16/10/2025 – En el segundo episodio de «Gigantes de Nuestros Mares» conocimos a la ballena azul, el ser vivo más grande del planeta y uno de los cetáceos que habita nuestro Mar Argentino.
Aún con los años de investigación, continúa siendo una de las especies más misteriosas y fascinantes de nuestros mares, explicó Camila Muñoz Moreda, bióloga e investigadora del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), quien dedica parte de su trabajo doctoral al estudio de estos gigantes oceánicos. “La ballena azul llega a medir hasta 30 metros y pesar entre 100 y 150 toneladas; es el animal más grande que ha habitado la Tierra”, destacó la especialista, quien también participó en investigaciones en México, en el marco de la temporada reproductiva de la especie.
A diferencia de la ballena franca austral, más sociable y visible en superficie, la ballena azul mantiene hábitos más discretos. “Son más difíciles de avistar, no son tan costeras y sus comportamientos no son tan de superficie”, explicó Camila. Su alimentación también presenta una particularidad: engullen grandes masas de krill, pequeños crustáceos de apenas unos centímetros que representan la base energética de su dieta. Sin embargo, la sobrepesca de esta especie en la Antártida representa hoy una seria amenaza para su supervivencia.
La investigadora remarcó la importancia del rol ecológico que cumplen las ballenas dentro del ecosistema marino, incluso a través de sus desechos. “A veces se habla de las ballenas como fertilizadoras del océano, porque sus grandes defecaciones aportan nutrientes esenciales como nitrógeno y fósforo, fundamentales para el fitoplancton”, señaló.
Estos aportes sostienen la base de la cadena alimenticia marina y contribuyen al equilibrio de los océanos. Por eso, conocer a la ballena azul es también comprender la delicada red de vida que habita en el Mar Argentino y en todos los océanos del mundo. Su protección implica cuidar no solo a una especie, sino a todo un ecosistema que depende de ella.
Uno de los métodos fundamentales para conocer más sobre esta especie es la fotoidentificación, una técnica que permite reconocer individualmente a las ballenas mediante las marcas y patrones únicos que presentan en su piel, especialmente en la aleta dorsal y el dorso. Gracias a esta herramienta, los investigadores pueden seguir los desplazamientos de los ejemplares a lo largo de los años, comprender sus rutas migratorias y estimar el tamaño de las poblaciones. “Cada ballena tiene una especie de huella digital natural, y eso nos ayuda a reconstruir su historia y sus recorridos”, relató Camila.
Para ese cuidado, el ICB promueve el compromiso a través de su Programa de Adopción. Al respecto, Camila presentó a dos ballenas que pueden ser adoptadas: Hueso, a quien conocen desde el año de su nacimiento, en 1999, y que contribuyó con información clave para entender el comportamiento de las ballenas francas juveniles; y Nube, la ballena más joven del programa de adopción, nacida en 2005.
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