Atravesar la frontera de la vida

jueves, 10 de noviembre de 2011
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GL: Leyendo el libro del padre Olegario Gonzalez, por momentos me parecía estar tocando el ámbito de la poesía. Este sacerdote tiene un don de la palabra que para mi es un gozo poder compartir con toda la audiencia una expresión , por ejemplo El pensamiento de la muerte es un pensamiento que el hombre vivo apenas puede realizar porque para ello tiene que saltar sobre el impulso primordial que le sostiene, sobre lo constituyente de perduración, sobre la voluntad afirmativa que le hace ser.”

            Por eso creo que para hablar sobre la muerte hay que hablar con mucha sensibilidad humana, como lo hace el padre, y al mismo tiempo con mucha visión sobre el proyecto de la vida que Dios nuestro Creador ha puesto entre nosotros. Porque al mismo tiempo, como dice también el padre, nosotros nos sorprendemos por la muerte. Es como un sobresalto. Pero quien no se ha dado a si mismo el ser, no puede sostener por sí mismo la existencia. ¿Qué es más admirable? ¿Venir a la existencia o partir de ella? Quizá la muerte nos resulta extraña porque hemos naturalizado la vida. Consideramos algo natural la vida, y en realidad, cuando nos ponemos a hacer una reflexión profunda, abierta, contemplativa, la vida nos ha sido dada.

           

GL: Nos gustaría que nos compartas  tu propia experiencia y a partir de esta experiencia, las reflexiones que has hecho , las que relatas en tu libro “Madre y muerte”,  con la misma sensibilidad que da el dolor y con la misma esperanza que da tu propia formación.

 

OG: ‘madre’ y ‘muerte’ parecen palabras contradictorias, pero yo busqué ese título porque también son dos realidades que en alguna forma son contradictorias: donde está la madre, no está la muerte y donde está la muerte nos quedamos sin madre. Yo escribí ese libro con ocasión de la muerte de mi madre. Yo soy hijo único, madre viuda con 24 años. Yo rodé por el mundo muchos años estudiando teología, ella, sola. Y luego cuando vivimos en Salamanca, yo estaba con mis libros, mi teología, y ella solita decía ‘mi Olegario: me es igual que estés encerrado ahí o que estés en Münich. Para tenerme sola…” Yo me dije: Olegario has quitado a tu madre ¡tanta compañía! Que, ¿por qué no le dedicas un libro con motivo de su muerte?

Con la muerte de mi madre como trasfondo, yo comienzo a pensar ¿qué es la vida? ¿qué es la muerte? ¿cómo la percibe el hombre? ¿cómo la vivimos desde la Revelación? Y fue naciendo este libro.

 

GL: Una bellísima parte -en la que me he sentido muy identificada puesto que mi madre ha muerto hace poquitos meses y también me dejó de alguna manera, desde esa reflexión tuya, sin esa “última palabra”-, fue una experiencia que vos también viviste y que me gustaría que también relates, porque pienso que muchos oyentes tienen esa especie de ‘agujero’, esa nada de esa última palabra en contacto fundamentalmente con su madre, pero con todo ser querido. Me refiero a todos los oyentes que han visto partir a un ser muy querido sin poder ni dedicarle ni recibir esa última palabra. Me gustaría que hagas una reflexión sobre eso.

OG: En primer lugar, yo he de decir que yo tampoco recibí esa última palabra de mi madre. Su muerte fue una tarde en vísperas de navidad. Ella estaba preparando la cena, yo estaba trabajando en mi habitación analizando algo que en aquellos años se estaba viviendo en mi país. Y en un momento dado le da un paro cardíaco. Por tanto yo tampoco he tenido esa palabra última que tanto me hubiera gustado y que hubiera recibido como un tesoro primero, como un programa después y casi como una reliquia. Me quedé sin su última palabra y también ella sin mi última palabra.

 Uno convive y es la vida compartida la que nos expresa. Pero llega un momento en que hay que formularlo con palabras. Yo hubiera querido decirle a mi madre cuatro o cinco cosas de esas que quizá nunca le hablé en la vida y que hubiera yo necesitado que ella supiera, para saber quién había sido yo, cómo, por qué, cosas que yo había vivido pero que yo hubiera querido formulárselas. Uno, con la ofrenda a Dios de la persona a la que uno renuncia y la deja en las manos divinas creadoras, también hace la ofrenda, la renuncia de esa última palabra de ella para uno y de uno mismo para ella.

