Aprender la lógica de Dios

lunes, 4 de agosto de 2014
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04/08/2014 – En el evangelio de hoy, Jesús sorprende alimentando a una multitud a partir de sólo 5 panes y 2 pescados. Él necesita que ofrezcamos la materia, lo poco que tengamos, y con eso hace maravillas.

panes

Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: “Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos”. Pero Jesús les dijo: “No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos”. Ellos respondieron: “Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados”. “Tráiganmelos aquí”, les dijo.

Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Mt 14,13-21.1

Por el camino de la lógica divina

El problema que nos presenta el evangelio en la multiplicación de los panes y pescados está clarísimo: problema de alimentación. Hay cinco mil hombres que carecen de comida. Tienen hambre, y ¡mucha!

Ante este problema hay dos lógicas: La lógica humana del cálculo egoísta y el interés: ¡despídelos, Señor! o la lógica divina del compartir caritativamente: ¡Denles ustedes de comer! ¿En cuál estamos cada uno de nosotros?

El mensaje del Evangelio es bien claro: hay que compartir. Con cinco panes y dos pescados! Jesús dio de comer a 5.000 hombres y le sobraron doce canastas. Y sin contar las mujeres y los niños, que llegarían, yo creo, en total a unas 15.000 personas en ese descampado. Aparentemente la único opción que queda es despedir a la gente. Pero en Dios las opciones nunca se acaban: Hay que compartir, y así Dios alimentará a su pueblo.

Hoy como hace 2000 años, es poco lo que tenemos y nos parece que no hay forma de dar respuesta. ¿Cómo de los 5.700 millones de hombres y mujeres hoy a pie por el planeta tierra, 3.700 millones gritan de hambre, cientos de miles enferman del hambre, y 40.000 niños diarios mueren de hambre? ¿Por qué?

No hay respuestas, y sin embargo el evangelio nos da una: ¡Por no compartir! No le demos más vueltas. No hay forma de que la economía del capitalismo salvaje en algun punto logre establecer en su lógica la distribución de la riqueza. Por lógica, el capitalismo busca que los que tienen tengan más aún.

Ni Eliseo (cf. 2 Re, 4, 42-44), ni Jesús, crearon los panes, sino que les llevaron unos pocos panes, y Eliseo y Jesús los partieron, los “milagrearon” y los repartieron. Y así hubo para todos, ¿qué tal?.

Así debemos hacer nosotros: tenemos pocos panes, pero no siempre los repartimos, ni los compartimos. Y así nos va: 3.700 millones gritan de hambre, de los 5.700 millones que habitan en el planeta… y 40.000 niños mueren de hambre diariamente, además de los 15 millones de leprosos y los 800 millones de analfabetos del mundo. ¿Por qué? ¡Por no compartir, por el egoísmo humano, por la fuerza que tiene el pecado de encerrarnos en nosotros mismos como si fuéramos los únicos! No le demos más vueltas.

¡Hay que compartir, si queremos solucionar estos problemas que nos aquejan hoy! Pero como no sólo de pan vive el hombre, igualmente hay que compartir la justicia, la fe, el amor, la dignidad, los derechos, la paz, la cultura, las desgracias, las alegrías, las penas… “Alégrense con los que ríen y lloren con los que lloran” Dios no remplaza al hombre. Lo que el hombre no le da a Dios, Dios no lo puede multiplicar, no lo puede “trocear”.Todos los milagros que hace Jesús son en base a una realidad humana que se les ofrece. También hoy nosotros hagamos ofrenda de algo de lo que tenemos, y vamos a ser testigos de cuánto puede multiplicar el Señor con nuestras pobrezas y del milagro del compartir.

¿Siempre tenés disponibles en tu corazón tus cinco panes y los dos pescados? ¿Te importan tus hermanos hambrientos? Que estas dispuesto a compartir hoy?

pajaro

Jesús tiene otra lógica *

Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 47).

Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación…

Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!

Esa nueva lógica necesitamos hoy nosotros. ¿Cómo se rompe con la lógica de la matemática y el cálcula frío? Aprendiendo a entregar y ofrecer lo mejor que tenemos de nosotros mismos.

Muchedumbre

El proceso de la caridad

El proceso para esa caridad, para que surja esa caridad es claro. Nos da ejemplo Jesús en este evangelio.

– Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él. Primero: levantar los ojos y ver. Ojos que no ven, corazón que no siente. El egoísmo nos impide levantar los ojos y hace que nos miremos a nosotros mismos. La indiferencia nos tapa los ojos y la ambición nos ciega. ¡Levantemos los ojos y miremos alrededor cuántos están muriéndose de hambre material, pero también de hambre de amor, de paz, de justicia, de cariño!

– Sintió compasión: sentir compasión. No se puede salir a las periferias existenciales sin estar “impermeable” desde el Espíritu Santo, para ser capaces de compadecernos, de poder reir con el que rie y llorar con los que lloran.  Nuestro corazón debería ser un sismógrafo que sabe registrar las necesidades del prójimo, de nuestro hermano. ¿Por qué el corazón a veces está parado y no siente esa compasión? Otra vez: el egoísmo. El egoísmo nos hiela el corazón. ¡Deja que tu corazón reaccione a lo humano al ver tantas miserias” ¡Compadécete! Dios quiere amar a través de tu corazón. ¡Préstale tu corazón!

Háganlos sentar. Tercero: dar solución concreta. Sí, mirar al cielo y bendecir y orar; pero también, distribuir esos cinco panes y dos pescados, enseñar el camino del compartir que entre todos podemos juntar. ¿Qué nos impide esto? De nuevo, el egoísmo que nos encierra y nos constituye en propios dioses. El egoísmo no mira ciertamente al cielo, ni bendice los alimentos, ni tampoco los distribuye. El egoísmo se va a una esquina donde nadie le vea, ni le moleste, y ahí, se él solo se come todos los panes y pescados: “¡Son míos! Tengo hambre… me los he ganado con honestidad… me queda mucho camino de vuelta y quiero tener fuerza… no guardo para mí guardo para los que vienen detrás de mí”. Somos familia, somos comunidad, y en cuanto pongas tus panes y pescados se agranda la familia y se forma la comunidad, y se sentarán, nos sentaremos, y comerán, y comeremos, y habrá alegría y amor. ¡Vení compartí! ¡Formá parte de la familia y construí la comunidad!

Recojan los pedazos. Cuarto: ¡Impresionante!, habrá en abundancia para otras ocasiones y para otros hermanos. ¡El milagro de Dios por haberle dado nuestra poquedad: cinco panes y dos pescados! Todos satisfechos. Y encima, sobra, sirve para recoger y volver a dar. ¡Así es Dios: frente a la mezquindad del cálculo humano que busca tenerlo todo organizado y bajo control, emerge con claridad la generosidad del don divino! Aprendamos la lección: ¡Da y habrá para todos y se recogerán para otros hermanos y para otras ocasiones! ¡Qué maravilla! Poder entrar en una nueva lógica, donde el amor siempre se muestra superador.

El egoísta nunca está satisfecho. Nunca recoge, porque no da. No se le multiplica su gozo, su alegría, su caridad y su fe, porque nunca los comparte. ¡Maldito egoísmo que nos cierra ojos, corazón y manos, ante las necesidades de nuestros hermanos!

Padre Javier Soteras

* Monseñor Francois-Xavier Nguyen Van Thuan, Los 5 defectos de Jesús

* Fuente de reflexión Catholic. net