Ante el despojo, saber esperar lo nuevo

lunes, 17 de mayo de 2010
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Espíritu Santo, hoy dejo en tu presencia, a todos mis seres queridos, porque sólo están seguros si Tú te apoderas de sus vidas.
Penetra en ellos con tu fuerza, cúralos de toda enfermedad y de toda debilidad.
Sana también todo lo que  esté herido en su interior. Todo mal recuerdo, toda angustia, Señor. Todo mal sentimiento.
Tú conoces sus perturbaciones interiores y sólo Tú puedes librarlos de sus males más profundos. No dudo de esto Señor, por eso te lo pido.
Bendice a mis seres queridos, Espíritu Santo. Concédeles éxito en  lo que emprendan, ilumínalos,  para que acierten en sus decisiones, y concédeles que se cumplan sus sueños más preciosos.
Muéstrales el camino para alcanzar su felicidad.
Derrama en ellos tu paz, tu alegría, tu amor.
Llénalos de esperanza, de luz, de consuelo.
Y transfórmalos cada día, Espíritu de vida, para que puedan madurar y crecer, para que sean cada vez más bellos por dentro. Corrige sus defectos, sus vicios, muéstrales la hermosura de la virtud. Derrama en ellos tu amor para que se parezcan cada vez más a Jesús y sigan sus pasos.
Llénalos de Ti, fortalécelos, libéralos, inúndalos. Amén.

Lucas 24, 46-53
Jesús añadió: “Así estaba escrito. El Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día. Y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto, y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto”. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y elevando sus manos los bendijo. Mientras los bendecía se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el templo alabando a Dios.

Siempre es bueno tratar de encontrar alguna figura temporal que ayude a entrar en esta mística del evangelio, y aquello vivido también traerlo a nuestro hoy, a nuestra necesidad. Nosotros tenemos un montón de inquietudes, de insatisfacciones en nuestro tiempo de nerviosismo, de ansiedades, y por ahí nos vamos como gastando mal y sobre todo a veces no sabemos como hacer. Y no es que tengamos que saberlo pero por lo menos darnos cuenta que se puede uno ir preparando de alguna manera para vivir ciertas cosas.
Yo pensaba, por ejemplo, que conocí a un matrimonio hace poco tiempo en esta zona en donde el señor se había casado en su juventud y su esposa, después de tener hijos, a los 37 años fallece de cáncer. Luego, al tiempo, se vuelve a casar con otra persona que a los 45 años vuelve a morir de cáncer. Al no poder tener hijos con esta señora decidieron adoptar un hijo que de alguna manera padece la experiencia de orfandad, despojos, un muchacho con una herida importante en la vida, vive de alguna manera la experiencia de abandono. Dos veces casado este hombre y en dos oportunidades sufriendo el abandono de las esposas la vida lo despoja. Se produce un descarne, un desarraigo muy grande y se hiere el corazón íntimamente. Queda fracturado el hombre como queda un ser humano cuando pierde un gran apoyo en su vida.
Yo pensaba, en esta fiesta de la Ascensión y se me vino esta figura que me puede servir pero no para hablar de los despojos, de la muerte, sino como figura. Sus esposas, de alguna manera ascendieron. Con dos desprendimientos tan grandes, ¿cómo queda uno cuando le sacan algo? Como quedaron los apóstoles cuando se los sacaron al Señor, porque era el plan de Dios, porque no tenía que permanecer. O cómo queda la Magdalena cuando se da cuenta que se encuentra con el Señor y pensando que era el cuidador del huerto le dice: Si tu te lo has llevado dime dónde lo has puesto porque yo quiero estar allí con el.  Y el Señor le dice María, y ella le dice Raboní y se le abraza a los pies para retenerlo. Pero el Señor dice: no me tomes. Ve y dile a los demás discípulos que vayan a tal lugar que allí me verán. Cómo esa ascensión, ese alejamiento de algo que queremos mucho produce también grandes transformaciones y cómo también nosotros muchas veces creemos que tenemos que entender, saber, y cómo nos cuesta esperar. Y una de las cosas que me llama la atención en la Palabra es esto justamente, que luego de la resurrección del Señor, que en el concepto de San Juan es Muerte, Resurrección, Ascensión y Venida del Espíritu todo junto, pero Lucas lo desparrama en el tiempo. Me llama la atención como el Señor se va, pero la orden del Señor es Esperen. Que vayan a esperar. Es una cosa que me gustó mucho del Evangelio de hoy y pensé que tenía que enfocar esto de manera sencilla pero muy concreta en nuestras vidas. Ante los despojos, la espera como la actitud fundamental del cristiano. Saber esperar. Ante las separaciones, los desarraigos, los cambios importantes donde se mudan las costumbres, aquello a lo que estoy acostumbrado, afirmado, a lo que es el hábito en mi vida. Se me ocurre por ejemplo el esposo, la esposa, o más aún, de otra manera, el hijo. El despojo.