 

GL: dices que esa última palabra es una reliquia, un tesoro, pero ¿por qué un programa?

OG: Yo hablo de mi caso personal. Yo era hijo único de madre viuda. Ella había determinado su vida en función mía. Yo no es que la había determinado en función de ella porque como sacerdote me entregué a mi ministerio, y ella vivió, lo aceptó y compartió esa renuncia. Pero un programa en el sentido de que su mejor deseo para mi hubiera sido sagrado, normativo. Ella de vez en cuando decía: ‘que tú seas buen cura, que seas buen teólogo, que tus alumnos estén contentos contigo’ De manera muy sencilla ella se expresaba, pero tenía unas intuiciones fundamentales que probablemente si en ese momento final de la vida se hubieran manifestado con absoluta claridad y con las aristas necesarias, eso hubiera sido para mi la mejor manera de realizar mi vida en agradecimiento a ella. Porque ella renuncia prácticamente a todo. Mi vida no era la vida no era la vida de un sacerdote normal en una parroquia. Era una vida monástica, de horarios rigidísimos, de días, semanas, meses sin salir. Cuando llegaban las navidades yo iba con mi familia, pasaba las fiestas en el pueblo. Y ella me decía ¿hasta cuándo me vas a dejar sola? Yo sentía una necesidad de responderle cuando ya no estaba viva, lo que no le había respondido cuando estaba viva.

 

GL: Pienso que a veces hay una i-reconciliación entre nuestros deseos y las realidades, y que toda la enorme riqueza que usted ha descripto a través de sus libros, también de alguna manera es fruto de la entrega y de la soledad de su madre que hoy humildemente me gustaría honrar

OG: Uno es lo que el prójimo le hace posible ser con sus ofertas, con sus realidades, con sus deseos y con sus esperanzas. En mi caso, mi prójimo cercano: mi madre, hablaba el castellano al nivel de Cervantes, y yo he sido hereditario de eso: yo le debo a mi madre, entre otras cosas, el castellano que tengo. Y le debo también que ella comprendiera que lo de ser sacerdote es una exigencia incondicional, y que eso ella no solo lo tuviera que respetar sino que lo tuviera que compartir. En ese sentido yo me esforcé siempre de que ella conociera a todos mis amigos, que a todos los sitios a los que yo iba, ella supiera de qué hablaba, en qué marco tenía la conferencia, si publicaba un libro quién era el editor… es decir: intenté integrarla a ella en todas las realidades personales que llevaba a cabo –literarias o apostólicas- para que ella viera en qué mundo me movía y que en alguna forma compartiera la preocupación y la alegría que todo eso llevaba consigo. En eso yo reconozco que le debo a ella y a otras personas lo que he querido ser y lo que he podido ser, y si es que lo he realizado esos resultados también pueden verse.

 

GL: Para cerrar este tema de la última palabra, voy a citar un texto de Lope de Vega que vos citas en tu libro:

“Habladme, dulce Jesús, antes que la lengua os falte.

No desciendas de la cruz sin hablarme y perdonarme”

 

