Agar, el pequeño Ismael y el desierto

miércoles, 31 de mayo de 2023
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31/05/2023 – En su reflexión semanal, la hermana Mariana Zossi presentó la historia bíblica de Agar y del pequeño Ismael, que está en el Génesis en el capítulo 21,versículos del 14 al 21. “Toda aventura espiritual pasa necesariamente a través del desierto. Es la prueba de la providencialidad y también de la precariedad. Es lugar donde la realidad se despoja de la apariencia para sacarnos de lo efímero y descubrir lo que realmente es esencial e indispensable. En el desierto se encuentra uno frente a un cielo sin límites, frente a la arena y el propio ser. Nada más. Hay un silencio, cortado únicamente de cuando en cuando, por una ligera brisa que los árabes interpretan así: Es el llanto del desierto porque quiere ser verde. En el desierto el hombre se ve obligado a encontrarse cara a cara consigo mismo. Es por eso que es fascinante, pero también nos asusta. Es la tierra de la gran soledad y el hombre instintivamente tiene miedo de sí mismo, pero a la misma vez es esperanzador porque estar a cara consigo mismo es también preludio de un compromiso con Dios. Ahora bien, saber vivir en el desierto no significa vivir en soledad sin los otros, sino vivir con Dios. Él es el que descubre nuestras soledades, el que provoca el encuentro que nos seduce a vivir la vida de altura, la vida de excelencia. Por eso el desierto obliga a esta apertura, quedando libre con corazón para escucharlo. Para caminar en el desierto de la vida es obligatorio contentarse exclusivamente de Dios, Él debe ser todo. Es así como Dios manifiesta su presencia, su intervención, y se manifiesta como guía en nuestro desierto”, afirmó religiosa dominica.

“Abrahán, el gran patriarca, es un hombre que expulsa de casa a una mujer y a su hijo. El recién nacido, Isaac, va creciendo. Abraham ofrece un gran banquete el día en que lo destetan; parece que no importa dar a conocer quiénes pudieron ser los invitados del patriarca. Lo que sí importa es lo que ocurre entonces: Ismael “juega” con Isaac. ¿Qué tiene de raro? Parece algo natural, dado que uno y otro son chicos de edad similar. ¡Podríamos preguntarnos cuál sería el inconveniente! Como quiera que sea, la reacción de Sara es decisiva: exige a Abrahán que expulse a la criada con su hijo; se opone a que éste pueda heredar junto con su hijo los bienes del patriarca. Que Abrahán lo sintiera, y mucho, es el comentario del narrador; que hubiera una poderosa razón para ello, la de que era su hijo, hasta lo podía silenciar, pues lo comprenderíamos sin que lo mencionara (v. 11). Abrahám se decide a hacer lo que le exige Sara porque Dios interviene: debe hacer caso a Sara, le dice, en vez de afligirse por la criada y por su niño. Para no preocuparse, debe tener en cuenta que será en Isaac en quien se cumplirán las promesas recibidas, literalmente: “en virtud de Isaac llevará tu nombre una descendencia”, pero por tratarse de un descendiente suyo, también de Ismael Dios hará un pueblo grande. No se dice que Dios le hablara durante la noche, pero se supone por lo que sigue; la consecuencia, en efecto, será lo que hace Abraham por la mañana al levantarse (v. 14a): toma pan y un odre de agua, los da a Agar y le carga al hombro a su hijo Ismael; luego la despide. Esa expulsión, sin embargo, es el punto de partida de una nueva vida, de algo que se abre al futuro, de situaciones inimaginadas, de espacios infinitos”, aseveró la presidenta de la Asociación Bíblica Argentina.

