Afrodita, el amor tiene forma de diosa.

martes, 12 de julio de 2011
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1. Prácticas religiosas muy particulares

Allí donde termina el camino de la memoria y comienza el de los sueños, ha quedado para siempre guardado el secreto de Afrodita –la que algunos también llaman Venus- la diosa del amor, el deseo, la belleza, la pasión, la atracción y la reproducción. Ella es quien protege a los esposos, otorga fecundidad a los hogares y se hace presente en los partos. Esta diosa tiene –además- un lado salvaje y voluptuoso. Sabe manejar cono nadie el arte de la seducción, los secretos, las sonrisas, las insinuaciones, los engaños y los artilugios. Maneja cuidadosamente la estrategia del amor y sus trampas conjuntamente con una refinada combinación de placeres. Se dice que Afrodita encandila, hipnotiza y hechiza. Puede hacer que cualquier hombre se enamore de ella con sólo poner sus ojos en él.

Su origen es un misterio tal como corresponde al amor. ¿Quién puede decir ciertamente de dónde surge el amor?; ¿quién le dio nacimiento? Los mortales sólo podemos elucubrar algunas conjeturas. Por ejemplo, algunos cuentan que Afrodita es anterior al mismo Zeus y que su nombre proviene de la palabra “espuma” ya que ella brotó entre las burbujas del mar después que el dios Cronos, instigado por su madre, la diosa Gea, la Tierra, mutiló a su padre Urano, el cielo. Influenciado por Gea, la cual estaba celosa del poder de Urano, con una guadaña dentada, Cronos castró a su padre y arrojó al mar, cruel e indiferentemente, los restos de la amputación de su progenitor, los cuales impactaron en las aguas creando una abundante y blanca espuma, de la cual surgió una joven preciosa, totalmente adulta y desarrollada.

Incluso hay sostienen que dicen que el nombre Afrodita significa “la que viene al anochecer”. Por eso también la llaman Venus, el nombre del planeta que aparece en el firmamento como la primera estrella vespertina. Estos afirman que la diosa de la sensualidad es hija de Zeus y de Díone, la contracara y el lado femenino de la divinidad primordial que es Zeus, el dios máximo del poder masculino.

Hay otros que sostienen que Afrodita es, en verdad, dos diosas, una vieja y otra joven. La mayor, es conocida como Urania, la hija de Urano; la menor se llama Pandemos –cuyo nombre significa “de todo el pueblo”- y es la hija de los dioses Zeus y Díone. Pandemos es una Afrodita común, popular, representa el amor humano y carnal. La otra, Afrodita Urania, es celestial, diosa del amor puro. Ambas conforman el amor humano y divino. 

En honor de Afrodita se celebran unas fiestas llamadas Afrodísias. En su templo se tienen ciertos rituales que -para algunos- pueden resultar muy extraños y para otros, son del todo comunes. 

Los devotos de la diosa, en el mismo santuario, tienen contacto muy íntimo con las sacerdotisas de Afrodita, las cuales se las llama “hieródulas”, título que significa “sierva sagrada”. Este ritual es una forma de adoración a la diosa y una celebración de la fertilidad, una práctica habitual en casi todo el Medio Oriente y también en algunas partes del Occidente. En Grecia, ciertamente es realizada. A nadie le resulta escandalosa esta costumbre. La diosa del amor no espera otra cosa de sus devotos. 

Las “esclavas sagradas” de los templos son mensajeras de Afrodita. Ellas entran en una especie de trance ritual que incluye, entre otras cosas, este tipo de prácticas, las cuales se interpretan como ofrendas de devoción y acción de gracias de comunión con la divinidad. 

Son mediadoras de ofrendas, intercesoras de oraciones y dones, anunciadoras de oráculos divinos y propiciadoras de sacrificios. Viven una “consagración”, una dedicación exclusiva. Hay lugares en que la profesan tanto mujeres como varones. En el caso de Afrodita, son exclusivamente mujeres quienes forman su séquito. Ellas afirman que la sexualidad está unida a la experiencia de la trascendencia. Es la llave que abre las puertas al misterioso ámbito de conexión con lo divino. 

