Al Evangelio hay que testimoniarlo

viernes, 14 de enero de 2011
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   “Juan fue informado de todo esto por sus discípulos y, llamando a dos de ellos, los envió a decir al Señor: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?". Cuando se presentaron ante él, le dijeron: "Juan el Bautista nos envía a preguntarte: ‘¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’". En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: "Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!".

Lucas 7, 18-23


Las expectativas con las que esperamos la llegada del Señor

‘¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’  ¿Cómo llega Dios a tu vida? ¿Cómo espero que venga el Señor a mi encuentro?
A Dios, dice San Buenaventura, lo alcanzamos más por el deseo que por otro ejercicio interior. Es la medida del deseo la que nos abre al encuentro con Dios. Cuanto mayor sea nuestro deseo de su presencia , mayores son las posiblidades para el encuentro. Por eso el tiempo del Adviento es un tiempo para abrirnos a una mayor capacidad de deseo de Dios. La medida del deseo de Dios es la medida del encuentro. El Adviento es el tiempo para preparar la venida de Dios.

La pregunta del Evangelio nos invita a preguntarnos a nosotros mismos cómo es nuestra expectativa de la venida de Dios, y cómo es que Dios está viniendo, para que nuestra expectativa sea ajustada a la realidad de Dios. Parece que entre la expectativa que Juan tenía y el modo cómo Jesús venía revelando su presencia en medio de los hermanos, había una distancia. A esa distancia, Jesús la supera al volverlo a Juan el Bautista sobre las profecías que se decían sobre la llegada del Mesías: "Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres." Las profecías se están cumpliendo.

¿Qué expectativa tenía Juan? Él tenía la expectativa de un mesías que pusiera las cosas en su lugar, con mano dura, marcado más por la justicia que por la presencia de misericordia con la que Jesús muestra el rostro del Padre. Entre la pregunta de Juan y la respuesta de Jesús está el ajuste necesario que nosotros también debemos hacer entre el deseo de Dios y el rostro real de Dios en medio nuestro.
Para que nuestra expectativa no quede frustrada, es bueno recordar los modos sencillos y simples con los que Dios ha actuado y aparecido en nuestra vida. ¿Qué dejó el paso del Señor en mi camino?

Para los que todavía no se encontraron con el Dios vivo, es muy importante el testimonio de los que sí lo han experimentado, para que puedan abrirse al encuentro a partir del compartir de los hermanos. He allí el valor de testimoniar en la propia historia el paso de Dios en lo simple y en lo sencillo.

Nosotros, al final del tiempo del Adviento, además de dejar bien dispuesto el corazón para la segunda y gloriosa venida del Señor, como lo relatan los textos apocalípticos, vamos a encontrarnos con un rostro de Dios Niño, envuelto en pañales, en un pesebre, rodeado de animales que le dan calor, una mujer y un hombre, unos pastores y unos sabios que desde Oriente llegan para adorar al Rey que ha nacido. Una escena simple. Como puede ser un encuentro con un amigo, mate de por medio, que entre una y otra cosa lleva a la apertura del misterio de la vida escondida en Dios; o una simple oración; un momento de retiro, una canción… ¡Cuántas cosas lindas con las que Dios nos salió al encuentro y nos ha tocado el corazón, nos ha visitado!

Así como Elías no lo descubrió a Dios en el trueno, ni en el relámpago, ni en el sacudirse de la naturaleza bajo cualquiera de sus formas, sino en la brisa suave, nosotros también lo encontramos a Dios en la brisa suave de una canción, o de otros modos con los que Dios se hace presente en nuestra vida.

Las respuestas de Jesús

Jesús lo pone a Juan el Bautista de cara a una respuesta bien concreta y definida. Juan manda a preguntarle ‘¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’. La respuesta de Jesús no es sí, ni no. Jesús responde remitiendo a lo concreto: les dijo a los discípulos de Juan que fueran a decirle lo que ellos mismos oían y veían. Juan, que era buen conocedor de las profecías mesiánicas, debía interpretar muy bien esos hechos. Las palabras de Jesús explicitan los hechos de los que son testigo los discípulos de Juan: “los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres”.
A primera vista son referencias a milagros que el autor del Evangelio ha contado en las páginas previas. Pero hay que ir un poco más al fondo de la cuestión: para los conocedores de las Sagradas Escrituras, cada uno de estas afirmaciones corresponde a un texto del profeta Isaías, quien habla de ciegos que comienzan a ver, de paralíticos que saltan, de sordos que oyen, de muertos que resucitan, y todo esto en un contexto en el que se está anunciando un tiempo de gracia, de salvación.
No se trata entonces solo de milagros para favorecer a alguna persona, sino a la situación de todo un pueblo que se encuentra ciego, sordo, mudo, muerto y que necesita de la intervención de Dios para sacarlo de esa condición miserable.

