Amar a Jesús, conocer a Jesús, seguir a Jesús

viernes, 4 de mayo de 2012
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Adentrando en el Catecismo de la Iglesia, vamos a tratar hoy el capítulo II, en el número 422, que comienza con una frase del apóstol Pablo: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva. Vamos a poner toda nuestra mirada hoy en ese Jesús, que es nuestro salvador, el que nos rescató del pecado, pero no solamente vino a vencer el pecado, sino que nos vino a comunicar toda esa vida de Dios que a partir de Jesús nos permite decir en verdad, Padrenuestro, porque en Jesús somos hijo de Dios.

Consigna: Cuando vos le rezas a Jesús, cuando vos te pones en comunicación con el Señor, cuando piensas en Él, ¿hay algún título, imagen o modo de llamarlo que te ayuda más? A veces a uno lo ayuda la imagen del Buen Pastor, otros esa palabra extraordinaria, mi Salvador, mi Redentor, el que camina conmigo.

En el centro de nuestra fe hay una persona, nosotros somos testigos de Jesús. Eso muchas veces Benedicto nos insiste, pero el Catecismo ya lo dice claramente, nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén, en el tiempo del rey Herodes, ese Jesús de oficio carpintero, muerto y crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilatos, durante el reinado del emperador Tiberio, ese Jesús es el hijo de Dios eterno hecho hombre que ha salido de Dios, que ha venido en carne porque la palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros.

Cuando nosotros decimos Jesucristo, hacemos una doble afirmación, afirmamos que hubo un hombre que tuvo todas las características del hombre, Jesús, que tuvo en un tiempo y en un espacio, que como vos y yo, nos conocieron en el barrio, tenemos nuestra historia, con nuestras características, que nadie puede negar, ni siquiera el ateo más embravecido puede negar la existencia histórica de un sujeto llamado Jesús de Nazaret, que tuvo todas estas características que nos marca el Catecismo. Pero lo que nosotros afirmamos, es que ese hombre, ese Jesús es Cristo, es el salvador, es nuestro Señor.

Hoy vamos a adentrarnos en qué significa justamente ese título de Jesús, porque la transmisión de la fe consista ante todo no solo poner en comunicación con un hombre histórico, no solo contar el hecho de un gran personaje que marcó la historia, como es Jesús. Un autor judío dice, hubo muchos crucificados en tiempos de Israel, en el tiempo de Jesús, pero uno solo se conoce su nombre. Ciertamente muchos hombres han dicho que Jesús ha sido una personalidad fascinante, pero nosotros por la fe, no decimos que Jesús es solo un buen hombre, gran maestro, un gran reformador de costumbres, un revolucionario, no, nosotros afirmamos mucho más, decimos que es el Señor, que es Jesús, que es el redentor.

En el centro de la catequesis encontramos especialmente una persona, la de Jesús de Nazaret. Catequizar es descubrir en la persona de Cristo el designio eterno de Dios. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por Él mismo. Por eso cuando nosotros queremos a alguien, lo queremos conocer más, lo miramos con admiración, miramos cada palabra, lo que dice, porque esa persona en nuestra vida nos ha seducido, nos ha robado el corazón. Queremos aprender de Él y por eso termina diciendo el Catecismo, el fin de la catequesis es conducir a la comunión con Jesucristo, porque solo Él puede conducirnos al amor del Padre, del Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad. El fin de la catequesis, no es enseñarnos solamente unas doctrina, sino ponernos en comunión con una persona.

Siempre cuando hablamos de Jesucristo hay como dos realidades, como dos pulmones, como dos grandes certezas que nos van acompañando. Jesús vino para redimirnos del pecado, para ayudarnos a vencer eso que tanto mal nos hace, pero no vino solamente para eso, vino para conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad, e incluso algunos dicen que Jesús se hubiese encarnado sin pecado original porque había algo que el hombre necesitaba saber profundamente, que en la locura de amor de Dios, lo amó tanto que lo hizo hijo suyo. Nos permite por la gracia de Dios, para gracia bautismal, por los méritos de Jesús, adentrarnos en la misma vida Trinitaria. Por eso nunca el cristiano está solo, aunque vos estés ahora solo y yo estoy ahora solo, acá desde la parroquia compartiendo la catequesis. Cada uno dentro de nosotros somos templo del Espíritu y estamos inmerso en esa comunión de amor que es la Santísima trinidad, y esto ¿cómo?, por Jesús, ¿Quién nos lo reveló?, Jesús, ¿Quién nos comunicó? Jesús. Por eso en esta mañana elevemos nuestra acción de gracias. Gracias Señor por el misterio de tu encarnación, gracias Señor por el misterio de tu redención, gracias Señor Jesús por amarnos tanto y regalarnos en vos de ser hijos para siempre del Padre.