También se puede entender esto, interesante no, una persona me decía que en una oportunidad cuando le cambiaban el sacerdote que ella no se iba a involucrar más con los sacerdotes porque están un tiempo y después los llevan, y uno se encariña, y es tan grande el dolor, ese es el despojo, y en ese momento le contesté que no dejara amar, de compartir, de entregar, de dar, de estar dispuesto, de recibir del otro por miedo a sufrir, por miedo a que después te lo saquen. No dejes de vivir hoy por no sufrir mañana.
Ante los despojos, ¿cómo reaccionamos?  La Palabra parece decir que después de un gran desprendimiento hay como una vida nueva en las personas. Siempre hay un tiempo nuevo, una posibilidad nueva. Abrirnos con la Iglesia a vivir la vida concreta y así como los discípulos tuvieron que desarraigarse y dejarlo ir al Señor, entregarlo, desprenderse de él, devolverle lo que le pertenece al Padre. Así también nosotros quizás tengamos que entregar muchas cosas y, sin miedo, dejar que se vayan diciendo gracias Señor y estar en esta actitud fundamental: A la Espera.
¿Cómo procedemos nosotros ante los cambios, los desprendimientos, los despojos? De distintas maneras. A la fiesta de la Ascensión podemos traerla también no sólo como una meditación hacia algo espiritual  o algo que pasó. En este fin de semana a través de Radio María lo estaremos celebrando a través de la predicación, de la Eucaristía, a través de las distintas reflexiones que  se irá haciendo en la programación de evangelización, pero también hoy podemos mirar esto a la luz de esta palabra. En los Hechos de los Apóstoles, cuando Lucas le escribe a Teófilo y dice: En mi primer libro, mi querido Teófilo me refería todo que hizo y enseñó Jesús desde el comienzo y hasta el día que subió al cielo luego de haber dado, por medio del Espíritu Santo las últimas instrucciones a los apóstoles que había elegido, y bueno, les habla de la promesa. Les había anunciado que Juan había bautizado con agua y que ustedes serían bautizados con el Espíritu Santo pocos días después. Los que estaban reunidos le preguntaron: Señor es ahora cuando vas a restaurar el Reino. El Señor vuelve a aparecer luego de la resurrección y está de alguna manera. Recordábamos como la nueva manera de estar en la Magdalena que quiere retenerlo. Nosotros quisiéramos retener tantas cosas y saben que, se me viene al corazón esta Palabra en el Espíritu que hace decir a Jesús: Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere queda solo, pero si muere da mucho fruto. Y también las palabras que el Espíritu invita o pulsa en el corazón del Señor. El que guarda su vida la pierde, y el que es capaz de perderla, la ganará. Es tan importante que la memoria de la Ascensión ilumine también nuestras pérdidas, nuestros despojos, porque a veces nos quedamos en la vida con la sensación de orfandad, como vacíos, huecos. A veces pasa la vida y me encuentro con gente que no ha podido llenar espacios o que toda su vida se ha pasado queriendo llenar espacios, huecos que han dejado personas o situaciones especiales que han vivido y que ahora no quieren desprenderse de ellas, no las dejan ir, no aceptan las modificaciones de la vida. Muchas veces nos encontramos con esta experiencia. Nosotros tenemos alguna tendencia, y algunos particularmente de estar aferrados, atados a la vida, a las personas, de tal manera que no podemos admitir la modificación.  