OG: en la vida, en toda relación con Dios y con el prójimo, uno se queda siempre desfallecido y deficiente. Y justamente en el momento de la muerte, cuando uno ve que el otro ser se le va, necesita decirle “acógeme, háblame y perdóname, Dime lo que no me has dicho, y perdóname de lo que no he dicho, de lo que no he hecho, a donde no he llegado”. Mientras vivimos tenemos la ilusión y la esperanza de que todo nos va a ser posible: cumplir nuestros deberes, responder a las esperanzas, conquistar las metas, leer los libros, andar los caminos… Todo nos parece posible. En el momento que nos llega la muerte nos percatamos de que ya no nos va a ser posible. Y cuando la muerte se ha hecho presente y ya es definitiva, uno se queda con la culpa, con el vacío, con el silencio, y ya no tiene remedio, no tiene perdón. Por eso, esos dos bellísimos versos. Yo hubiera querido oír de mi madre una palabra de perdón, pero de perdón real, porque ¿a qué amor uno no ha correspondido? ¿qué esperanza no ha cumplido? ¿qué palabra no ha dicho en determinado momento de la vida? ¿qué acompañamiento no ha hecho? Es decir ¿qué deseos tenía ella respecto de mi que no ha visto cumplidos? Si hubiera habido una palabra final donde yo le hubiera dicho ‘perdóneme, madre’ y ella hubiera dicho ‘te perdono, te acojo, te abrazo. Adiós’ Eso llega como el agua viva a las raíces resecas del alma. A eso es a lo que aludía yo al citar esos versos de Lope de Vega. Por eso, recuerde que las letanías respecto de la ‘buena muerte’, hay una que dice “de una muerte inesperada y repentina, líbranos, Señor”. Porque uno necesita prepararse a la muerte con los otros, y también desde los otros, para que pueda hacer uno, al menos en voluntad, palabra y decisión, aquello que no fue haciendo a lo largo de los años o decenios de la vida.

 

GL: ¡Cómo brillan las palabras de Jesús cuando habla de la muerte como un ladrón que ataca, que roba!

 

TEMA MUSICAL “CUANDO UN AMIGO SE VA”

 

GL: Me gustaría que nos digas cómo se pueden llenar esos vacíos –no se si ‘llenar’ es la palabra, porque hay vacíos que tienen que ser tolerados como tales-; pero de alguna manera, ¿cómo se puede alumbrar y perfumar con la presencia de Dios ese vacío de palabra? ¿Cómo se impregna de vida ese vacío que deja la ausencia de esa última palabra?, especialmente para todos aquellos que se sienten identificados con esa palabra no dicha o esa palabra no recibida y queda todavía como una espina clavada en el corazón

 

OG: Quizá tuviéramos que hacer una reflexión previa, percatarnos de dos cosas. Primero que la vida que se nos ha ido y la palabra que no se nos ha dicho: todo eso fue un don. Es decir: la vida que nos ha sido sustraída ahora, no acentuemos la pérdida y la sustracción. Aceptemos el don anterior. No era evidente que tuviera que dársenos esa vida, esa palabra, esa compañía. Por tanto invirtamos la actitud. Nos fue dado conocer a esa madre, a esa esposa, a ese hijo. Es verdad que nos suscitó la esperanza de tenerlo como posesión y propiedad casi eterna, pero mejor digamos: “Señor, gracias por el tiempo, por el amor, por la compañía que hubiera, señor, deseado tener para siempre pero Tú me has quitado. Gracias y oye mi dolor”. Esas vidas que fueron con nosotros nunca fueron nuestras. Fueron de Dios, su creador, y de la propia libertad de ellas. Por tanto tenemos también que acentuar o hacer nacer en nuestro corazón la devolución. Devolvemos a las divinas manos creadoras que es donde mejor están, esas vidas. Por tanto, nos desapropiamos de ellas, no eran nuestras. Las devolvemos a su propio misterio personal y al Dios personal. Esa sería una primera reflexión.

            Luego, invito a todo cristiano, a todas las personas a saber algunos salmos de acción de gracias, de súplica, de pedido de perdón, etc. y/o sonetos de la lengua castellana, u oraciones de los grandes clásicos, para que cuando lleguen esos momentos en que no podemos tener una palabra propia porque el dolor, la ausencia, el propio pecado nos ciegan la respiración y los labios, podamos tener esas palabras.

            La muerte hay que situarla en la totalidad de la vida. Tenemos que acostumbrarnos a descubrir que la muerte es un segmento que in-habita nuestra propia vida y que en un momento lo determina todo. Por tanto, borrar esa imagen de lo que acontece solo al final, de lo que nos sorprende solo al final. La gran sorpresa es poder vivir, no morir.

            Hay un soneto de Rafael Sanchez Maza, escrito en 1917, dedicado a Miguel de Unamuno, que trantas dudas de fe y tantos anhelos de esperanza tenía. Recitado con actitud orante nos puede valer para situar la muerte en el corazón de la vida y convivir con ella, porque la muerte no es un ultraje que nos inflige al final. Es el punto final de un tiempo que nos fue dado.

