Adorar es postrarse, es reconocer desde la humildad la grandeza infinita de Dios

miércoles, 28 de octubre de 2020
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28/10/2020 – Compartimos la reflexón del evangelio junto al Padre Alejandro Puiggari:

 

Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.

Lucas 6, 12-19

 

Para profundizar en la reflexión del evangelio del día, el padre Alejandro nos iluminó con una carta de quien fuerza el Arzobispo de Buenos Aires en el año 2012, Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, a los Catequistas:

 

“Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”

Mateo 4,10

 

 

“Quizás como pocas veces en nuestra historia, esta sociedad malherida aguarda una nueva llegada del Señor. Aguarda la entrada sanadora y reconciliante de Aquél que es Camino, Verdad y Vida. Tenemos razones para esperar. No olvidamos que su paso y su presencia salvífica han sido una constante en nuestra historia. Descubrimos la maravillosa huella de su obra creadora en una naturaleza de riqueza incomparable. La generosidad divina también se ha reflejado en el testimonio de vida, de entrega y sacrificio de nuestros padres y próceres, del mismo modo que en millones de rostros humildes y creyentes, hermanos nuestros, protagonistas anónimos del trabajo y las luchas heroicas, encarnación de la silenciosa epopeya del Espíritu que funda pueblos. Sin embargo, vivimos muy lejos de la gratitud que merecería tanto don recibido. ¿Qué impide ver esta llegada del Señor? ¿Qué torna imposible el «gustar y
ver qué bueno es el Señor» (Sal. 34,9) ante tanta prodigalidad en la tierra y en los hombres? ¿Qué traba las posibilidades de aprovechar en nuestra Nación, el encuentro pleno entre el Señor, sus dones, y nosotros? Como en la Jerusalén de entonces, cuando Jesús atravesaba la ciudad y aquel hombre llamado Zaqueo no lograba verlo entre tanta muchedumbre, algo nos impide ver y sentir su presencia.”

Con estas palabras empezaba la homilía del Tedeum del último 25 de mayo. Y quisiera que sirviera de introducción a esta carta que con afecto agradecido te hago llegar en medio de tu silenciosa pero importante tarea de edificar la Iglesia.

Creo no exagerar al afirmar que estamos en un tiempo de “miopía espiritual y chatura moral” que hace que se nos quiera imponer como normal una “cultura de lo bajo”, en el que pareciera no haber lugar para la trascendencia y la esperanza.

Pero sabes bien por ser catequista, por la sabiduría que te da el trato semanal con la gente, que en el hombre sigue latiendo un deseo y necesidad de Dios. Ante la soberbia e invasiva prepotencia de los nuevos Goliat, que desde algunos medios de comunicación y no menos despachos oficiales, reactualizan prejuicios e ideologismos autistas, se hace necesario hoy más que nunca la serena confianza de David para desde el llano defender la herencia. Por eso, quisiera insistirte en aquello que te escribía un año atrás:” Hoy más que nunca, se puede descubrir detrás de tantas demandas de nuestra gente, una búsqueda del Absoluto que, por momentos, adquiere la forma de grito doloroso de una humanidad ultrajada: “Queremos ver a Jesús” (Jn. 12,21).

Son muchos los rostros que, con un silencio más decidor que mil palabras, nos formulan este pedido. Los conocemos bien: están en medio de nosotros, son parte de ese pueblo fiel que Dios nos confía. Rostros de niños, de jóvenes, de adultos… Algunos de ellos, tienen la mirada pura del “discípulo amado”, otros, la mirada baja del hijo pródigo. No faltan rostros marcados por el dolor y la desesperanza. Pero todos esperan, buscan, desean ver a Jesús. Y por eso necesitande los creyentes, especialmente de los catequistas que no sólo hablen de Cristo sino, en cierto modo, que se lo hagan ver;…. De ahí, que nuestro testimonio sería enormemente deficiente, si nosotros no fuéramos los primeros contempladores de su
rostro; (NMI 16).

Por eso, me animo a proponerte que nos detengámonos este año a ahondar el tema de la adoración.