Hay quienes aseveran que las hieródulas no pueden considerarse sacerdotisas ya que el concepto de sacerdocio y de prostitución son –en sí mismos- incompatibles. La “prostitución sagrada” tiene sus notables diferencias con la profana. La sagrada es vivida como una consagración religiosa a la diosa del amor. La profana o social, en cambio, consiste en una mera transacción sexual con fines económicos. 

En el caso de Afrodita, esta costumbre se relaciona con ritos vinculados a la fecundidad, la feminidad, la vida, la fecundación, la gestación, los ciclos naturales y la tierra, símbolo de la “madre primordial”.

Para Afrodita todo es uno: la divinidad, la trascendencia y la sexualidad. Las hieródulas lo viven como un homenaje, una ofrenda sin reservas, un tributo exclusivo, una consagración que incluye estas determinadas prácticas con los devotos. 

Para ellas el amor requiere de consagración, culto y entrega. No hay distinción: el amor humano se hace divino y el amor divino, humano. No separan sino que integran En su templo cualquier amor es amor y todo es amor en el amor.

2. La manzana de la discordia

Tetis era una ninfa, una diosa del mar que vivía en las profundidades del océano. De vez en cuando emergía a la superficie para ayudar a quienes viajaban surcando las profundas aguas. Aparecía montada en delfines y otros animales marinos. Era hermosa y amable, cantaba con voz melodiosa y bailaba coronada de corales. Era una de las Nereidas, una de las cincuenta hijas del dios Nereo, la divinidad de las olas. 

Tanto Poseidón, el dios del mar y las tormentas, como Zeus estaban interesados en ella pero una profecía había revelado que el hijo que Tetis tuviera sería más grande que su padre. Es por eso que los dioses -para evitar el cumplimiento del oráculo y su destino- arreglaron el matrimonio de Tetis con un mortal.

Es así que enviaron a Iris, la mensajera de la diosa Hera y a Hermes, el mensajero del dios Zeus que encontrara un mortal que quisiera unirse con Tetis. Iris fue, entonces, a ver al centauro Quirón. Los centauros son seres cuyo cuerpo, de cintura para abajo tiene forma de caballo y de cintura para arriba, de hombre. El centauro Quirón era uno de los más famosos sabios. Entre sus discípulos se destaca -por su hermosura, inteligencia y valentía- el joven Peleo. Éste intentó, gentilmente, acercarse a la diosa pero ella, al saber que el interés del joven era por imposición de los dioses, lo rechazó. Ante esto, Quirón aconsejó a Peleo que buscara a Tetis, para seguir insistiendo, cuando estuviera en una cueva cercana al mar a la que solía la ninfa ir a descansar. Allí podría atraparla y atarla fuertemente para evitar que escapara ya que solía hacerlo, cambiando rápidamente de forma y apariencia a su antojo. Ésa era una de las caprichosas capacidades de las Nereidas. 

Quirón le recomendó, insistentemente, a Peleo que, una vez que la atrapara, no la soltara, aunque ella fuera cambiando de forma continuamente. De hecho así sucedió: en las manos del joven fue adoptando la figura de llama, de león rugiente y otras muchas sucesivamente hasta que se hizo calamar, entonces Peleo la pudo sujetar con sus dos manos y no la soltó. Le suplicó que asumiera la apariencia de mujer. Tetis, al verse atrapada, consintió. Adoptó el aspecto pedido y además accedió a casarse con él, aunque no estaba interesada en su prometido, ni le profesaba amor.

La boda de Tetis y Peleo se celebró en un monte y asistieron todas las principales divinidades al banquete. Apolo, el dios músico, tocó la lira y las Musas cantaban y bailaban. Todos fueron invitados, menos Eris, la diosa de la discordia, la cual –desairada y vengativa- se presentó lo mismo al festejo. Todos quedaron pasmados y llenos de estupor ante tal osadía. Se hizo un denso y cortante silencio. La diosa, imponente y totalmente enojada, arrojó -en medio de todos- una espléndida y bellísima manzana de oro en la que estaba inscripta una leyenda que decía: “esta manzana es para la más hermosa”. 

