de Jeremías), pero también a nosotros que nos vemos interpelados en la persona y en el encuentro de Dios con Jeremías. Nos pone de cara a que no es una determinada tarea. Que no es una determinada misión. Que no es un rol, no es un título.
Lo que nos da identidad es un encuentro.
Un encuentro con Dios que revela lo más hondo de mi propio ser. Lo que podríamos llamar nosotros el código genético que le da profunda razón de ser a mi ser.
Cuando Dios se muestra, dice el Concilio Vaticano II, el hombre encuentra quien es él. Cuando Dios revela su rostro, el rostro humano toma color, toma forma, adquiere identidad.
Antes de que vos aparecieras en este mundo Dios te marcó, en el momento mismo en que sopló la vida en el seno de tu madre, te marcó con lo que Él ya antes había pensado.
¿Qué será eso que Dios sopló en tu corazón?
“Yo te conocí, antes Yo te consagré, antes Yo te constituí.” ¿Qué es esto de “te conocí”? El verbo conocer tiene mucha riqueza semántica en la segunda escritura. La más profunda de estas riquezas está dada por este sentido de Amor. Nosotros somos herederos de una cultura racional que tiene sus fuentes en el pensamiento particularmente griego. Y un pensamiento helenista que habla acerca de conocer. En una cultura racional como la nuestra, supone un conocimiento que se centra casi exclusivamente en la percepción intelectual que la persona hace de la realidad.
En este sentido el pensamiento hebreo se diferencia de un pensamiento helenista racional. El conocimiento, para un hebreo, es mucho más que un conocimiento intelectual. Es un conocimiento que supone una entrada en contacto con la vida toda de la persona, con aquello que conoce. Y ese ponerse en contacto con todo el ser, de manera sabia, lo hace movido por un espíritu que da centralidad al corazón semita. Es el espíritu del amor. Por eso, cuando Dios le muestra el camino, le dice al pueblo hebreo, el camino es éste: el camino del amor. Tal vez tengamos que recuperar en un sentido más pleno, nosotros, desde la Palabra de Dios, el concepto de conocer.
Conocer no es saber algo del otro. Es amar al otro.
Y a partir de allí contenerlo, alentarlo, compartir.
Desde ese lugar poder soñar, construir.
“Yo te conocía”, es decir, te amé eternamente. Y en mi amor puse este sello en tu corazón. En el caso de Jeremías, para que sea profeta de la nación.
Conocer la sagrada escritura, también a partir de ese don de Amor de Dios, es elegir, llamar. Yo te amé, yo te elegí, te llamé.
Está el verbo conocer, en el pensamiento hebreo, profundamente intervinculado a las relaciones personales.
Lo que Dios está diciendo es que yo tengo vinculo interpersonal de Amor contigo desde siempre, y desde ese lugar de relación profunda con tu propio ser, donde tal vez no me conozcas, pero siempre “estuve allí”. Desde ese lugar te elegí un camino como Padre Bueno que soy, para que en ese camino, puedas colaborar con mi obra de amor sobre todad la humanidad.
San Agustin descubre en su búsqueda del rostro de Dios aquella realidad honda y profunda, escondida en su propio ser, cuando escribiendo acerca de su encontro con Dios y de quien le supone ser Dios para él, dice: “Eres más íntimo a mi que mi misma intimidad”. Como diciendo: “ lo que yo conocía de mi mismo era poco, hasta que conocí lo más hondo que estaba en mi, que era Tu presencia. Que me hace conocerlo todo.
Que no es otra cosa que Amar todo.
Conocer, te conocí; tiene como semánticamente también esta expresión hebrea, en su trasfondo el modelo de vínculo entre una madre y un hijo. Es un conocer materno el de Dios.
En estos días he estado acompañando a una familia amiga, que hemos pedido oración por ellos. Por un adolescente, Nicolás, por su papá Pablo, por su mamá Marisa. En el accidente Nicolás, que venía en el auto con sus abuelos (que gracias a Dios están bien), perdió el conocimiento. Estuvo 15 días sin volver. Cuando despertó, la primera que hace contacto con él es su madre. Y había que ver como lo que la madre le alentaba, lo estimulaba para hacerlo volver, y lo que él con sus ojos, porque perdió el habla, va como buscando establecer ese vínculo de relación. Que está fundado sobre el Amor y que de verdad en cada uno de nosotros, es lo que hace que uno recupere de lo que se tenga que recuperar.
Es este tipo de relación la que Dios tiene con nosotros. Ésta que nos hace ser a nosotros, nosotros mismos. Que nos hace volver a la conciencia de quienes somos. Como Marisa lo hace con Nicolás. Este modo de vínculo tiene Dios.
“
Antes de haberte formado en el seno materno, Yo te conocí”
. Que también es un vínculo materno-filial, muy fuerte, tan fuerte que después trae algunos problemas en la vida de algunas personas. Y que necesita el ser humano reacomodarse, cuando toma conciencia en la vida adulta o juvenil, debe reacomodarse frente a la vida. Por eso dice la Biblia “aun cuando tu padre, tu madre, te abandonen, Yo no te abandonaré”. Porque tampoco lo termina de explicar al amor de Dios, esto de que se parece al vínculo materno-filial.
Yo te conocí: a ver si esta palabra te suena adentro de tal forma, que vos puedas decirte, desde Dios yo te amé, siempre pienso en vos, nada de lo que te pasa se me escapa. Todo lo que te ocurre está delante de mis ojos. Tus dolores son míos. Tus preocupaciones también. Tus alegrías me hacen sonreír y tus sueños son mis sueños. Yo te amo y todo lo tuyo me pertenece. Y Yo te pertenezco todo. Te lo dice Dios al corazón.