Jesús es el que me ama más que todos, es aquel que me ama siempre y que me amó hasta el extremo, como dice el evangelio de Juan. Y ¿Cuál es el extremo? El de dar su vida por nosotros, el amarnos hasta respetar nuestra libertad, porque Él dio todo, pero Él espera pacientemente que nosotros lo podamos descubrir.

Los obispos en Aparecida, haciéndose eco de tantas enseñanzas de Juan Pablo y Benedicto, decía: No podemos resistir a los embates del tiempo con una fe católica reducida a un bagaje, a elencos de algunas normas y provisiones, a práctica de devoción fragmentada, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algún Sacramento, a la repetición de principios doctrinales o moralismos blandos o crispados, que no convierten la vida de los bautizados. Decían los obispos citando al Papa Benedicto, nuestra mayor amenaza, es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la iglesia en la cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va degastando y degenerando en mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristianos por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva.

La fe se va degastando y degenerando en mezquindad, cuando perdemos ese encuentro personal, vivo con el Señor, con el acontecimiento de la pascua que nos hace hombres nuevos. Por eso todos los que estamos llamados a hacer presentes a Jesús, no tanto tenemos que hablar de un Dios lejano, sino poder ser testigos de lo que Dios ha hecho en nosotros. Te enseña a Cristo, te evangeliza comunicando a Cristo, pero haciendo presente ese sí que en nuestra vida Jesús nos ha robado con su muerte, con su cruz, con su resurrección. Nos ha robado, yo diría en un robo de amor, porque Él nunca va a avasallar nuestra libertad. El Señor dio todo por nosotros, pero Él espera que nosotros podamos dar todo por Él. Y eso necesitamos permanentemente convertirnos porque en el amor uno nunca se puede estancar. Por eso el número 18 de Aparecida termina diciendo algo que yo te invito a que lo podamos hoy decir, desde casa, desde la capilla, desde donde estoy, es verdad, yo puedo dar testimonio de eso, “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo, seguirlo es una gracia y trasmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y al elegirnos nos ha confiado”.

“Jesús es nuestro gozo, poderlo seguir es un regalo de Él, un don de su gracia. Pero el Señor nos invita a todos a ser testigos, discípulos misioneros, a poder trasmitir a ese Señor”.

Por la fe nosotros no solo decimos que Jesús es un buen amigo, que es alguien que en la historia marcó toda la historia con sus enseñanzas, decimos mucho más, Jesús es el hoy del Dios que te ama, Jesús es el abrazo de una trinidad que se acerca para que nosotros en Él tengamos vida plena.

El Señor es el Emanuel, el Dios con nosotros. Pero ese Dios con nosotros tiene un nombre, llamado Jesús, que en hebreo significa Dios que salva y es el nombre que el ángel Gabriel le dio como nombre propio, el nombre de su identidad, de su misión. Recuerden que para el judío, el nombre hablaba de identidad y de misión. Jesús, Dios que salva, el Dios que recapitula así toda la historia de la salvación, el nombre de Jesús significa que el nombre mismo de Dios que está presente en la persona de su hijo hecho hombre, hecho Emanuel, hecho historia, hecho encarnación para redención universal y definitiva de los pecados. Es por eso el único nombre por el cual tenemos la salvación, es al nombre de Jesús en que todos podemos tener la vida eterna, por Él, con Él y en Él. La resurrección de Jesús nos glorifica ese nombre, nos dice que el nombre de Jesús, el salvador realmente ya ha cumplido su designio y por eso nosotros lo decimos tantas veces no, en el Ave María culmina, “Bendito es el fruto de tu vientre Jesús” y nosotros este nombre Jesús, es el que muchas veces vemos que los chicos con tanto cariño lo dicen. Jesús, ese Jesús amigo, el Salvador.