Todos quedaron asombrados. La fiesta se había interrumpido abruptamente. Con su presencia altanera quiso sembrar, precisamente, lo que ella siempre solía hacer: desunión, discrepancia, oposición, desavenencia, contrariedad, disconformidad, discordancia y desacuerdo. En definitiva, la discordia con todos sus insoportables hijos. 

Todas las diosas, una vez pasado el impacto, inmediatamente, trataron de adueñarse de la manzana dorada, la cual brillaba de manea deslumbrante como una verdadera joya. Algunos decían que ése era el regalo nupcial de la rencorosa Eris para los nuevos esposos. Hera, la diosa esposa de Zeus, Atenea, la diosa de la sabiduría y Afrodita, la diosa del amor, se acercaron, rápidamente, al fruto seductor. Las tres al mismo tiempo. Las demás divinidades se apartaron, ya que estas tres eran las más bellas y poderosas, capaz de eclipsar a cualquier otra.

La disputa y la competencia entre estas tres diosas no se hizo de esperar. No era fácil la solución al dilema. Ninguno de los dioses presentes quería tomar partido pensando en las represalias de las respectivas divinidades en cuestión. Afrodita, Hera y Atenea -cada una- reclamó ser la más bella y -por tanto- la justa propietaria de esa manzana tan especial. 

Los invitados presentes comenzaron a discutir acerca de la belleza de las diosas en cuestión. Como el tiempo pasaba, sin llegar a ninguna solución pacífica, las tres estuvieron de acuerdo en llevar el asunto ante el mismo Zeus, el máximo dios y juez de todo. Sucedió que al no querer quedar mal con ninguna de las diosas, las envió a Hermes, quien se encargaría de llevarlas –a su vez- ante la presencia de Paris, príncipe mortal de la ciudad de Troya, el cual resultó elegido para dar el veredicto final sobre tan importante cuestión.

El joven tuvo miedo de resolver este intrincado. No sólo por el compromiso ante las tres diosas y todas las demás divinidades sino porque se preguntaba acerca de qué era, en verdad, la belleza: ¿solamente la figura exterior, la apariencia, la juventud, la inteligencia, las buenas costumbres, el talento, el buen corazón?; ¿qué es la verdadera belleza en definitiva? En medio de estas cavilaciones, cada diosa le ofreció, entonces, un don particular para que pudiera resolver la encrucijada.

Hera, le otorgó el poder y el reino de todo el universo; Atenea, diosa de la guerra, le prometió hacerlo invencible en todas las luchas y batallas; Afrodita, seductoramente, le susurró al oído una oferta mucho más insinuante. 

Para seducirlo, la diosa comenzó a bailar con gracia, ante todos los presentes. Danzaba con la sensualidad de suaves movimientos. Le dijo al joven príncipe que si la declaraba a ella como la más bella le daría, como recompensa, la mujer más hermosa que hubiera en el mundo para convertirla en su esposa. Paris, se dejó finalmente seducir por el amor. Se dejó vencer. No le importó ni el poder, ni la victoria. Sucumbió ante la pasión. Eligió a Afrodita. 

La mujer más bella era, en ese momento, Helena. Las otras diosas se enfurecieron ante la elección del joven y fue debido a esta promesa de Afrodita que Paris raptó a Helena de Troya que, por ese tiempo, estaba casada con el rey de Esparta. Este incidente fue la causa de la famosa guerra entre Esparta y Troya que duró diez años. Por este conflicto, terminó ardiendo Troya. 

La manzana de la discordia no solamente puso en rivalidad a las diosas más hermosas y poderosas sino también a los reyes y habitantes de dos pueblos enfrentados. La Discordia tomó lo más noble, como la belleza y la convirtió en competencia y envidia, logrando desconfianza, desunión, traición, guerra, destrucción, desolación y muerte. La manzana de oro más hermosa fue el principio de escándalos y rupturas. A Afrodita eso no le importó demasiado. Sólo le interesaba que el joven Paris haya quedado prendado de su irresistible propuesta. 