Cuando nosotros observamos los escenarios terribles por los que atravieza nuestra sociedad y toda la humanidad, nos damos cuenta de que la profecía de poder ver, caminar, escuchar, hablar, de poder vivir en paz y todo como Dios quiere, es un anhelo que está instalado en el corazón de nuestro pueblo. Y por eso tiene tanta validez lo que hoy refiere la Palabra. No podemos sino desear una venida del Señor en todo su plenitud. No sólo mirándonos a nosotros mismos o a mi círculo pequeño en el que deseamos una presencia de Dios más manifiesta. La Palabra muestra que el accionar de Jesús está dirigido a todo un pueblo, para toda la comunidad, para la multitud. Es bueno que mi horizonte se amplíe y junto a todo el pueblo diga VEN, SEÑOR JESÚS, no te tardes, ven pronto, Señor.

La oración es donde se alimenta el deseo de Dios. Nuestro deseo se alimenta del deseo de Dios. Misericordia quiero, y no sacrificios. El deseo de Dios es la misericordia y nuestro verdadero deseo, nuestra conversión, ha de ir por ese camino, por el camino de ver accionar a Dios con amor, a través de gestos de amor con los que pudiéramos ir comprometiéndonos.

Al Evangelio hay que testimoniarlo

Juan, como un hombre de lo concreto, espera un testimonio, y Jesús, dice Evangelii Nuntiandi, da testimonio de su misión. Hay que ir del Cristo evangelizador, a la Iglesia evangelizadora. Ése es el camino que hay que recorrer para hacer presentes en estos tiempos los mismos milagros que hace dos mil años. Testimonio y misión de Jesús. El testimonio que el Señor da de sí mismo dice que es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades. Lucas define en una sola frase toda la misión de Jesús: para esto he sido enviado, para anunciar la Buena Noticia.
La Buena Noticia es anunciada por Jesús con palabras y con gestos. Por eso le manda a decir a Juan todos los milagros que Él hace. En Jesús es realidad lo que se dijo al comienzo de su Ministerio, en la sinagoga: el Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha ungido para evangelizar a los pobres.

En estos tiempos en que la Iglesia, en su profunda crisis, busca caminos que permitan renovar su accionar en una comunión viva con el Evangelio de Jesucristo, debe clamar por el Espíritu, para que sea Él el que verdaderamente lidere y gobierne el ser Iglesia, para mostrar a Jesús.
Los hombre de este tiempo preguntan por Jesús: ¿dónde está Jesús? ¡Queremos verlo! Para eso hay que anunciarlo. Pero para anunciarlo, primero hay que encontrarse con Él. Y para encontrarse con Él, hay que dejarse ungir por la vida del Espíritu.
Los hermanos de estos tiempos esperan un anuncio del Reino de Dios, un anuncio liberador. Hay una llamada a una predicación infatigable, a través de signos que sean claros. Eso se hace desde una comunidad evangelizada y con capacidad de evangelizar. Ésta es la vocación propia de la vida de la Iglesia. Y para eso hay que recuperar los vínculos recíprocos entre la Iglesia como institución y su capacidad de evangelizar. Evangelizar es anunciar en forma clara y concreta el Reino de Dios, al estilo de Jesús. Con la intención de que en el anuncio vaya el ADN de la verdadera humanidad, porque nos interesa la renovación de la humanidad. Hay que evangelizar la cultura, no como un barniz superficial, sino como una manera vital, hasta sus raíces. Para esto es primordial el testimonio. Al Evangelio hay que testimoniarlo.

Dice Evangelii Nuntiandi en su número 21: “Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son posiblemente las primeras preguntas que se plantearán muchos no cristianos, bien se trate de personas a las que Cristo no había sido nunca anunciado, de bautizados no practicantes, de gentes que viven en cristiano pero según principios no cristianos, bien se trate de gentes que buscan, no sin sufrimiento, algo o a Alguien que ellos adivinan pero sin poder darle un nombre.”.

Si nosotros obramos en clave cristiana, el anuncio es patente y tiene un peso muy grande, porque los hombre de hoy esperan que le hablen de un Dios vivo, al que pareciera que estuvieren viendo, cuando hablan y obran en su nombre.

 Padre Javier Soteras