            El soneto termina con una frase que es como una invitación a quebrar la imaginación. La imaginación nos hace muy malos servicios, sobre todo cuando se trata del futuro. Ni de muerte ni de tras-muerte hay que imaginar nada, porque son realidades no imaginables. Es uno de esos textos con los que uno aprende a descubrirse a sí mismo , a descubrir hasta dónde puede llegar, y como las grandes realidades últimas de la vida humana que no nos son accesible aprendemos a conocerlas , acompañando y viendo cómo los otros las han vivido. También la muerte

A JESÚS CRUCIFICADO Rafael Sanchez Maza

 

“Delante de tu Cruz los ojos míos

Quédenseme, Señor, así mirando

Y sin ellos quererlo estén llorando

Porque pecaron mucho y están fríos

 

Y esos labios que dicen mis desvíos

Quédenseme, Señor, así cantando

Y sin ellos quererlo, estén rezando

Porque pecaron mucho y son impíos

 

Y así, con la mirada en Vos prendida

Y así con la palabra prisionera

Como la carne a vuestra cruz asida

 

Quédeseme Señor el alma entera

Y así clavada en vuestra cruz mi vida,

Señor, así cuando querais me muera”

 

Es un texto donde una bellísima palabra se hace una anticipación de la muerte como dimensión inherente de la vida, y se la asimila y configura con la muerte de Cristo, con la cruz de Cristo pidiendo que nuestra muerte sea como la suya. Y es esa naturalización de la muerte como determinación de la existencia, la que nos hace libres para luego vivirla sin susto, y como el acto de ofrecimiento supremo de nuestra libertad. No nos sustrae la vida. Ofrendamos nuestra muerte. Esa es la actitud cristiana.

 

GL: Ud dice en su libro “¿cómo es posible que se haya convertido en una evidencia la vida y la muerte en un enigma? Poseemos la vida como furtivos que la han sustraído arrancándola para poseerla en propio para siempre. ¿Cómo es posible que no hayamos sido educados ni humana ni cristianamente para descubrir con admiración y asombro el hecho mismo de la vida, y para consentir a él con agradecimiento, ilusión. Porque es lo radicalmente admirable: que quienes no tenemos fundamento en nosotros mismos ni para ponernos en el ser ni para mantenernos en el ser, ni para erradicarnos del ser, sin embargo existamos.”

 

GL: dijiste una expresión muy profunda: “uno es lo que el prójimo le hace posible ser” Entiendo que uno no es solamente eso, pero hay experiencias de amor, de entramado en un vínculo como el de una madre con el hijo, el hijo con su madre, los esposos, que hacen que la experiencia de la muerte sea un desgarrón de tal magnitud que la vivencia probablemente psicológica, es que uno queda vaciado de todo sentido, que realmente se ha llevado como la propia vida con él. Pienso fundamentalmente en los seres que nos han constituido como madre, como esposos, o en madres que quedan carentes de esposos para criar a sus hijos, y de pronto la vivencia subjetiva es de tal desgarramiento y vaciamiento que se dan tanteos en el aire y ninguna idea ni concepto logra del todo dar el sustrato necesario para hacer pié

OG: efectivamente. Justamente el mucho amor, el mucho apoyo, la mucha cercanía que uno ha tenido y que le han hecho posible ser de manera permanente, todo lo que ha sido verdad, libertad, queda en cada uno de nosotros. Y justamente la muerte lo que hace es desalojar esa realidad y remitirnos a esa última soledad. Incluso la misma relación con Dios, la intensidad con que la hemos vivido, su silencio y su soledad nos deja remitidos a un último límite del cual no hay ninguna capacidad ni de desprenderse ni de apoyarse, ni de salvarse solo. Y es ahì donde aparece la libertad desafiada o a entregarse en ofrenda que es a la ver total renuncia, o a cerrarse a sí misma en un vacío de soledad absoluta. Por eso, lo tremendo de muchas situaciones contemporáneas, es que la gente, ante ese miedo, prefiere dormir, morir anestesiada, dormida, morir sin muerte personal, lo cual es terrible. La muerte es la posibilidad suprema de la libertad porque uno puede vivirla ante Dios y ante los demás como respuesta, como ofrenda, como entrega. Y es una afirmación cristiana. Es verdad que es muy duro y difícil, pero lo único que pone una mínima luz. Porque cualquiera de las otras soluciones: el sueño o la anestesia, es prácticamente la anulación de la propia libertad y de la propia decisión. Por tanto, el cristiano no mitiga fácilmente con fáciles palabras de consuelo lo que la muerte y su soledad implica. Ingenuidades no. Y apelaciones a hipotéticas soluciones médicas, de frigorífico, de hipotéticas modalidades, nada. La muerte es un absoluto y la resurrección prometida por Dios es un absoluto. Y lo que media entre tanto, es la fidelidad de Dios que nos acoge en sus divinas manos creadoras y nos invita a entrar con El y solo por El.