“Es una historia dramática en la que el narrador nos va presentando poco a poco a los cuidadores. Abraham le entrega un odre lleno de agua. Parece poco y absurdo, sabiendo que el camino que le queda es el desierto de Beersheva. Es el absurdo, el preámbulo de una muerte anunciada, pero, en cualquier caso, Agar no se va con las manos vacías. El agua aparece en el relato antes que el desierto, la vida antes que la muerte. Es la primera huella en una narración en la que se van jalonando pequeños detalles que invitan a adentrarse en la historia. Agar no puede con la carga, no puede con el hijo, no puede con ella misma, no puede con la idea de muerte y vacío y se aleja de él, pero no sin antes poner al niño bajo unos arbustos. ¿qué hacen esos arbustos en el desierto? ¿Por qué el narrador no nos cuenta que ya estaban allí? Nos ha hecho vagar errantes hasta el cansancio, el hartazgo y la sed. ¿Era tan terrible ese desierto como nos lo habían hecho ver? ¿cómo podemos ver un desierto que en realidad no se describe? Vagar errante, caminar sin ruta fija, sin destino posible. ¿Cómo es posible alejarse de un hijo? ¿cómo no asirlo de la mano en el trance de la muerte? Es una huida de la realidad, una realidad que hay que mirar de frente, aunque sea a lo lejos. No. No hay huida. Ella se para; se detiene; se sienta. El narrador detiene la acción y se centra en una mujer y en su dolor. El silencio del desierto se rompe con el sonido de un grito desgarrador, de un llanto inconsolable. Es la realidad honda de lo que una es y siente. No hay tapujos, no hay disimulo, es lo que es. Sólo dolor y anuncio de muerte. Agar va a dejar de ser lo que es, ya no tiene ni al hijo. Se coloca cerca. Lo hace porque no le gustaría verlo morir. En su desesperación, se pone a llorar”, dijo la hemana Zossi.

“El grito y el llanto, sin embargo, son rotos por la voz que dice “¿Qué te pasa, Agar?, no temas”. No es una recriminación, no es una voz dura, es la voz de la calma y el consuelo que permite vislumbrar un horizonte. En ese punto, el lector atento piensa en que el narrador se ha confundido pues se dice que, aunque Agar grita, Dios oye la voz del niño. Esa voz que el narrador, o el propio grito de Agar no nos han permitido escuchar y que nos invita a pensar en todas aquellas voces que no oímos por estar muy lejos, por ser muy duras, por estar centrados en nuestros propios gritos. Si temer en ese caso es esperar la muerte como desenlace lógico, saber que Dios ha escuchado la voz del niño invita a no temer. Si el nombre señala un destino particular, eso se verifica en Ismael, pues su nombre expresa el deseo de ser escuchado por Dios. Ismael significa eso Dios escucha. Dios se muestra como quien oye todas las voces. Es curioso, Agar se ha ido lejos, pero Dios ha oído la voz del chico “en donde está”. En ese desierto de soledad y lejanía, el más vulnerable no ha estado sólo. Ese desierto estaba habitado por quien no parecía que estaba. Dios decide intervenir para salvarlo, como cuando, al oír el “clamor” de los israelitas en Egipto, decide a intervenir en su favor. El llanto infantil contrasta con el juego de antes y llega al cielo. Dicho de otra manera. Juntos, ella descubre aquello que aún no había visto, el pozo. ¿Es de nuevo el juego del absurdo o de la demostración de que en toda realidad límite hay elementos vitales que no vemos y que necesitamos de otros para que nos ayuden a descubrir esas posibilidades? De nuevo el agua, pero esta vez sin posibilidad de agotarse. Ya no es un odre con capacidad limitada. El cuidador se ocupa de que esta no se agote. Dios es más, mucho más, que el patriarca. Ahora es ella quien llena el odre y da de beber al niño. Ella es ahora también la cuidadora. El narrador, que con tanto detalle y tan pocas palabras ha narrado esta historia, termina simplemente diciendo que el chico se hizo mayor. ¡Qué cosa!, en unas pocas líneas, ya no queda nada del niño desahuciado y aquel que había sido dejado bajo unos arbustos a tiro de arco es ahora un experto tirador. La distancia que lo separaba de la muerte es ahora el recorrido de la flecha para la supervivencia, es su modo de vida, se ha convertido en arquero y el desierto que había sido espacio para morir es el espacio para habitar”, subrayó la religiosa tucumana.