Es interesante ver, el sufrimiento de una madre, ya el hijo tiene su familia, está casado, y a veces se suceden hasta terribles situaciones de competencia, de líos de familia, ese clásico problema de la nuera y de la suegra, la suegra sigue pendiente del hijo, se entromete, interrumpe, invade, pero a veces es por esa forma de amar, cuesta dejar volar las cosas. Es necesario que la vida pase, traiga algo y se lleve algo. Me quedo con esta idea, como una mirada existencial, como algo que nos pasa. Usted piense en usted, cuántas cosas ha vivido usted, mire para atrás un poquito como recordando y como volviendo a aprender. Cuántas cosas vinieron  a mi vida y se fueron de mi vida. Pienso en esos hijos que papá y mamá le dedican tanto amor, tanta ternura, tanto sacrificio, tantas renuncias personales, por ejemplo un detalle concreto, hay personas que para poder guiar un hijo, corregirlo, ponerle límites, sufren más ellos que lo que debe sufrir el chico que está aprendiendo. A veces los papás que no se han vestido ellos por vestir a los chicos, no han comido ellos para que no les falte  a los hijos. Esa situación en la que uno ha entregado tanto, uno ha puesto tanto. Yo imagino a los apóstoles que lo dejaron todo para seguirlo al Señor, dejaron su familia, sus oficios, y que el Señor les cambió la vida y que ahora el Señor se les va de las manos y ellos se quedan ahí mirando. Unos ángeles dice la Palabra que vinieron y dijeron: Hombres de Galilea que se quedan ahí mirando para arriba, ese Jesús que les ha sido quitado volverá de la misma manera que se les ha ido.
Es decir, las cosas van pero también vuelven, pero es necesario dejarlas ir. A mí me parece importante esto, parece una mirada medio etérea, medio en el aire, nada concreto, pero me parece que a lo concreto lo puede poner cada uno, su experiencia personal, ver a la luz de la ascensión como somos capaces de permitir que se despojen de nosotros algunas cosas aunque nos duelan, nos dejen un poco inestables, y cómo pretendemos seguir viviendo luego que las cosas se van de nosotros. Queremos reeditar. Una experiencia en una parroquia donde los jóvenes habían vivido un montón de cosas muy significativas, en un ámbito determinado. Eso pasó, después vinieron otros sacerdotes y al tiempo muchas cosas cambiaron. Todos esos jóvenes que vivían una intensa vida comunitaria, convivencias maravillosas, y que tenían una experiencia de su parroquia después fueron creciendo, se fueron casando y fueron viviendo otras experiencias. Al tiempo tenían necesidad de volver a su comunidad pero ya no era la misma, era otra, y esta se escucha esta expresión en esa gente: “quisiéramos revivir lo que vivimos en aquellos tiempos”.
¿Cómo estamos frente a la realidad, a la luz de la Solemnidad de la Ascensión? El Señor se va para traernos algo nuevo, para enviarnos algo nuevo, pero a eso nuevo todavía no lo tenemos, hay que esperar. A veces queremos reeditar, volver a vivir. Y fijense ustedes, una persona que vivió una experiencia determinada con alguien que amó intensamente, y esa persona después parte, fallece, muere, y aparece otra persona en la vida con la que esa persona puede lograr algo, pero no se logra nada porque quizás esa persona quiere reeditar en esta nueva persona lo que estaba en la otra. Saber esperar.
Saber esperar lo nuevo es tan lindo, un crecimiento en la vida espiritual. Quizás cuántas formas de tristeza encuentran su razón en este no aceptar que se nos vayan de las manos algunas cosas. Aceptar y empezar a aceptar de tal manera que empecemos a decir gracias, porque pasaron por nuestra vida, nos cambiaron, nos transformaron, nos modificaron, nos dilataron, nos hicieron madurar, pero también nos acostumbramos a ellas, y ahora que  se nos van nos duele. Qué lindo que cuando se nos van cosas importantes en la vida tengamos también la capacidad de decir gracias porque he crecido mucho con ellas.

