18/10/2021 – El Espíritu Santo no es simplemente una fuerza, una energía que Dios infunde en nosotros. Es Alguien, es una Persona a quien podemos decirle Tú, con quien podemos conversar, a quien podemos invocar. San Agustín decía que, si bien las tres Personas divinas son amor y las tres aman infinitamente, el Espíritu Santo es el “abrazo” de amor que une al Padre y al Hijo. Y Santo Tomás le llama “vínculo de amor” o “nexo amoroso” entre el Padre y el Hijo (ST 37, 1, 3m).
Pero más precisamente, el Espíritu Santo es el fruto de ese abrazo de amor en el cual el Padre y el Hijo se entregan el uno al otro y se unen como Personas distintas. Por eso al Espíritu Santo se le llama también “Don”. Fruto de esa donación infinita de amor entre el Padre y el Hijo, ellos a su vez lo donan a nosotros. Así lo expresaba san Juan Pablo II: “En el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco. El Espíritu Santo es la expresión personal de esta donación, de este ser amor del que deriva como de una fuente todo otro don a las criaturas”.
Todo lo que Dios nos da viene de su amor, pero como ese amor en la Trinidad tiene un fruto perfecto, que es la Persona del Espíritu Santo, el Amor con mayúsculas, entonces todo nos llega a través del Espíritu Santo. Y si el Padre quiere darnos cosas buenas, con cuánta mayor razón quiere darnos el Don principal que es el Espíritu Santo: “Si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan” (Lc 11, 13).
Por ser una Persona distinta, en el evangelio de Juan se le llama “el otro Paráclito” (Jn 16, 13) para distinguirlo de Cristo como “otro” distinto. Y por eso el Nuevo Testamento lo presenta claramente como Alguien, que habla, que nos dice cosas (1 Tim 4, 1; Heb 3, 7; Ap 2, 7), hace anuncios (1 Pe 1, 11), llama y envía a cumplir misiones (Hch 13, 2.4), distribuye los carismas “como a él le parece” (1 Cor 12, 11), toma decisiones (Hch 15, 28).
Es una Persona distinta del Padre, que procede de él (Jn 15, 26) y gime ante él (Rom 8, 26). Por eso podemos dirigirnos al Espíritu Santo, hablar con él y alabarlo como una Persona distinta, que también merece nuestras alabanzas.
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