Pero también decimos Jesús es Cristo y Cristo viene de un término que también es parecido Mesías o ungido, pasa a ser la característica propia de la admisión de Jesús. Cómo nos salva siendo el Mesías, siendo el ungido. El Mesías que debía ser ungido por el Espíritu Santo como Rey, Sacerdote y Profeta. El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el Mesías prometido a Israel. Recordemos ese hermoso texto de Lucas, “Hoy les ha nacido en la ciudad de David un salvador, que es Cristo el Señor”.

En la noche más grande de la historia, donde el Emanuel comienza a hacerse presente con su rostro, ese rostro de niño, los ángeles encargan a estos pastores que estaban sorprendidos, anonadados por esta noticia, no terminaban de entender y se preocupa de clarificar fuertemente, “Les ha nacido en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor”. Desde el principio Jesús se nos manifiesta como el Salvador, con magnesia, el Ungido. El Ungido que por el Padre, que es ungido por el Espíritu, también lo vemos en el momento del bautismo. Y esa unción que Pedro reconoce en el evangelio de Mateo cuando dice, “Tú eres el hijo de Dios, Tu eres el Mesías” y Jesús le dice claramente, “Esto te lo ha sido revelado por el Padre”, porque si no es por el Espíritu nosotros no podemos llegarnos a dar cuenta de esto. Pero miren qué lindo, nosotros también somos ungido en el Bautismo. Los cristianos somos cristianos porque somos crismados. ¿Qué quiere decir? Que nosotros estamos llamados a participar de esta vida de Jesús y también a tratar de ser en el mundo de hoy presencia de su reino. Un reino de justicia, de paz, un reino que pueda también hacer presente la salvación de los hombres, de todas esas ataduras de pecado que a veces tienen manifestaciones tan groseras. Como el flagelo de la droga, la trata de personas, el flagelo de tanta injusticia, de tanta coima, de tanta deshonestidad, el flagelo de tanta indiferencia, como por ejemplo, en la guerra de las Malvinas hizo que tantos jóvenes argentinos, ingleses perdieran la vida. La cifra de los argentinos se habla que son más o menos unos 630 soldados que murieron en la isla. Pero no sé si somos consientes que después de la guerra hasta hoy han muerto casi 300 excombatientes suicidados. Un combatiente me decía que Argentina tiene el record de cifra en proporción entre los muertos en la guerra y los muertos en la posguerra. Pero no será que nos hemos desentendido de nuestros hermanos. Por eso reconocer a Jesús, reconocerlo como salvador, significa también comprometerte con tu hermano. Cuando Jesús nos enseña el Padrenuestro, nos enseña a invocar y a mirar a Dios y a reconocerlo como Padre, pero inmediatamente nos pregunta a cada uno de nosotros, ¿Qué has hecho de tu hermano?

Siempre la vinculación con Jesús nos lleva también a ver cómo vivimos este cristianismo, si lo confesamos a Jesús en la fe como Cristo, como Emanuel, como Salvador, también tenemos que confesarlo en el testimonio sobre todo por nuestro hermanos.

Jesús es el Pastor que nos acompaña siempre, el pastor que nos une en un gran rebaño, porque el cristiano no es alguien individualista, todos los que estamos llamados a formar parte de este gran rebaño, la gran familia que es la iglesia, el pueblo de Dios, y una de las cosas lindas que tiene radio María, nos permite experimentar esa unión, uno por ahí está tomando mate en la cocina, otro quizás está viajando, otro compartiendo un ratito de oración y puso la radio para ayudarle a rezar con la palabra de Dios. Hacemos como una gran red en donde me uno en oración con otros.