3. Infidelidades y disputas divinas

Afrodita siempre fue una diosa presumida, orgullosa de sí y muy celosa de su belleza. Zeus, el dios mayor del Olimpo, temía que Afrodita -debido a su hermosura- fuera causa de problemas entre los dioses. La casó, entonces, con Hefesto, el dios del fuego y de la herrería, el más feo y excluido de los dioses. Zeus pensó que la belleza y la fealdad podían equilibrase una y a la otra. Hefesto, por su parte, estaba contentísimo de casarse con la diosa y forjó -para ella- una hermosa joyería y un cinturón que la custodiaba y que, al lucirlo, la hacía aún más deslumbrante. Esta prenda mágica la resguardaba y enaltecía su figura, haciéndola irresistible a todos los varones mortales o inmortales.

Afrodita tomó con sentido del humor su casamiento con Hefesto. Sabía que mucho no podía durar. Le parecía gracioso que la más hermosa de las diosas tuviera como esposo al poco agraciado hijo de Zeus y Hera, el deforme y cojo Hefesto, el herrero del Olimpo. Él, en cambio, se sentía orgulloso de sí mismo al estar casado con la diosa más deseada. Su autoestima se vio fortalecida. Era uno de los pocos dioses realmente casados, sin embargo, la infelicidad de Afrodita en su matrimonio se comenzó a sentir al poco tiempo e hizo que empezara a buscar la compañía y el entretenimiento de otros dioses. Se fijó especialmente en Ares, el temperamental y belicoso dios de la guerra, con el cual comenzó a ser infiel. Cada vez con mayor frecuencia. 

En cierta ocasión, el dios Helios, el que cruza todos los días con su carro hasta el confín de los mares iluminando los cielos y regresa al terminar cada noche para hacer salir el sol, este hermoso dios, coronado con la brillante aureola del sol, un día –debido a su resplandor que todo lo alumbra- sorprendió, de madrugada, a los dos amantes juntos. Descubrió a Afrodita durmiendo, plácidamente, con el poderoso dios de la guerra. Le pareció sorprendente que el amor y la guerra estuvieran juntos. Parecía que ambos habían luchado. Muchas veces el amor es una batalla. 

Del adulterio entre Afrodita y Ares había nacido una particular descendencia formada por Eros, el dios del amor, mezcla de pasión como su madre y de batalla como su padre. También había sido engendrados Ánteros, el dios que castiga a los que no corresponden a los amores de aquellos que los aman, el dios Deimo, conocido como el espanto y Fobos, el miedo –ambos de carácter bastante irascible heredando cierta belicosidad de su padre- y, por último, la diosa Armonía, muy distinta a sus dos anteriores hermanos. 

Helios no tardó en dar la noticia a Hefesto, el cual –dolorido aunque no sorprendido ya que podía sospecharlo- urdió una estrategia para certificar el engaño de su mujer. Hizo en su taller una red metálica, fuerte y sutil que tenía la capacidad de ser invisible. Dispuso una red de finas cadenas sobre el lecho de su esposa para que cayeran al más mínimo contacto cuando hubiera más de una persona. La tendió y la sostuvo sobre el lecho matrimonial, sin que su esposa se diera cuenta, una trampa en la que quedarían atrapados los amantes. 

Hefesto, a su vez, le dijo a su esposa que se iría unos días de viaje. Afrodita aprovechó entonces la ocasión para ver a su amante. Durante la noche, la red cayó sobre ellos y los inmovilizó quedando atrapados. Cuando Hefesto regresó y vio a los dos amantes aprisionados, llamó a los dioses más importantes para que sirvieran de testigos y jueces. Todos fueron –muy indiscretamente- a ver el espectáculo de los amantes descubiertos en su infidelidad. Tan pronto como se levantó la red, los adúlteros podían irse si prometían –ante todos los presentes- no volver a caer nuevamente. Así lo hicieron y huyeron, aunque no mantuvieron su promesa por mucho tiempo. La vergüenza y la humillación entre los dioses duran poco tiempo y son olvidadas rápidamente. 