Hoy más que nunca se hace necesario “adorar en espíritu y verdad” (Jn 4, 24).Es una tarea indispensable del catequista que quiera echar raíces en Dios, que quiere no desfallecer en medio de tanta conmoción.
Hoy más que nunca se hace necesario adorar para hacer posible la projimidad que reclama estos tiempos de crisis. Sólo en la contemplación del misterio de Amor que vence distancias y se hace cercanía, encontraremos la fuerza para no caer en la tentación de seguir de largo, sin detenernos en el camino.
Hoy más que nunca se hace necesario enseñar a adorar a nuestros catequizandos, para que nuestra Catequesis sea verdaderamente Iniciación y no sólo enseñanza. Hoy más que nunca se hace necesario adorar para no apabullarnos con palabras que a veces ocultan el Misterio, sino regalarnos el silencio lleno de admiración que calla ante la Palabra que se hace presencia y cercanía. ¡Hoy más que nunca se hace necesario adorar!

Porque adorar es postrarse, es reconocer desde la humildad la grandeza infinita de Dios. Sólo la verdadera humildad puede reconocer la verdadera grandeza, y reconoce también lo pequeño que pretende presentarse como grande. Quizá una de las mayores perversiones de nuestro tiempo es que se nos propone adorar lo humano dejando de lado lo divino. “Sólo al Señor adorarás” es el gran desafío ante tantas propuestas de nada y vacío. No adorar a los ídolos contemporáneos -con sus cantos de sirena- es el gran desafío de nuestro presente, no adorar lo no adorable es el gran signo de los tiempos de hoy. Ídolos que causan muerte no merecen adoración alguna, sólo el Dios de la vida merece “adoración y gloria” (Cfr. DP 491)

Adorar es mirar con confianza a Aquel que aparece como confiable porque es dador de vida, instrumento de paz, generador de encuentro y solidaridad. Adorar es estar de pie ante todo lo no adorable, porque la adoración nos vuelve libres y nos vuelve personas llenas de vida. Adorar no es vaciarse sino llenarse, es reconocer y entrar en comunión con el Amor. Nadie adora a quien no ama, nadie adora a quien no considera como su amor.¡Somos amados! ¡Somos queridos!, “Dios es amor”. Esta certeza es la que noslleva a adorar con todo nuestro corazón a Aquel que “nos amó primero” (I Jn 4,10).

Adorar es descubrir su ternura, es hallar consuelo y descanso en su presencia, es poder experimentar lo del salmo 22: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo… Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida”.

Adorar es ser testigos alegres de su victoria, es no dejarnos vencer por la gran tribulación y gustar anticipadamente de la fiesta del encuentro con el Cordero, el único digno de adoración, quien secará todas nuestras lágrimas y en quien celebramos el triunfo de la vida y del amor, sobre la muerte y el desamparo (Cfr. Ap. 21-22).
Adorar es acercarnos a la unidad, es descubrirnos hijos de un mismo Padre, miembros de una sola familia, es como lo descubrió Francisco: cantar las alabanzas unidos a toda la creación y a todos los hombres. Es atar los lazos que hemos roto con nuestra tierra, con nuestros hermanos, es reconocerlo a Él como Señor de todas las cosas, Padre bondadoso del mundo entero.

Adorar es decir “Dios”, y decir “vida”. Encontrarnos cara a cara en nuestra vida cotidiana con el Dios de la vida, es adorarlo con la vida y el testimonio. Es saber que tenemos un Dios fiel que se ha quedado con nosotros y que confía en nosotros.

¡Adorar es decir AMEN!

Al saludarte por el día del catequista, quiero nuevamente agradecerte toda tu entrega al servicio del Pueblo fiel. Y pedirle a María Santísima que mantenga viva en tu corazón esa sed de Dios para que puedas como la samaritana del evangelio “adorar en espíritu y verdad” y “hacer que muchos se acerquen a Jesús” (Jn 4, 39). No dejes de rezar por mí para que sea un buen catequista. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide.

Buenos Aires, Agosto de 2002.