03/10/2014 – ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió”.
Lucas 10,13-16
Una traba para el corazón agradecido, es la insatisfacción, y esto se supera por un don del Espíritu. El don de la gratuidad es una gracia.
Es un fenómeno raro, encontrar hoy este don entre la gente, porque en general buscamos reivindicar hasta el límite de lo exagerado la auto justificación y tenemos la impresión de que no hemos recibido en nada, lo suficientemente importante, como para que nuestra expresión sea “gracias”. Sino que todo lo hemos conseguido prácticamente sólo con nuestro esfuerzo, con nuestra industria, con nuestra dedicación. Allí nos pone la sociedad del progreso, que además nos vincula al consumo sin límite, a las necesidades sin límites. Una sociedad que ha identificado el hedonismo con la felicidad y se ha equivocado en el camino de elegir el don de la posesión material, como la manera de la satisfacción, de sus necesidades más importantes y entonces ser y tener es lo mismo, y el que tiene quiere tener más, no se conforma, en el fondo se hace ingrato.
Pascal Broker, filósofo francés, describe al hombre actual como un bebé gigante, con exigencias desmedidas a la sociedad, cree que nunca recibe bastante y siempre son otros los culpables de que nos vaya como nos va, porque no nos dan lo que necesitamos para vivir, entonces estamos en la permanente insatisfacción.
El corazón mismo de la insatisfacción es la incapacidad de gratitud que hay en nosotros. El corazón se va haciendo duro cuando no nos ejercitamos en el agradecimiento, terminamos por encerrarnos en nosotros mismos. Y nos vamos como incapacitando para la apertura, para la gratuidad ante la vida, con todo lo que ello tiene para ofrecernos de la vida misma. La gracia de la gratitud quiere traernos una nueva actitud frente a la vida. Es una moción del Espíritu el don de la gratitud, gratitud frente a lo recibido, y quiere enseñarnos a mirarlo todo con ojos nuevos, con los ojos de lo dado, de lo entregado que puede ser ofrecido. Podemos mirar agradecido un nuevo día que se nos da, levantarnos sanos, ver salir el sol, ver despertar el día, como no hacerlo con el don del corazón ensanchado por lo recibido, por el aire que respiramos, por los buenos dones con lo que nos bendice Dios, en lo natural y en lo sobrenatural.
Vivir más conscientemente la gratitud ensancha y agranda el alma. Es bueno dar gracias, es bueno abrirse a la gratitud. No empecemos la mañana con mala onda, con mal humor por el tiempo, por las frustraciones porque nos amargamos desde temprano en la vida porque nos despertamos con un ojo negativo, porque la noticia que escuchamos esta mañana no nos gustó y la verdad que nos dispuso mal, no nos dimos cuenta pero era eso lo que nos tenía mal parados. Así como abrimos la ventana de nuestra propia casa para darle cabida a la luz y al sol que calienta nuestro hogar, así también abramos la ventana del alma a la presencia de Dios que se nos ofrece y se nos regala con gratitud y respondamos en esa misma medida con un corazón agradecido.
Si nos ponemos a pensar nos vamos a reconocer agradecidos de todo lo que nos fue dado en la vida, aún aquellos golpes que podemos haber recibido de los que tantas veces nos quejamos. Casi siempre algún porrazo en la vida nos deja un aprendizaje cuando nos damos la oportunidad para reflexionar sobre lo ocurrido. Perdimos un ser querido, perdimos un trabajo, sufrimos una enfermedad, hay una crisis profunda en el corazón, hay una dificultad dura de resolver en los vínculos de las relaciones. Realmente el dolor humano cuando es asumido es una gran escuela. Tanto que Jesús armó su escuela discipular a partir de este eje en la curricula del ejercicio de su magisterio: “El que quiera aprender venga detrás de mí, que cargue con su cruz”, dice el Maestro. Por eso lo más duro tiene que ser agradecido.
Cuando hacemos ese ejercicio de agradecimiento desde los lugares más difíciles de la vida, el corazón se hace aún más grande y puede ser desde donde se comienza a hacer en la vida una gran acción de gracias.
Padre Javier Soteras
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