Hefesto pidió recuperar lo que había pagado como dote por Afrodita a Zeus. Sin embargo, nadie pagó al esposo ofendido. Desde entonces, lejos de aplacarse por la humillación pública, Afrodita se volvió más rebelde, transgresora y apasionada. Se liberó de todo prejuicio y se sucedieron numerosos romances, algunos escandalosos, con distintos dioses y mortales. A menudo, por esta razón, se peleó con las diosas y mujeres más bellas e influyentes. Era amada y odiada por igual. 

Afrodita tuvo varios romances, uno de los más célebres fue con Adonis. Se produjo tras una serie de legendarias circunstancias que unieron, trágicamente, a la pareja. Ocurrió que una cierta reina habló de la belleza de su hija, llamada Esmirna. Se atrevió a afirmar que era mucho más bonita y atractiva que la misma Afrodita, la cual –al enterarse- castigó por esto, no a la madre sino a la hija, la cual desconocía totalmente lo que había dicho su madre. 

Afrodita hizo que Esmirna emborrachara a su propio padre, el rey y lo sedujera. Cuando el rey, después de su ebriedad, supo que la acompañante de la noche anterior había sido su propia hija, arremetió contra ella, espada en mano, y lleno de cólera, la mató. Afrodita sacó del medio la competencia de la bella Esmirna, a la cual transformó en el árbol de Mirra ya que -en la noche anterior- la joven había concebido y para que no acabara la vida que se había engendrado, continuó viviendo como un árbol, sin tener siquiera la satisfacción de ser conocida como la madre del niño más prodigiosamente bello que jamás haya existido. 

Así nació Adonis y Afrodita no sabía qué hacer con el niño. Lo ocultó por un tiempo y luego se lo entregó a Perséfone, la reina del imperio de las sombras, esposa de Hades, dios del infierno. Perséfone se quedó asombrada al ver a un niño tan asombrosamente bello y no pudo menos que dedicarse a cuidarlo. Cuando creció y se convirtió en un apuesto joven, Afrodita, quien ya no tenía ningún límite, reclamó entonces la adopción porque ciertamente tenía otras intenciones con el muchacho. 

Perséfone, declaró entonces que no estaba dispuesta a abandonar al joven, el cual ya que se había convertido en el compañero de sus juegos de amor ya que, ciertamente, con el dios del inframundo no podía encontrar ninguna diversión apasionada. Lo que no llegó a suponer Perséfone es que su contendiente iba a recurrir al mismo Zeus, el cual no quiso saber nada de este lío entre mujeres celosas y pasó el asunto a manos de Calíope, la musa de la elocuencia para que ella hablara sabiamente y dictaminara en el asunto. 

La sentencia de Calíope fue digna de una musa: decidió que las dos rivales enamoradas del mismo hombre tenían derecho y juzgó oportuno a Adonis reconocerle el derecho a tener sus tiempos de descanso. Calíope acordó que Afrodita disfrutara un tercio del año de la presencia del joven, Perséfone, el otro tercio y finalmente Adonis gozaba en libertad del tercio del tiempo restante. 

Afrodita, no contenta con tal veredicto, puso en práctica todos los encantamientos de su cinturón mágico y de su belleza para lograr que Adonis se olvidara de Perséfone y dejara, sin vigencia, las vacaciones pactadas por Calíope. Perséfone, entonces, cegada por el afán de venganza, se marchó en busca de Ares, el antiguo amante de Afrodita, para contarle cómo Adonis había despertado en la diosa mucha más pasión de la que él jamás había suscitado. 

Ares, irascible por naturaleza, cayó en la trampa de los celos y decidió, convertido en jabalí, darle una lección a Adonis, el cual empezaba cada año con Afrodita. Una de las mayores pasiones del apuesto joven era la caza y Afrodita lo acompañaba y vigilaba. Pasaban muchas horas juntos. Cuando las ocupaciones de Afrodita comenzaron a reclamarla, se vio obligada a dejar al muchacho por un corto tiempo. Antes de marcharse, le aconsejó que en sus prácticas de caza no atacara, ni matara a animales indefensos. Adonis, dudando de las habilidades de Afrodita como cazadora, olvidó rápidamente el consejo.