    Que lindo que nos planteemos estas cosas sencillas pero concretas, como aceptamos los cambios en nuestra vida. Entendemos que para crecer hay que  dejar ir cosas, hay que despojarse, desprenderse. Entendemos que detrás de los desprendimientos, sobre todo aquellos que no elegimos, hay una gracia, un llamado, un tiempo nuevo. Cuántas veces permanecemos en el tiempo viejo, nos gusta permanecer ahí, nos duele el tiempo nuevo, nos da miedo, nos produce ganas de huir muchas veces. Una sensación de huida frente a lo nuevo. Jesús se va y los discípulos se quedan mirando, no pueden desprenderse, nadie puede desprenderse de golpe de las cosas. No hay una capacidad para despojarse, deshojarse, desarraigarse, hay una necesidad de un proceso. Hoy recordaba que muchas personas se quedan instaladas en el pasado, instaladas mal en la tristeza, o a veces en la memoria de las cosas lindas pero sin enfrentar un presente, sin poder, de esa misma manera, por esa misma razón, de estar casado con el pasado y acomodado sin aceptar los cambios, sin aceptar el presente. No pueden ser fieles al momento presente. Yo creo que es un tema de fidelidad, la fidelidad a lo pequeños momentos, a los nuevos momentos, y la aceptación. En estos días escuchaba cosas así muy interesantes como las que decía una oyente que decía que tenía un hijo y el decía que era homosexual y entonces esta mamá le decía que le dolería mucho pero que lo seguiría amando con toda su alma porque era su hijo. Es cosa linda la capacidad de aceptar. La ascensión como distintos aspectos de la vida que nos superan y nos obligan a ser fieles, por ejemplo en este caso particular, fiel a la persona, más allá de la condición. La fidelidad a Dios más allá de las situaciones que nos tocan vivir. La fidelidad al plan de Dios y también la fidelidad a la vocación que yo tengo. Para que crezca mi vida tienen que ir elevándose muchas cosas pero la elevación muchas veces es simplemente el despojo,  hay que dejarse arrancar algunas cosas, porque si no cómo crece la persona. Uno de los fenómenos que a veces yo observo en nuestra forma de vida, nuestras costumbres, lo que llamamos nuestra cultura, y que nosotros estamos profundamente apegados por ejemplo a nuestra imagen, no en un sentido de vanidad, sino también en un sentido de necesidad de vivir, de sentir que estoy vivo, de que valgo, tengo fuerza. Detrás de mucha gimnasia, detrás de mucha producción de lo físico, hay también como un miedo a perder. También yo diría que el concepto de la ascensión es muy importante en nuestra realidad porque nos invita a reflexionar  si estamos dispuestos a aceptar nuestras modificaciones pero para descubrir nuevas modificaciones entrando más dentro de nosotros. Encarando la tarea concreta de encaminar nuestro propio interior hacia el descubrimiento del proyecto de Dios en nuestro interior, hacia el descubrimiento de nuevos momentos, nuevas posibilidades de nuestra propia persona. No es que sea malo hacer gimnasia, producirse, no, que la gente esté bien físicamente, que trote, que camine, que haga gimnasia, que se cultive, que tenga buenos amigos, que baile, que dance, que quiera hacer joven muchos años, bendito sea Dios, claro que sí, esto es un regalo que tenemos en nuestra cultura, pero no nos quedemos ahí. Saber que también eso pasa pero que a eso hay que aceptarlo. Detrás de muchas tristezas hay muchas no aceptaciones, no conformación con la realidad.