Jesús es el hijo único de Dios, acá hay que hacer una doble aclaración, la expresión hijo de Dios es una expresión que está presente en el Antiguo testamento, que más de una vez se refiere a los ángeles, al pueblo elegido, a los hijos de Israel. El hijo único de Dios, el unigénito y eso va apareciendo despacito, se va manifestando, incluso en el mismo modo como Jesús hablaba de su Padre. Él numerosamente habla de su Padre, pero siempre lo distingue, “Mi Padre” y “Su Padre”, el padre de ustedes, por ejemplo cuando habla con los discípulos, nunca nuestro Padre. Solamente cuando nos enseña el Padrenuestro habla ahí del Padre nuestro, ¿Por qué? Porque Jesús es consciente que Él es el hijo único de Dios, que en un acto maravilloso de amor, nos permite compartir su título de hijo de Dios. A mí me gusta decir, el Hijo único de Dios se hizo el primer hermano, el primogénito de Dios, para que todos en Jesús pudiéramos ser en verdad hijos de Dios.

Él siendo el hijo único de Dios nos comparte la filiación divina.

A veces yo digo los sacerdotes, que tenemos el síndrome del hijo único, pensamos que somos el único, que a veces llegamos a la parroquia, la capilla y somos medio caudillos, medio mandamos, estamos acostumbrados que todos nos digan sí padre, y a mí me gusta mucho decir el que no sabe vivir y experimentar lo hermoso de ser hermanos, en el fondo no puede ser un buen hijo de Dios y mucho menos un representante de Dios Padre. Por eso ese título Hijo único de Dios, del unigénito que se hace primogénito, se hace el primero de los hermanos, nos invita a descubrir ese llamado, esa vocación tan profunda que tenemos de vivir como hermanos, vivir en la iglesia, no vivir solo, vivir unidos juntos en esa hermosa vocación que nos permite ser cristianos.

El último título que les propongo para esta mañana es la palabra es el Señor, ese grito que aparece en el evangelio de Juan 21, cuando el discípulo que Jesús amaba ve a ese hombre que había invitado a volver a echar las redes, en esa noche infecunda, en esa noche de oscuridad existencial. Y dice que el discípulo que amaba lo reconoció y gritó, es el Señor, es Él, mi Señor. El Señor que en el Nuevo Testamento es usado con un título muy fuerte, que de alguna manera es la novedad de aquel que ha vencido al pecado y a la muerte. Es un título que expresa respeto y confianza al mismo tiempo, es el título que invocan cuando están preocupados y desesperados, “Señor mío”, que es Señor, ten piedad de mi que soy un pecador, que es el encuentro con Jesús resucitado de aquel tomar, que terminaba de costarle creer, pero sin embargo expresa espontáneamente ese acto de adoración, “Señor mío y Dios mío”.

Desde el comienzo de la historia cristiana, el título del Señor, es aquel que invocamos en la liturgia, que está marcado en nuestra oración por el Señor, Señor ten piedad. El mismo libro del Apocalipsis termina con aquella expresión tan hermosa, “Marana-tha, ven Señor”, ven Señor Jesús.

Vayamos descubriendo esto tan hermoso, “Ven Señor”, porque nuestra vida de cristiano necesita renovarse en la fe, en ese encuentro personal y vivo con Jesús, y porque queremos Señor conocerte más y por eso en la catequesis tratamos de seguir ahondando en todo lo que el catecismo nos propone, no para presentar un código o algo norma tizado, algo fijo, sino para ayudar a conocer aquel que es la razón de nuestra vida y aquel que tenemos que anunciar, que tenemos que evangelizar, que tenemos que contagiar porque el cristianismo no es proselitismo, nos dice Benedicto, sino es atracción de amor.

Pidamos al Señor, ven a mi corazón, que todo lo que yo haga te tenga a Ti como origen, como fuente, como expresión de tu amor, que yo pueda en todo momento sencillamente ser eco, hacer resonar aquella certeza que ha alegrado mi amanecer, así como ha salido el sol, en mi corazón no hay oscuridad, ni frío, está la presencia de alguien que es mi Salvador, que es Jesús, que es el Emanuel, que es el hijo de Dios, mi Hermano, que es el Señor.

Señor tómame de tus manos, que hoy pueda con gestos y con palabras, quizás no hablar tanto de vos, pero mostrar que mi vida ha sido transformada por vos.

                                                                                                          Padre Alejandro Puígari