No mucho después, cuando la diosa se marchó, Adonis se encontró con un enorme jabalí liberado intencionalmente por el dios Ares, un animal salvaje, mucho mayor que todos los que había visto hasta entonces. El joven persiguió a la peligrosa creatura gigante, la cual al encontrarse incitada, le hizo frente y comenzó a perseguir a su rival. En uno de sus ataques, el jabalí arremetió contra el muchacho y lo hirió, desgarrándolo con sus colmillos. Adonis quedó tirado solitariamente por horas, sin poder moverse, sin que nadie pudiera socorrerlo en medio del campo, así comenzó a agonizar y finalmente murió desangrado. 

Afrodita, presintiendo algo terrible y sintiéndose inquieta sin saber muy bien por qué, volvió apresuradamente al lugar llegando demasiado tarde para salvarlo. Lo encontró tendido en el suelo y sin vida. Hacía horas que ya estaba muerto, con su belleza intacta. La muerte había tomado toda su hermosura. Ahora ella era su amante. La diosa sólo pudo llorar, desconsoladamente, sobre el cuerpo de su amado. La belleza que no es vida termina siendo presa de la muerte, en cualquiera de sus formas. Allí donde cayó la sangre de Adonis, Afrodita hizo que crecieran flores de anémonas en su recuerdo y juró que -en el aniversario de la muerte del joven- cada año se celebrara una fiesta en su honor.

Afrodita, sumida en el dolor, volvió a implorar a Zeus, bañada en llanto, pidiendo esta vez que Adonis, que ahora estaba en el infernal y eterno reino de Perséfone, como una sombra más, pudiera gozar de una cierta libertad anual, que viviera medio año en la oscuridad y otro medio año a la luz del sol de verano. 

Perséfone, mientras tanto, estaba complacida de recobrar a Adonis nuevamente. En su mundo de sombras la belleza de Adonis, la alumbraba. Afrodita, extrañándolo de manera desmedida corrió y bajó hasta el mismo infierno para recuperarlo. De nuevo, Perséfone y ella pelearon sobre quién podía quedarse esta vez con Adonis. Zeus ahora tuvo que intervenir personalmente porque la cuestión estaba llegando a un punto sin retorno. 

Conmovido por la pasión del amor, concedió el deseo a Afrodita, su hija. Desde entonces, al llegar el calor del verano, Adonis sale de su encierro de la tierra de las sombras y se reúne con Afrodita hasta que nuevamente regrese el invierno oscuro. Esta vez, debido a la experiencia pasada, Zeus dictaminó por sí mismo declarando que Adonis permaneciera seis meses con Afrodita y seis con Perséfone, como debió haber sido desde la primera vez. Así, ni una, ni otra, se sentirían desplazadas y ofendidas. 

El amor fue la resurrección de Adonis. Lo traía y lo llevaba del infierno al mundo de los vivos. Lo hacía resurgir y desaparecer a su debido tiempo. El amor lo alejaba y el amor lo regresaba. De la muerte a la vida, de la sombra a la luz, de la ausencia a la presencia, del submundo del infierno a la vida de la superficie: Adonis siempre realizaba ese continuo viaje. Él sabía que al amarlo una, la otra era parte de su ayer, hasta que volviera nuevamente y la que era presente, se hiciera pasado. El amor tiene sus oscilaciones y alternancias, sus propios tiempos. 

4. Las dos caras de un mismo arquetipo: de Afrodita a Jesús

Afrodita es el arquetipo del amor humano en cualquiera de sus formas. El amante es el que vive el amor, en alguna de sus múltiples manifestaciones, el que se arriesga a una entrega sin medida, el que se deja seducir por la pasión, el que se animó al aprendizaje más profundo para salir de su yo, renunciando al control de sí mismo, el que busca y encuentra una vehemente dedicación, el que se ha enamorado de alguien o de algo, sintiéndose arrebatado y se dejándose llevar.

Como todos los arquetipos, el amante tiene un aspecto luminoso y sombrío. El don y el gozo son el aspecto luminoso del amor; la posesividad y la dependencia afectiva constituyen su sombra. 