Los apóstoles se quedan mirando, y es interesante, en el Evangelio, tomando los Hechos de los Apóstoles, capítulo primero, donde empalma con el final del evangelio, Lucas, el Señor les habla, les muestra la acción del Espíritu, les habla del bautismo del Espíritu dentro de pocos días, pero ellos le hacen una pregunta al Señor: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?” Yo me imagino a Jesús, en su experiencia de transformación, en sentido de Apocalipsis, de parusía, de plenitud, y los apóstoles con esa visión tan temporal, es decir que aunque sucedan las ascensiones, transformaciones en nuestra vida, nuestros hábitos de pensar, de buscar, de sentir, siguen siendo los hábitos viejos. Necesitamos aceptar un proceso de transformación de adaptación, pero un proceso creciente de vida, no quedarnos, no instalarnos, aceptar las modificaciones. Lucas muestra esto antes de recibir el Espíritu Santo, y cómo las ideas de los apóstoles son tremendamente confusas, ellos no entienden el lenguaje del Señor, no entienden el proceder del Señor, y no tienen por qué entenderlo. Como tampoco nosotros tenemos por qué entender las modificaciones en nuestra vida, los cambios, pero sí tenemos la responsabilidad de saber que hay que saber esperar. Ese saber esperar en el fondo es un acto de fortaleza, es algo esencial en nuestra vida, y una de las cosas que a nosotros nos cuesta mucho en nuestra cultura es saberle dar tiempo a las cosas, saberlas esperar, saber dejar que maduren. Nosotros las queremos apurar. Fíjense que en nuestro tiempo nosotros comemos mucha fruta, pero son fruta sin sabor, sin mucho gusto, son desabridas porque las sacan antes de tiempo, las hacen madurar fuera de la planta. Es decir, no se respeta el proceso de la planta. Será para evitar gastos, por los bichos, porque de esta manera tienen la producción asegurada con menos gasto, y bueno no sé cuáles son las historias, pero digo, ustedes se dieron cuenta que las mandarinas, las naranjas ya no tienen sabor, no son las naranjas dulces y jugosas de aquél tiempo. Ya no tienen el sabor de esa planta que sigue el proceso natural, es decir, apuramos las cosas, no las sabemos esperar. En nuestro país, yo que ando relacionado con la gente del campo, acá se produce el feedlot, las vacas apuradas, es decir que al animal apenas ha crecido se lo desarraiga, se lo pone en un proceso diferente al orden natural, se lo pone en un proceso intenso de alimentación especial y en tres meses ya está grande. Se lo carne y se come eso pero esa carne no es la carne natural, no tiene el sabor natural, ustedes van a ver que comen mucha carne de vaca que tiene gusto a cerdo y la grasa de esa vaca es blanca porque se apuró su proceso con una alimentación artificial, es decir, no se sigue el proceso natural. Pero digo esto como figura nada más. Así nos pasa en muchas cosas. Nosotros queremos manejar la vida, acomodarla, tenerla en nuestro poder, pero nosotros no estamos del todo culturalmente dispuestos a  aceptar la espera, los tiempos de los procesos y qué importante y esencial es para la felicidad respetar los procesos. Quizás en nuestro tiempo, desesperado el hombre por ser feliz, se olvida de que la felicidad tiene un tiempo.
En la fiesta de la Ascensión, vemos también a los pobres discípulos desorientados, el pobre hombre, mujer, ser humano, vos y yo, las veces que tenemos que aceptar modificaciones de la vida, los cambios, ver como estamos tan desorientados, como se nos muestran nuestras pobrezas, nuestros límites, como esperar otra cosa nos cuesta, pero qué necesario es que comprendamos que hay que andar también un poco como diría San Ignacio de Loyola, que cuando uno anda en las pruebas hay que andar en paciencia con uno mismo y también nosotros tener la paciencia, el tiempo de la espera, el saber dar tiempo de maduración a las cosas para que las cosas tengan su sabor como lo decíamos hablando de las cosas cuando las cosas son respetadas en sus procesos naturales, igual que las carnes, así también en nuestra vida muchas cosas se arruinan cuando nos apuramos. A veces a mucha gente le pasa eso en la vida, su felicidad, su insatisfacción pasa por ese haber estado arrebatado, no haber sido respetado en su proceso o no respetar los procesos que tiene que vivir. Es muy importante esto, a la luz de la