 

GL: ¿qué facultad se pone en juego internamente? ¿cuál de las facultades del ser humano –hagamos la imagen de una mano agarrotada tratando de retener la vida del ser amado que no la puede soltar, que no puede abrirla, que no puede resignarse, y una mano que se abre con toda esta última soledad que es todo un misterio, esta ultimísima soledad? ¿qué facultad necesito desarrollar para abrir esta mano?

OG: cuando se pasa un umbral en el análisis de la vida psicológica, de la vida personal, eso que llamamos facultades que una filosofía discernió muy fácilmente: memoria, inteligencia, voluntad, deseo… todo eso queda como difuminado en un resto de orden personal constituido como un nudo por esos tres lados y es el apetito de ser que nace de todas ellas. Es el último quicio de la vida que se afirma y en él confluye toda apetencia de perduración que cada una de las facultades son. Ahí terminamos rozando esa ultimidad del ser del hombre que es imagen de Dios, que es participación de su divino misterio y que se actualiza en las situaciones límites del amor, de la muerte, del futuro, de la verdad. Mas no sabría decir.

 

TEMA MUSICAL:¿Dónde ESTARA I PRIMAVERA?” MARCO ANTONIO sOLIS

 

UNA PALABRA

 

GL: Yo hago un agradecimiento especial al padre, y también a los teólogos, los poetas, los místicos, cuando llegan a una orilla y dicen “esto es todo lo que puedo decir” y correr el telón para el misterio y para el silencio. Eso es hermoso, productivo, es una de las enseñanzas más profundas. Porque hay que reconocer ese límite donde las palabras se acaban. Es una manera de honrar también las palabras.

OG: Quería decir que cada situación es única. No podemos compararnos ni siquiera con lo bien o mal que han hecho otros, y en alguna manera, como Jesús dice en el Evangelio “cuando seais llevados a los tribunales, no os preocupeis por lo que teneis que decir” yo diría también respecto a esta última palabra, que podemos completar esta expresión de Jesús con “tampoco os preocupeis de lo que recibais, porque el Espíritu os acompaña en ese trance”

 

PARTICIPAN LOS OYENTES

– Cuando yo tenía 13 años y mi hermana 16, nació muerta una hermanita que llegó al final del embarazo, es decir, nació a término. Con mi hermana la tuvimos que vestir. Me quedó una imagen muy fuerte. Una monja le dijo a mi mamá que teníamos un ángel en el cielo. Se llama María Agustina. Pero nunca recibí una señal de este angelito en el cielo. La bendición que recibió ¿sirvió para bautismo?

GL: En este testimonio, me parece interesante lo siguiente: la necesidad que se tienen los seres queridos en estas situaciones de recibir un mensaje, algo, algún signo sobre la vida de aquel ser que partió, en este caso imagino con un fuerte impacto

OG: Me sorprende y casi me asombra lo que esta jovencita tuvo que hacer. Creo que hay que tener una fortaleza emocional para poder superar ciertas sensaciones. Yo no hubiera dado de hacer eso a una persona de su edad., porque excede la capacidad de acogimiento y resistencia emocional de la hermana de 13 años y le puede dejar herida, sin capacidad de asumir eso pacíficamente a lo largo de la vida. Dicho eso, es verdad: todos queremos, anhelamos, pedimos a Dios que nos de una señal. Es muy difícil decir. Teológicamente no hay nada en la revelación bíblica que nos hable de que los seres que nos han precedido en su marcha hacia Dios nos puedan dar señales o de su existencia o de su cercanía a nosotros. Eso no quiere decir de que no sea real, porque el nuevo testamento no agota todas las necesidades implicadas en la experiencia cristiana. Ha habido un crecimiento del dogma, en el campo de los sacramentos, de la mariología, de la experiencia trinitaria… Por tanto, aquí también podría haber. Pero en el caso de que esa manifestación se diera, sería solo válida para el sujeto que la recibe, no normativa para los demás que pueden estar ante ella receptivos o escépticos. Y quien la recibiere, tiene que discernirla, y ver: primero, si le ayuda a la fe, a la esperanza y a la alegría, o si la remite a extraños elementos que no son concordables con el núcleo profundo de la verdad católica