El que recibe gratuitamente, acepta -con el mismo don- la devolución de su propia debilidad. Es una verdadera vulnerabilidad perder el control de sí mismo y depositar la expectativa en otro, tal como lo hace el amor. Nos dejamos alcanzar por él con todos sus riesgos. El amor puede ser vivido como un regalo o como una fuente de poder. 

Ciertamente el amor tiene poder. Su fuerza emana desde adentro del mismo don. Su presencia magnetiza, sin avasallar, ni poseer. Hay que aprender –incluso- a soltar el don y a desprenderse de él ya que no nos pertenece, aunque lo sintamos en nuestro corazón.

El don se prodiga más allá de nuestro alcance. Nadie es su dueño. Al amor nos lo prestan por un breve lapso. Nadie administra del tiempo de la duración del amor. 

Cuando la luminosidad del don parece que se apaga, no significa que se haya ido necesariamente. A menudo ingresa en áridos desiertos y profundas oscuridades donde decanta y madura. Se transfigura dando una nueva luz. En el corazón y en la memoria, la llama del recuerdo convoca a un nuevo destello y al llamado de otra esperanza.

Afrodita se particulariza por su séquito de hieródulas y sus particulares prácticas rituales. Esta extraña costumbre también está consignada en la Biblia, en el Antiguo Testamento, en el libro de Oseas, el profeta cual es un marido engañado por una esposa infiel (Cf. Os 3,1). Lo más insospechado es que el mismo Dios le ordena tomar una mujer de vida licenciosa y dudosa reputación (Cf. 1,2) para tener hijos con ella (Cf. 1,2. 6. 8). 

La amada infiel que Dios le propone al profeta, no es cualquier mujer. Tendrá incluso que pagar un “rescate” económico para hacerla su esposa (Cf. 3,2). Ella se dedicaba al mismo oficio de las hieródulas de Afrodita. Oseas “rescata” a su mujer del santuario donde oficia. Para el profeta, vincularse con una mujer pagana e idólatra era ciertamente humillante y totalmente desconcertante, sobre todo si el pedido venía de Dios. Una mujer así estaba estigmatizada, social y religiosamente. Ella se dedicada al culto de fertilidad del dios pagano llamado Baal (Cf. 2,19). Oseas se transformó así en un signo viviente del rechazo que sintió el Dios de Israel cuando su pueblo lo reemplazó por los ídolos de dioses falsos. 

También en el Evangelio, Jesús manifiesta plenamente su amor hacia todos los excluidos, los marginados sociales y religiosos: las mujeres, los niños, los pobres, los enfermos, los extranjeros, los publicanos y las prostitutas, quienes “entrarán primero en el Reino de Dios” (Mt 21,31). 

En el Nuevo Testamento, mucho más de lo que se muestra en el libro del Profeta Oseas, Dios “corre el límite” de lo éticamente permitido, posibilitando así una nueva revelación de la misericordia. Hay momentos en que el amor es dramáticamente riesgoso. El “amor herido” del profeta Oseas fue sólo un osado inicio, un atrevido comienzo de lo que después haría, aún más valientemente, el mismo Jesús, el cual llega a plenitud el arquetipo del amado y el amante de manera total y acabada. En el Señor, este arquetipo es sólo luz. Sin sombra alguna. Todo su amor es luminiscencia de sanación interior, milagro que cura y cicatriza las heridas del desamor. 

El arquetipo de amor que revela Afrodita transita un camino de madurez que va desde el eros -el amor de la necesidad- al amor de la gratuidad. El lado sombrío está expresado en todo lo que tiene de inmaduro y vulnerable el amor humano. En Jesús, en cambio, la luz y la entrega del amor ha llegado a su purificación más profunda. 

Hay que hacer el recorrido que va desde Afrodita a Jesús; del amor humano al divino; del amor erótico al gratuito; del amor de la necesidad al de la gracia; del amor posesivo al oblativo.

Quien recorra el itinerario arquetípico de este camino que va desde Afrodita a Jesús encontrará la sabiduría de un amor que –a partir de los vínculos humanos- se abre a la trascendencia. 