Palabra de Dios, por un lado los apóstoles preguntando sobre la restauración del Reino de Israel, llamados a un tiempo nuevo pero con una visión vieja. Por ahí, también a nosotros como Iglesia todavía nos cuesta entender que estamos en un tiempo nuevo que exige una nueva adecuación, una nueva forma de comunicación, un nuevo lenguaje y que Dios también está en este tiempo nuevo y que la verdad, o las cosas fundamentales y esenciales nunca son estáticas ni tienen la misma forma para siempre. También lo que a veces también nosotros le damos tanta importancia, lo que nos apegamos tanto, son a veces como los pañales de los chicos, los pañales son para un rato, hay que cambiarlos porque si no se paspan. También a veces en la historia estamos viviendo un cambio de época y nos tiene bastante desorientados y esto se nota mucho aún dentro de la misma Iglesia. Lo hemos estado escuchando en nuestra programación de la jornada de ayer, en Radio María, escuchar las críticas y eso, se va teniendo miedo de los tiempos nuevos. Una de las tentaciones es afianzar las formas viejas e instalarnos en un pasado para permanecer seguros. Y eso sucede también a lo largo de la historia como muchas veces en los momentos difíciles de cambio, cuando hay que hacer un tiempo de espera, de paciencia,  muchas visiones más fundamentalistas crean un marco de seguridad para mucha gente y hace que mucha gente se encierre allí, pero hay que dar tiempo al tiempo para ver que pasa con eso porque si una cosa permanece mucho tiempo encerrada se abomba y se pierde. No tengamos miedo de los cambios, que lo que debe permanecer va a permanecer, Dios no abandona al hombre ni a la historia y la Iglesia tampoco abandona los valores ni abandona la fidelidad al plan de Dios, sí tiene que saber acomodarse e ir aprendiendo de a poco. La Iglesia es como un gran árbol en tiempo de otoño, algunas hojas se van secando y se van cayendo y otras permanecen verdes, muy firmes, muy aseguradas, tienen distintos tiempos para llegarles el otoño de la modificación y aceptación. La Iglesia tiene que crecer también y agiornarse en este tiempo y nosotros como cristianos tenemos que aprender a leer, porque nos gustó leer y vivir de una manera y ahora el Señor nos llama a un nuevo protagonismo y ¿de dónde va a salir la nueva fuerza y luz de este protagonismo, de dónde va a salir? Del encuentro con el Espíritu. La fiesta de la Ascensión, la fiesta que ilumina nuestros cambios, es la fiesta que nos prepara para el tiempo nuevo del Espíritu, el de la Gracia, y es el Espíritu Santo el que hace la Iglesia. Este es un tiempo de mucha contemplación para los cristianos, tenemos que mirar, no al Jesús que se fue al cielo sino mirar en espera, mirar en disponibilidad, mirar los acontecimientos y darles tiempo. No hacer cambios alocados, no encerrarse, no disparar, no enojarse, no criticar, no despotricar contra la realidad. No es bueno eso. ¿Cómo es un tiempo de espera? Si nos quedamos solos mirando al cielo o pretendiendo que Dios realice milagros y signos y que se imponga por la fuerza, Dios no está allí. Dios está particularmente presente cuando no hay sensación de orden, de sentido. Por eso, el tiempo de la espera, este tiempo de la Pascua y la Ascensión a Pentecostés, es un tiempo de sabiduría que nos invita a amansarnos, a confiar, a disponernos, porque Dios jamás nos va a abandonar. El Señor tiene la Gracia para cada tiempo y nosotros tenemos que tener la aceptación, más que la modificación, en el manejo, en el control, sino en la aceptación. Creo que esto es también nuestra sabiduría y pedir el Espíritu. Esta semana sirve para prepararnos a vivir Pentecostés, que lleguemos a la Vigilia y a la fiesta de la Solemnidad de Pentecostés realmente con un corazón que supo dar tiempo a los procesos de Dios y que confió y creyó en la Palabra del Señor y que por eso mismo no se desesperó, ni se apuró, ni quiso ejercer un señorío, un dominio, una hegemonía sino que supo renunciar a sus ganas para dar tiempo a los procesos de Dios.
Así nos quedamos, con esta mirada que no es triste sino seria, profunda, respetuosa, una mirada más contemplativa, que nos deja como pensando pero que nos invita fuertemente a deshacernos de nuestras seguridades para estar más disponibles a los nuevos tiempos de Dios.

Padre Mario José Taborda