 

GL: lo que es muy frecuente por el testimonio de las personas, que sueñan con la persona que partió, que en ese sueño la persona le dice ‘estoy bien, quedate tranquila, acá se está muy bien’ –habría que ver cual es ese ‘acá’ pero en realidad no se especifica demasiado-, y la expresión de las personas que dicen ‘después de ese sueño un consuelo profundo entró en mi corazón’

OG: ante algo así, yo simplemente les digo: si realmente animan su alegría, su fe y su esperanza y les hacen más receptivas para los sacramentos, para la lectura bíblica, para las virtudes teologales, para servir al prójimo, acéptenlo con paz, sin más. Yo no pondría excesivo acento en ello, y que estén dispuestas a que si otras personas consideran que eso es puro fruto del deseo o de la imaginación, que acepten esa posible crítica. Ha pasado un siglo de Freud y el mundo de los sueños, del inconsciente, ni sabemos del todo qué es ni sabemos del todo cómo interpretarlo. Sabemos que están en conexión con las experiencias vividas anteriormente, que tienen su lógica. Pero transferir la lógica de los sueños a la lógica de la vida normal, racional de cuando estamos despiertos es muy difícil.

 

          Hace 37 años que falleció mi hijito de 10 años. Ha sido una muerte inesperada. Hace poco tiempo me vino una sensación desesperada de decir ‘¿por qué no lo abracé cuando estaba en la terapia intensiva, y estaba con el torso desnudo? Solo lo miré y lloré’ Y ahora me queda eso: ¿por qué no me despedí con un abrazo? Yo sé que tengo un ángel en el cielo, pero…

          Hace 32 años que perdí a mamá y siempre me quedó el vacío, la incomprensión del por qué de la falta del último abrazo, el último beso. Creo que siempre la tenía de la mano, nunca la dejaba partir. Pero es ayer cuando sentí su voz donde me dio la razón, el por qué de su partida. Entonces ahora he soltado su mano y la comprendo

 

 

GL: padre: quisiera que nos digas unas palabritas en torno a este tema: la muerte ¿es una decisión de Dios o es algo que Dios ‘soporta’? ¿Dios ha creado o no la muerte? ¿está la muerte como parte de su proyecto?

OG: Dios crea un mundo con unas estructuras, con unas condiciones, con unas situaciones cuya lógica, cuyo despliegue y desenvolvimiento va teniendo lugar, En un mundo donde la naturaleza física está constituida como tal y donde la libertad del hombre existe. En ese mundo la muerte ‘acontece’. No la decide Dios como un acto individual para cada uno. Por tanto, cuando la muerte acontece –resultado de una enfermedad, o de un accidente, etc- acontece como resultado de esa trama de lo real que está así constituida con esos límites. Ahora bien, el que yo diga que no la decide Dios no equivale a decir que yo no la pueda referir a Dios. Una vez que ella ha acontecido yo la tengo que vivir delante de Dios con Dios como referencia, con Dios como dialogante, con Dios como última palabra y última verdad, con Dios como apoyo. Dios crea un mundo con su autonomía y unos hombres con su libertad, y en ese sentido ‘Dios sufre’ con la muerte de los hombres. En el salmo hay una frase que dice “cómo le duele a Dios la muerte de los justos. ¡qué preciosa es!”. Tiene precio, tiene costo: lo que le cuesta a Dios, porque también El pierde un amigo. Ahora bien: perdería un amigo definitivamente si esa fuera la última palabra, pero como no es la última palabra, Dios no pierde definitivamente un amigo. Segundo: es verdad que la experiencia es de que ‘nos es sustraída’ la persona querida cuando tal vez uno no había cumplido con ella todo su deber, no había respondido a toda su esperanza. Pero hay que tener una aceptación limpia del límite de nuestras posibilidades, del límite de nuestras acciones, del límite de nuestra libertad. No somos capaces de consumar nuestro ser ni los demás respecto de nosotros. Lope de Vega tiene un escrito que dice “Autor de nuestro límite, Dios santo”. Somos limitados. Debemos aceptar nuestro límite y el del prójimo, desterrar todos estos sentimientos de deuda, de culpa, todo ese cúmulo de cosas que no hicimos o que no dijimos.  Por eso invito a los oyentes a una aceptación limpia de ese límite delante de Dios. No buscar culpabilidades, no ahondar en ese vacío. Aceptar ese vacío, esa pérdida del ser querido, y en ese vacío, en esa soledad, crecer personalmente, madurar psicológicamente, ahondar la propia fe cristiana, referirse más al prójimo vivo que al prójimo muerto