Todo amor tiene que crecer y madurar, probarse a sí mismo. Ir de la sombra a la luz. Afrodita ejerce el amor humano como rito divino; Jesús purifica todo amor humano haciéndolo divino. Afrodita toma el amor humano -desde abajo- y lo dirige hacia arriba. Lo entrega como ofrenda divina. Jesús manifiesta el amor divino hecho humano: viene desde arriba y se abaja. 

Para pasar de Afrodita a Jesús, hay que estar dispuestos a ser purificados. El amor ilumina y enceguece. Alumbra y deja a oscuras. Nos esclarece y, a la vez, deja suspendido el sentido y la razón. Da alas de libertad y nos ata con leves cadenas irrompibles de suspiros y deseos. El amor hace vivir, morir y resucitar. Nos quita las oportunidades al elegirlo y –luego- siempre nos vuelve a dar una nueva oportunidad. Nos deja sin aliento y sin respiración. Nos da esperanzas.. Nos libera de miedos y nos otorga fuerza. Nos enriquece con todo y nos despoja de todo. Nos hace ricos y pobres. Brinda plenitud y vacío. Nos comunica su audacia y nos regala su locura. Nos animamos a todo con él y, sin él, nos falta todo. 

El amor es camino y horizonte. Tierra y cielo. Paraíso y, algunas veces, también Purgatorio e Infierno. Es sublime y cotidiano. Rutinario y extraordinario. Se disfraza. Se muestra y oculta. Calla y grita. Seduce y olvida. Mira y desgarra. Nos hace temblar. Nos quita el hambre. Nos regala un solo y único pensamiento constante. Nos obsesiona. No nos deja descansar. Nos hace pronunciar un solo nombre. Extrañamos y recordamos continuamente. Nos da nostalgia y esperanza. Andamos por caminos nunca transitados. Nos olvidamos de nosotros mismos y de nuestras necesidades. Nos comunica una sed que no se apaga. 

El amor escribe una historia en las historias. Un relato en todas las canciones. Guarda los secretos y conoce el fondo de los corazones. No se extingue aunque parezca morir. No deja de cumplir ninguna de sus promesas. Se ocupa de todos los detalles. No olvida nunca ningún nombre, ni rostro. Sabe que de él depende la felicidad de muchos. Es agradecido y delicado. Fuerte -en su debilidad- y vulnerable en su fortaleza. Es sabio porque ha sabido elegir y vivir de lo elegido. Golpea en todas las puertas. Algunas abren. Otras, lo dejan pasar. Conoce todos los relojes. Siempre llega cuando tiene que llegar. Tiene fechas precisas. Busca y se deja encontrar. Se tiene y se pierde y se vuelve a recobrar. 

El amor conoce palabras y pronuncia silencios. Transita los días y vive las noches. No tiene tiempo. Es joven y viejo. Niño y anciano. Desconoce la muerte. Ya la ha vencido. Es siempre vida. 

El amor es eterno y divino. Es totalmente sagrado. Constituye lo más valioso que nos llevaremos de este mundo. Lo único que presentaremos ante Dios serán manos vacías de todo y plenas de amor. 

La vida es un viaje hacia la plenitud del amor. Un crecimiento en el cual hay pasar de Afrodita a Jesús. Arquetipos, los mitos de ayer siguen vivos hoy.

Frases para pensar

1.“¿Quién puede decir ciertamente de dónde surge el amor?; ¿quién le dio nacimiento? Los mortales sólo podemos elucubrar algunas conjeturas”.

2.“Al amor nos lo prestan por un breve lapso. Nadie administra el tiempo de la duración el amor”.

3.“El amor hace vivir, morir y resucitar. Nos quita las oportunidades al elegirlo y –luego- siempre nos vuelve a dar una nueva oportunidad”.

4.“El amor es camino y horizonte. Tierra y cielo. Paraíso y, algunas veces, también Purgatorio e Infierno. Es sublime y cotidiano”.

5.“Lo único que presentaremos ante Dios serán manos vacías de todo y plenas de amor”. 

6.“La vida es un viaje hacia la plenitud del amor”.