¿Qué es esto de que Dios te ama, y cómo resuena dentro del corazón? ¿Es creíble o te cuesta entender el amor que Dios te tiene?
Además de conocer, dice la Palabra, “ Yo te consagré”: es el segundo verbo que utiliza la Palabra al referirse al modo como Dios ha hablado con Jeremías. El segundo verbo, consagrar, tiene dos sentidos en la Sagrada escritura: por un lado el original es separar. Consagrar es como “ poner aparte”. Una determinada cosa, un determinado espacio, un templo consagrado. Se diferencia de las otras cosas. Es un lugar distinto. O una persona consagrada a Dios. Es como cualquier persona, pero tiene un rol dentro de la comunidad que Dios le da en cierto modo, de ser distinta, separada. ¿Separada de qué? Del ámbito de lo profano, para dedicarla de manera exclusiva a la cosa o la persona a Dios. Cuando se consagra para separar a alguien o algo al servicio de Dios, la cosa o persona participa de su Gloria y también de su Santidad.
Nosotros por el bautismo decimos que hemos sido consagrados.
Hemos sido bautizados y en el bautismo Dios nos separó para Él. Haciéndonos participar de la vida de los hombres, pero con él, no sin Él; y esto es lo que marca la distinción.
Las personas consagradas al servicio de Dios, no constituyen una casta, una elite, un grupo especial. Son sencillamente quienes tienen la posibilidad de haber sido puestos del lado de Dios para comunicarlo a Dios. Y en este sentido, tienen que hacerse, como dijo el apóstol San Pablo, a todos para ganar algunos, lejos de la persona consagrada, de constituirse en una determinada casta. Si Dios separa a alguien para sí,
es para meterlo en el mundo, en medio de todos los hombres, y desde allí mostrar Su Presencia, su rostro, e invitar a otros a que le pertenezcan también.
Jesús lo dice a esto muy claramente, cuando expresa: “ustedes son la luz del mundo. Ustedes son la sal de la tierra; ustedes son fermento en la masa.” Una luz no se puede ocultar, la sal si no cumple su función pierde su sabor, y la levadura está para ser puesta en la masa. Sola, puesta aparte, no sirve. De manera tal que, este “Yo te consagré”, es decir, te separé para Mí, pero para meterte entre todos los hombres. Por eso te envío.
Te separé para meterte en la misión.
Por eso lo hice. Porque Yo estoy contigo, te consagré para la misión, haciéndote mío para que los demás puedan ser también míos, dice Dios.
La conciencia de esta consagración es la que nos hace cuidar nuestro vínculo con Dios.
Si Dios me separó para Él y me puso a su lado, es para que tenga relación con Él.
Cuando yo no tengo esto como bautizado, hay algo dentro de mí que está desacomodado y no es cualquier cosa. Es el código de identidad de ser personal. Por eso me ha dado tanta alegría, cuando después de haber andado como hijo de don Nadie, me encuentro con el Dios de la Vida. Y puedo expresar la alegría que me da haber vuelto a la casa del Padre. O acaso no es ésa la experiencia de estos 11 años de servicio en la radio, que recibimos de cientos de hermanos, que hablan de cómo su vida empezó a ser distinta o empezó a ser vida realmente, a partir del ENCUENTRO con el Señor.
Este que Dios me separó para Él es para que esté con Él. Y para que Él esté conmigo. Pero no para que esté con Él encerrado en mí mismo, o formando parte de un grupo especial, sino para meterme en la masa. Porque mi ser es más lo que está llamado a ser cuando se pone en funcionamiento.
Volvemos al ejemplo paterno:
un padre es padre cuando hace las veces de padre. Cuando tiene “título” de padre, pero no es padre, más de un hijo dice: “si, me dio la vida, pero no es mi viejo”.
Es decir, el ser padre se desarrolla con el hacerlo. Por eso, no sólo Dios nos pone en contacto con ÉL, sino para que nuestro ser más hondo con Él y nosotros en Él se desarrolle, a partir de nuestra presencia en el mundo con el Dios que nos manda.
La consagración no se puede entender sin la misión.
Lo que vos hacés lo hago yo con vos y en vos. Si permanecés en mí lo harás, como dice la Palabra, Juan 15, “ustedes en Mi, Yo en ustedes, producimos muchos frutos”. Este constituirse no es una puesta de oficio de alguien que tiene un rolo vacío de sentido, de contenido. Es una puesta en servicio y en oficio, este de ser profeta, de alguien que lejos de ser uno que hace una determinada tarea X, lo hace en el que lo constituye. Sería algo así:
Yo soy el que te envío, yo te constituyo, te doy fuerzas, y lo que vos hagas lo hago Yo en vos.
Jeremías va con Dios podríamos decir nosotros. Va con Dios. Nosotros somos este Jeremías. Por la gracia Bautismal hemos sido constituidos, consagrados por Dios en el Amor que desde siempre nos tuvo para ser sus heraldos, sus mensajeros, su boca, su presencia, sus ojos, su abrazo, su caricia, su comprensión. A los hermanos que lo necesitan, lo buscan lo esperan.
Nuestra misión se entiende sólo en clave de la Revelación que Dios hace de nuestra más honda identidad, de nuestro código genético que viene del Amor de Dios.
Padre Javier Soteras
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