 

GL: la imagen que se me hace escuchándote es: si no puedo abrir la mano y la tengo agarrotada por la posesividad de mis afectos y mis emociones y mis sentimientos, entrego la mano así como la tengo.

OG: Claro. Pero ahora viene una segunda parte: quienes estamos alrededor de estos seres, tendríamos que ayudarles a abrir los dedos para agarrarse no solo al prójimo perdido sino al prójimo vivo. Los vivos tendríamos que ayudar con cercanía, con cariño, con amor, con solidaridad, con palabras verdaderas, a que suelte esa mano del pasado que tiene agarrotada y la abra al presente, a otros seres. Que tenga la vida por delante. Que siga intentando amar en formas mas nuevas y en formas distintas y por tanto no quede paralizada por el pasado. Cuando alguien absolutiza uno de los tres tiempos –pasado, presente y futuro- termina psicológicamente enfermo. Hay que liberarse también de ese pasado. Y un cristiano puede hacerlo primero porque sabe que esa vida pasó a las divinas manos del Señor, y segundo porque sabe que en el futuro Dios está con él, Dios le espera y le da la mano para seguir andando ese camino. Porque aparte de la mano perdida, tiene la mano de Dios que le guía

 

 

GL: ha sido una caricia para el alma dolorida todo esto que nos has explicado. Gracias.

 

OG: Próximamente les acercaré dos textos que he escrito sobre María como “Madre de la santa esperanza” y “Madre de la santa alegría”

 

GL: Leo un texto autobiográfico del padre Olegario con quien estuvimos dialogando y creo nos abre la última puerta que podemos abrir a lo que estuvimos reflexionando, y que tiene que ver con aquel quien nos ha dado la vida, aquellos que nos han dado la vida y no hemos conocido, aquellos que hubiéramos deseado, añorado intensamente conocer –papá, mamá, abuelos etc-,.

“Se habían casado en 1933 y apenas vivieron dos años juntos. Una enfermedad del corazón acabó con sus días en el invierno de 1936. Yo, con un año y tres meses, no pude retener ninguna imagen de su rostro, ningún sonido de su voz, ninguna caricia de sus manos. Por ello, ha quedado situado para mi en el ámbito de la estricta realidad personal que me precede: acogida, no imaginada; consentida, pero nunca vista; amada como raiz de mi existencia mas allá de toda verificación y de todo sentimiento. Pero él me dio la vida, y por eso yo hago memoria de él. El hizo lo máximo por mi, y yo hago lo máximo por él, porque, como dice Kierkegard “estas son las dos obras mayores que pueden llevarse a cabo: dar la vida a un hombre, y recordar a un difunto”

 

Pidiéndole al Espíritu que pase por las heridas que la muerte ha dejado en nosotros, por los vacíos, por los agujeros que ha dejado en nuestras preguntas y en nuestras emociones, que el Señor con su gracia infinita y su Madre con su misericordiosa mano consuelen el corazón de todos los que, vivos, hoy recordamos a nuestros muertos.

Oremos, hermanos, porque orar es bueno y hace bien.

 

TEMA MUSICAL “ALGO MAS ME DICE EL CORAZÓN , HAY ALGO MAS, ALGO MAS ESCUCHO EN EL SILENCI, HAY ALGO MAS